¿Rige el destino su vida?
A VECES la gente se inclina a creer que la vida y la muerte están gobernadas por el hado, el destino. Oyen hablar de sucesos extraños que han ocurrido en la vida de otras personas, cómo algunas han muerto en circunstancias misteriosas o salido ilesas de éstas. Puede que se pregunten: ¿Tenía que suceder precisamente así? ¿Están contados los días de cada uno de nosotros?
Considere, por ejemplo, la catástrofe que ocurrió cuando, la noche del 25 de julio de 1956, el gran trasatlántico sueco llamado Stockholm, que estaba en alta mar, chocó de frente contra el costado del trasatlántico italiano Andrea Doria. La proa del Stockholm penetró directamente en el camarote núm. 52 del Andrea Doria, se pasó por debajo de la cama en que estaba Linda Morgan, de 14 años de edad, y la levantó. Cuando el barco retrocedió, transportó a Linda ilesa de daño y la depositó detrás de un escudo de acero a bordo del Stockholm donde estuvo bien protegida de los escombros que volaban. El Andrea Doria se fue al fondo, pero el Stockholm se mantuvo a flote.
El capitán del Stockholm dijo que Linda Morgan se había salvado gracias a un “milagro.” Sin embargo, su hermanita de ocho años de edad, su madre y otros 46 pasajeros murieron en aquel accidente. ¿Murieron éstos porque se había cumplido el “número de sus días”? ¿Se escapó Linda porque el destino tenía más días en reserva para ella?
¿En qué puede resultar el creer en el destino?
Si el destino realmente rigiera la vida de todo el mundo, significaría que el destino había arreglado el que los dos trasatlánticos cruzaran cada uno el trayecto del otro exactamente al mismo momento y que chocaran exactamente del modo que lo hicieron para quitar la vida de precisamente aquellas personas a bordo, cuyos días se habían cumplido.
Por consiguiente, todo accidente o enfermedad que resultaran fatales, o cualquier otra causa de la muerte que haya en el mundo, tendrían que haberse arreglado de antemano y ser inevitables para aquellos cuyos días se hubieran cumplido. Ningún remedio ni paso precautorio serviría para nada. En tal caso el poeta James Shirley del siglo diecisiete hubiera tenido razón cuando escribió: “No hay armadura contra el destino.”
Considérelo. ¿No haría eso del destino el dictador más inexorable de todos? ¿No promovería semejante punto de vista fatalista un estado de desánimo en los que creen en el destino, y no los despojaría de su iniciativa en la vida?
Está claro que si realmente existe este “dictador Destino,” tiene que ser terriblemente severo e injusto. Reparte a ciegas la cantidad de días que le toca a cada persona sin dar la menor consideración al deseo de vivir de la persona o a los esfuerzos que ésta haga por cuidar de su vida. Exige de todos la capitulación completa.
Si tal creencia fuera cierta, ¿por qué debería uno conducir su auto con cuidado? ¿Por qué dejar de fumar, de beber en exceso, de abusar de las drogas? ¿Por qué darse la molestia de consultar a un médico o someterse a una operación? ¿Por qué aprender a nadar? ¿Por qué... si sus días ya están contados y si se ha fijado de antemano lo que causará la muerte?
¿Predestina Dios la vida de usted?
Algunas personas creen en la predestinación divina. Creen que Dios preconoce todo lo que va a sucederles. Por lo tanto, razonan que todo suceso está predestinado, porque lo que Dios preconoce no puede menos que cumplirse. Sin embargo, ¿no viene a ser esto realmente lo mismo que reemplazar el destino con Dios? ¿No llevaría esta creencia a las mismas consecuencias absurdas a las que lleva la creencia en el destino?
La Palabra de Dios, la Biblia, no enseña tal punto de vista fatalista. En vez de eso, claramente sostiene la regla razonable y fundamental de causa y efecto, puesto que declara: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará.”—Gálatas 6:7.
Además, la Biblia se atiene estrictamente a la realidad cuando explica lo que está detrás de muchas cosas misteriosas que de vez en cuando ocurren a la gente. Muestra que hay dos factores principales que tienen que ver con ello, a saber, “el tiempo y el suceso imprevisto.” (Eclesiastés 9:11) Aplique esto a lo que le pasó a Linda Morgan aquella noche a bordo del Andrea Doria y entenderá por qué aconteció.
¿Quién, pues, rige la vida de usted?
Dios extiende a todo el mundo la libertad de escoger. Por medio de Moisés, Dios dio la siguiente amonestación al pueblo de Israel: “He puesto delante de ti la vida y la muerte . . . y tienes que escoger la vida a fin de que te mantengas vivo, tú y tu prole, amando a Jehová tu Dios, escuchando su voz y adhiriéndote a él.”—Deuteronomio 30:19, 20.
En una ocasión alguien preguntó al Hijo de Dios, Jesucristo, cuántas personas se salvarían. En contraste con la enseñanza del destino, o del hado, que puede hacer que uno manifieste indiferencia, Jesús dijo a sus oyentes: “Esfuércense vigorosamente por entrar por la puerta angosta.” En otras palabras, la puerta a la salvación está abierta; Dios no condena de antemano a nadie, pero se exige esfuerzo vigoroso de parte de uno mismo para disciplinarse y ajustar su vida a fin de poder entrar por esa puerta.—Lucas 13:24.
Mediante Su espíritu santo, Dios inspiró al apóstol Pedro para que dijera a las personas lo que ellas mismas debían hacer para estar en vías de recibir la salvación. Pedro dijo: “Todo el que invoque el nombre de Jehová será salvo.” Entre las cosas más importantes que se requieren como condición previa a la salvación está la de volverse al Dios verdadero, cuyo nombre es Jehová, orarle y adorarlo.—Hechos 2:21.
Por último, al fin de la Biblia usted puede leer cómo Dios, por medio de su espíritu, extiende esta magnífica invitación a todo el mundo: “Cualquiera que desee tome del agua de vida gratis.”—Revelación 22:17.
¿Cómo describen a Dios estas citas bíblicas? No como un dictador inexorable que rija la vida de usted por medio de la predestinación, sino como Dios misericordioso, justo y amoroso que le proporciona a usted una oportunidad amplia e imparcial y la libertad para escoger, y que lo anima a hacer lo correcto para que consiga salvación y vida eterna. El jamás haría eso si supiera que usted ya está predestinado a vivir y morir de cierto modo.
No, el destino no rige la vida de usted. Tampoco la rige la predestinación decretada divinamente. La vida de usted está en las propias manos de usted. El resultado final de ella depende de lo que usted desee y escoja. ¿Qué desea usted, y qué habrá de escoger?