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  • Yo adoraba a mis antepasados
  • ¡Despertad! 1980
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¡Despertad! 1980
g80 22/12 págs. 20-22

Yo adoraba a mis antepasados

LOS primeros recuerdos de mí niñez en Okinawa giran en torno a los ritos matutinos de adoración dirigidos a mis antepasados. Mi madre me había dejado en manos de mi tía cuando yo tenía cuatro años de edad, y las dos vivíamos con mi abuela, quien practicaba el culto de los antepasados. Según creía mi abuela, el espíritu de los difuntos continuaba viviendo y los parientes que sobrevivían estaban bajo la obligación de honrar a sus antepasados. Esto se hace por medio de colocar flores y alimento en sus sepulturas y dirigirles rezos y oraciones en el hogar diariamente.

Cada día, antes de la salida del Sol y antes del desayuno, yo limpiaba el altar de la familia, quitaba las flores marchitas y las reemplazaba con flores frescas. Mi abuela se arrodillaba ante el altar, mantenía los ojos abiertos y la vista fija adelante, y rezaba largo rato a nuestros antepasados. Pero ella pronunciaba los rezos en tono bajo, y yo no podía entender lo que decía.

Mi abuela me enseñó que no había dioses algunos aparte de nuestros antepasados difuntos y que éstos eran superiores a los humanos vivientes. En armonía con esta creencia, se da mucha atención a los restos de una persona después de su muerte. El cuerpo se coloca provisionalmente en la sepultura hasta que la carne se ha descompuesto. Luego los huesos son removidos de allí, y se les limpia y coloca en un recipiente especial, el cual lleva en la parte exterior el nombre de la persona, la fecha de su nacimiento y la fecha de su muerte; éste se transfiere al haka, es decir, a la sepultura familiar. El haka es un lugar en forma de matriz, hecho de concreto u otro material, dentro del cual se guardan todos los recipientes que contienen los huesos de los antepasados o parientes fallecidos de alguien. La base de la creencia, por supuesto, es la enseñanza de que los seres humanos poseen inmortalidad, y por lo tanto continúan viviendo después de haber muerto en sentido físico.

Recordando a los muertos

Una vez al año nuestra familia se reunía para recordar a los antepasados muertos. En aquellas ocasiones se servía un menú especial que consistía en arroz mochi, tofu (queso de soja) y alga marina. Estos se consideran manjares exquisitos entre la gente de Okinawa y era costoso proveerlos.

En ocasiones especiales mi familia contrataba a una sacerdotisa, por lo general una mujer mayor, para que oficiara en nuestra ceremonia en honor de los muertos. Se requería que todos nos arrodilláramos mientras ella nos dirigía en rezos por unos 30 minutos. No podíamos comprender las palabras, pues se pronunciaban como un murmullo suave, y a nosotros los niños nos parecía que los rezos duraban una hora o más.

A la edad de 11 años, regresé a Hawai para reunirme con mis padres. Aquí llegué a conocer muchas de las religiones de la cristiandad. Después de mi matrimonio, me bauticé en la religión bautista. Pero mi esposo practicaba el culto de los antepasados y teníamos nuestro propio altar familiar. Cada día yo ponía flores en el altar, quemaba incienso y oraba a mis antepasados exactamente como mi abuela lo había hecho. Esto no me parecía nada extraño, puesto que el grupo bautista también cree que los humanos poseen un alma que continúa viviendo en una esfera espiritual después de la muerte.

Yo creía que honrábamos a nuestros antepasados por medio de orarles e informarles en cuanto a varios asuntos de la vida. Era mi convicción que ellos podían o ayudarme o hacerme algún daño. Por lo tanto, sinceramente deseaba no desagradarles, aun en asuntos insignificantes. Por ejemplo, en una ocasión quise dar un regalo a mi profesora, pero primero, por respeto a mis antepasados, lo coloqué sobre el altar.

Liberada del temor a la muerte

Durante la II Guerra Mundial, los testigos de Jehová llegaron a mi puerta. Mediante sus revistas llegué a saber que en la Alemania nazi Hitler había metido a los Testigos en campos de concentración y había dado muerte a algunos porque habían rehusado participar en la guerra. Esto me interesó, y me dejó ver un contraste entre los testigos de Jehová y las religiones de la cristiandad. Dentro de poco empecé a estudiar la Biblia con los Testigos.

Lo que ellos me mostraron en la Palabra de Dios me afectó profundamente. Nunca he olvidado lo que está escrito en Eclesiastés 9:5: “En cuanto a los muertos, ellos no están conscientes de nada en absoluto.” Otro texto bíblico que me interesó muchísimo fue el de Ezequiel 18:4, que declara: “¡Miren! Todas las almas... a mí me pertenecen. . . . El alma que esté pecando... ella misma morirá.”

