La guerra... ¿por qué?
¿SE HA preguntado usted alguna vez por qué van las naciones a la guerra? Si halláramos la respuesta a esa pregunta, tendríamos la clave para la paz.
Tal vez su reacción sea, en cierto modo, parecida a la de John Stoessinger, profesor de ciencias políticas, quien dijo: “He leído que las guerras han sido provocadas por el nacionalismo, el militarismo, los sistemas aliancistas, los factores económicos o algún otro concepto inmaterial, abstracto, que no he podido entender. [...] Me he preguntado si esto podía ser cierto. [...] Después de todo, las guerras las han empezado los hombres. No obstante, en la literatura tradicional que habla sobre la guerra, rara vez se le ha dado la debida importancia al factor humano”. (Cursivas nuestras.) Es evidente, que la intervención del elemento humano en la guerra no puede pasarse por alto.
En su libro The Evolution of War, el profesor Otterbein llega a una conclusión similar: “Las guerras son consecuencia de las decisiones que el hombre toma como miembro de una organización, sea esta militar o de la clase gobernante”. Pero ¿qué motiva las guerras? De acuerdo con su estudio sobre el tema, las causas básicas son: control político, control territorial, pillaje, prestigio, defensa y venganza.
¿Es la guerra un efecto genético?
Se han expuesto muchas teorías para explicar las causas de la guerra. Por ejemplo, quienes creen en la evolución ven al hombre como una forma más elevada de vida animal que aún conserva los instintos de agresión y defensa propios del mundo animal. Alegan que el instinto de agresión es inherente al hombre, que está en sus genes. En el libro The Biology of Peace and War, escrito por el zoólogo Irenäus Eibl-Eibesfeldt, se nos dice: “Los grandes simios, nuestros antepasados más próximos, tienen un potencial de agresividad muy desarrollado y sentido territorial. [...] Esto hace pensar firmemente en que la agresividad humana es una antigua herencia de nuestros antepasados del orden de los primates”.
Konrad Lorenz, fundador austriaco de la etología moderna (el estudio del comportamiento de los animales), afirma que la tendencia agresiva en el hombre es su “instinto motivador más fuerte, [el cual] lo induce a la guerra” (On Aggression [Sobre la agresividad]).
Por otra parte, la profesora de historia Sue Mansfield contradice esa conclusión, al decir: “Aunque desde tiempos inmemoriales la mayoría de las culturas ha hecho la guerra, no han participado en esta la mayoría de los humanos”. El que los gobiernos tengan que recurrir al servicio militar obligatorio también indicaría que el matar y el instinto de agresividad no son cosas por las que la gente, en general, sienta un gran entusiasmo, tampoco pueden ser consideradas como reacciones reflejas. A esto, la profesora Mansfield añade: “De hecho, del registro histórico puede verse que la guerra ha sido, por lo general, la experiencia de una minoría”.
En tiempos recientes, a esa minoría se le ha adiestrado y equipado muy bien. Además, con la llegada de equipo de artillería, bombas y misiles, la guerra se ha hecho más impersonal. En contraste con las guerras del pasado, ahora esta minoría especializada puede matar sin ver y ni siquiera conocer a sus víctimas. Entonces, ¿cómo puede inducirse a la gente a luchar si no conoce a su enemigo?
El papel de la propaganda
A veces los vecinos discuten. Pero rara vez esto resulta en derramamiento de sangre. En primer lugar, la ley del hombre prohíbe que se agreda y se asesine a un semejante. Pero en tiempo de guerra, esa prohibición no aplica a los ciudadanos del país enemigo, aunque la gente común por lo general no conoce a su “enemigo”. Todo lo que saben de su enemigo es lo que los medios informativos, controlados por la política, les han hecho creer.
Este es un hecho común a toda nación. Como escribió Irenäus Eibl-Eibesfeldt: “La opinión pública la conforman grupos con intereses creados (políticos, fabricantes de armas y el estamento militar) que engañan al electorado dándole información falsa o parcial”. En términos similares se expresó el historiador H. E. Barnes: “Desde las guerras de la Revolución Francesa [...] ha ido en aumento un tipo de propaganda copiosa e impositiva a fin de proteger la guerra contra el desacuerdo popular, la oposición y el análisis objetivo de los hechos”.
Como resultado, “prácticamente, cualquier persona puede ser persuadida y manipulada de tal modo que, más o menos voluntariamente, se hallará en una situación en la que tendrá que matar o tal vez morir” (War [Guerra] por Gwynne Dyer). Por consiguiente, por la autoridad que le confiere el poder político y económico, la clase elitista puede controlar los medios informativos a fin de inducir a las masas a un baño de sangre.
