Una epidemia de homosexuales
EN 1970 el Dr. Charles W. Socarides, del Colegio de Medicina Albert Einstein, de Nueva York, advirtió que la homosexualidad era una epidemia que estaba creciendo con mayor rapidez que las cuatro enfermedades principales.
Nueve años después, funcionarios encargados de las elecciones en San Francisco calcularon que casi 30 por 100 de los votantes de la ciudad eran homosexuales. Hay funcionarios electos que francamente admiten ser homosexuales. Hay clubes políticos, iglesias, sinagogas, y un servicio para concertar citas, todo ello para homosexuales.
Para 1982 los homosexuales estaban marchando por las calles y alegando que contaban con 25 por 100 de los votantes de Atlanta, Georgia, E.U.A. El Instituto de Investigaciones sobre lo Sexual calcula que 10 por 100 de la población de los Estados Unidos está compuesta de homosexuales. “Más que nunca antes hombres y mujeres homosexuales están dando a conocer que lo son y están viviendo abiertamente”, dice la revista Time. “Están colonizando zonas de ciudades grandes, reclamándolas como su propio territorio, están operando bares y hasta estableciendo iglesias en pueblos pequeños de tipo conservador, y están estableciendo una cadena nacional de organizaciones para ofrecer consejo y compañerismo a los homosexuales —que todavía constituyen la mayoría— que continúan ocultando su preferencia en cuanto a lo sexual.”
En un tiempo las autoridades de salud mental trataban la homosexualidad como una enfermedad. Pero ¿no había sostenido Freud mismo que el comportamiento homosexual “no podía calificarse de enfermedad”? En 1973 la Junta Administrativa de la Asociación Norteamericana de Siquiatría declaró que “la homosexualidad... en sí no es necesariamente un trastorno siquiátrico”.
Los cristianos del primer siglo no consideraban que la homosexualidad fuese normal, como lo son los ojos azules o la tez oscura. Consideraban que era cultivar “apetitos sexuales vergonzosos” cuando mujeres homosexuales ‘cambiaban el uso natural de sí mismas a uno que es contrario a la naturaleza’ y hombres homosexuales ‘obraban lo que es obsceno’ los unos con los otros. (Romanos 1:26, 27.)
Pero como en el caso de otros apetitos inmundos y deseos dañinos, las tendencias homosexuales se pueden controlar y hasta vencer; uno puede despojarse de ellas como parte de la vieja personalidad. En la congregación corintia había algunos que habían sido homosexuales, al igual que otros que habían sido ladrones, avarientos, practicantes de extorsión, borrachos, adúlteros e idólatras. Sin embargo todos ellos habían cambiado. Habían sido “lavados [...] santificados [...] declarados justos”. (1 Corintios 6:9-11; Colosenses 3:5-11.)