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  • g83 22/9 págs. 15-17
  • ¿Quién tiene la culpa? ¿Rusia, o el turista?

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  • ¿Quién tiene la culpa? ¿Rusia, o el turista?
  • ¡Despertad! 1983
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  • Normas sobre las cámaras fotográficas en Rusia
  • Los museos... cómo entrar en ellos
  • ¿Qué hay en cuanto a ir de compras?
  • La barrera del idioma
  • Actividades ilegales
  • ¿Cuál es su veredicto?
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¡Despertad! 1983
g83 22/9 págs. 15-17

¿Quién tiene la culpa? ¿Rusia, o el turista?

“¡NUNCA volveré a visitar este país!”, dijo cierto hombre que estaba sentado a mi lado en un teatro de ópera de Leningrado, U.R.S.S. Acababa de relatar algunas experiencias irritantes que había tenido mientras visitaba la Unión Soviética, y culpaba a este país. En aquel entonces estuve de acuerdo con él, pues yo mismo había tenido algunas experiencias desagradables. Pero, en realidad, ¿quién tenía la culpa... el país, o el turista? Que el lector sea el juez.

Normas sobre las cámaras fotográficas en Rusia

Al viajar desde Finlandia, el primer pueblo soviético en que mis amigos y yo nos detuvimos fue Vyborg. Se suponía que fuéramos a la estación de ferrocarril para descansar o cambiar dinero en moneda local. Pero, puesto que ésta era mi primera oportunidad de ver a rusos típicos en su ambiente, no pude resistir la tentación de sacar unas cuantas fotografías de la gente que iba y venía por la acera.

Dos soldados caminaron hacia mí de entre la muchedumbre mientras tomaba la fotografía. Para cuando solté la cámara, estaban justamente enfrente de mí, mirando fijamente mi cámara fotográfica. Uno de ellos la señaló con el dedo e hizo unos ademanes bruscos y rápidos. Era obvio que querían que yo abriera la cámara, pero como no fueron específicos y no dijeron nada, los miré perplejo para desanimarlos. Simplemente repitieron los mismos ademanes, pero de manera más firme. Podía ver que estaban impacientándose, de manera que abrí mi cámara, pensando que todo lo que querían era exponer la película a la luz. Esperaba que por lo menos algunas de las fotografías que ya había tomado sobrevivieran aquella exposición. ¡Qué sorprendido quedé cuando se apoderaron de todo el rollo de película que había estado usando por los pasados dos días!

Mi primera reacción fue la de culpar al país por aquel incidente. Pero ¿quién tenía la culpa? Si yo hubiera investigado un poco el asunto antes de mi visita, me habría enterado de las regulaciones rusas sobre el sacar fotografías. Cuando se viaja al extranjero es bueno tener presente el hecho de que muchas naciones prohíben el que se saquen fotografías en ciertos lugares o circunstancias delicadas. Una guía turística sobre Rusia sencillamente declara: “no fotografíe nada que claramente sea ‘susceptible’... aeropuertos, fábricas, instalaciones militares o su personal, prisiones, empalmes o estaciones de ferrocarril, [...] etc.”. Y ‘no fotografíe a las personas sin haberles pedido permiso de antemano’. Y allí estaba yo, ¡sacando una fotografía de los soldados que estaban en la estación de ferrocarril! ¿A quién se debe culpar por aquella situación embarazosa... al país, o al turista? El leer un poco sobre las costumbres y regulaciones locales me hubiera ahorrado el disgusto. Pero había de recibir más sorpresas.

Los museos... cómo entrar en ellos

Habíamos llegado a Leningrado, que algunos llaman la Venecia del Norte. Nuestra visita al Palacio de Invierno me recordó que fue desde allí que gobernó el último zar. También fue allí donde el primer gobierno soviético (de la palabra rusa que significa “consejo”) estableció sus oficinas centrales. Fue una experiencia emocionante para mí estar parado en el mismísimo lugar donde tuvieron lugar algunos de los sucesos más importantes de la historia rusa. Justamente ante nuestros ojos estaba uno de los museos de arte más famosos del mundo, el Ermitage, donde se pueden ver pinturas sobresalientes de Leonardo de Vinci, El Greco, Tiziano, Rubens, Velázquez, Van Dyck, Rembrandt y otros pintores. Pero imagínese lo desilusionados que quedamos al saber que el Ermitage no figuraba en nuestra gira.

Lo mismo sucedió en el caso de la Catedral de Kazán, que está en la avenida Nevsky, la cual ahora es el Museo de la Historia de la Religión y el Ateísmo. Después de preguntar, nos enteramos de que podíamos tratar de visitar el museo por nuestra propia cuenta. Fuimos un día y hallamos a una multitud de gente que trataba de entrar. De vez en cuando las puertas abrían y se admitía solo a ciertas personas. Tratamos de decifrar el sistema, pero nos dimos por vencidos; finalmente entramos después de discutir un poco con el portero. ¿Quién tenía la culpa?

Recientemente, al conversar con un funcionario del gobierno soviético estacionado en Nueva York, descubrí que aunque los museos estén llenos durante ciertos días, todo lo que el extranjero tiene que hacer es mostrar su pasaporte al portero y éste lo dejará entrar sin que tenga que esperar en fila, y a veces se puede entrar gratis. Lamentablemente, cuando yo fui a Rusia no sabía esto y me costó caro el no estar preparado para mi viaje a un país diferente. Honradamente, no tengo alternativa sino la de culparme a mí mismo, el turista.

