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  • ‘Tras las flores, las piedras’... en el campo de fútbol

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  • ‘Tras las flores, las piedras’... en el campo de fútbol
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g81 8/9 págs. 16-19

‘Tras las flores, las piedras’... en el campo de fútbol

COMO sucede con la mayoría de los muchachos brasileños, crecí jugando fútbol en cualquier solar desocupado o calle vacía que estuviera disponible. Las estrellas del fútbol de aquel tiempo eran nuestros ídolos. Llegar a ser jugador profesional era nuestro mayor deseo. Por eso, cuando tenía 13 años de edad y nos mudamos a Río de Janeiro para vivir en una casa cerca del Estadio São Cristóvao, me sentí ‘delirantemente feliz.’

A los pocos años comencé a dar muestras de ser buen jugador en la línea delantera de nuestro equipo. Pero después, en 1958, justamente antes de un juego importante, perdimos a nuestro portero. Nuestro entrenador dijo: “Heitor Amorim, tú eres el más alto. Tú serás nuestro portero.” Así comenzó mi carrera como el jugador bajo el larguero, el jugador que nunca debería fallar.

El tiempo voló cuando dividí las horas de mi día entre asistir a la escuela y entrenarme en el campo de fútbol. En 1963 me emocioné cuando me escogieron para jugar en el equipo olímpico brasileño. Aquel año ganamos el torneo panamericano en São Paulo. Esto preparó el camino para que se me invitara a jugar con el famoso equipo de los Corintios de São Paulo y acepté la oferta sin titubear. Así, dejé mi empleo y la escuela de ingeniería y me trasladé a São Paulo para dedicarme exclusivamente al fútbol profesional.

Grandes ambiciones

Pronto mi nueva carrera comenzó a producir resultados. En pocos meses se me nominó el “descubrimiento” del año entre los porteros, y poco después comencé a recibir trofeos, uno por ser el mejor portero y el otro por ser el guardameta menos vulnerable de 1964. Además de regalos, recibí invitaciones para salir en programas deportivos de televisión. Mi hogar se llenaba de admiradores y reporteros, yo pasaba las noches en vida social y empecé a acumular dinero en mi cuenta bancaria.

Aparece un nuevo ídolo

Nunca olvidaré el partido que jugamos contra el equipo Santos en el Estadio Pacaembu de São Paulo. Ya estaba por terminarse el segundo tiempo y el juego estaba empatado. Nuestro lugar en las finales del torneo dependía de los resultados de este juego. ¡Entonces sucedió algo horrible! Fuimos penalizados, lo cual daba a nuestros oponentes un tiro libre de meta. Aquella patada o tiro decidiría prácticamente el partido, ¿y a quién se escogió para hacer aquello? ¡A Pelé, el mundialmente famoso “rey del fútbol”! Los 60.000 espectadores y millones de radioyentes aguantaron la respiración mientras nos enfrentábamos uno al otro.

Mientras yo observaba a Pelé, recordé que él solía hacer una pausa casi imperceptible antes de patear el balón, en un esfuerzo por engañar al portero y hacerle saltar hacia el lado de la malla hacia el cual no planeaba patear el balón. Por eso me quedé quieto y salté solamente después que él hubo pateado el balón... ¡y lo capturé! Inmediatamente se desató un alboroto fenomenal. Por toda la ciudad miles de aficionados que oían el partido por la radio salieron corriendo a las calles para lanzar fuegos artificiales y “bombas.” El juego terminó empatado y salí del campo de juego sobre los hombros de los aficionados. ¡Había nacido una nueva estrella!

En medio de toda la euforia que surgió luego, recordé las sabias palabras del experimentado Gilmar, portero del equipo de estrellas, quien me dijo durante un programa de radio: “Heitor, no te dejes engañar. ¡Las flores de hoy pueden ser las piedras de mañana!”

Tiempo para meditar

Se me hacía difícil, en medio de toda aquella fama, imaginarme que pudiera haber “piedras del mañana.” Sin embargo, el casarme con Dilma en 1965 me ayudó a mantenerme equilibrado y a pensar con mayor claridad acerca del futuro. Ciertamente mi carrera era de importancia para ambos... no la gloria y la fama, sino, más bien, la seguridad económica que ésta podía suministrar. Con ésta podíamos disfrutar de un ambiente de paz y tranquilidad en el cual criar a nuestros hijos y en el cual trabajar para el bien de otros.

