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  • ¿Qué mueve a alguien a hacerse criminal?

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  • ¿Qué mueve a alguien a hacerse criminal?
  • ¡Despertad! 1985
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¡Despertad! 1985
g85 8/8 págs. 7-10

¿Qué mueve a alguien a hacerse criminal?

“YO CREÍA que el comportamiento criminal era un síntoma de conflictos escondidos que habían resultado de traumas y privación a temprana edad [...] Pensaba que las personas que recurrían al delito eran víctimas de un trastorno sicológico, un ambiente social opresivo, o de ambos. [...] Consideraba que el delito era casi una reacción normal, si no excusable, a la pobreza, la inestabilidad y la desesperación agobiadoras que saturaban su vida” (Inside the Criminal Mind [Dentro de la mente criminal]). (Las cursivas son nuestras.) Este era el punto de vista del siquiatra Stanton Samenow antes que comenzara a entrevistar a centenares de criminales y delincuentes.

En un esfuerzo por explicar por qué llega una persona a ser criminal o delincuente, varios siquiatras y otros expertos han presentado una variedad de razones... desempleo, poca educación, desagradables antecedentes de familia, desequilibrio alimentario y presiones sicológicas, entre otras razones. Aunque estos factores pueden influir, hay otro hecho que no se puede pasar por alto... millones de personas aguantan estas circunstancias diariamente sin recurrir al delito como solución.

Los criminales... ¿víctimas, o victimarios?

Después de una investigación prolongada, el doctor Samenow adoptó un enfoque diferente. Escribe: “La esencia de este enfoque es que los criminales optan por cometer delitos graves. El delito radica en la persona y es ‘causado’ por su modo de pensar, no por su ambiente”. (Las cursivas son nuestras.) “Los criminales causan el delito... no los vecindarios malos, los padres inadecuados, la televisión, la escuela, las drogas ni el desempleo.”

Esto lo llevó a cambiar de punto de vista respecto a la mente criminal. Él sigue diciendo: “Mientras considerábamos que los criminales eran víctimas vimos que, en vez de eso, eran victimarios que habían escogido voluntariamente su modo de vivir”. Por consiguiente —deduce él—, en vez de proveer excusas al criminal o delincuente para explicar su conducta, deberíamos darle a conocer su propia responsabilidad. (Véase la página 9, “Cuadro de un criminal empedernido”.)

La juez Lois Forer, de Pensilvania, quien aboga por un cambio en el sistema de sentenciar de los Estados Unidos, escribe: “Mis conclusiones se basan en la creencia de que todo ser humano es responsable de sus actos”. (Criminals and Victims, página 14.)

En primer lugar, ¿por qué optan por lo incorrecto?

Respecto a esta pregunta, el doctor Samenow llega a esta conclusión sencilla: “El comportamiento es mayormente un producto del pensamiento. Todo lo que hacemos está precedido, acompañado y seguido por el pensamiento”. Por lo tanto, ¿cómo se puede cambiar el comportamiento criminal? Él contesta: “El criminal tiene que aprender a identificar y luego abandonar formas de pensar que han guiado su comportamiento por muchos años”. (Las cursivas son nuestras.) Esta conclusión sencilla concuerda con lo que enseña la Biblia.

Por ejemplo, el escritor bíblico Santiago explicó: “Cada uno es probado por medio de ser provocado y atraído seductoramente por su propio deseo. Luego el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado” (Santiago 1:14, 15). En otras palabras, la manera como obramos depende de lo que pensamos. Un deseo incorrecto es resultado del proceso mental. Un pecado o un delito grave es consecuencia de un deseo incorrecto y una elección mala.

Pablo dirige la atención al proceso mental como algo fundamental para que haya un cambio de personalidad cuando alude a “la fuerza que impulsa su mente” (Efesios 4:23). La Nueva Biblia, Latinoamérica, vierte ese pasaje: “Han de renovarse en lo más profundo de su mente, por la acción del Espíritu”. De igual manera hoy día, tiene que haber un cambio radical en el modo de pensar, ya que los “delitos graves se derivan del modo como piensa la persona”. (Inside the Criminal Mind.)

Esto todavía no contesta la pregunta: ¿Cómo adquirió en primer lugar el criminal o delincuente sus formas antisociales de pensar?

Cuándo se siembran las semillas

“Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él.” (Proverbios 22:6.) Esta máxima bíblica va al meollo de la cuestión. La clave es ‘entrenar al muchacho’, no al joven, sino antes de eso... al niño. ¿Por qué es necesario comenzar cuando el niño es tan joven? Porque los patrones de pensamiento y comportamiento se establecen durante la infancia y la niñez.

Es cierto que algunas características negativas son innatas porque todos nacemos imperfectos (Romanos 5:12). Como dice la Biblia: “La tontedad está atada con el corazón del muchacho”. Sin embargo, ese texto bíblico sigue diciendo: “La vara de la disciplina es lo que la alejará de él”. (Proverbios 22:15.)

Muchos criminales y delincuentes tratan de justificar su conducta remontándose a influencias de la niñez, a la vez que echan la culpa a sus padres, maestros y otras personas. El doctor Samenow llega a una conclusión diferente: “Los criminales alegan que fueron rechazados por sus padres, vecinos, escuelas y patronos, pero rara vez un criminal dice por qué fue rechazado. Incluso cuando era niñito, se comportaba de modo vil y desafiante, y mientras más crecía, más mentía a sus padres, hurtaba y destruía los bienes de ellos, y los amenazaba. Hacía insoportable la vida en el hogar [...] Fue el criminal quien rechazó a sus padres, más bien que viceversa”. (Véase la página 8, “Cuadro de una carrera criminal en cierne”.)

