Mezcla peligrosa: beber y conducir
OÍMOS el sonido de las sirenas, pero creímos que eran los bomberos que se apresuraban a apagar un incendio. Como el vecino que vive enfrente, justo al cruzar la calle, es bombero, le llamé para asegurarme. ‘Él sabrá lo que ocurre’, pensé. Pero la línea estaba ocupada. Luego me dije: ‘Llamaré a mi hijo Jeff. Tal vez en su camino de regreso a casa él pudo ver lo que ocurría’. Nadie contestó el teléfono. Ahora sí empecé a ponerme nerviosa.
Mi hijo Jeff, de 29 años de edad, había venido a visitarnos ese domingo por la noche para cenar con nosotros y despedirse, pues se marchaba de vacaciones al día siguiente. Hacía como una media hora que se había despedido de su padre y de mí con un beso y un abrazo. ¿Por qué no estaba en casa todavía? Vivía a pocos bloques de distancia.
Volví a llamar a mi vecino y esta vez me contestó su esposa. Me dijo que su esposo había salido a ver lo que ocurría, que iría a buscarle para que me llamara. Mientras esperaba en mi habitación por la llamada, un automóvil de la policía se detuvo enfrente de nuestra casa.
El sargento de la policía se acercó a nuestra puerta. Esteban, mi esposo, ya intranquilo, fue a abrirle la puerta. El sargento, después de un primer balbuceo buscando las palabras, dijo: “Me pesa tener que decirle esto, pero... ha habido un terrible accidente y... su hijo... su hijo ha muerto”.
Fue entonces cuando oí a Esteban gritar, corrí para ver lo que ocurría. Yo no podía creer lo que oía e insistí: “No puede ser cierto. Ha tenido que ser el otro conductor”.
“Créame, señora Ferrara, que siento tener que decírselo —respondió el sargento—. Fue todo muy rápido, repentino, pero, sí, su hijo está muerto.” No recuerdo si después, aquella noche, dije o hice alguna cosa.
Aquel 24 de febrero, a las diez menos diez de la noche, murió instantáneamente nuestro hijo Jeff —un joven extrovertido y de pelo rizado— cuando un automóvil colisionó contra su furgoneta. ¿Y el otro conductor? De acuerdo con los recortes de periódicos que conservo, él es un ayudante ejecutivo del fiscal del distrito. Entre otras cosas, le hicieron cargos por conducir en estado de embriaguez. Solo el tiempo dirá si se le declarará culpable. Pase lo que pase, nuestro Jeff ha muerto.—Según el relato de Shirley Ferrara a un corresponsal de la revista ¡Despertad!
Conducir bebido... un problema mortífero. Los datos estadísticos son serios. Aproximadamente cada 20 minutos, se repite en algún lugar de los Estados Unidos una escena como la que se describe en el recuadro. El alcohol contribuye a más de la mitad del total de muertes en carretera, segando cada año entre 23.000 y 28.000 vidas en las carreteras de los Estados Unidos. Se estima que en Canadá un 40% de los conductores que mueren en carretera cada año llevaban un índice de alcohol en la sangre superior al límite señalado por la ley. Alemania también se ve afectada por el problema pues, aproximadamente, una de cada cuatro muertes en carretera es atribuible a conducir bebido.
Como puede apreciarse por la trágica experiencia de Jeff, aun si usted no bebe cuando conduce no tiene garantías de seguridad. En los Estados Unidos, según cálculos de la Administración Nacional para la Seguridad del Tráfico en las Carreteras, los viernes y sábados por la noche —cuando el consumo de alcohol alcanza sus cotas máximas—, en algunos lugares ¡uno de cada diez conductores en carretera conduce en estado de embriaguez! ¿Con cuánta seguridad puede uno entonces conducir, si el que viene en un vehículo que puede salirnos al paso en la próxima curva está demasiado bebido como para controlar su automóvil?
Pero las estadísticas son insuficientes. No revelan el dolor de una madre que —como en el caso de Shirley— ha perdido a su hijo o a su hija en un accidente de tráfico en el que el alcohol fue una de las causas. Tampoco pueden las estadísticas transmitir el sentimiento de culpa que acomete a un conductor cuando, una vez sobrio, reconoce que ha arrebatado la vida de otra persona. Como dijo un hombre joven, lamentándose: “Sin importar lo que el jurado decida, tengo que vivir con el hecho de haber causado la muerte a cuatro personas. Desde que ocurrió, no me lo puedo quitar de la mente. Al levantarme y al acostarme lo tengo siempre presente”.
Naturalmente, depende de usted el que beba con moderación o que ni siquiera beba. Pero conducir mientras está bajo la influencia del alcohol (o de cualquier otra droga) no es una cuestión personal... ¡no mientras las vidas de otros estén en juego! Sin embargo, ¿cuántas veces habrá escuchado usted decir a alguien la consabida expresión de ‘una más para el camino’, y entonces darse un último trago antes de sentarse al volante para regresar a casa?
El conducir bebido es un problema, un problema mortífero. ¿Qué puede hacer usted para protegerse y proteger a su familia del conductor que ha bebido demasiado? Antes de contestar esto, será provechoso considerar cómo el alcohol incide en usted y en su facultad para conducir.