Como abogado, exigía lógica
EN 1964 me licencié en derecho en la universidad de Madrid. Estaba convencido de que ante mí se abrían grandes posibilidades de servir a la justicia y a mis conciudadanos desde una posición respetable, bien remunerada e influyente. Por esa razón había iniciado mis oposiciones (exámenes) para acceder al cuerpo de Abogados del Estado español.
Sin embargo, los años que transcurrieron después crearon en mí una profunda desilusión y decepción, y me llevaron a un estado de escepticismo político y religioso. Me asaltaron estados depresivos y comencé a acariciar la idea de suicidarme. Todo parecía muy inútil. Me hallaba al límite de un proceso que había comenzado años atrás.
Pero ¿qué sucesos en mi vida llegaron a situarme ante una opción tan drástica como la posibilidad del suicidio? ¿Cuál fue el lento proceso que me llevó a estar tan decaído?
En la oscuridad
Nací poco después de la Guerra Civil Española (1936-1939), en lo que entonces era el protectorado español de Marruecos. Mi padre, oficial del ejército, estaba estacionado allí. Yo era el segundo de tres hijos, y el único varón. Tuve la infancia al uso de la época por la que España atravesaba, en la que los valores militares y católicos se exaltaban a límites inimaginables.
En aquel entonces, a casi todo español se le hacía creer que debía ser “mitad monje y mitad soldado”... y se le educaba según ese molde. Esta mentalidad estaba presente en todo rasgo de la vida, la cual estaba férreamente controlada por el Estado católico. La patria, la religión (católica, por supuesto), la tradición, el espíritu nacionalista y los valores de la raza hispana eran los conceptos básicos que se inculcaban por mandato gubernamental en la mente de todo niño. Como no podía ser de otro modo en aquellos días, fui educado en escuelas católicas, maristas y jesuitas. Se suponía que con el tiempo yo también llegara a ser oficial del ejército.
Preguntas y dudas
A los 12 años de edad sucedió en mi vida algo de importancia definitiva. Mi padre había asistido a unos cursillos católicos de instrucción religiosa. Regresó con un ejemplar de la versión Bóver-Cantera de la Biblia. Aún la conservo, muy subrayada y llena de preguntas y notas que yo escribí en el margen sobre asuntos que no entendía.
En unos tres meses yo había leído toda la Biblia. Según fui creciendo, fui advirtiendo que había hecho algo excepcional para un niño católico español de aquel tiempo. Nadie me había estimulado a leer la Biblia. Al contrario, mis profesores trataban de disuadirme de hacerlo, especialmente cuando comencé a hacerles preguntas que ellos no podían contestar o cuando contradecía enseñanzas católicas. “Eso no es para ti. Eres demasiado joven. Deberías esperar hasta ser mayor para leer la Biblia”, eran los comentarios que oía con más frecuencia. Lo mismo pasaba con mis compañeros de escuela. Jamás podía hacer que la Biblia fuera el tema de conversación. Ellos me miraban con desconfianza, casi como si yo fuera un hereje.
Me perturbaban preguntas que me venían a la mente a medida que leía la Biblia. Yo mismo, católico disciplinado, hasta me censuraba por tener tales dudas. Me aterraba el sorprenderme a mí mismo creyendo cosas distintas a las que enseñaba la “Santa Madre Iglesia”.
Nunca olvidaré la profunda y angustiosa sensación que experimenté cuando, durante una lección de historia de España, me enteré de las atroces guerras que se pelearon entre los católicos y los antitrinitarios arrianos para traer unidad a la iglesia. De repente llegué a entender que el dogma de la Trinidad no se había creído siempre en España. Éste había sido impuesto oficialmente en el siglo VI porque el rey de los godos, Recaredo, había abjurado del arrianismo y abrazado la religión católica y el símbolo de Nicea, la Trinidad. Y todo esto fue claramente por razones políticas... la necesidad de fusionar a los visigodos y los hispanorromanos, los dos grandes grupos de población de la Iberia de aquel tiempo.
Por mi estudio personal de la Biblia, me inclinaba a creer en el punto de vista arriano de que Cristo no era Dios, sino más bien el Hijo de Dios y la primera de Sus obras creativas. Ésta era la lógica que estaba descubriendo a la edad de 12 años en mi propia Biblia. Pero estaba preocupado. ¿Cómo podía yo haber discernido algo que los especialistas de la iglesia podían haber discernido antes y con mayor seguridad? De modo que allí quedó el asunto, guardado en mi corazón.
