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  • Si Dios es amor, ¿por qué permite la iniquidad?

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  • Si Dios es amor, ¿por qué permite la iniquidad?
  • ¡Despertad! 1980
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  • ¿POR QUÉ PERMITIDA HASTA HOY?
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¡Despertad! 1980
g80 8/6 págs. 3-4

¿Se ha preguntado usted alguna vez . . . ?

Si Dios es amor, ¿por qué permite la iniquidad?

ESTA pregunta es válida, y merece respuesta. Pero antes de contestarla debemos ampliar nuestro punto de vista acerca de la iniquidad y de por qué se ha permitido. No es realista el limitar la pregunta al papel de Dios en el asunto. ¿Qué hay del papel que desempeñan los humanos? Muchos que objetan a que Dios haya permitido la iniquidad la practican ellos mismos.

Y cuando sus prácticas de iniquidad les redundan en las penas que hay que pagar por éstas, ¿qué razón tienen para clamar y protestar: “¿Por qué me viene esto a mí, Dios?” Lo cual es como decir que si aquello le pasara a otro, estaría bien. En la Biblia se toma nota de esta tendencia popular de pasar la culpa a Dios: “La necedad del hombre le hace perder el camino, y luego el hombre le echa la culpa al Señor.”—Pro. 19:3, “Versión Popular.”

El egoísmo resulta en hambre en muchos países. El amor al dinero hace que la industria contamine el ambiente, lo cual multiplica las enfermedades y las muertes. Las declaraciones de guerra llevan a los hombres a matar a millones de personas y mutilar a otros millones. La siembra de injusticias sociales y desigualdades económicas por la gente lleva a la siega de una abundante cosecha de delito. La “nueva moralidad” de la gente arruina los matrimonios, fragmenta las familias y esparce las enfermedades venéreas. Por comer en demasía, engruesan excesivamente y salen con la salud perjudicada. Por beber en exceso enferman de cirrosis del hígado. Su constante fumar es una invitación al cáncer pulmonar.

¿Y SI DIOS DETUVIERA LA DE ELLOS?

¿Complacería a los que se quejan de que Dios haya permitido la iniquidad el que él detuviera la de ellos? ¿Si él arrancara de los dedos de ellos los cigarrillos y de sus manos temblorosas por la embriaguez el tercer o cuarto vaso de whisky con soda o agua, se regocijarían de que hubieran terminado el cáncer pulmonar y la enfermedad hepática que se producen de ese modo? Y si Dios destruyera sus fábricas de armamentos y dividiera entre los hambrientos los comestibles que ellos almacenan y distribuyera la riqueza sobrante de ellos entre los pobres y los que estuvieran en desventaja... ¿se regocijarían por tal cosa?

Dios prohíbe la conducta que da origen a la mayor parte de la iniquidad que ahora aguantamos. La gente pudiera detenerla, pero muchas personas siguen con ella. Los hechos nos obligan a concluir que lo que la humanidad quiere que se detenga no es la iniquidad, sino las consecuencias de ésta. Quieren sembrarla, pero no segar lo que produce. Si pueden evadir las consecuencias, muchas personas se apresuran a cometer males. Como explica la Biblia: “Por cuanto la sentencia contra una obra mala no se ha ejecutado velozmente, es por eso que el corazón de los hijos de los hombres ha quedado plenamente resuelto en ellos a hacer lo malo.”—Ecl. 8:11.

¿POR QUÉ PERMITIDA HASTA HOY?

Cuando un padre da a su hijo una posesión o una responsabilidad, naturalmente se interesa en cómo su hijo atenderá lo que ha recibido. De manera similar, Jehová Dios encomendó al hombre el cuidado de la Tierra. El hombre fracasó, desobedeció a Dios, y después Satanás presentó el desafío de que Dios no podía poner en la Tierra personas que permanecieran fieles a Dios.

El hecho de que esta cuestión existía lo muestran las palabras de Dios a Satanás con relación a Job: “No hay nadie . . . que me sirva tan fielmente . . ., cuidando de no hacer mal.” Satanás contestó en desafío: “Pues no de balde te sirve con tanta fidelidad. Tú no dejas que nadie lo toque.” A Satanás se le permitió hacer cuanto pudiera, excepto matar a Job, pero no pudo quebrantar la integridad de Job a Dios. (Job 1:6-12; 2:1-10, “Versión Popular”) Dios le ha permitido tiempo a Satanás para que pruebe su desafío.

Sin embargo, aparte del asunto de contestar el desafío de Satanás, el permitir que a la humanidad le hayan sobrevenido penalidades ha cumplido con otros propósitos. Miles de años de gobernación humana han demostrado que el hombre no puede gobernarse a sí mismo en independencia de Dios. “Al hombre terrestre,” escribió el profeta inspirado, “no le pertenece su camino. No le pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso.” (Jer. 10:23) Al experimentar penalidades, la nación de Israel aprendió que necesitaba la guía de Dios. (Sal. 107:11-13) Nosotros también debemos aprender, y darnos cuenta de que solo por el reino de Dios se nos librará de la iniquidad.

La única esperanza de la humanidad es residir en una Tierra paradisíaca donde Dios “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor.” (Rev. 21:4) De seguro el que hayamos experimentado estas tragedias en un mundo en el cual se ha permitido la iniquidad intensificará grandemente nuestro aprecio de una vida sin lágrimas, lamentación, clamor, dolor y muerte. Damos por sentadas las cosas. Solo después de haberlas perdido las apreciamos.

¿CÓMO ACABARÁ DIOS CON LA INIQUIDAD?

Para acabar con las guerras, acábese con los belicistas. Para acabar con el hambre, acábese con los aprovechados. Para acabar con la contaminación, acábese con los contaminadores. Para acabar con el delito, acábese con los delincuentes y las malas condiciones que pueden producirlos. Para acabar con las inmoralidades que destruyen a las familias y producen enfermedades, acábese con los que practican la inmoralidad. Seis mil años de reformadores, trabajadores sociales, políticos, instituciones para rehabilitación... y nada de ello ha corregido los males ni puesto fin a la iniquidad.

El permiso divino para la iniquidad terminará cuando Dios remueva a Satanás y a todos los humanos que insisten en practicarla. Muchos que se quejan de que Dios haya permitido la iniquidad también se quejan de la manera en que él la detendrá. Pero tal como los jardines no pueden existir llenos de malas yerbas, del mismo modo no puede existir un paraíso pacífico lleno de malhechores. El modo en que Dios actuará es la manera práctica: “Los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella. En cuanto a los inicuos, ellos serán cortados de la mismísima tierra; y en cuanto a los traicioneros, ellos serán arrancados de ella.”—Pro. 2:21, 22.

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