A menudo recordaba a mi padre, un hombre honrado y trabajador que realmente se esforzaba por hacerme regalos cuando yo era niño. Pero a la misma vez nos enseñó a tener interés profundo en otros. ¿Estaba haciendo yo lo que él hubiera hecho? También para entonces la situación mundial iba en deterioro. Dilma se preguntaba: “¿Habrá alguna vez verdadera paz?” Pensando en mis antecedentes de católico romano, me di cuenta de que debería estar haciendo más en lo referente a mi religión.

Una gira internacional en 1965-66 no mejoró los asuntos. Inglaterra, España, Italia, Suiza y los Estados Unidos... juegos con algunos de los mejores equipos del mundo. En Londres recibimos de manos del príncipe Felipe un disco plateado como recuerdo del partido que jugamos contra Arsenal en el Estadio de Wembly. Y en los periódicos mi nombre aparecía junto al de otras estrellas —Rivelino, Garrinha— para atraer a la gente a los juegos. Toda esta situación tendía mucho a írseme a la cabeza... y también me perturbaba mucho.

Misticismo en el fútbol

Me perturbaba especialmente un rasgo del fútbol que es casi desconocido y quizás difícil de creer. Entre bastidores, el fútbol en el Brasil está saturado de supersticiones y hasta de prácticas espiritistas. Por ejemplo, durante los últimos juegos por la Copa Mundial que se celebraron en la Argentina en 1978 se colocaron velas y otros objetos de vodú o vudú en algunos campos de fútbol del Brasil para ayudar al equipo del Brasil a ganar. Pero el equipo perdió. Se ha dicho en tono de broma lo siguiente: “Si Macumba [los ritos del vudú] realmente tuviera poder, los torneos de fútbol del estado de Bahía siempre terminarían en empate,” debido a la gran cantidad de ritos que se llevan a cabo a favor de cada equipo.

Recuerdo que los Corintios habían contratado a un pai-de-santo (sacerdote del vudú) con ese propósito. A veces se hacía que todos los jugadores fuéramos al club a medianoche para recibir un baño especial de yerbas prescrito por él.

En una ocasión nuestro equipo estaba jugando mal en un torneo y el pai-de-santo llegó a la conclusión de que alguien había lanzado un hechizo contra nosotros y de que él tendría que deshacerlo. Por eso, un viernes, a medianoche, todos los jugadores y algunos periodistas fuimos con él al estadio. Él comenzó a cavar y, para sorpresa nuestra, desenterró siete dagas que habían sido enterradas allí, una en cada esquina del campo, una detrás de cada portería y una en el medio del campo. Todas las dagas eran parecidas, y cada una tenía siete ondulaciones en el mango. ¡Aparentemente esta era la razón por la cual se nos derrotaba! Algunos jugadores quedaron profundamente impresionados; otros manifestaron duda.

¡No obstante, perdimos el torneo, y el pai-de-santo fue despedido! Después fue contratado por otro equipo, y recuerdo que en una ocasión nos echó una maldición cuando entramos en el estadio. ¡Pero ganamos! ¿Y las dagas? Después supe que el celador del equipo había dicho al pai-de-santo que las dagas habían sido enterradas allí por un pai-de-santo anterior para “ayudar” a nuestro equipo a ganar. ¡Por eso él sabía dónde estaban y podía desenterrarlas!

Desilusiones y hasta “piedras”

Hubo otras desilusiones después de nuestro regreso de la gira internacional. Se hicieron arreglos para efectuar un torneo entre Río de Janeiro y São Paulo, y por lo general era de los equipos que participaban en este torneo de donde se escogía el equipo de estrellas. Aunque los periódicos decían que yo era el mejor portero, no se me escogió, aparentemente debido a problemas en que estaba envuelto nuestro equipo. Aquélla fue una desilusión muy amarga.

Además, me vi envuelto en una lucha por los derechos laborales de los jugadores de fútbol y esto me llevó a diferencias con los dueños del conjunto. Finalmente los asuntos alcanzaron un punto culminante. Mi esposa fue llevada a un hospital para recibir atención médica mientras yo tenía que estar jugando. Puesto que aquello me perturbaba mentalmente, jugué mal y perdimos ante un equipo que, técnicamente, era inferior. Me culparon por la derrota y hasta me acusaron de haber aceptado un soborno. Aunque un periódico declaró que yo era “víctima de la malicia humana,” ni siquiera se me permitía entrar en algunos de los edificios del equipo. Mis amigos y vecinos me miraban con sospecha.

¡Qué cambio! ¡El domingo un ídolo y el lunes despreciado! Gilmar tenía razón: ‘Flores hoy, piedras mañana.’

Quedé tan deprimido que por varios días ni siquiera quise salir. Poco tiempo después fui transferido a un equipo de Paraná por un año.

