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  • g84 8/10 págs. 16-20
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  • “¡De seguro moriré!”
  • ¡Despertad! 1984
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¡Despertad! 1984
g84 8/10 págs. 16-20

“¡De seguro moriré!”

Un sobreviviente del tiroteo de la embajada iraní relata su historia

“¡SALGAN! ¡SALGAN!” El mandato abrupto de los hombres del SASa, cubiertos con capuchas negras, resonaba con urgencia por encima del ruido ensordecedor que procedía del edificio, el cual ardía intensamente. “¡Fuera! ¡Fuera!”, seguían gritando con insistencia, mientras nosotros dábamos pasos vacilantes a través del polvo y el humo de la habitación oscurecida que había sido nuestra prisión y tropezábamos con los escombros al bajar las escaleras para salvar nuestra vida. Ahogados por el olor acre de las granadas y las municiones disparadas, y con la cara bañada en lágrimas, se nos sacó por la puerta trasera de la embajada y se nos arrojó al jardín.

Recuerdo vivamente la histeria de aquel momento. Dando vueltas y más vueltas en el césped, el entusiasmo que sentía se entremezclaba con sollozos de alegría. “¡El cielo! ¡El cielo! ¡Puedo ver el cielo! ¡Gracias a Dios!”, clamé una y otra vez. A todos nos habían tenido como rehenes por seis días. La pesadilla había terminado, pero la tensión había hecho sus víctimas.

Sí, di gracias a Dios por el hecho de que yo todavía estaba vivo, pero ahora, más de cuatro años después, tengo hasta más razón para darle gracias. Permítame explicarle por qué.

¡Me toman como rehén!

Mi nombre es Ali Asghar Tabatabai. El nombre Tabatabai testifica al hecho de que soy considerado descendiente directo del profeta Mahoma, y en mi caso es a través de la línea tanto de mi padre como de mi madre.

En 1980 llegué a Londres, Inglaterra, como estudiante becado para tomar un curso en banca. El miércoles 30 de abril por la mañana, mientras corría para tomar el tren, comprendí que tenía por delante un día ocupado. De no haber tenido tanta prisa, y en vez de eso haber esperado unos cuantos minutos por el siguiente tren, me habría evitado las experiencias traumáticas que vendrían luego. ¡Pero no había manera de saber eso!

En primer lugar, hice una visita a la embajada iraní para recoger unos mapas que iba a usar en una conferencia que había de pronunciar en el banco. En cuanto me senté un momento a esperar por ellos oí un alboroto que provenía de la entrada de la embajada. Entonces seis pistoleros enmascarados entraron precipitadamente y nos ordenaron a todos que subiéramos al piso superior. En cuestión de unos minutos, 26 personas, incluso el policía que había estado de guardia, habían sido tomadas como rehenes. Todo había sucedido tan rápidamente que era increíble.

Nunca me había interesado activamente en la política, y mis convicciones religiosas, aunque las defendía con sinceridad, no eran profundas. Las cosas que me interesaban eran mi familia y mi empleo. El trabajo de banquero en Londres era agradable, y parecía que la vida estaba mejorando para mí mientras proseguía con mis estudios. Me daba poca cuenta de que pronto iba a ser puesto a prueba todo aquello de lo cual yo era partidario.

Mientras la policía rodeaba y acordonaba el edificio, nos enteramos de algo acerca de los hombres que nos mantenían cautivos. Ellos nos dijeron que habían tomado el poder en la embajada para hacer resaltar los problemas que había en su patria, y que nos matarían a todos para el mediodía del día siguiente si no se satisfacían las demandas que ellos iban a hacer.

Vivo con la muerte... pero ¿por qué?

Después que hubo pasado el primer día, se hizo patente que las autoridades policíacas estaban haciendo tiempo y que no iban a acceder fácilmente a las demandas de los pistoleros. La tensión aumentaba de modo alarmante. Mientras tanto, todos hacíamos un gran esfuerzo por no desanimarnos. Yo había recibido el apodo “Ali el Banco” y hacía cuanto podía para entretener a mis compañeros de cautiverio y así aliviar la tensión. A veces hacía efectivo cheques imaginarios o inventaba acertijos para que los rehenes dieran la respuesta. Esto nos ayudaba a pasar las horas, pero el tiempo todavía transcurría lentamente y no había realmente nada que pudiéramos hacer al respecto.

