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¡Despertad! 1983
g83 8/5 págs. 9-12

Frustrado... ¿adónde podía acudir?

Según se relató al corresponsal de “¡Despertad!” en el Japón

¡EMBARGADO por la emoción y con un nudo en la garganta aplaudí con entusiasmo! ¿A qué? Acababa de ver la película Chonrima. Era una película revolucionaria que presentaba gráficamente la lucha de los obreros coreanos contra los que se calificaba de estadounidenses imperialistas, y otras personas, que los trataban como si fueran vacas y caballos; y finalmente, la victoria de los primeros sobre estos últimos. Por fin había hallado algo a lo que podía dedicar mi vida... la causa del socialismo, junto con libertad, igualdad y paz como meta. Pero ¿puso esto fin a la frustración que sentía?

Crecí con un sentimiento de frustración

¿Por qué me sentía frustrado? Este sentimiento comenzó con las experiencias que tuve durante mi niñez. Nací en la prefectura de Nagano, Japón, que se conoce como la Suiza del Oriente debido a su hermoso ambiente natural. A pesar de los encantadores alrededores naturales, la vida de nuestra familia era bastante triste e insatisfecha. Tanto mi padre como mi madre estaban enfermos, y se gastaba en atención médica casi todo el dinero que se ganaba. Poco antes de matricularme en la escuela, mi madre murió a causa de su enfermedad.

En aquellos días la opinión pública era que los niños sin padres eran propensos a convertirse en delincuentes. De modo que cada vez que surgía algún problema, se me recordaba que los “niños sin padres no son buenos”. Me enojaba y me frustraba aquella frialdad de la comunidad.

Después que ingresé en la escuela secundaria, murió mi padre. Fue entonces cuando sentí de lleno aquella frialdad hacia los huérfanos. La solicitud que llené para trabajar en cierta compañía fue rechazada, solo porque era huérfano. ¡Oh, cuánto anhelaba una vida libre de discriminación! Finalmente me mudé a Tokio y empecé a trabajar en una imprenta.

Cierto día un compañero de trabajo me preguntó si quería ir a una reunión a la que solamente asistirían jóvenes. Acepté, ¡y vaya sorpresa! Todos los jóvenes y las jóvenes me dieron una cordial bienvenida y fueron muy bondadosos. La agrupación se llamaba Liga Juvenil Democrática, organismo subordinado al Partido Comunista del Japón y cuyo propósito era reclutar miembros en perspectiva para el partido.

Todos cantaron juntos las ‘Canciones del Trabajo’ y disfrutaron de bailes folklóricos, después de lo cual se dividieron en grupitos, donde se desarrollaron discusiones acaloradas sobre temas como “El lugar del obrero en el futuro” y “Un Estado justo y pacífico”.

Cierto día, después de una de esas discusiones, un joven se me acercó y me preguntó: “Para establecer un estilo de vida tranquilo, ¿no sería necesario en primer lugar eliminar las diferencias entre la clase capitalista y la clase obrera?”. Eso me tocó las fibras del corazón. Le pregunté impacientemente: “¿Cómo crees que se pueden eliminar las diferencias entre las clases?”. Al instante me contestó: “Las revoluciones, como las de Rusia, China y Corea, son necesarias. Pero aquí en el Japón es imposible tener una revolución armada, así que la única solución es una revolución ideológica”. Fue en aquellos días cuando fui a ver la película Chonrima, después de lo cual me decidí.

Me uní al Partido Comunista

En 1960 me afilié al Partido Comunista, convencido de que la única manera de escapar de una vida de frustración era por medio de establecer un estado socialista. Organicé en varias empresas sindicatos en pro de los obreros que estaban sufriendo debido a los salarios bajos y las duras condiciones de trabajo. Además, llegué a estar activo en varios movimientos políticos y sus respectivas luchas. Por ejemplo, me uní a ciertos grupos que hicieron manifestaciones enérgicas frente a bases militares estadounidenses contra la entrada de un submarino nuclear en Yokosuka. También participamos en marchas de protesta contra el tratado de seguridad entre el Japón y los Estados Unidos.

En julio de 1963 volví a la prefectura de Nagano debido a un problema de salud, pero me mantuve activo en el Partido Comunista. En abril de 1966 me casé, pero mi esposa no tenía absolutamente nada que ver con el comunismo.

Mientras dirigía varias actividades del Partido Comunista, me di cuenta de algunas contradicciones entre lo que debería ser el partido y lo que en realidad era. Había que obedecer sin reservas las órdenes de las oficinas centrales del partido. Se tenían discusiones enérgicas, pero la organización no obraba en armonía con el intercambio de opiniones, y en la mayoría de los casos se echaban por tierra las ideas constructivas. Nuestras consideraciones acerca de la libertad y la paz eran meramente palabras. La simple sujeción forzada me hizo recordar de nuevo la coacción que había experimentado durante mi niñez.

