“Amo a Dios. Él hizo este árbol”
Hay muchas personas que cuando ven árboles, ven dinero. Esta niñita de dos años de edad ve este árbol y ama a Dios. A medida que vaya creciendo, verá más árboles y amará a Dios aún más. Conozcamos un poco mejor el interior del tronco del árbol que la niña está abrazando.
Está lleno de “cañerías” o vasos, que forman el sistema circulatorio. Unos vasos constituyen el sistema conductor ascendente, desde las raíces hasta las hojas, y otros, el descendente, desde las hojas hasta las raíces. El sistema conductor ascendente está en la albura, una capa blanda de color blanquecino situada debajo de la corteza. Transporta el agua y los minerales a cada hoja del árbol. El descendente se encuentra en una capa situada inmediatamente debajo de la corteza. Transporta el alimento desde las hojas hasta las raíces.
En el extremo terminal de cada raicilla hay un casquete duro y lubricado que las ayuda a abrirse camino entre las partículas del suelo, horadándolo en forma de espiral a modo de un sacacorchos. Inmediatamente detrás de la punta hay cientos de pelos radicales que absorben el agua y los minerales. El agua absorbida puede subir decenas de metros hasta las hojas de la copa del árbol más alto.
La hoja absorbe el dióxido de carbono del aire y la energía del Sol, todo lo cual, junto con el agua y los minerales proporcionados por las raíces, le sirve para fabricar alimento para el árbol. Estas sustancias nutritivas son transportadas por los vasos del sistema conductor descendente a toda célula del árbol. Ya que todavía no se comprende cómo lleva a cabo este proceso la hoja, se ha calificado como un milagro.
Todo esto es solo una parte de lo que sucede en el interior del tronco que nuestra pequeña amante de los árboles está abrazando.
La niña tiene ahora siete años. Su visión de conjunto es más amplia y abarca todo el árbol... no solo el tronco, sino también las hojas y las raíces. Todavía ama a Dios, todavía lo ve como el Hacedor del árbol, y, por consiguiente, puede decirse que ve más que los sabios del mundo. (Romanos 1:20; 1 Corintios 3:19, 20.)