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  • Lo que cuenta una madre
  • ¡Despertad! 1983
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¡Despertad! 1983
g83 8/8 págs. 11-13

Lo que cuenta una madre

TENÍAMOS veintitantos años de edad y estábamos a punto de convertirnos en padres. ¡Oh, cuánto deseábamos aquel hijo! Yo había seguido cuidadosamente mi dieta, había recibido buen cuido en preparación para el alumbramiento, y había hecho todo lo que podía para asegurarme de tener un bebé normal y saludable.

Cuando comenzaron los dolores del parto, partimos con entusiasmo hacia el hospital. Pero ¡cuánto tuvimos que esperar! Después de más de 24 horas, el médico, temiendo que la criatura manifestara señales de tensión, dio órdenes de provocar el parto mediante el uso de drogas.

Desperté varias horas después y supe que teníamos una niña. Cuando vimos a Jessica por primera vez, ¡cuánto nos emocionamos! Notamos, sin embargo, que parecía demasiado roja... diferente de los demás bebés recién nacidos. El médico nos aseguró que era normal y estaba bien de salud; aquello era una condición temporal, causada por la dificultad que había habido durante el alumbramiento.

Los primeros tres meses del cuido de cualquier bebé pueden ser sumamente agotadores. Pero parecía que Jessica siempre gritaba por largos períodos. El médico no dio más consideración al asunto, y dijo: “Ya le pasará con el tiempo”. Cuando tenía unos seis meses de edad, Jessica comenzó a gatear. Parecía que estaba llena de energía, y rápidamente pasaba de hacer una cosa a hacer otra. Todo el que la observaba decía: “Mirarla me da dolor de cabeza”.

Las cosas empeoraron a medida que se fue acercando el tiempo en que Jessica había de cumplir dos años de edad. Siempre estaba cayéndose y golpeándose. Lloraba por cualquier cosa y, a menudo, sin razón patente. La hora de la comida era generalmente una escena lastimera. Lo peor de todo eran las rabietas que le daban. “¿Por qué? nos preguntábamos— ¿fue solo porque le dijimos: ‘No puedes comerte otra galletita’?”

Desde el punto de vista humorístico, su comportamiento sí tenía sus aspectos graciosos. ¡Pues, en cierta ocasión se metió en la vitrina de una tienda por departamentos, desvistió el maniquí y estuvo a punto de llevárselo! ‘Pero ¿cómo se le ocurren esas cosas?’, nos preguntábamos.

También había desastres en casa, tremendos revoltijos constantemente. Aquello me estaba desgastando. ¿Cómo podía ir al mismo paso que la niña, que solo tenía dos años de edad, pero que no se dormía antes de la medianoche, y despertaba al amanecer? Hasta los que la observaban decían: “¡Esa niña es un fuego!”. Tratábamos de ser firmes, pero ¿por qué no había nada que surtiera efecto?

¿Era hiperactiva?

Para aquel tiempo vino a visitarnos una amiga que, al ver nuestra situación difícil, nos dijo que su hijo era hiperactivo y nos preguntó si alguna vez habíamos pensado en visitar a un médico que se especializara en tratar casos de hiperactividad. Estaba convencida de que su hijo había recibido ayuda, y nos instó a que hiciéramos algo.

¿Era hiperactiva nuestra hija?, nos preguntamos. No queríamos llegar precipitadamente a una conclusión errónea. Pero después de una consulta prolongada con el médico, y de haber estado Jessica bajo observación por algún tiempo, se diagnosticó que, efectivamente, era hiperactiva. El médico recomendó que elimináramos de su régimen el azúcar y que le diéramos a tomar ciertas vitaminas; sugirió que la falta de varias sustancias nutritivas en el cuerpo de ella estaba causando un desequilibrio químico, lo cual producía hiperactividad.

Al reflexionar sobre el asunto, hacía tiempo que veníamos observando que, después de comer ciertos alimentos, especialmente alimentos de poco valor nutritivo, Jessica parecía sobrecargarse de actividad. Ahora creíamos que por fin teníamos algo con lo cual trabajar. Comenzamos a llevar un registro de los alimentos que consumía y de cómo se comportaba. No parecía que pudiera echarse toda la culpa al azúcar; aparentemente ciertos alimentos que contenían azúcar no le hacían daño.

Poco después dimos con un artículo de periódico que hablaba acerca de un especialista en alergias, y del libro que éste había publicado poco tiempo antes sobre cómo se había vinculado la hiperactividad con la coloración y los sabores artificiales que se añaden a los alimentos. Aquello parecía información más específica, pensamos. Después de leer el libro, quedamos con la impresión de que la información tenía mucho sentido. ¿Pudiera ser éste el problema de Jessica?

Evidentemente nuestras sospechas resultaron correctas. El eliminar de su régimen todos los sabores y colores artificiales produjo resultados dramáticos. Jessica se aquietó muchísimo. Parecía como si hubiera tenido un motor demasiado acelerado, y ahora se hubiera reducido a lo normal la aceleración del motor.

Pensábamos que sería bastante fácil eliminar los colores y sabores artificiales... ¡hasta que comenzamos a leer las etiquetas de los productos alimenticios! ¡Esos aditivos están dondequiera! Sume a eso el comer en restaurantes y en casa de amigos... no es tarea fácil. No obstante, había ocasiones en que Jessica comía algún producto que contenía una sustancia artificial y no le ocurría nada. Por lo tanto, no era alérgica a todo colorante y sabor artificial.

Problemas en la escuela

Siguió pasando el tiempo. Cuando Jessica tenía cuatro años y medio de edad, nació su hermano Christopher. Pensamos que finalmente nuestra vida se normalizaría. La gente había notado el cambio en el comportamiento de Jessica. Por primera vez veíamos que se manifestaba su verdadera personalidad.