A medida que aumentaba la frustración de los pistoleros, se hacía cada vez más evidente que la vida de todos nosotros corría gran peligro. Ellos nos amenazaban constantemente y decían que nos matarían a todos; como estaban armados hasta los dientes, era patente que aquélla no era una amenaza vana. La tensión se hacía insoportable. Cada hora más o menos, uno de los cautivos prorrumpía en sollozos... aquello era espantosamente desalentador. Puesto que yo hablaba el inglés con soltura, a menudo pude servir de intermediario, y eso me distrajo de la situación. Pero un día abrí mi pasaporte y vi dentro las fotografías de mi querida esposa y mis queridos hijos. Yo también me eché a llorar. ¿Volvería a ver a mi familia? ¿Cómo haría frente mi esposa a la vida en un país extranjero? ¿Perdería mi hijito a su padre a tan tierna edad como yo había perdido el mío? Yo no tenía deseos de morir... ¡había tanto por lo cual vivir!

Cuando comencé a escribir mi testamento, traté de razonar con el líder de los pistoleros. “¿Qué ocurrirá si ustedes nos matan? —pregunté—. ¡Nuestros hijos van a matar a sus hijos porque ustedes nos han matado, y nosotros somos inocentes!” “Ésa es la ley de la selva”, fue su respuesta concisa. “Yo soy simplemente banquero —le dije—. No tengo nada que ver con la política y no quiero morir por razones políticas.” “¡Deje de rogar por su vida!”, respondió gritando uno de los diplomáticos que había entre los rehenes. “No estoy rogando —contesté—. Ustedes son diplomáticos. Reciben mucho dinero por trabajar en este país y arriesgarse. Yo no, y no quiero morir por algo en lo cual no creo.” Había logrado lo que quería.

Cuando está en graves problemas, la gente a veces llega a ser fervorosa con relación a la oración. Muchos de mis compañeros de cautiverio oraban con regularidad y en voz alta, y día y noche se oía repetidas veces el nombre Alá. Quizás deba explicar que Alá es la palabra árabe para “Dios”. En el persa, mi idioma vernáculo, usamos la palabra comparable “Khuddah” para “Dios”, el Creador. Oraba a Khuddah muchas veces, pero me parecía que mis oraciones serían inaceptables, pues no podía lavarme, como se me había enseñado que debía hacer antes de orar.

Mis pensamientos eran muy incoherentes. No podía entender por qué había permitido Khuddah que ocurrieran todas estas cosas terribles. Toda la vida me había esmerado. ¿Qué clase de Dios era él para permitir que los pistoleros me mataran, como estaba seguro de que lo harían? Sin embargo, tenía que reconocer que había llevado una vida de placer y solo había hecho lo que yo había querido. ¿Qué había hecho alguna vez por Khuddah? En realidad, ¿qué sabía acerca de él? Me preguntaba a mí mismo.

Fue en un momento como ése cuando prometí a Khuddah que si había alguna manera de escapar con vida, por el bien de mi familia, realmente me esforzaría por hallarlo y servirle por el resto de mi vida. Había hablado verdaderamente en serio.

“¡De seguro moriré!”

Los días eran interminables. Finalmente, a la desesperada, los pistoleros mataron a sangre fría al primer rehén y pusieron el cadáver en la entrada de la embajada. Era irónico que ése fuera el diplomático que me había dicho que dejara de rogar por mi vida. Los terroristas declararon en voz alta que si se seguían pasando por alto sus demandas, ¡matarían al resto de nosotros a intervalos de 45 minutos! Tan pronto como se dio a conocer eso, el SAS atacó... poco después de las siete de la noche del sexto día. Su rápida acción fue observada en las pantallas de televisión a través del mundo.

Dentro de la embajada se armó un tumulto. El rompimiento de ventanas, la explosión de aturdidoras granadas y el rápido disparo sucesivo de ametralladoras llenó el aire. Inmediatamente tres de los terroristas irrumpieron en la habitación donde nos tenían prisioneros y en un instante abrieron fuego indistintamente mientras estábamos acuclillados en el piso. En lo que pensé inmediatamente fue: ‘¡De seguro moriré!’.

Vi al pistolero volverse hacia mí. Él levantó su revólver y disparó. Yo no oí ni sentí nada, pero en cuestión de segundos mi ropa quedó cubierta de sangre. Agarré mi chaqueta en un intento lastimoso por escudarme. Él me disparó directamente dos veces más... no obstante, para mi asombro, no me mató. ¿Cómo podía ser?

