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  • El impresionante coro de la selva
  • ¡Despertad! 1986
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¡Despertad! 1986
g86 22/3 págs. 21-23

El impresionante coro de la selva

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Surinam

TODO comenzó con un misterioso sonido: “rojuuu, rojuu, rojuu”. Luego más voces se unieron a aquel quejido que se intensificó hasta convertirse en un prolongado y vibrante rugido como el de una ráfaga de viento que sopla por un túnel. Los gritos se apagaron por un momento, solo para comenzar de nuevo con más fuerza. Finalmente las voces se callaron y el eco se desvaneció. Gradualmente el zumbido de los insectos y el gorjeo de los pájaros reinaron nuevamente en la selva.

Yo escuchaba maravillado al contemplar a los intérpretes de este impresionante coro de la selva: cinco robustos baboensa, así llamamos aquí en Surinam a los monos aulladores rojos.

Cierto biólogo me dijo que “aquí en Surinam uno puede hallarlos desde las regiones pantanosas de la costa norteña hasta las densas selvas del sur. Viven a gran altura en los árboles, especialmente en los bosques junto a ríos, y conviven en grupos de cuatro a ocho miembros, y a veces hasta más”.

Mientras contemplaba al intérprete principal en este coro, un macho viejo de casi un metro (3 pies) de largo, más grande y pesado que los otros cuatro que le acompañaban, se me acercó y comenzó a gruñir. Su cabeza, la mitad de la cual consiste en una gran mandíbula inferior, la tenía metida entre los hombros, dando así la apariencia de tener una joroba en la espalda.

Su cara pelada hacía contraste con su pelaje rojizo. Una distinguida barba de un color amarillo anaranjado subrayaba su dignidad y le tapaba la enorme garganta, fuente de todos esos resonantes aullidos. ¿Por qué tienen la garganta tan grande? Los indios jíbaros tienen una divertida manera de explicar por qué:

‘En una ocasión —cuenta la leyenda—, un mono aullador mostraba a un mono araña cómo romper cocos golpeando uno contra otro. Cuando el mono araña lo intentó, metió los pulgares en medio de los dos cocos, se los machacó y los perdió. Decidido este a vengarse, dijo al aullador: “No abras los cocos. Tienen mejor sabor cuando se tragan enteros”. El aullador siguió el consejo, el coco se le atoró en la garganta y le dejó la marca, la que heredan todos sus descendientes, mientras que los descendientes del mono araña heredan el no tener pulgares’.

Pero al matar los indios jíbaros un aullador y examinarle la garganta, no encontraron coco alguno. ¿Qué encontraron? Una caja ósea de resonancia en forma de tazón, ubicada en una garganta enormemente ancha. Esta cámara de resonancia, del tamaño de un limón, es 25 veces mayor en los aulladores machos que en cualquier otro mono del mismo tamaño, y es una característica única en el mundo de los mamíferos. Al animal contraer los músculos del pecho y del estómago, el aire pasa por una apertura que hay en esta hueca caja de resonancia y la voz se amplifica tanto que puede oírse a más de tres kilómetros (2 millas) de distancia.

Algunos observadores han descubierto que en las noches de luna los aulladores se convierten en “habladores” y no les importa pasar la noche sin dormir y sin dejar que usted duerma. Pero no piense que dormirán durante la mañana siguiente. Para cuando amanezca, ya estarán listos para otra sesión de aullidos; y al final del día, el coro vuelve a formarse para otra molesta y desentonada serenata.

Richard Perry, escritor sobre la fauna, dice que “el estallido de truenos o un aguacero repentino, el paso de un avión o hasta el vuelo de mariposas” pueden hacer aullar a estos animales. Pero quizás usted se pregunte: ¿Descansan alguna vez?

“Sí —me dijo el ex director de un parque zoológico—. A los dos aulladores de mi colección les encantaba darse baños de sol. Escogían una rama sin hojas, enroscaban la cola alrededor de esta y se tendían a lo largo boca abajo encima de la rama. Entonces dormitaban con sus largos brazos y patas colgando.”

Pero aun el baño de sol les hace tener hambre. El macho más viejo decide que es hora de comer y emite un graznido, y los demás se levantan y lo siguen a otro árbol. Todos tienen un sitio fijo en la fila: el líder va a la cabeza y otro macho al final. Las hembras van seguras en el medio. A veces los monitos juguetones se salen de la fila, pero un solo gruñido en son de censura es suficiente para que regresen a su sitio. A propósito, siempre siguen exactamente la misma ruta. Un investigador escribió que los aulladores tienen sus propias rutas por las que transitan, y siguen una ruta fija por las mismas ramas horizontales.