Empecé a preguntarme: ‘Según están las cosas ahora, ¿pudiera establecerse en realidad el estado socialista que deseo?’. Esta pregunta permaneció sin recibir respuesta, y las dudas reemplazaron la absoluta confianza que tenía en el partido. Sin embargo, no tenía nada más en lo cual cifrar mi esperanza. El anterior sentimiento de desesperanza comenzó a crecer, y disminuyó el entusiasmo tocante a mi actividad. Una vez más se apoderó de mí el sentimiento de frustración.

Se presenta una esperanza

En un día verdaderamente frío de enero de 1969 sucedió algo. Mientras mi esposa y yo tejíamos a máquina en nuestra casa, una joven de apenas 20 años de edad, testigo de Jehová, tocó a la puerta. Mi esposa la invitó a pasar para que se calentara. Nunca imaginé lo profundamente que iba a influir en mi derrotero en la vida esa acción de mi esposa. Aquella joven testigo de Jehová habló de Dios y del gobierno de Dios, basándose en los Sl 37 versículos 10 y 11 del Salmo 37: “Solo un poco más de tiempo, y el inicuo ya no será; [...] pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz”.

No obstante, esas palabras no me impresionaron. Yo concordaba con la opinión de Karl Marx: “La religión es el opio del pueblo”. Por lo tanto, no me interesaba nada que estuviera relacionado con Dios. Sin embargo, mi esposa mostró interés y expresó el deseo de que la joven volviera a visitarnos. De hecho, yo pensé: ‘¡Qué lástima que esta joven esté sacrificando su vida por creer en un Dios que no existe!’. Me pareció que debía ayudarla a renunciar a su tonto modo de pensar. Por eso, con ese motivo totalmente diferente, concordé con mi esposa en que la joven nos volviera a visitar.

Durante la siguiente visita de ella usamos el folleto “¡Mira! Estoy haciendo nuevas todas las cosas” y comenzamos una consideración sobre lo siguiente: ¿Qué es verdadera paz? y ¿Por qué le es imposible al hombre establecer un país pacífico? La joven siguió visitándonos. En cierta ocasión la Testigo consideró el tema de la imperfección del hombre, y dijo: “Debido a que el hombre es imperfecto, no puede gobernar por sí solo con justicia y paz”. Citó lo que dice Jeremías 10:23. Recuerdo la ira que sentí cuando la critiqué fuertemente, diciéndole: “¿Así que le achacan a la imperfección cualquier problema difícil?... ¡qué cobardía!” Sin embargo, yo no podía darle ningún ejemplo de alguien que hubiera sido perfecto.

A medida que el estudio progresaba, la Testigo usaba siempre la Biblia para contestar nuestras preguntas. También usaba diagramas y dibujos para explicarnos bondadosamente los puntos que se estaban considerando. En mi mente podía entender lo que ella decía y lo que estaba escrito en las publicaciones. En mi corazón lo rechazaba porque la palabra “Dios” todavía me hacía tropezar. Aparte de las cosas relacionadas con Dios, podía concordar bastante con lo que estaba escrito en la Biblia, así que proseguí las consideraciones.

Dejé el partido

Veía que en el Partido Comunista sólo se estaba desarrollando una teoría idealista, pues decían: “La humanidad debería ser de este modo”; o: “La paz debería ser de aquel otro modo”, pero no podía ver ningún enfoque concreto o realista para lograrlo.

También me desilusioné con el Partido Comunista porque parecía que solo repetían como un loro la doctrina marxista-leninista y promovían un modo de vida en el que sólo se sueña con un estado socialista. De modo que presenté mi renuncia al partido.

Inmediatamente tres miembros de las oficinas centrales del partido vinieron para celebrar varias sesiones de “recapitulación”, que duraron toda la noche. No se me infligió ningún castigo corporal, pero después de tres noches me censuraron severamente por ser oportunista. El dejar el partido me produjo angustia mental, pero los funcionarios del partido se dieron cuenta de que estaba firmemente resuelto a dejar el partido y desistieron de intentar disuadirme de que lo hiciera. Aunque me pude separar del Partido Comunista en 1969, la ideología socialista siguió controlando mi modo de pensar. Así que durante las consideraciones bíblicas seguía preguntándome a mí mismo: “¿No es esto, también, solo una ilusión? ¿No depende la existencia de Dios de si queremos creer en ello o no?”.