Ahora estaba saliendo a la superficie un nuevo aspecto. Ya sabíamos que Jessica era muy torpe, pues se caía a menudo y acostumbraba derramar las cosas; siempre estaba llena de rasguños y magulladuras. Pero pronto empezaría a ir a la escuela. Aquello nos preocupaba. ¿Por qué se le hacía tan difícil, a la edad de cinco años, sujetar una barrita de color para colorear un papel? ¿Se le haría difícil aprender?

Comenzaron las clases en la escuela. Jessica, entusiasmada y feliz, estaba muy deseosa de aprender. Y así empezó el colorear, el empastar y el cortar, actividades que corresponden a la escuela de párvulos. Pero pronto se notó que obviamente experimentaba dificultades en dominar aquellas destrezas.

Trabajamos muy detenidamente con ella en casa. Las horas que dedicábamos a ayudarle a hacer las tareas escolares eran a menudo penosas tanto para ella como para nosotros. A fines de aquel año nos pusimos a pensar: ¿Por qué se le hacía tan difícil dominar la escritura del alfabeto en letra de imprenta a una niña que en otros sentidos era brillante? Otras cosas también nos desconcertaban: ¿Por qué escribía siempre su nombre Jesscia? ¿Y por qué cambiaba frecuentemente la dirección de escritura de las letras, como la b por la d?

En primer grado Jessica progresó muy rápidamente en algunos campos. Parecía que se le hacía bastante fácil leer, pero era muy deficiente en las matemáticas y la ortografía. Parecía extraño que las calificaciones que obtenía fueran o excelentes o muy deficientes. “No lo entendí”, o: “No podía ver la pizarra”, solía explicar ella.

Prontamente la llevamos a someterse a pruebas visuales y auditivas, las cuales, para sorpresa nuestra, revelaron que sus sentidos de la vista y del oído estaban bien. La situación, no obstante, continuó empeorando. La niña experimentaba demasiados dolores de cabeza y de estómago con relación a la escuela, así como repetidos ataques de llanto en el salón de clases, y de nuevo cuando regresaba a casa.

Aun en casa nosotros empezamos a notar que teníamos una niña de casi siete años de edad a quien había que decirle una y otra vez que hiciera algo, como si no nos oyera. ¡Parecía tan distraída! Siempre se ponía al revés los zapatos y los vestidos. Los días de la semana no tenían ningún sentido para ella, y no sabía la diferencia entre ayer, hoy y mañana.

Los problemas escolares de Jessica empeoraron más cuando pasó a segundo grado. ¿Cómo era posible que un día conociera las palabras y que después, cuando le daban el examen de ortografía, invirtiera el orden de las letras, como bolo en vez de lobo? Lo mismo sucedía con las matemáticas. Conceptos sencillos como 2 2 4 tenían poco sentido para ella, o ninguno. La maestra se pasaba enviándome notas: “Deben ayudar a Jessica en casa”. ¡Ya no sabíamos qué hacer!

¿También incapacidad respecto a aprender?

Finalmente, en una de nuestras muchas visitas a la escuela, pedimos ver al especialista que trataba los casos de niños que tenían incapacidades con relación a aprender. Le dimos una descripción de Jessica y las dificultades que experimentaba al aprender. El especialista mandó que se le hiciera una evaluación sicológica. Esperamos nerviosamente los resultados.

Los resultados fueron concluyentes. En efecto, Jessica tenía incapacidades respecto a aprender. Tenía problemas de percepción visual y auditiva. Su memoria, tanto en el aspecto visual como en el auditivo, estaba muy por debajo del nivel promedio, y había problemas significativos con la coordinación muscular.

Fue doloroso afrontar aquellos hechos, pero los aceptamos. El sicólogo nos explicó lo que significaban aquellos hallazgos en el caso de Jessica. Con la ayuda debida, ella podría, mediante técnicas de enseñanza especiales, aprender las cosas que no había podido captar, y, con el tiempo, ponerse al nivel de los demás niños de su clase.

Aquello ciertamente nos comunicó alivio. ¡Ella en realidad había estado prestando atención siempre! No era culpa de ella que su cerebro estuviera interpretando mal las señales que recibía de los ojos y oídos. Por primera vez entendíamos en realidad a nuestra hija.

Ya han pasado varios años desde que se determinó que Jessica tenía incapacidades respecto a aprender. Lo único que lamentamos es que perdimos años valiosos mientras averiguábamos el origen de sus problemas. Además de la ayuda especial que se le da en la escuela, hemos descubierto que ha sido muy útil tenerle un maestro particular. Ha progresado más de lo que esperábamos. Ha recobrado su propio sentido de dignidad. En vez de ser una niña frustrada, rechazada, encaminada a tener graves problemas emocionales, ahora sabe que puede aprender. Se siente feliz con mucha más frecuencia, y el vínculo de amor que existe entre nosotros se ha estrechado.

En cuanto al futuro, nos damos cuenta de que a Jessica pudiera tomarle más tiempo que a otros niños el alcanzar la madurez de la edad adulta. Pero, después de haber determinado el problema y aprendido a trabajar con él, haremos todo lo que podamos para ayudarla a desarrollarse hasta la plenitud de su potencial.—Contribuido.

[Comentario en la página 12]

Hacía tiempo que veníamos observando que, después de comer ciertos alimentos de poco valor nutritivo, Jessica parecía sobrecargarse de actividad

[Comentario en la página 13]

¿Cómo era posible que un día conociera las palabras y que después, cuando le daban el examen de ortografía, invirtiera el orden de las letras, como bolo en vez de lobo?

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