Hitler y Goebbels, cabecillas de la elite gobernante nazi, eran conscientes de la importancia que tenía el saber controlar la mente de las masas y engañarlas. El 24 de agosto de 1939, Hitler expuso ante un grupo de altos oficiales su plan para la invasión de Polonia: “Crearé un motivo que sirva de propaganda para empezar la guerra. No se preocupen de que sea convincente o no. [...] Cuando se inicia y se libra una guerra, no es lo Justo de la misma lo que cuenta, sino la Victoria”.
Queda claro entonces, que ha de crearse un motivo para poner en pie de guerra a una nación contra otra. Pero, ¿qué factores clave entran en juego a la hora de fomentar la fiebre bélica?
¿Quién toma las decisiones?
El economista austriaco, Schumpeter, escribió: “La orientación hacia la guerra es principalmente alentada por los intereses nacionales de las clases dirigentes, pero además, por la influencia de todos aquellos que están interesados en sacar provecho personal de una política de guerra, bien sea en sentido económico o social”. Estas clases dirigentes han sido definidas como una “elite que aprovecha toda ocasión para tratar de manipular otros factores de la población, o el propio estado de ánimo de la gente, a fin de perpetuarse en el poder” (Why War? [¿Por qué hay guerra?], por los profesores Nelson y Olin).
Toda nación tiene una clase dirigente, aunque esta esté dividida en diversas facciones políticas. Sin embargo, muchos reconocen que no se debe subestimar el poder de la elite militar de cada nación. El ex embajador norteamericano, John K. Galbraith, dijo que el estamento militar es “con gran diferencia, el más poderoso entre todos los niveles autónomos de gobierno”. Y agregó: “El poder del estamento militar no solo abarca las fuentes más significativas de autoridad, sino [...] todos los medios para imponerla. [...] Este, más que ninguna otra fuente de poder en nuestro tiempo, es objeto de seria preocupación por parte de la gente”.
Para ilustrar su afirmación, Galbraith se refirió a la institución militar de los Estados Unidos, la cual tiene tal cantidad de posesiones que “excede, con gran diferencia, a otros estamentos de poder equiparables; no solo abarca lo que está al servicio de las fuerzas armadas y de las fuerzas militares civiles, sino lo que se canaliza hacia la industria de armamentos”. Sin duda que una situación similar existe también en la Unión Soviética y en muchos otros países. Y en ese mismo hecho radica un peligro que puede conducir a una guerra de mutua aniquilación: que el poder del estamento militar sobrepase al político.
¿Cómo influye la religión en la guerra?
Aunque en muchos países la religión está decayendo, se puede incluir al clero en la elite de los grupos de influencia decisoria. Más aun, la religión ha sido, y aún es, la fuerza inductora tras muchas de las guerras. Un ejemplo evidente es la guerra que se libra entre los musulmanes chiítas de Irán y los musulmanes sunnitas de Irak.
Existe una situación parecida en el conflicto entre la India y Paquistán. A este respecto, el profesor Stoessinger declara: “La guerra religiosa más brutal de la historia no ha sido ni las cruzadas cristianas contra el islam ni la guerra de los treinta años, que enfrentó a católicos contra protestantes. Ha sido la guerra de los hindúes contra los musulmanes, ocurrida en el presente siglo”. ¿Qué provocó esa enemistad que aún perdura? La división entre India y Paquistán que tuvo lugar en 1947. La primera consecuencia de aquella división fue “un trasvase de población de proporciones gigantescas, probablemente el más numeroso de la historia. Más de 7.000.000 de hindúes, temerosos de la persecución en Paquistán, buscaron refugio desesperadamente en la India y, en contrapartida, una cantidad similar de musulmanes huyó de la India a la seguridad que les ofrecía el suelo paquistaní. Se generó una enorme cantidad de violencia y derramamiento de sangre, debido al odio religioso que acompañó ese trasvase de población” (Why Nations Go to War [Por qué las naciones van a la guerra]).
A través de toda la historia la clase clerical ha sido el cómplice servicial de la elite gobernante. En tiempos de guerra, los líderes religiosos de ambos bandos han bendecido beatíficamente, en el nombre de Dios, tanto a las armas como a los ejércitos, siendo a menudo ambos miembros contendientes de una misma religión. Esta blasfemia ha hecho que mucha gente le vuelva la espalda a la religión y a Dios.
Nacionalismo: el “egoísmo sagrado” que divide
Hay ocasiones en que la gente no está a favor de la guerra. ¿Sobre qué base entonces pueden los gobernantes persuadir tan fácilmente a la población para que apoyen sus fines? A este problema se encaró el país de los Estados Unidos en Vietnam. Entonces, ¿qué hizo la elite gobernante? El ex embajador Galbraith contesta: “La guerra de Vietnam generó en los Estados Unidos uno de los esfuerzos más abarcadores que se han realizado en tiempos modernos en el campo de la predisposición social [la manipulación de la opinión pública]. No se escatimó esfuerzo en el intento de hacer que la guerra pareciera necesaria y aceptable para el público americano”. Y eso pone al descubierto la herramienta más versátil para predisponer a una nación para la guerra. ¿Cuál es?