Esas preguntas impedían que entendiera si realmente existía Dios o no. Mientras estudiaba el folleto “¡Mira!” y el libro La verdad que lleva a vida eternaa no podía menos que pensar que era irrazonable refutar aquellas enseñanzas.

Entonces, en cierta ocasión en que estaba leyendo la Biblia, detuve la vista en un versículo que dice: “El sol también ha salido fulguroso, y el sol se ha puesto, y está viniendo jadeante a su lugar de donde va a salir fulguroso. El viento [...] de continuo está yendo en forma de círculo, y sin demora está volviendo el viento a sus movimientos circulares. Todos los torrentes invernales están saliendo para el mar, no obstante el mar mismo no está lleno” (Eclesiastés 1:5-7). Mientras meditaba en estas palabras, reconocí humildemente que la Biblia no es sencillamente un libro religioso, ¡sino que también es científico! Esto me convenció de que la Biblia es veraz, y que la paz se alcanzará de la manera que dice la Biblia.

Con el tiempo leí otro libro, ¿Llegó a existir el hombre por evolución, o por creación?b, y al hacerlo me llevé otra sorpresa. Aprendí que si examinamos el cuerpo humano y la minuciosidad estructural con que está hecho, además de los aspectos misteriosos del nacimiento, es pura ignorancia decir que esto sucedió por casualidad. Particularmente en el capítulo 7 de ese libro, “La herencia mantiene separados los géneros de familia”, aprendí acerca de la sustancia científica ADN (ácido desoxirribonucleico) y me di cuenta de que se requirió un poder creativo. Pude relacionar esto con Dios; y lo que hasta ahora había sido algo indefinido, estaba realmente muy cerca y era muy real, ¡pues ahora podía creer en la existencia de Dios (Romanos 1:20; Hebreos 3:4)! Comprendí que la única esperanza verdadera de paz no se encontraba ni en el comunismo ni en el socialismo, sino que provenía de Dios mediante su Reino.

Entonces se me presentó otro tipo de problema. Comencé a trabajar en las montañas cuidando de una posada. Esta quedaba más o menos a hora y media de donde vivía anteriormente. Me pareció que sería demasiado pedirle a la persona que conducía el estudio bíblico en casa que viajara tan lejos, así que le sugerí a mi esposa que dejáramos de estudiar.

Me hice cristiano

No obstante, un superintendente viajante que visitaba la congregación sugirió que la congregación hiciera esfuerzos por ayudarnos. De modo que un hermano que tenía automóvil hizo arreglos para llevar a donde estábamos al conductor del estudio bíblico todas las semanas, y seguimos estudiando. Este acto de bondad nos ayudó a darnos cuenta de lo importante que verdaderamente era lo que estábamos estudiando. En las reuniones, a las cuales asistíamos, no solo se nos daba la bienvenida, sino que podíamos ver una demostración de cómo se pueden mantener relaciones pacíficas. (Mateo 5:9.)

Ahora teníamos el vivo deseo de mostrar nuestro aprecio por todo lo que Jehová había hecho por nosotros, y por lo que haría en el futuro. Queríamos bautizarnos tan pronto como fuera posible para simbolizar nuestra dedicación a Jehová Dios. Nuestro bautismo tuvo lugar el 27 de mayo de 1970.

Para muchos de mis ex compañeros ha sido una conmoción el que yo dejara de ser miembro del Partido Comunista para convertirme en testigo cristiano de Jehová. Para mí, también, el cambio ha sido nada menos que un milagro. Cuando medito en mi pasado, recuerdo que se me obligó de niño a crecer sin sentir lo que era amor de familia. Ahora tengo una familia cristiana muy grande que me ama muchísimo (Mateo 12:48-50). En una ocasión viví días amargos e insatisfechos, caracterizados por el prejuicio. Ahora he hallado verdadera paz y una vida espiritualmente satisfaciente, repleta de mucho gozo. He podido ir en busca de una esperanza fidedigna, hallarla y quedar convencido de que ésta sobrepasa las facultades del hombre y sus limitaciones para satisfacer sus propias necesidades. He experimentado felicidad y rebosado de alegría. Sí, al recurrir a Jehová Dios, he dejado atrás la frustración.

[Notas a pie de página]

a Ambos son publicados por la Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

b Publicado por la Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

[Comentario en la página 10]

Empecé a preguntarme: ‘¿Pudiera establecerse en realidad el estado socialista que deseo?’

[Comentario en la página 11]

Concordaba con la opinión de Karl Marx: “La religión es el opio del pueblo”

[Comentario en la página 12]

Mientras meditaba en estas palabras, reconocí humildemente que la Biblia no es sencillamente un libro religioso, ¡sino que también es científico!

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