Estos y muchos otros textos bíblicos me ayudaron a ver que el alma humana no es inmortal, que los muertos no están vivos en una esfera espiritual, sino inconscientes, y no pueden ayudar ni hacer daño. ¡Qué alivio para mí! Ya no temía la posibilidad de ser atormentada eternamente después de la muerte. Quedé libre de mi creencia anterior en la reencarnación. Me di cuenta ahora de lo inútil que había sido el adorar a mis antepasados, dado que éstos estaban muertos y no podían ayudarme ni hacerme daño.

A medida que progresé en mis estudios de la Biblia, también aprendí en cuanto a la consoladora esperanza de la resurrección de los muertos. “Viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz [la de Jesús] y saldrán.” (Juan 5:28, 29) Miles de millones de personas que ahora están muertas tendrán ante sí la perspectiva de vivir eternamente en una Tierra restaurada a condiciones paradisíacas. Me di cuenta de que entonces realmente se efectuaría la voluntad de Dios “como en el cielo, también sobre la tierra.” (Mat. 6:10) Estas verdades bíblicas en cuanto a los muertos fueron las que me liberaron. Mi punto de vista sobre la vida cambió.

Inmediatamente sentí el ardiente deseo de compartir con mis amistades estas verdades recién aprendidas. Dirigí mis primeros esfuerzos hacia mis parientes vivos, puesto que ahora yo no adoraba a los muertos. Primero me comuniqué con mi madre y le expliqué la verdadera condición de los muertos. Con el tiempo ella mostró aprecio y aceptó la enseñanza bíblica. También me puse en comunicación con mi padre, y empecé a estudiar la Biblia con él. Antes de morir, él también aceptó el hecho de que los muertos “no están conscientes de nada en absoluto” y por lo tanto dejó de adorar a los antepasados.

Yo aprovechaba toda oportunidad para compartir estas maravillosas verdades bíblicas con mis amistades, parientes y vecinos. Estas verdades me daban gran consuelo y gozo, y yo quería que otros aprendieran acerca de la promesa bíblica de que aquí sobre la Tierra bajo el reino de Dios ‘él limpiará toda lágrima de los ojos de ellos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor.’—Rev. 21:4.

Cambio de personalidad

Cuando recapacito sobre el tiempo en que yo adoraba a mis antepasados, me doy cuenta de que toda mi vida giraba en torno a la adoración de los muertos. En gran medida se había mostrado poco interés en enseñarme a expresar amor de manera práctica hacia mi familia y parientes mientras éstos estaban vivos. El llegar a ser seguidora de Jesucristo me ha ayudado a revestirme de una nueva personalidad, a ser más amorosa hacia mis parientes que están vivos y hacia otras personas.

Por ejemplo, cuando originalmente me enteré de que mis padres me habían entregado a mi tía a la edad de cuatro años, sentí rencor hacia mi madre y empecé a odiarla. Pero después de llegar a ser testigo de Jehová me di cuenta de que ya no podía abrigarle rencor. Tal como enseñó Jesús, tenemos que perdonar a otros si queremos que Dios nos perdone. Jehová mismo pone el ejemplo al perdonarnos generosamente. (Mat. 6:12; Col. 3:13) Por lo tanto, fui adonde mi madre y le expliqué que ya no la odiaba en mi corazón, sino que quería perdonarla. Ella me pidió disculpas y establecimos una relación pacífica de madre e hija que duró hasta su muerte.

En mi trato con otras personas también pude expresar mayor amor. Cuando me maltrataban de alguna manera, en vez de abrigarles odio y enemistad podía extenderles verdadero perdón. Estas cualidades de misericordia y perdón recién adquiridas hasta me ayudaron a salvar mi matrimonio. Antes de empezar a estudiar la Biblia yo había estado pensando en el divorcio. Pero la Biblia me ayudó a aprender a perdonar las imperfecciones de mi esposo, y permanecimos casados por 33 años, hasta la muerte de él.

Recompensas que vienen de ayudar a los vivos

Cuando observo la soledad de padres y abuelos que están envejeciendo hoy día, y lo a menudo que se ven abandonados en el crepúsculo de la vida, me siento muy agradecida de que aprendí a mostrar verdadero amor y respeto a mis padres mientras ellos todavía estaban vivos. La felicidad que esto me dio corrobora esta declaración de Jesús: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.”—Hech. 20:35.

Hoy, a la edad de 65 años, ya no adoro a mis antepasados difuntos, sino que me siento profundamente agradecida de estar participando en adorar a Jehová, el Dios vivo y verdadero. (Jer. 10:10) —Contribuido.

“Jehová procedió a responder a Job: . . .

‘¿Quién ha dividido un canal para la inundación

Y un camino para el tronador nubarrón de tempestad . . .

¿Existe padre para la lluvia?

¿O quién dio a luz las gotas del rocío? . . .

¿Quién puso sabiduría en las capas de nubes,

O quién dio entendimiento al fenómeno celeste?

¿Quién puede con exactitud numerar las nubes con sabiduría?

O los jarros de agua del cielo... ¿quién los puede volcar?’”

—La Biblia, en Job 38:1-37.

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