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  • La mayor felicidad que produce el dar, ¿la experimenta usted?

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  • La mayor felicidad que produce el dar, ¿la experimenta usted?
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g87 22/11 págs. 2-5

La mayor felicidad que produce el dar, ¿la experimenta usted?

LAS luces de la sala donde se celebra el banquete se han atenuado. La música ha cesado. El baile se ha detenido. La luz de un foco se mueve por una pirámide de cajas envueltas en papel de regalo. Hay cajas grandes y pequeñas. Algunas son cuadradas y otras redondas; las hay de color rosa y de color azul, plateadas y doradas. Están adornadas con cintas y lazos de fantasía. Las manos nerviosas de una novia entusiasmada desenvuelven cuidadosamente cada paquete, mientras que el novio, cohibido, la ayuda en silencio.

Hay tostadores y batidoras para la cocina; vajilla de porcelana, cubertería y mantelerías para el comedor. Hay muchos juegos de toallas y juegos de cama, suficientes para toda una vida. Hay relojes para cada habitación de la casa y libros de cocina con más que suficientes recetas como para satisfacer el paladar de cualquier gourmet.

A medida que van abriendo los regalos, los recién casados profieren sinceras expresiones de gratitud. Han experimentado la felicidad de recibir de aquellos que conocían el gozo de dar.

Las bodas, los aniversarios, las Navidades, los cumpleaños y un sinfín de otras celebraciones son ocasiones sociales en las que el dar regalos es un aspecto esperado y aceptado. Pero debido a que en muchos países es algo que se espera, a menudo impone al dador una obligación económica que le quita el gozo de dar. Sin embargo, existe el dar espontáneo, el dar que no se espera. Deleita al que lo recibe, sea el regalo pequeño o grande; al dador le reporta la mayor felicidad.

Hay que admitir que los que más tienen más pueden dar. Por ejemplo: el industrial americano del siglo pasado Andrew Carnegie pudo haber sido el primer hombre del país en amasar una fortuna de miles de millones de dólares. En lugar de eso, donó el 90% de esta en un período de dieciocho años. Cuando su secretario le advirtió que estaba agotando su capital personal, contestó sin preocupación alguna: “Me alegra saberlo, amigo mío; sigue así”. Esa misma era vio a John D. Rockefeller, uno de los hombres más ricos del mundo, donar 750 millones de dólares durante su vida. Se ha escrito que el cantante Elvis Presley “regalaba Cadillacs a docenas”, y disfrutaba enormemente de hacerlo.

No es una costumbre nueva

El dar regalos es una costumbre casi tan antigua como el hombre mismo. Desde los tiempos más primitivos ha desempeñado un papel importante en la vida de la gente. El siervo de Abrahán regaló joyas a Rebeca después de ver la evidencia de que Jehová la había designado como esposa de Isaac. También dio “cosas selectas al hermano y a la madre de ella”. (Génesis 24:13-22, 50-53.) Después de que hubo terminado la adversidad que Job sufrió, sus hermanos, hermanas y antiguos conocidos procedieron a darle regalos, “una pieza de moneda y, cada cual, un anillo de oro”. (Job 42:10, 11.)

Cuando la reina de Seba viajó a Jerusalén para visitar al rey Salomón, quedó impresionada por la sabiduría que este había recibido de Dios, y pronunció felices a sus siervos por poder oír al más sabio de los hombres y beneficiarse de su saber. Tanto le impresionó, que regaló a Salomón 120 talentos de oro (unos 50 millones de dólares), así como piedras preciosas y costoso aceite balsámico. Puede ser que redujera el tesoro de su pequeño reino de modo considerable, pero sin duda experimentó el gozo de dar. Salomón también experimentó este gozo, puesto que, a su vez, le dio regalos cuyo valor, por lo visto, excedió el de los tesoros que ella le había obsequiado. (2 Crónicas 9:12, NBE.)

Los cristianos primitivos dieron regalos o contribuciones a favor de sus hermanos necesitados. El apóstol Pablo escribió de los cristianos de Macedonia y Acaya, quienes, aunque eran pobres, dieron más de lo que podían a favor de sus hermanos necesitados de Judea. “Han tenido gusto en hacerlo”, dijo Pablo. (Romanos 15:26, 27.)

Regalos que “hablan”

Es obvio que actualmente el dar regalos continúa siendo un modo humano básico de establecer y fortalecer los lazos del amor y la amistad, de hacer saber a otros que “nos importan”.

Hay regalos que los cónyuges se dan uno al otro sencillamente para decir: “Te quiero”: una simple caja de bombones o un ramo de flores. Hay regalos que los niños dan a sus padres. Y ¿qué padres amorosos no están siempre dando a sus hijos? Hay regalos para aliviar un corazón dolido, para animar a un alma deprimida, para decir: “Que te repongas pronto”, para expresar agradecimiento por la bondad y la hospitalidad que uno ha recibido, o simplemente para decir: “Lo pasé muy bien”.

Hay también regalos para los necesitados, para las víctimas de desastres a quienes quizás nunca conozcamos y de los que posiblemente nunca recibiremos una expresión de agradecimiento. Una cesta de fruta para los enfermos, plantas de interior para los que están confinados en casa, una alhaja para una amistad querida... cosas sencillas que significan mucho. Es el dar que va acompañado del gozo que procede del corazón. Esos son los regalos que a menudo más se aprecian.

De todas las ocasiones de dar, ninguna es tan manifiesta como la pompa internacional de la Navidad. Es una orgía de obsequios que también está arraigada en el pasado distante. Es una celebración temida por muchos y esperada ansiosamente por otros. Puede significar la diferencia entre el desastre económico y una gran abundancia. Los regalos suelen intercambiarse entre amigos, pero este ritual puede acercarlos o separarlos. Esta paradoja de los regalos de Navidad se considerará en el próximo artículo.

[Fotografía en la página 2]

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