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  • g89 22/2 págs. 8-9
  • Los niños prematuros necesitan cuidado tierno y amoroso

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  • Los niños prematuros necesitan cuidado tierno y amoroso
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¡Despertad! 1989
g89 22/2 págs. 8-9

Los niños prematuros necesitan cuidado tierno y amoroso

ERAN las tres de la madrugada del domingo. Desconozco cuál fue la causa que provocó un parto prematuro, aunque sospecho que quizás me había excedido un poco atendiendo a invitados. Sea cual fuere la razón, mi hijito iba a nacer un mes antes de tiempo.

El parto fue largo y difícil. Aunque estuve con dolores todo el día y toda la noche del domingo, no llegué a dar a luz. Muchas veces ocurrió que en una de las contracciones la comadrona pudo ver la cabeza del niño (lo que recibe el nombre de coronamiento), solo para desaparecer completamente y quedar fuera del alcance en la siguiente contracción. El lunes a las cuatro de la madrugada, veinticinco horas después de ponerme de parto, al escuchar los latidos del corazón del niño, la comadrona se dio cuenta de que la criatura estaba en peligro. Me dio oxígeno y me llevó en seguida al hospital. Tres horas después, nacía Danny.

Mi marido —Bill— y yo pudimos ver que le costaba respirar, pues los pulmones no le funcionaban bien. Nos dejaron tomarlo unos segundos, y durante esos momentos, Bill y yo notamos que mientras estaba en nuestros brazos y le hablábamos, respiraba mejor. Cuando el personal del hospital dijo que tenían que ponerlo en una incubadora, yo no tenía mi estado de ánimo como para discutir, después de un parto tan largo y agotador.

A las 9.30 de la mañana vino a verme un pediatra. Dijo que había examinado al bebé y que parecía estar bien; el médico me lo llevaría para que lo amamantase. Pero no me lo llevaron. Las 10, las 11, las 12, y Danny sin aparecer. Finalmente, poco después de las 12 llegó una enfermera y me dio una alarmante noticia: “Su hijo está experimentando retracción y levantamiento, así que ha tenido que ser trasladado a una incubadora”. Esas fueron sus únicas palabras; sin darme más explicaciones, se marchó.

Cualquiera puede imaginarse el efecto que tuvo aquello en mi ya delicado estado emocional. Como no sabía lo que quería decir la expresión “retracción y levantamiento”, llamé a la comadrona y le pregunté si era grave. “Sí —me dijo—, es muy grave. Eso es lo que temen que les suceda a los bebés prematuros.”

“¿Qué quiere decir? —pregunté— ¿Podría morir?”

“Cabe la posibilidad”, respondió. También me dijo que debería insistir en verlo.

Las enfermeras me comunicaron que no podría verlo hasta que el médico le hubiese hecho una revisión. Entonces empecé a llorar histéricamente, con lo que provoqué bastante alboroto. “¡Es mi hijo, se va a morir y ni siquiera lo puedo tomar en brazos!” En seguida reaccionaron y me bajaron a donde estaba Danny. Aunque no podía tomarlo en mis brazos, sí pude meter la mano por una pequeña abertura que había en un costado de la incubadora y tocarlo.

Daba pena verlo. Los músculos del estómago todavía palpitaban por tratar de respirar mal y tenía las aletas de la nariz totalmente levantadas porque no estaba recibiendo suficiente oxígeno. (De ahí la expresión retracción del esternón y levantamiento de las aletas de la nariz.) Las manos y los pies presentaban un tono oscuro debido a la falta de oxígeno.

Metí la mano y empecé a darle un suave masaje desde la cabeza hasta los dedos de los pies y a decirle cuánto lo quería. Le hablé de su papá, de su hermano Timmy y de toda su familia, y de cuánto lo queríamos todos y deseábamos que fuese a casa. Estuvo muy atento cuando escuchó mi voz, y el masaje ayudó a calmarlo. Nadie tiene que convencerme de que el amor hace maravillas. Lo vi por mí misma aquel día. A la media hora, su respiración era completamente normal, y sus manos y pies habían adquirido un color sonrosado.

La enfermera de turno dijo: “¡No puedo creerlo! ¡Mírelo! ¡Qué bien respira! ¡Y mire sus manos y sus pies!”. Lo sacó de la incubadora y me lo dio sin esperar el permiso del médico.

La crisis había pasado. Danny estaba a salvo. Eso sucedió hace más de siete años. Todavía es hoy el día en que a Danny le encanta oír la experiencia que vivimos y le gusta que se la explique a otros.—Según lo relató Mary Jane Triggs.

[Fotografía de Danny Triggs en la página 9]

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