A los 14 años de edad tenía la vista en tan mal estado que tuve que dejar de lado la idea de una carrera militar. De modo que decidí estudiar letras, lo cual me llevó al estudio de los clásicos de la literatura y la filosofía antigua. Llegué a darme cuenta de que otras naciones y culturas habían vivido y sobrevivido con creencias muy distintas a las que yo tenía desde pequeño. Caí en la cuenta de que yo pude haber nacido en cualquiera de esas culturas y entonces, lógicamente, habría sido criado con un conjunto de ideas y creencias completamente diferente. Como resultado, habrían sido diferentes mi religión, personalidad y punto de vista en cuanto a la vida. Eso me hizo reflexionar sobre lo arbitraria que es la vida. Todos somos víctimas del azar, que determina en qué religión nacemos o si no nacemos en ninguna en absoluto. Me parecía injusto que Dios nos abandonara en manos de los caprichos del azar.
Razones de antagonismo
Vivíamos entonces en la antigua ciudad de Toledo. Sus viejas calles, empinadas y estrechas, su larga historia y sus edificios históricos relacionados con la fe musulmana, la judía y la católica me invitaban a meditar en las tres culturas, sus creencias y modo de vivir. Desde el principio me perturbó el hecho de que las dos religiones más afines al cristianismo, la judía y la musulmana, enseñaran firmemente acerca de un solo Dios y no de la Trinidad. Esto me llevó a entender la enemistad de muchos años entre católicos y judíos, y entre la cristiandad y el islamismo.
A los 17 años de edad me matriculé en la universidad de Madrid. Al principio la gran variedad de gente que concurría allí era un atractivo. Luego llegué a interesarme en la política y mantuve contacto con grupos izquierdistas y marxistas, así como con otros que eran más moderados. Sin embargo, no encontré en ninguno de ellos la verdadera sinceridad y honradez intelectual que había esperado encontrar. De modo que concluí para mí que la única manera como podía servir a los demás era a título personal, más bien que mediante algún grupo organizado. Todavía pensaba que los hombres, por sí solos, eran capaces de lograr un mundo mejor y más justo.
Como mencioné antes, terminé con éxito mis estudios de derecho en 1964. Pero mientras más leía, mayor era mi desorientación. No podía ver un camino abierto que llevara a un mundo mejor para la humanidad. Fue entonces cuando todo parecía tan inútil. Entonces hubo un cambio en mi vida.
Una visita que cambió mi vida
Seguía leyendo la Biblia con interés que no mermaba. Mi mente de abogado me hacía apreciar la infinita sabiduría que reflejaba la Ley mosaica... la admirable equidad con que en ella se equilibraban los intereses, derechos y obligaciones del individuo y la comunidad. Me había impresionado el amor profundo que motivaba aquellas leyes y que su cumplimiento exigía. Soñaba con el mundo que habría si se aplicaran aquellas leyes a grado cabal.
Un día tenía abierta la Biblia sobre mi escritorio cuando mi padre invitó a pasar a dos testigos de Jehová, Fernando y Guillermo, que habían llamado a la puerta. “A mi hijo le interesará mucho hablar con ustedes. Miren lo que estaba estudiando”, dijo él mientras señalaba a la Biblia. Entonces comencé a hacer preguntas. “¿Por qué pidió Dios a Abrahán que hiciera lo que condenaba que otros hicieran en la adoración falsa... sacrificar a su hijo?” “¿Por qué estamos en la Tierra si su propósito es llevarnos al cielo?” “¿Por qué lo ha hecho todo tan bello en la Tierra de modo que realmente no queremos morir?”
A cada pregunta, Fernando y Guillermo daban una explicación procedente de la Biblia. Quedé impresionado. Después de unas dos horas de conversación, les pregunté: “¿Tienen algún libro editado?”. “¡Oh, sí, tenemos muchos! Pero en este momento solo nos queda éste”, dijo Fernando mientras me mostraba el libro de 256 páginas De paraíso perdido a paraíso recobrado.
Aquella misma tarde leí el libro entero. A solas en mi habitación lloraba de gozo. De repente la Biblia se me presentaba entendible. Ahora era algo más que solo un grupo revuelto de perlas sin ensartar. El cuadro, completo en todos sus rasgos principales, era lógico y estaba lleno de significado.
Me comparaba con el emocionado ciego que, bajo la mano sanadora de Jesús, comenzaba a discernir la forma de las cosas a su alrededor (Marcos 8:22-25). Yo había buscado y al fin hallado la verdad. Cristo estaba de veras vivo. Jehová, su Padre, el único y amoroso Dios del universo, lo estaba utilizando para llevar a cabo Su propósito feliz para la humanidad... la restauración de todas las cosas mediante Su Reino en manos de su Hijo amado. (Hechos 3:21.)