Como ya relaté, fuimos rescatados después de un combate breve y brusco, y fuimos transportados rápidamente al hospital. Al ver el estado en que yo estaba, todos los médicos creyeron que estaba herido gravemente. Pero un reconocimiento minucioso reveló que no tenía nada... excepto una bala (aparentemente del segundo disparo) que inexplicablemente había quedado envuelta en mi camisa y solo me había producido una quemadura en la espalda. Entonces, ¿de dónde había venido toda aquella sangre? Más tarde me enteré de que al hacerse el primer disparo la sangre había brotado a chorros del rehén que yacía al lado mío. ¿Qué hay del tercer disparo? Cuando la policía regresó a la embajada, encontró lo que quedaba de mi chaqueta, y en uno de los bolsillos, una moneda de 50 peniques completamente abollada. Ésta me había salvado la vida. No es de extrañar que en los archivos de la policía se aluda a mí como el hombre misterioso. ¡Cómo podía alguien sobrevivir a tres disparos a quemarropa como lo había hecho yo! Pensé: “Gracias a Khuddah”, ¡naturalmente!

Cumplo mi promesa solemne

Regresé al seno de mi amorosa familia y decidimos quedarnos en Inglaterra. Pero constantemente volvía a vivir la pesadilla de mi dura prueba. La rehabilitación era sumamente difícil; no obstante, ¡cuán agradecido estaba de estar vivo! ¿Qué hay, pues, de mi promesa solemne a Khuddah? Yo sabía que tenía que hacer algo, pero ¿qué? No tenía la menor idea.

Sin que yo lo supiera, durante algunos meses mi esposa, Shirin, había aceptado con regularidad ejemplares de La Atalaya y ¡Despertad! (en inglés), pues ella hallaba que estas revistas eran una buena ayuda para ella aprender inglés. Más tarde, cuando un miembro de la congregación local de los testigos de Jehová vino de visita para verme, lo escuché cortésmente. Hallé interesantes las referencias que hizo a la Biblia y las comprobé en un ejemplar en persa. Pero cuando me dijo que Dios, Khuddah, tenía un nombre, ¡aquello fue algo diferente! Sí, yo tenía un nombre y estaba orgulloso de mi nombre, y ahora la Biblia me mostraba claramente que Khuddah tenía un nombre personal... ¡Jehová! En mis estudios bíblicos aprendí ávidamente cuanto pude acerca de Él.

¡Ahora podía comprenderlo! Khuddah no era simplemente un Dios ante quien uno debía inclinarse y a quien debía adorar a horas fijas del día, sino que era un individuo, un Dios que tenía las cualidades de una persona y un propósito amoroso para la humanidad. No era un Dios que simplemente exigiera adoración, sino alguien que se interesaba en nosotros individualmente... en mí y en mi familia, ¡personalmente! Ahora tenía el cuadro completo. ¡Serviría a Jehová gustosamente!

Desde entonces en adelante, las cosas progresaron rápidamente, y ahora mi esposa y yo somos testigos bautizados de Jehová. Al ser bien recibidos en la asociación mundial del pueblo de Jehová, la bondad y generosidad que se desplegó para con mi familia superó cuanto pudiera esperarse. Nuestros nuevos hermanos y hermanas espirituales no solo dieron de su tiempo al enseñarnos la verdad de la Palabra de Dios, sino que también nos proveyeron en abundancia para satisfacer nuestras necesidades materiales cuando nos pusimos a reedificar nuestra vida.

A medida que pasan los días, es cierto que los recuerdos se desvanecen. Pero todavía tengo vivamente grabado en la mente el terror del sitio de seis días. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que pronto sucesos trágicos como ésos serán para siempre cosas del pasado. Además, en el Nuevo Orden de justicia de Jehová, que ya está cerca, recuerdos tristes como ésos nunca tendrán que ‘ser recordados, ni subirán al corazón’ (Isaías 65:17). Por tales promesas grandiosas, mi familia y yo ahora damos las gracias a Jehová con gratitud, y lo alabamos.

[Nota a pie de página]

a Siglas en inglés del Regimiento de Servicio Especial Aéreo del ejército británico.

[Comentario en la página 20]

La bondad y generosidad que se desplegó para con mi familia superó cuanto pudiera esperarse

[Ilustración en la página 17]

Me eché a llorar cuando vi las fotografías de mi esposa y mis hijos

[Ilustración en la página 18]

A la desesperada, los pistoleros mataron a sangre fría al primer rehén

[Ilustración en la página 19]

Una moneda de 50 peniques como ésta me salvó la vida

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