De nuevo el profesor Galbraith da la respuesta: “En todos los países se inculcan principios de patriotismo en las escuelas. [...] Una cuidada preparación es de especial importancia a fin de aglutinar a la gente en torno a la bandera y conseguir su subordinación al estamento militar y a los dictados de la política exterior”. Esta preparación sistemática impera tanto en los países comunistas como en los occidentales.
Charles Yost, un veterano del Servicio Exterior y del Departamento de Estado de los Estados Unidos, lo expresó en estos términos: “La causa primaria para la inseguridad de las naciones aún persiste, es precisamente el atributo del cual las naciones se enorgullecen más: su independencia soberana, su ‘egoísmo sagrado’, su insubordinación a todo interés que sea más amplio o elevado que el suyo propio”. Este “egoísmo sagrado” se concreta en un nacionalismo divisivo y en la perniciosa enseñanza que afirma que la nación de uno es superior a todas las demás.
El historiador Arnold Toynbee escribió: “El espíritu de nacionalidad es un fermento amargo del vino nuevo de la democracia en los viejos odres del tribalismo”. En su libro Power and Immortality (Poder e inmortalidad), el Dr. López-Reyes escribió: “El sentido de soberanía es una causa principal de guerra contemporánea; [...] a menos que se modifique, el sistema de estado-nación soberana desencadenará la III Guerra Mundial”. El énfasis que se le da al nacionalismo y a la soberanía es una negación del concepto básico de que todos pertenecemos a la misma familia humana, prescindiendo de las diferencias lingüísticas o culturales. Y esa negación conduce a la guerra.
En efecto, los expertos pueden ofrecer toda clase de explicaciones respecto a por qué el hombre se empeña en destruir sistemáticamente su propia especie. No obstante, existe un factor fundamental que la mayoría de los comentaristas ignoran.
La causa oculta de la guerra
La historia de la guerra y sus causas no pueden considerarse sin tomar en cuenta un conflicto de mayor alcance que ha afectado profundamente a la humanidad. Este está claramente expuesto en la Biblia. Este antiguo libro muestra que una poderosa criatura espíritu, llevada de su ambición egoísta, se erigió a sí misma en oponente de Dios. (Job 1:6-12; 2:1-7.) Él dio comienzo a una rebelión en el cielo y en la Tierra y, con ella, introdujo en la familia humana la desobediencia, la imperfección, el pecado y la muerte. (Génesis 3:1-7.) Por esa razón, cuando Jesús estuvo en la Tierra pudo identificar a sus enemigos religiosos, diciéndoles: “Ustedes proceden de su padre el Diablo. [...] Ése era homicida cuando principió, y no permaneció firme en la verdad, porque la verdad no está en él. [...] Es mentiroso y el padre de la mentira”. (Juan 8:44.)
Esta rebelde criatura espíritu, Satanás (que significa Adversario) el Diablo (que significa Acusador, Calumniador), ha gobernado y dividido a las naciones por miles de años. Por medio del poder político ha logrado controlar a las naciones desde una posición invisible. ¿Qué base tenemos para esta afirmación? El hecho de que cuando él tentó a Cristo pudo mostrarle “todos los reinos del mundo y su gloria” y decirle: “Todas estas cosas te las daré si caes y me rindes un acto de adoración”. Cristo no negó que Satanás tuviera control sobre “todos los reinos del mundo”. Él rechazó la tentación diciendo: “‘Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado’”. (Mateo 4:1, 8-10.)
Por medio de toda treta y desviación política posible, Satanás ha apartado a la humanidad del único camino verdadero hacia la paz. La inmensa mayoría de la humanidad es leal a sistemas políticos que son, por definición, antagónicos. Tales sistemas no pueden ni podrán establecer verdadera paz para la raza humana porque están bajo la influencia de un falso dios, el dios que “está extraviando a toda la tierra habitada”, Satanás. En consecuencia, de una manera explícita o implícita ellos rechazan la única vía verdadera hacia la paz. (Revelación 12:9; 2 Corintios 4:4.)
Puede que usted se pregunte: ‘¿Cuál es la verdadera vía para hacer de la paz una realidad? ¿Qué traerá esa transformación? Y, ¿qué debo hacer para heredar tal paz?’. El siguiente artículo dará respuesta a esas preguntas.
[Fotografía en la página 5]
Joseph Goebbels, ministro de propaganda e información nacional, “artífice de la propaganda del régimen nazi”
[Reconocimiento]
Biblioteca del Congreso de E.U.A.
[Fotografía en la página 6]
La religión sigue ocasionando guerras, como lo ilustra el conflicto Irán-Irak
[Reconocimiento]
I. Shateri/Gamma-Liaison