No obstante, el practicar lo que había aprendido no era fácil para mí (Mateo 7:24). La senda de mi mente a mi corazón estaba obstruida por cosas que, con la ayuda de Jehová, pude rechazar como “un montón de basura”. Fue más importante “[el] sobresaliente valor del conocimiento de Cristo”. (Filipenses 3:8.)
Tras un período de prueba ocasionado por ‘aves, calor y agobio de malas hierbas’, simbolicé mi dedicación a Jehová por medio del bautismo en 1971 (Mateo 13:4-7, 19-22). Mi esposa, Lucía, se bautizó cuatro meses más tarde. Mi madre fue la siguiente en 1973, así como dos de mis cuñados, que ahora sirven de ancianos en congregaciones de testigos de Jehová.
Defiendo la verdad por la radio y la TV
A fines de 1974 una emisora madrileña invitó a los Testigos a participar en un programa acerca de su posición con relación a las transfusiones de sangre. Aunque se nos había legalizado desde 1970, la prensa y el clero todavía tendían a tratarnos como si fuéramos una secta a la sombra de la proscripción. Así que imagínese la excitación que nos produjo el que un cirujano conocido, yerno del general Franco, nos invitara a participar en su programa de radio.
Cuando yo, junto con una enfermera Testigo y otros, entramos en el estudio nos sentimos un poco como Daniel en el foso de los leones. En torno a una gran mesa estaban sentados cinco médicos y un sacerdote católico. Se dio un gran testimonio, pues el programa se escuchaba en casi todo el país. Y el programa acabó con la mentira de los sacerdotes de que todavía estábamos bajo proscripción. Los ministros Testigos que estaban aislados en pueblos pequeños apreciaron especialmente aquella ayuda.
En 1984 tuve la oportunidad de defender la verdad en un programa regular de la televisión española llamado La Clave. En la consideración participaron representantes del movimiento Hare Krishna, así como el director de Asuntos Religiosos del gobierno, un profesor de historia religiosa y un doctor en sicología. A pesar de que estuve bajo ataque, pude dar un firme testimonio a favor de la verdad.
También he tenido el privilegio de representar a los Testigos ante el Tribunal Supremo de Justicia español. En otra ocasión presenté el mensaje de la Biblia a un auditorio en la Universidad Autónoma de Madrid. No olvidaré la expresión en el rostro de los presentes cuando otro orador Testigo hizo la pregunta: “¿Castigarían ustedes a su hijo manteniéndole la mano sobre ascuas ardientes por tan solo un minuto? ¡Horrorizante!, ¿verdad? Pues bien, ¡la cristiandad quiere hacer creer que Dios es capaz de hacer mucho más que eso en un terrible infierno de fuego inextinguible!”.
“Papá, ¿falta mucho para el Nuevo Orden?”
Hace ya 15 años desde que Fernando y Guillermo llamaron a mi puerta (Mateo 10:40). Desde entonces he llegado a tener una familia feliz... Lucía, mi esposa e inseparable apoyo, y mis cuatro hijos, Rebeca, Jacobo, Abigaíl y Abel. Estamos alegres de pertenecer a la maravillosa hermandad bajo Jehová aquí en la Tierra. Como familia nos parece que estamos bajo la protección de sus alas como de águila. (Éxodo 19:3, 4.)
Los dos hijos mayores nos acompañan a predicar las buenas nuevas. A veces me preguntan: “Papá, ¿falta mucho para el Nuevo Orden?”. Yo contesto: “Muy poco ya. Solo un poquito más de tiempo”. Sé que la Palabra de Jehová no fallará y que las señales de que el fin de este sistema está cerca son más evidentes que nunca antes. Estos tiempos agitados anuncian la gloriosa transición a la gobernación del Reino de Dios sobre la Tierra, en respuesta a la oración sincera: “Venga tu reino”. (Mateo 6:9, 10; Habacuc 2:3.)—Según lo relató Julio Ricote Garrido.
[Comentario en la página 15]
“De repente llegué a entender que el dogma de la Trinidad no se había creído siempre en España”
[Fotografías en las páginas 16, 17]
‘Los edificios católicos, los musulmanes y los judíos de Toledo me hicieron meditar en las tres culturas’
[Reconocimiento]
Fotos: Oficina de Turismo Nacional de España
[Fotografía en la página 18]
Julio Ricote Garrido con su esposa e hijos