Usan su cola para asirse mientras se alimentan. Se valen de ella para colgarse boca abajo, quedándoles así los brazos y patas libres para alcanzar frutas, flores y semillas. Su alimento principal se compone de grandes cantidades de diversas clases de hojas. Pero ¡tengan cuidado ustedes los vegetarianos! ¡No pidan del mismo menú que ellos!

Un experto naturalista me dijo: “Si te pierdes en la selva, puedes sobrevivir comiendo lo que comen los monos”. Sin embargo, los nativos advierten: “Cualquier cosa que el mono araña coma, los humanos también pueden comerla, pero este no es el caso respecto a todo lo que come el mono aullador. Resulta que estos comen plantas venenosas, y por eso, con el tiempo, el color de los dientes cambia a marrón, como en el caso de los fumadores empedernidos”.

Prescindiendo de si el color de los dientes es blanco o marrón, los aulladores saben enseñarlos cuando otros monos se acercan demasiado a su grupo o tribu. Les gusta tanto la intimidad que llegan al punto de ser insociables. Pero los otros monos tampoco se interesan en ellos. En una ocasión una coleccionista de animales sintió pena de que cierto monito aullador estuviera tan solo, y quiso contentarlo al proporcionarle una mona muy mansa de compañera. Cuando esta “le echó una mirada y vio lo feo que era, comenzó a gritar como si hubiera visto a un ogro”.

William, cazador experto de Guyana, vio en cierta ocasión a un aullador con un extraño: un mono araña. Ambos estaban parados frente a frente sobre una rama arreglando cuentas muy serias. William relata lo ocurrido: “Tenían la cola enroscada alrededor de la rama para sostenerse, mientras que con los brazos libres arremetía uno contra el otro. Gritaban y se mordían, pero el mono aullador dominaba la situación”. ¿Estarían todavía discutiendo sobre aquel coco?

Aun entre las tribus de aulladores rojos hay conflictos y se ahuyentan unos a otros de sus territorios. Cuando un grupo de aulladores se atreve a invadir el territorio de otro, se desencadena una batalla de voces que dura hasta que uno de los dos grupos se retira. La mayoría de los investigadores han concluido que el mensaje principal de este coro de la selva es: “¡Guarden su distancia!”.

El “rector” encargado del coro

Los aullidos pueden parecernos una gritería desordenada; pero realmente no lo es. “El domri [rector] es el director del coro”, dice Raymond, un buscador de oro que ha observado con atención a los aulladores alrededor de su campamento en la selva.

“¿Domri?”, le pregunté.

“Sí, así llamamos al macho más viejo del grupo. Aquí tenemos la costumbre de que en la iglesia el domri cante la primera estrofa de un himno y luego los demás miembros de la iglesia se unan a él cantando. Los monos aulladores hacen lo mismo.”

Raymond también explica que antes que el coro comience, el líder camina de un lado a otro mirando con seriedad a los demás miembros del grupo, tal como lo haría un director austero al inspeccionar su orquesta. Una vez satisfecho comienza a calentar la voz lanzando una serie de rugidos. Entonces, los demás se unen con sus aullidos, frunciendo los labios en forma de embudo a la vez que se miran solemnemente unos a otros. “Es realmente divertido ver todas esas caras serias —dijo Raymond—. Todo es trabajo y nada es juego.”

Quiénes son sus enemigos

Hay ocasiones en que hasta el director se olvida de que tiene que haber orden. Cuando los ataca algún jaguar o alguna arpía se forma un gran desorden, todos los miembros del coro salen huyendo a la desbandada y hasta cruzan ríos a fin de escapar.

Sin embargo, el hombre es el enemigo más peligroso de los aulladores. Aunque están protegidos por la ley, se les caza para alimento. Un estudio reveló que ‘en cierta aldea amerindia de unos 450 habitantes, se dio muerte a 56 aulladores en un solo mes para el consumo de su carne’. No es de extrañar entonces que el número de estos animales haya menguado en algunas regiones. Y que los que sobreviven se adentren más en la selva.

Pero cuando oímos el sonido de sus voces desde sus lejanos escondites, recordamos que todavía están allí, diciendo con sus aullidos: ‘¡Aquí estamos! ¡Guarden su distancia!’.

¿Comprenderá la humanidad esto?

[Nota a pie de página]

a En español a estos animales también se les conoce por roncadores, cotos o guaribas.

[Comentario en la página 23]

La voz se amplifica tanto que puede oírse a más de tres kilómetros de distancia

[Reconocimiento en la página 21]

Cortesía de Zoological Society of San Diego

[Reconocimiento en la página 22]

Cortesía de Zoological Society of San Diego

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