¡Muerte al amanecer! Tragedia en México
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en México
“¡HA COMENZADO una guerra!” “¡Ha caído una bomba sobre nosotros!” Éstos fueron los gritos de angustia que se oyeron en un suburbio de la Ciudad de México durante el amanecer del 19 de noviembre de 1984. ¿Qué había ocurrido?
Cuatro enormes tanques que servían de depósitos, cada uno de los cuales contenía aproximadamente 1.600.000 litros (420.000 galones) de gas licuado, habían estallado. Lo mismo había ocurrido con otros 48 tanques más pequeños. La serie de explosiones transformó toda la zona en un lugar completamente destruido por el fuego. Diez días más tarde la cifra oficial de víctimas llegaba a 452 muertos de que se tiene conocimiento y unos 5.000 heridos, muchos de ellos en grave estado. Además de eso, habían desaparecido aproximadamente 1.500 personas.
Sí, la tragedia había azotado al amanecer en San Juanico, otro nombre para el suburbio de la Ciudad de México llamado San Juan Ixhuatepec. Dentro de una hora, a las 6.40 de la mañana, recibimos una llamada urgente de Víctor Vázquez, superintendente viajante. Él estaba sumamente preocupado por el bienestar de unos 150 de nuestros hermanos que vivían en la zona afectada por los estallidos.
Desde nuestra ubicación, a unos 25 kilómetros (15 mi) de distancia, vimos la inmensa nube en forma de hongo, parecida a la que se forma después de un estallido atómico. Hasta pudieron oírse las explosiones donde estábamos. Inmediatamente se hicieron arreglos para que dos de nosotros viajáramos a la zona con el fin de ver cómo estaban nuestros hermanos.
Ante el desastre
Isidro Rodríguez y su familia vivían a menos de cien metros (110 yardas) del lugar donde ocurrieron las explosiones. “Cuando ocurrieron las explosiones —dijo él—, sentimos como si nuestro hogar estuviera hundiéndose. Inmediatamente reuní a mi familia y huimos.”
“El incendio y el calor abrasador llenaron las calles —nos dijo Dalio Díaz—. Estaba afuera con mi cuñada, comprando leche, cuando sentimos el tremendo estallido, seguido de intenso calor. Me lancé detrás de un muro de ladrillos para protegerme, y solo se me quemó una de las manos. En cambio, a mi cuñada la alcanzó el incendio, y ella sufrió quemaduras por todo el cuerpo.”
“Al sentir las explosiones, corrí rápidamente a la calle —explicó Josué Calderón—. Me sentí como si fuera a incendiarme. El miedo que tenía aumentó cuando vi a un hombre quemándose vivo. La carne se le caía en pedazos y el pelo se le estaba quemando. Me puse a correr dando vueltas hasta que logré controlarme.
”Luego pude decir a mi esposa, quien todavía estaba dentro de la casa, que huyera con nuestras hijas. Ella metió a las niñas dentro de un automóvil que se detuvo para llevarlas, pero puesto que no había suficiente espacio para ella, tuvo que irse de otro modo.”
Josué sufrió quemaduras en el brazo derecho. Más tarde se enteró de que su esposa estaba ilesa y en el hogar de unos hermanos. Las niñas también estaban ilesas y a salvo en el hogar de otra familia.
Es difícil describir el pánico que hubo después de las explosiones. Las personas aterrorizadas corrían por todas partes y tropezaban unas con otras. Muchas murieron quemadas; otras murieron aplastadas cuando enormes pedazos de acero procedentes de los depósitos de gas que habían explotado fueron volando por el aire y cayeron encima del hogar de ellas. Uno de los pedazos hizo un hoyo de 50 centímetros (20 pulgadas) de profundidad al caer en una calle de concreto.
Ayuda procedente de muchas fuentes
El gobierno movilizó rápidamente las diferentes ramas de la policía y el ejército para rescatar a las víctimas y llevarlas rápidamente a refugios, donde pudieran recibir tratamiento y alimentación. Para evitar el hurto, se colocaron centinelas alrededor de la zona de hogares abandonados. A la gente con graves quemaduras se le llevó a hospitales cercanos.