Sí, las semillas del comportamiento criminal frecuentemente se siembran durante la niñez y a veces son alimentadas involuntariamente por padres demasiado indulgentes. El doctor Patterson, sicólogo del Centro de Estudios Sociales de Oregón, opina que “la mayor parte de la delincuencia bien puede desarrollarse debido a destrezas ineficaces de los padres”. Se refiere a padres “que son incapaces de mantener reglas claras, supervisar la obediencia y encargarse hasta de infracciones menores mediante castigo no físico”.

El doctor Samenow concluye: “La desviación, por parte del niño delincuente, de las expectativas paternas, maternas y sociales abarca más que actos aislados. A partir de un período tan temprano como los años preescolares se desarrollan patrones que llegan a ser parte de un estilo de vida criminal”. (Las cursivas son nuestras.) Por consiguiente, algunos sicólogos están volviendo ahora su atención al campo de la prevención del delito durante la niñez al ofrecer ayuda a los padres y niños que tienen un problema potencial de delincuencia.

El delito, sus causas y posibles soluciones, es un asunto complejo. ¿Cambiaría el cuadro para algunos si hubiera más empleos y un ambiente mejor? ¿Consiste la solución en que haya más cárceles y estas sean más grandes? ¿Disminuiría la criminalidad si hubiera más policías rondando? En realidad, ¿hay alguna solución práctica para el delito en nuestra sociedad humana actual?

[Recuadro en la página 8]

Cuadro de una carrera criminal en cierne

Desde niño, el criminal es un ser humano que tiene voluntad de hierro y espera que otros consientan todos sus caprichos. Se arriesga, se envuelve en dificultades, y luego exige que se le saque del apuro y se le perdone.

Los padres llegan a ser los primeros de la larga cadena de víctimas del criminal.

El niño levanta una barrera cada vez más impenetrable para la comunicación. Lleva una vida que quiere ocultar de sus padres. Considera que lo que él hace no les concierne.

El delincuente miente tan frecuentemente y por tanto tiempo que su costumbre de mentir parece ser compulsiva. Sin embargo, la costumbre de mentir está totalmente bajo su dominio.

El niño no solo desprecia el consejo y la autoridad de sus padres, sino también el modo como ellos viven, prescindiendo de sus circunstancias sociales y económicas. Para él, el pasarlo bien es todo lo que encierra la vida.

Si hay otros niños en la familia, son víctimas de su hermano delincuente, quien los intimida, se adueña de las pertenencias de ellos y les echa la culpa cuando se va a dar algún castigo.

El delincuente opta por asociarse con adolescentes arriesgados que hacen lo prohibido.

El delincuente rehúsa someterse a la autoridad de cualquier otra persona. Más bien prefiere participar en algo más excitante, frecuentemente algo ilícito.

A menudo los padres de esta clase de niños no saben dónde están sus hijos, no debido a negligencia, sino debido a la ingeniosidad del adolescente al encubrir sus actividades.

El delincuente recibe, pero rara vez da. No sabe lo que es la amistad porque la confianza, la lealtad y el compartir con otros no son rasgos compatibles con su modo de vivir.

Parte del panorama social del joven delincuente es el consumo de bebidas alcohólicas, que comienza aun antes de la adolescencia.

El criminal rechaza la escuela mucho antes que esta lo rechace a él. Se aprovecha de que está en la escuela para usarla como escenario para cometer delitos o tal vez como velo para ocultarlos.

Lo que otros califican de meterse en dificultad, él lo ve como estímulo para el concepto que tiene de sí mismo.

(Sírvase notar que uno o dos de estos factores por sí solos quizás no indiquen que un niño esté principiando una carrera criminal. Pero en caso de que se combinen varios de ellos, hay razón para preocuparse.)

[Recuadro en la página 9]

Cuadro de un criminal empedernido

Los criminales están, en el fondo, en contra de trabajar.

El delito es el asunto más apremiante para el criminal; no un empleo regular.

Él está seguro de que su pericia y sus aptitudes incomparables lo distinguen de las masas.

Estima sólo a las personas que se someten a su voluntad. Hasta la evaluación que hace de su madre fluctúa entre santa y satánica, dependiendo de cuán rápido cumple ella las órdenes de él.

El criminal no considera que tiene algo que agradecer a alguien, y rara vez justifica para sí sus acciones.

Su orgullo es de tal índole que él rehúsa inflexiblemente reconocer su propia falibilidad.

El criminal no quiere que otros familiares pongan en tela de juicio su conducta.

El criminal sabe distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. Cuando le conviene, es observante de la ley.

Como con todo lo demás, el criminal se vale de la religión a fin de que le sirva para sus propósitos personales.

El criminal adapta cuidadosamente su versión de lo ocurrido a fin de proveer lo que espera que sea un relato convincente de por qué hizo él lo que hizo.

El criminal no considera a la víctima como víctima en absoluto. Él mismo se considera la víctima por haber sido atrapado.

(Los cuadros de las páginas 8 y 9 se basan en Inside the Criminal Mind.)

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