El hombre busca soluciones
“LA DOCTRINA de la MAD [siglas en inglés para Destrucción Mutua Asegurada] es inmoral. Hay algo cuando menos macabro en que nuestra seguridad se base en la capacidad que tengamos de asesinar a mujeres y niños rusos. Y todavía es más reprensible, si acaso eso es posible, aumentar deliberadamente el riesgo de que nuestro propio pueblo sufra una destrucción nuclear simplemente para satisfacer las exigencias de una teoría histórica, abstracta, ilógica y no probada.” Estas palabras, pronunciadas por el senador norteamericano William Armstrong, reflejan la inquietud que sienten muchos americanos ante una defensa basada en su capacidad de represalia.
Como alternativa, en marzo de 1983 el presidente norteamericano, Reagan, propuso la SDI (siglas en inglés para Iniciativa de Defensa Estratégica), más conocida popularmente como guerra de las galaxias. Él dijo: “Hago un llamamiento a todos los que componen la comunidad científica que nos proporcionó las armas nucleares para que vuelvan sus grandes talentos hacia la causa de la humanidad y la paz mundial: a fin de que nos proporcionen los medios para dejar estas armas nucleares impotentes y obsoletas”.
Reagan se imaginaba el desarrollo de sofisticadas armas de alta tecnología, como láseres de rayos X y otras, que defenderían a América y sus aliados fulminando los misiles enemigos antes de que pudiesen alcanzar sus objetivos.
La SDI, sin embargo, ha sido amplia y vigorosamente discutida desde su mismo comienzo. Sus detractores argumentan que es tecnológicamente imposible crear un “paraguas” impenetrable ante un ataque masivo, y que un “paraguas” agujereado es inútil contra las armas nucleares. En un resumen de otras objeciones, un congresista norteamericano dijo sarcásticamente que “dejando aparte el hecho de que el sistema SDI puede ser arrollado, esquivado y engañado; que no puede ser manejado por humanos, sino únicamente por ordenadores; que violaría varios tratados sobre el control de armamentos, y que podría desencadenar una guerra termonuclear, [...] no es un mal sistema”.
La Unión Soviética también se opone vigorosamente a la SDI. Alega que lo único que América desea es un escudo que le permita blandir la espada. Los oficiales estadounidenses, a su vez, acusan a los soviéticos de ya estar desarrollando secretamente su propio sistema de defensa estratégica.
En cualquier caso, la SDI resultaría extremadamente cara de elaborar y poner en funcionamiento. Los cálculos varían entre 126.000 millones y 1,3 billones de dólares. Como comparación, ¡todo el sistema de autopistas interestatales de Estados Unidos costó 123.000 millones de dólares! No obstante, el congreso norteamericano ya ha presupuestado miles de millones de dólares para el desarrollo de la SDI.
Perspectivas de desarme
El Ministerio de Defensa de la Unión Soviética dice: “El pueblo soviético está convencido de que el desarme nuclear es la garantía más segura para evitar una catástrofe nuclear”. Pero pese a esos elevados ideales, la carrera de armamentos continúa a toda velocidad.
¿Cuál es el obstáculo fundamental para llegar al desarme? La falta de confianza. Una publicación del Departamento de Defensa estadounidense, Soviet Military Power 1987, acusa a la Unión Soviética de ‘buscar la dominación mundial’. La publicación Whence the Threat to Peace (De dónde viene la amenaza contra la paz), del Ministerio de Defensa de la Unión Soviética, habla acerca de la “ambición imperialista de ‘gobernar el mundo’” que tiene Estados Unidos.
Incluso cuando se celebran reuniones sobre el control de armamentos, ambos lados se acusan mutuamente de tener motivos egoístas. De manera que la citada publicación soviética acusa a Estados Unidos de “obstruir el proceso hacia el desarme en todos los campos” en un esfuerzo por “dirigir los asuntos internacionales desde una posición de fuerza”.
Estados Unidos argumenta que las iniciativas sobre el control de armamentos son simplemente una maniobra soviética para “proteger las ventajas militares existentes [...]. Además, [Moscú] considera las negociaciones sobre el control de armamentos como un medio de adelantar los objetivos militares soviéticos y socavar el apoyo público a la política y los programas de defensa occidentales”. (Soviet Military Power 1987.)
El reciente acuerdo para eliminar los misiles de alcance intermedio parece un gigantesco paso adelante. De hecho, es el primer acuerdo para reducir —no simplemente limitar— las armas nucleares. A pesar de ello, ese tratado, aunque histórico, se queda corto en cuanto a eliminar todas las armas nucleares.
El problema de comprobarlo
Pero supongamos, de todas maneras, que todas las potencias nucleares llegaran a un acuerdo sobre el desarme total. ¿Qué impediría que algunas naciones, si no todas, pasaran por alto el acuerdo, y no se deshicieran de las armas prohibidas o las produjeran secretamente?
Kenneth Adelman, antiguo director de la Agencia Norteamericana para el Control de Armamento y Desarme, dijo: “Eliminar las armas nucleares requeriría el más extenso y entremetido sistema de inspección in situ que pueda imaginarse [...]. Eso, a su vez, exigiría de todas las naciones una tolerancia a la intromisión extranjera sin precedentes”. Resulta difícil imaginar que alguna nación abriría sus puertas tan de par en par.
Pero supongamos por un momento que de alguna manera las naciones superan todos estos descomunales obstáculos y llegan al desarme. La tecnología y el conocimiento necesarios para producir la bomba seguirían existiendo. En caso de desencadenarse una guerra convencional, siempre cabría la posibilidad de que se llegara al punto en que las armas nucleares volvieran a producirse... y a usarse.
Por eso, Hans Bethe, uno de los físicos que trabajó en la elaboración de la primera bomba atómica, dijo recientemente: “Pensábamos que podríamos controlar el genio. Sabíamos que no volvería a la botella, pero había razones válidas para pensar que podríamos contenerlo. Ahora me doy cuenta de que solo era una ilusión”.
[Ilustración en la página 7]
Algunos sostienen que defenderse de un ataque nuclear es más eficaz que tomar represalias después de un ataque