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  • ¡El día en que nos nació nuestra niña!

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  • ¡El día en que nos nació nuestra niña!
  • ¡Despertad! 1979
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¡Despertad! 1979
g79 22/8 págs. 9-12

¡El día en que nos nació nuestra niña!

Según fue relatado al corresponsal de “¡Despertad!” en Alemania

EL AÑO pasado un artículo en la revista alemana Stern captó mi atención. Describió un hospital, el primero de esta clase en Alemania, en el cual se permite que las madres tengan a sus niñitos recién nacidos en el mismo cuarto con ellas desde el momento del nacimiento. Algunos médicos son muy expresivos en su alabanza de este arreglo, que comúnmente se llama “compartir el cuarto.” Otros son igualmente expresivos en sus dudas respecto a lo aconsejable del arreglo.

El artículo de Stern comentó: “Se pide que los padres estén presentes al tiempo del alumbramiento. Hassauer [un ginecólogo del hospital] dijo: ‘Más del 50 por ciento de los hombres concuerdan, y la mayoría de ellos prestan verdadera ayuda. Animan a sus esposas durante el parto; las tienen cogidas de la mano y las consuelan. Hasta la fecha ninguno de ellos se ha desmayado.’”—21 de abril de 1977.

A medida que leía el artículo recordé a un amigo que recientemente había estado presente para ver el nacimiento de su hijita. De modo que fui a visitarlos a él y a su esposa para conseguir sus impresiones. Con los suaves sonidos de gorjeo que Genarita emitía en el cuarto de al lado, hablamos.

“¿De quién fue la idea de que estuvieras presente?” pregunté yo.

“Bueno, realmente la idea fue de mi esposa. Desde el mismo principio hicimos planes para que yo estuviera presente al tiempo del alumbramiento. El hacer planes fue muy importante. Conseguimos muchos libros que trataban del parto natural.”

“Verdaderamente quería un parto natural,” dijo su esposa. “No podía pensar en cosa alguna que fuera más natural que el que estuviera presente mi esposo.”

“Pero ¿no es un arreglo de esa clase más o menos la excepción, por lo menos aquí en Alemania?” pregunté.

“Según lo que leímos,” contestó ella, “en algunos países se está desarrollando la tendencia de que estén presentes los padres, pero hasta ahora no ha hecho mucho progreso aquí en Alemania. Hay hospitales que no lo animan. Averiguamos de antemano para estar seguros de la actitud del hospital que íbamos a usar.”

“Durante su estancia en el hospital, ¿cuántas veces oyeron hablar de esposos que estuvieron presentes cuando nacieron sus hijos?”

“Por lo menos cien niños deben haber nacido mientras estuvimos ahí. Que yo sepa, mi esposo fue el único padre que estuvo presente. Más tarde una enfermera me dijo que rara vez están presentes los padres.”

“¿Por qué será?”

“Creo que se debe,” comentó mi amigo, “a que ni el esposo ni la esposa saben qué esperar. Tienen miedo. Pero si uno se prepara para ello, realmente no hay nada que temer.”

“¿Qué quieres decir con: ‘Se prepara para ello’?”

La preparación envuelta

“En los libros que leímos,” dijo su esposa, “hallamos capítulos especialmente diseñados para los esposos en los que se explica lo que ellos pueden hacer para ayudar a sus esposas. Los libros también se concentran en técnicas respiratorias y en ritmos de respirar que son útiles para evitar que la madre sufra calambres. Esto facilita el parto.”

“Otra cosa que nos ayudó,” dijo su esposo, “fue que fuimos juntos de antemano a visitar la sala de alumbramiento. Se permite esto si el esposo está interesado, y ciertamente lo estaba. Una enfermera me explicó todo el procedimiento y contestó todas mis preguntas.”

“Mientras me preparaba para el alumbramiento,” agregó su esposa, “practicaba enfrente de mi esposo mis ejercicios de relajación y los que se hacen para controlar la respiración. Así él sabría lo que yo estaría haciendo cuando empezaran las contracciones. Por ejemplo, él sabía que iba a estar a mi diestra durante el parto, y que tendría una esponja suave y mojada que me podía pasar sobre los labios después de cada contracción. ¡Esa fue una sensación maravillosa! De nuevo estaba relajada. Tenía los labios húmedos. Sentía que podía seguir con la próxima contracción y respirar correctamente. Si hubiese tenido sed o si hubiese tenido la boca o la lengua seca, me hubiera sido mucho más difícil concentrarme en hacer lo que había estado practicando.”

“Los libros nos dijeron que cuando empezaran las contracciones no debería hablarle a mi esposa. Ella no debería cogerme de la mano. Pues, la apretaría y eso causaría tensión en los otros músculos de su cuerpo cuando deberían estar relajados. Al contrario, yo debería coger la mano de ella y apretarla mucho para que no se agarrara de la partera o la frazada o la almohada o alguna otra cosa cercana. Esto tuvo el efecto de relajarla y ayudarla a trabajar con su cuerpo no en contra de él.”

“¿Y los médicos y las enfermeras no te hicieron sentir que servías de estorbo?” quise saber.