Aquel lunes, las estaciones de radio y televisión estuvieron transmitiendo por todo el país las noticias del desastre. Alimento, ropa, medicamentos y dinero comenzaron a llegar en abundancia a la zona afectada. De hecho, otros países también enviaron ayuda. Así se proveyó protección y ayuda a los centenares de personas que quedaron severamente afectadas.
Muchas pudieron huir, incluso mientras caían pedazos de acero, madera y piedras. Algunas llegaron a la carretera México-Pachuca y de allí fueron recogidas en automóviles que pasaban. A otras las rescataron trabajadores gubernamentales, y se les llevó a refugios provisionales.
Demostración de amor
Los hermanos de zonas remotas se pusieron inmediatamente a trabajar, buscando y ayudando a sus hermanos que eran víctimas del desastre. Estos hermanos amorosos e interesados en el bienestar de otros ofrecieron hospitalariamente sus hogares y proveyeron alojamiento y ayuda de toda manera posible.
Cuando se descubrió que no se conocía el paradero de muchos hermanos, los ancianos de la zona organizaron una búsqueda sistemática de ellos. Poco a poco, el paradero desconocido de aquellos hermanos comenzó a salir a la luz. Cierta familia había viajado todo el trayecto hasta el estado de Veracruz, a 400 kilómetros (250 mi) de la zona del desastre. A otros se les había llevado a las salas de clase del Instituto Politécnico Nacional. De allí se les trasladó a hogares de amistades, donde recibieron cuidado amoroso.
Pronto se localizó a todos los hermanos de la zona del desastre. Uno de ellos y su hijo adolescente murieron debido a la gravedad de sus quemaduras. Los ancianos hicieron arreglos para el funeral, y la viuda y sus hijos restantes han estado recibiendo pleno apoyo en sentido material y espiritual.
Puesto que las noticias de las explosiones se propagaron rápidamente, los hermanos se enteraron enseguida de la situación, y parecía que todos estaban tratando de comunicarse con la oficina de la Sociedad a la misma vez. Querían saber cómo estaban sus hermanos y hermanas, y cómo podían ayudarlos. Se recibió tanto en términos de ropa, alimento y dinero que el comité que se formó para ayudar a las víctimas estuvo muy ocupado tratando de hacer llegar los suministros de socorro a los necesitados.
Este desastre no fue una experiencia agradable, pero dio al pueblo de Jehová la oportunidad de mostrar amor, bondad y hospitalidad. Este pueblo respondió como lo hicieron sus hermanos del primer siglo al enterarse de las circunstancias de sus compañeros necesitados en Judea. (1 Corintios 16:3; 2 Corintios 8:1-4.)
A diferencia de la gente en general, los siervos de Jehová no estaban preocupados por la pérdida de posesiones materiales. Por ejemplo, la familia Jara dijo: “Se nos enseñó a no preocuparnos por posesiones materiales, sino a proteger nuestra vida”.
¿Qué efecto fundamental tiene una tragedia como ésta en los cristianos verdaderos? Pues bien, quizás esto lo demostró con mucha sencillez Michel, de cuatro años de edad, de la ciudad de Puebla. Mientras observaba las escenas del desastre por el televisor, ella pidió a su padre que apagara el televisor para que ella pudiera decir una oración. En parte, ella dijo: “Jehová, oramos por nuestros hermanos. Que los protejas y los ayudes para que no sufran cosas terribles como ésas. Además, por favor, ayuda a mi hermana Adriana para que ella no se perturbe por lo que está ocurriendo a la gente en las explosiones. Ayúdala a pensar en cosas buenas, como el Paraíso que tú has prometido”.
[Ilustraciones en la página 25]
Cuatro tanques enormes como los que se ven a la izquierda estallaron primero. Luego estallaron 48 tanques más pequeños, como el que se muestra abajo, y algunos fueron lanzados a centenares de metros de distancia