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  • Millones de saris
    ¡Despertad! 1988
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    ¡Despertad! 1984
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¡Despertad! 1989
g89 8/1 pág. 28

De nuestros lectores

Saris

Acabo de leer el artículo “Millones de saris” en el número del 8 de julio de 1988 de la revista ¡Despertad!, y me ha encantado. Miré la fotografía de la mujer vestida con un sari y pensé: “¡Qué vestido tan bonito!”. El artículo ha sido redactado de tal manera que infunde en el lector respeto y una disposición favorable hacia las mujeres de la India. Este tipo de artículos elimina cualquier vestigio de prejuicio racial que haya en nuestro corazón. En él se mencionaba que la mujer de término medio de la India se ponía un sari más viejo, “de estar por casa”, para desempeñar sus tareas domésticas cotidianas. Este detalle me ayudó, como mujer que realiza las mismas labores aquí en el lejano Japón, a apreciar la dignidad de mi trabajo. El artículo también me ayudó a no descuidar la ‘feminidad de mi vestido’. De modo que de ahora en adelante, si estoy en casa y necesito comprar algo en la tienda del barrio, voy a asegurarme antes de salir de que mi atuendo sea femenino y esté presentable.

N. I., “una mujer a la que le encantaría probarse un sari”, Japón

Salve ese diente

Cuando mi hijo de dieciséis años tuvo un accidente de bicicleta, se le cayó un diente. Recordé haber leído en ¡Despertad! (8 de noviembre de 1983) que o se volviera a poner el diente en su alveolo o se mantuviera en la boca o se guardara en leche, pero no podía recordar cuál de los tres procedimientos era el mejor, así que llamé al servicio de urgencias de un hospital. Me dijeron que lo metiese en hielo, todo lo contrario a lo que había leído. Llamé a otro hospital, les expliqué lo que recordaba y me dijeron que si era posible, lo volviese a poner en el alveolo. Eso es lo que hicimos; lo llevamos a Urgencias, luego al cirujano maxilo-facial, más tarde al endodoncista, y todos dijeron que si hubiésemos puesto el diente en hielo, como nos habían dicho en el primer hospital, mi hijo habría perdido el diente. Ustedes están haciendo de nosotros personas cultas; lo único que lamento es lo que me he perdido en el pasado por no leer a conciencia todos los números.

P. L., Estados Unidos

Inteligencia artificial

El artículo sobre la inteligencia artificial que apareció en el número del 8 de julio de 1988 de la revista ¡Despertad! fue muy pobre; o el autor ignoraba varios de los descubrimientos que se han hecho en este campo o, en caso de conocerlos, los ha desestimado por alguna razón. [...] El artículo pasa por alto totalmente las redes neurales, que, en esencia, confieren a los ordenadores la misma capacidad de percepción que el ojo o el oído humanos. Hoy por hoy, estas redes neurales únicamente pueden emular los ganglios de criaturas menos complejas [...]. No se sabe si alguna vez se aproximarán a la complejidad de la neurona cerebral humana, pero quizás no sea necesario [...]. Me temo que este artículo es como muchos de los que he leído en los periódicos corrientes; solo promueven la idea de “no se preocupen, humanos, ustedes siempre serán superiores en inteligencia a cualquier cosa que haya en la Tierra”. Creo que eso es prueba del temor injustificado que el ser humano tiene de toparse con un ser más inteligente que él, además de ser muy egocéntrico.

J. O., Estados Unidos

“¡Despertad!” consideró los descubrimientos que se han hecho en el campo de la inteligencia artificial, aquello que está recibiendo uso práctico en la actualidad. El lector J. O. se interesa principalmente en proyectos futuros que todavía están en fase experimental, respecto a los cuales él mismo admite que existen algunas cosas que no se saben. “Un estudio llevado a cabo por el Laboratorio Lincoln del Instituto Tecnológico de Massachusetts indica que en cinco años debería ser posible construir una red neural tan compleja como el cerebro de una abeja”, dice un editorial reciente del “New York Times” (7 de septiembre de 1988). Hay que conceder el honor a quien le corresponda, y cualquier nivel de inteligencia artificial sigue siendo simplemente una imitación muy inferior de la obra del Creador.—La dirección.

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