¿Qué hay en cuanto a ir de compras?

El error que muchos turistas cometen es esperar que en el extranjero haya las mismas circunstancias que en su país de procedencia. Esto nos sucedió cierto día, cuando decidimos salir a comprar víveres en la cercana avenida Nevsky. No resultó ser tan fácil como nos habíamos imaginado. Después de entrar en varias tiendas, todavía no podíamos entender el procedimiento a seguir para comprar algo. Tratamos por medio de hacer ademanes y señalar exactamente lo que queríamos, pero aquello no dio resultado. Finalmente, ¡después de haber pasado dos horas yendo a diferentes tiendas, pudimos conseguir un pan y un poco de queso!

Unos meses después leí en una guía turística acerca de cómo funciona el sistema de hacer compras en la U.R.S.S.: “Hallará que tiene que hacer fila tres veces... primero para escoger lo que desea comprar y conseguir un boleto, luego para pagar al cajero y para que le estampen el boleto, y finalmente para recoger su compra”. Sí, la información estaba disponible, pero me era poco útil leerla después de haber terminado mi viaje. El momento de familiarizarse con el país que uno va a visitar no es después de haberlo visitado ni durante la visita, sino antes de la visita.

La barrera del idioma

Es obvio que muchas de estas cosas nunca hubieran ocurrido si yo hubiera hablado el idioma. Por supuesto, no se espera que uno aprenda el idioma antes de visitar Rusia, ni ningún otro país. Pero si hay la oportunidad de hacerlo, ciertamente es provechoso aprender lo básico. Por lo menos se debe tener un librito de frases. Uno siempre puede señalar las palabras en éste al tratar de comunicarse con las personas de la localidad.

La barrera del idioma causó algunas de las frustraciones que experimenté en Rusia. Pero ¿por qué culpar al país por eso? Es provechoso comprender que muchos turistas que visitan el propio país de uno a veces experimentan las mismas frustraciones.

Actividades ilegales

Algunos turistas terminan por encontrarse en situaciones muy embarazosas debido a que participan premeditadamente en actividades ilegales solo para ganar algún dinero con facilidad. Esto demuestra falta de respeto para con los que han abierto la puerta de la hospitalidad de su país.

Más de una vez se nos acercaron personas para tratar de comprar algo de nuestra ropa o moneda. Recuerdo que una persona se acercó a mí y me preguntó: “¿No tiene nada que me pueda vender?”. No es de extrañar que las guías turísticas adviertan que no se tenga nada que ver con el mercado negro, sea que se trate de moneda, ropa, cámaras fotográficas o cualquier otra cosa.

Aunque muchas otras personas lo hicieron, nosotros, debido a ser testigos de Jehová, nunca cooperamos con el mercado negro ni participamos a sabiendas en ninguna otra actividad ilegal. (El incidente relacionado con la cámara se debió a nuestra ignorancia al respecto.) Como cristianos tenemos que mostrar respeto para con las autoridades locales. ‘Pagamos a Cesar lo que es de Cesar’ (Mateo 22:21). Si se tiene duda sobre algo, probablemente sería mejor seguir esta regla: Si usted no está seguro de que algo se permite, es mejor suponer que definitivamente está prohibido. Esta actitud sirve de protección cuando uno viaja, sea cual sea el país que uno visite.

¿Cuál es su veredicto?

De modo que, ahora, ¿cuál es su veredicto? ¿Quién tiene la culpa... Rusia, o el turista? Sin duda el turista, y no el país, debe cargar con la mayor parte de la culpa. Y probablemente esto es cierto en el caso de muchas otras personas que han visitado Rusia y otros países donde hay diferencias culturales y gubernamentales. El asunto es que muchos viajeros, aunque están bien preparados en otros respectos, quizás no estén preparados para visitar un país extranjero. Por eso, cuando esté preparándose para su próximo viaje al extranjero, pregúntese: ¿Cuánto sé acerca de la gente que conoceré, su idioma y sus costumbres? Quizás descubra que aunque su equipaje esté listo, puede que su mente no lo esté.

Pero quizás usted se pregunte: ¿Está realmente disponible toda esta información? Sí, ¡y en abundancia! Por ejemplo, si usted piensa viajar a la Unión Soviética, hallará que la Agencia de Viajes Turísticos, que pertenece al gobierno soviético y es operada por éste, tiene oficinas en la mayoría de los países y está dispuesta a ayudar de todo modo posible. En esta agencia usted puede conseguir información oficial respecto a las últimas reglamentaciones, al igual que cualquier otra información útil.

También en muchas librerías y bibliotecas abundan las guías turísticas de muchos países, las cuales están disponibles al público. ¿Por qué no lee una sobre el país que piensa visitar, antes de hacer el viaje? Le ayudará a disfrutar de sus vacaciones, evitar bochornos innecesarios ¡y regresar a su país sin que le hayan confiscado un valioso rollo de película!

De modo que la próxima vez que usted tenga una experiencia desagradable mientras esté de vacaciones en el extranjero, ¿a quién echará la culpa? ¿Al país, o a usted mismo?—Contribuido

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