Una visita oportuna

Un domingo por la mañana, mientras estaba con el equipo, un anciano tocó la puerta de nuestro hogar y, después de unas palabras de introducción, preguntó a mi esposa: “¿Sabe usted que la Biblia dice que pronto no habrá más guerras? ¿No le gustaría vivir para siempre en paz en esta Tierra?”

Entonces, para probar su argumento, le pidió que leyera en la Biblia el texto de Salmo 46:8, 9, que dice: “Vengan, contemplen las actividades de Jehová, como ha establecido acontecimientos pasmosos en la tierra. Está haciendo cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente corta en pedazos la lanza.” ¡Bueno, aquéllas fueron buenas noticias para mi esposa! Así comenzó una serie de visitas semanales a nuestro hogar por un testigo de Jehová.

Aunque yo personalmente no tenía interés particular en estudiar la Biblia, no me opuse a las visitas. De vez en cuando hacía una pregunta e invariablemente recibía una respuesta satisfactoria de la Biblia misma. Después algo despertó mi interés. Mi esposa, puesto que sabía que desde la infancia se me había enseñado a interesarme en los ancianos y mostrarles respeto profundo, hábilmente me sugirió que leyera un artículo intitulado “El placer de escuchar a los abuelos,” en ¡Despertad! del 22 de octubre de 1968. Aquel excelente artículo me estimuló a leer más, y pronto estuve participando con mi esposa en el estudio de la Biblia.

Un punto de vista nuevo sobre la vida

Unos meses después se nos invitó a asistir a una asamblea de los testigos de Jehová en el Estadio Pacaembu, el mismo lugar desde donde me habían sacado sobre sus hombros los aficionados del fútbol. Escenas vívidas me pasaban por la mente a medida que trataba de concentrarme en el excelente consejo bíblico que se estaba presentando.

A medida que fueron pasando los días de la asamblea no pude menos que ver los contrastes. No había empujones ni mofas, ni banderines ondeando ni adoración de héroes. El silencio y el orden de la muchedumbre, la consideración amorosa que se mostraban unos a otros y especialmente la consideración a nosotros los nuevos, los afectuosos abrazos y los felices saludos de “hermano” o “hermana,” nos impresionaron profundamente a mi esposa y a mí.

Como paso natural después de la asamblea, los Testigos nos invitaron a acompañarlos en la obra de predicar de casa en casa. En muchas ocasiones el amo de casa me reconocía, y era interesante ver el franco asombro de la gente. ¡No estaban acostumbrados a que una estrella del fútbol los visitara para hablarles de la Biblia!

A medida que pasó el tiempo nos dimos cuenta de que estábamos adoptando gradualmente un nuevo punto de vista sobre la vida, con un nuevo sentido de valores y, sobre todo, una nueva esperanza en cuanto al futuro. Aprendimos que la verdadera seguridad no vendría de un buen salario ni un excelente hogar, sino solo por poner en primer lugar los intereses del reino de Dios. “Sigan, pues, buscando primero el reino y Su justicia, y todas estas otras cosas les serán añadidas,” había declarado Jesús en el Sermón del Monte. (Mat. 6:33) Mi conciencia comenzó a decirme que la feroz competencia que se manifestaba en los juegos de fútbol, las fuertes rivalidades, sí, hasta las enemistades y las prácticas espiritistas, todas eran contrarias a las enseñanzas de la Biblia.

Finalmente, a pesar de lo mucho que amaba el jugar fútbol, decidí terminar mi carrera como profesional y aceptar en Río de Janeiro un empleo cuyo salario era mucho más bajo. Después, el 18 de diciembre de 1970, mi esposa y yo nos bautizamos por inmersión en agua como símbolo de nuestra dedicación para servir a Jehová.

Desde entonces, ¡que excelentes han sido los privilegios de los cuales hemos disfrutado! Hemos podido ayudar a algunos de nuestros parientes a adquirir conocimiento de la promesa bíblica de vivir para siempre en el futuro en un paraíso terrestre. Disfrutamos de un sentido de seguridad que solo este conocimiento puede brindar.

Todavía disfruto de un amistoso juego de fútbol, pero ya se han ido las “flores” y las “piedras.” Ahora nuestros días son más plenos y tienen más significado debido al conocimiento de las “buenas nuevas” que han enriquecido nuestra vida.—Contribuido.

[Comentario en la página 17]

“Salí del campo de juego sobre los hombros de los aficionados”

[Comentario en la página 18]

“¡Qué cambio! ¡El domingo un ídolo y el lunes despreciado!”

[Comentario en la página 19]

“¿No le gustaría vivir para siempre en paz en esta Tierra?”

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