“No, de ninguna manera. Creo que los impresionó. Apreciaron el interés que manifesté. Parecía que me aceptaron como parte del equipo. Y, realmente trabajamos en equipo. Yo estuve a la mano derecha de mi esposa, una enfermera al lado de su pierna, otra enfermera al otro lado y el médico en medio. Cuando le llegaban los dolores fuertes, el médico le decía a mi esposa: ‘Ahora puje, puje.’ Una enfermera le mantenía las piernas abiertas, mientras que la otra se inclinaba y trataba de ayudar la cabeza de la criaturita a salir. A mí me tocaba poner las manos detrás de ella y ayudarla a incorporarse para que pudiera hacer mejor lo que el médico le decía. Cuando se calmaba la contracción, parábamos y hablábamos hasta que llegara la próxima.”

“Después que había dado a luz,” dijo su esposa, “hablé con una enfermera de Taiwan que trabaja aquí en Alemania. Dijo que en Taiwan cuando nacía un niño en casa, el esposo se encontraba bastante cómodo. Estaba en su propio ambiente, a cargo de las cosas, por decirlo así, como hombre de la casa. La partera le decía diferentes cosas que hacer, como hervir el agua y tener listas toallas limpias. Por el modo en que ella lo trataba él sentía que hacía falta. Pero eso era hace 10 años. Actualmente, dado que muchos niños taiwaneses nacen en los hospitales, a los esposos se les hace sentir que no se les desea. Pero las mujeres de Taiwan dicen que tendían a sentirse más relajadas cuando sus esposos estaban con ellas.”

“Me imagino que la mayoría de las mujeres desearían que sus esposos estuvieran presentes,” dije yo.

“Yo sí. Sin embargo, me enteré de que no todas las mujeres abrigan el mismo sentimiento. De las madres jóvenes que estaban en el hospital conmigo, pocas estaban preparadas para dar a luz. Estaban nerviosas. No sabían cómo iba a ser ni cómo responderían. Muchas tenían información errónea debido a haber oído relatos que exageraban las dificultades envueltas en el alumbramiento. No querían que sus esposos las vieran sufrir dolor, tal vez llorando y gritando. Además, sin preparación de antemano, el esposo no sabría cómo ayudar a su esposa durante el parto, especialmente si éste se extendía por muchas horas. Por esa razón muchos esposos prefieren ausentarse. Se sienten fuera de lugar, no necesitados, hasta no deseados.”

“Pero, ¿crees que con la preparación apropiada verían el asunto de modo diferente?”

“Sí. Parece que algunas de las mujeres lamentaban el no haber hecho mejor preparación y que sus esposos no habían estado con ellas. Cuando sus esposos las visitaban, trataban de decirles lo que había pasado. Pero realmente no es algo que se le puede explicar a otro. Hay emociones envueltas. Es preciso experimentarlo juntos. Pues, imagínate: uno ha estado esperando nueve meses para saber si es un niño o una niña, si será sano o no, y ha estado trabajando tan duro o esforzándose tanto durante esas últimas cuantas contracciones, trabajando con su cuerpo entero. Entonces de repente oye a su esposo —no al médico, no a la enfermera, sino la voz de su propio querido esposo— decir: ‘¡Amor, tenemos una niñita!’ Realmente, puede hacer que le salten las lágrimas a uno.”

“Me lo imagino. ¿Y cómo se siente el padre?”

“¡Maravilloso! Vi cómo salió nuestra hijita, cómo la separaron de su madre, cómo las enfermeras la secaron y luego se la entregaron a la madre. Cuando salí del hospital y me metí en el automóvil para ir a casa, se apoderó de mí un sentimiento extraordinario: había sucedido algo tremendo. Yo lo había presenciado. De repente sentí un deseo irresistible de parar a cada persona y decirle que mi esposa acababa de dar a luz a una niñita. Bueno, era más que solo un deseo irresistible de decírselo. Yo había estado ahí también. ¡Yo lo había experimentado! ¡Acababa de nacernos NUESTRA niña!”

Efectos duraderos

Algo del artículo en Stern me impresionó de modo especial. Dijo que un estudio que duró siete años de este método de “compartir el cuarto” indica que las madres y los padres que hacen preparaciones para el nacimiento de sus hijos son más tiernos para con ellos que los padres que no hacen dicha preparación. Les pregunté a mis amigos lo que ellos pensaban de eso.

“A mí me parece que cuando el esposo está al lado de su esposa ayudándola durante ese tiempo crítico del parto eso lo une más estrechamente,” explicó el esposo. “Y no hay duda de que una buena relación entre esposo y esposa contribuye más tarde a una buena relación entre padres e hijos. No veo cómo puede evitar tener un efecto provechoso.”

“¿Y qué diría la madre?”

“Oh, yo estoy completamente de acuerdo,” respondió su esposa “Por ejemplo, por estar tan absorta en lo que yo estaba haciendo, hubo ciertas cosas que no pude observar de la manera que mi esposo las observó. Entre los dos pudimos completar los detalles y eso nos ayudó a realmente compartir la experiencia.”

“Por supuesto,” su esposo añadió, “es innegable que el hombre puede ser un padre amoroso y un cristiano devoto sin estar presente durante el nacimiento de su hijo.”

Mis amigos me habían dado algo en que pensar. Era obvio que no faltaba cariño natural en su familia. Me preguntaba si acaso la preparación y participación mutuas antes y durante el nacimiento de un niño no contribuyeran mucho a la creación y conservación de un buen ambiente de familia. Pudiera ser algo que deben considerar los que esperan ser padres. Pero obviamente es algo que no debe hacerse sin conocimiento y cuidadosa premeditación.

Todavía recuerdo las últimas palabras de mi amigo a medida que Genarita hacía gorjeos en el fondo: “Es maravilloso trabajar juntos para tener un niño. Jamás olvidaré el día en que nos nació NUESTRA niña.”

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