Vislumbres de los ifugaos
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en las Filipinas
POR mucho tiempo los inmensos arrozales en terraza de Banaue, en la majestuosa cordillera que queda a 400 kilómetros al norte de Manila, han sido la atracción principal para los que visitan las Filipinas. Aquí, en el transcurso de miles de años, el pueblo ifugao ha esculpido una serie de arrozales espectaculares en forma de terrazas escalonadas en las empinadas laderas de las montañas. Se ha dicho que si todos los campos angostos se estiraran de punta a punta, llegarían a abarcar la mitad del globo.
Casi todos los turistas vienen a Banaue solo para ver las terrazas monumentales. Pero Edita y Priscilla han escogido vivir y trabajar entre los ifugaos. Como resultado de esto, han disfrutado de una experiencia íntima y remuneradora que pocas personas han conocido. Acompáñenos y juntos compartamos la experiencia de ellas.
Las primeras impresiones
El idioma de los ifugaos resultó ser nuestro primer desafío. La pronunciación varía dentro de una corta distancia, aun de aldea en aldea. Pero, gracias a la ayuda del diccionario sencillo que amablemente nos dio prestado la madre del alcalde y nuestra persistente práctica, pronto vencimos el obstáculo.
Aquí en las montañas donde las temperaturas son frescas, el caminar es un modo de vida. Pero el ir a lo largo de los senderos angostos a la orilla de los arrozales en terraza es una experiencia única. Si usted tropieza y cae, puede escoger entre caer en el arrozal lodoso que queda a un lado o caer seis metros o más hacia abajo hasta llegar a la próxima terraza al otro lado. Pero cobre valor, pronto se acostumbrará a esto.
La aldea —cuando usted finalmente llega a una— no es más que una agrupación de casuchas construidas sobre estacas o pilotes que tienen 1,2 ó 1,5 metros de altura. Hacia la parte superior de cada pilote y debajo de la casa misma hay un disco grande de madera. Se nos dice que éstos sirven para impedir que ratas se trepen a la casa. La casa, que no tiene ventanas, solo tiene una habitación y una puerta. Para llegar a la habitación se utiliza una escalera que de noche se recoge. El techo alto hecho de paja y en forma de pirámide provee espacio para almacenar arroz.
Ritos del pueblo
Algunas costumbres de los ifugaos parecen verdaderamente extrañas a nosotros que somos extranjeros. Por ejemplo, en algunos lugares remotos no entierran a los muertos. Envuelven el cadáver y lo cuelgan para que quede goteando durante el plazo de su descomposición. Entonces envuelven los esqueletos en frazadas tejidas designadas para los muertos y los guardan debajo de los aleros de las casuchas.
Los ifugaos celebran fiestas rituales detalladas, que llaman “cañao,” para apaciguar a los antepasados muertos y consolar a los herederos. Un sacerdote ofrece conjuros y ruega a los difuntos que no se lleven a los enfermos. Ofrecen sacrificios animales, pues creen que los antepasados aceptarán éstos como almas suplentes. A veces introducen en sus ceremonias historias bíblicas que han oído. Por ejemplo, cuando están ofreciendo sus sacrificios animales, cuentan el relato de la ofrenda de Abel.
Parece que los bailes alrededor del sacrificio y los olores de vino de arroz y de la carne de pato y pollo que tienen hirviendo siempre logran disipar el pesar de los desconsolados parientes. Por lo general, todo termina bien... con la excepción de la resaca.
Amabilidad natural
Hallamos que los ifugaos son un pueblo extremadamente inteligente y amable. Mientras caminamos a lo largo de los senderos angostos que hay al lado de los campos, las mujeres que están agachadas sembrando arroz suelen levantarse y saludarnos. Las personas nos dicen que se alegran de que hayamos venido a visitarlas. Cuando finalmente llegamos a la aldea, se nos da la bienvenida por medio de ofrecernos vino de arroz en una taza comunal... símbolo de amistad. A medida que hablamos a los habitantes de la aldea, descubrimos que muchos han viajado y saben algo acerca del modo de vida moderno.
Los ifugaos aceptan con entusiasmo nuestra invitación a estudiar la Biblia con ellos. Uno de ellos deja su trabajo a un lado y llama a sus empleados para que consideremos la Biblia en grupo. Cierta señora nos dice que sus antepasados la han visitado. ¿Cómo lo sabe ella? Bueno, su olla de arroz se movió de golpe y una pequeña porción del arroz se dañó. Eso, para ella, constituía la prueba. Demostramos con la Biblia que los muertos vuelven al polvo. Están inconscientes. Satanás es el que está llevando a cabo este engaño. ¿No le dijo él a Eva que ella no moriría? Pero, cuando nuestros primeros padres sí murieron, él tuvo que hacer algo para no quedar mal. Así, Satanás es el que originó la idea de que algo invisible dentro del cuerpo sigue viviendo después de la muerte.—Génesis 2:7; 3:4, 5.
Otra señora que es hábil en tejer las faldas, bolsas y frazadas tradicionales, pregunta: “¿Por qué enfermamos después de pasar por las tumbas de nuestros parientes?” Razonamos con ella: “Sus parientes la amaban a usted cuando ellos estaban vivos. Cuando usted enfermaba, oraban por usted y conseguían medicina o hierbas para que usted se sanara. ¿Qué le hace creer que ellos ahora quisieran enfermarla? Entonces le mostramos con la Biblia lo que es la verdadera condición de los muertos.—Eclesiastés 9:4-10.
Mientras nos sentamos a comer, una indígena nos pregunta lo que la Biblia dice acerca de masticar la areca o nuez de betel. Este hábito hace que se ennegrezcan los dientes y daña las encías y es un hábito del cual es muy difícil librarse. Le preguntamos si ella le daría a un viajero sediento algo de beber de una taza sucia. Todos fruncen la nariz en seña de repugnancia. Por supuesto, la taza debería estar limpia. Bueno, explicamos, nosotros somos como tazas que Jehová puede utilizar para dar aguas de verdad a personas que están espiritualmente sedientas. Por lo tanto, debemos estar limpios y no contaminados con la nuez de betel, nicotina ni drogas. Todos comprenden el punto fácilmente. “¿Pueden ustedes imaginarse a Cristo Jesús masticando nueces de betel?” preguntamos. Todos se ríen.
Para ahora nos sentimos como parte de la comunidad ifugao. Las personas de la localidad empiezan a llamarnos anakko, que significa “hija mía,” y nos sentimos alegres de que se nos considere como parte de la familia. A medida que observamos a personas de esta raza inteligente y antigua hacer cambios gradualmente en su modo de pensar y dejar a sus dioses ancestrales para servir al Dios verdadero, Jehová, llegamos a tenerles mucho cariño.
Verdaderamente, ha sido un privilegio singular para nosotros llegar a conocer a los ifugaos, y nos alegramos de que usted nos haya acompañado.