¿Por qué no decir “adiós”?
EN OCASIONES, a personas muy bien intencionadas se les oye comentar: “No me gusta decir adiós. Parece tan definitivo; es casi deprimente”.
Es cierto: uno suele decir adiós cuando cree, apenado, que tal vez nunca vuelva a ver a un ser amado o a un amigo querido. No obstante, sigue siendo un término apropiado, no solo en esas ocasiones, sino también en otras. ¿Por qué? La respuesta se encuentra en el origen de la expresión.
“Adiós” es una contracción moderna de la expresión castellana de principios del siglo XV “A Dios seas”, en la que se sobrentiende “A Dios te encomiendo”. Este comentario, que se hacía al partir, era una manera afectuosa de desear que la bendición de Dios acompañase a la persona. Expresaba interés y preocupación por el bienestar de otro, una forma de amor al prójimo. Otros idiomas emplean expresiones similares. Adieu en francés y Good-bye en inglés encierran la idea básica de encomendar a la otra persona a Dios.
Es verdad que algunos emplean inconscientemente estas expresiones sin ningún otro propósito que seguir la costumbre. Pero eso no debería desanimar a la persona informada de usarlas de forma sincera y significativa para expresar sus sentimientos.
La Biblia misma contiene ejemplos de personas devotas que se despidieron apropiadamente. Jesús dijo adiós a una multitud a la que había estado enseñando cuando llegó el tiempo de despedirla, para así poderse dedicar a orar privadamente. (Marcos 6:46.) “Pablo [...] se despidió de los hermanos [cuando] procedió a embarcarse para Siria.” (Hechos 18:18.) Cuando partió de Éfeso, también se despidió de los hermanos, aunque les dijo: “Volveré otra vez a ustedes, si Jehová quiere”. (Hechos 18:21.) Por lo tanto, esta expresión no siempre se utiliza con el sentido de adiós definitivo. (Véase también Hechos 21:6 y 2 Corintios 2:13.)