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  • ¡Despertad! 1989
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¡Despertad! 1989
g89 8/5 págs. 24-27

“Mi tema fotográfico favorito”

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Suecia

“ES EL atardecer de un día de finales de verano en el norte de Suecia. Me encuentro descansando en mi automóvil, estacionado al final de un pequeño sendero que hay entre los árboles, cerca de una ciénaga. Mientras contemplo ociosamente los abedules que están al otro lado de la ciénaga, veo que de repente un enorme oso pardo sale del bosque y avanza pesadamente hacia mí.

”Salgo en seguida del automóvil procurando no ser visto. Con la cámara colgada del cuello, bordeo cautelosamente la ciénaga en busca de un buen ángulo. El oso se detiene y fija su vista en mí. Echo una mirada al automóvil; puedo llegar a él en diez segundos. El oso levanta su ancha cabeza, olfatea, sacude su enorme cuerpo y estornuda. Se me encoge el estómago.

”Mientras sigue avanzando hacia mí, regreso lenta y sigilosamente al automóvil. Vuelve a detenerse, y ahora me ve. De repente, después de un fuerte estornudo, viene hacia mí. Tomo en seguida la cámara. En una fracción de segundo localizo su ojo a través del visor. Aprieto el disparador y me apresuro hacia el automóvil.

”¡Qué foto! Fue tan buena que el Departamento de Correos de Suecia la usó en el diseño de un sello de correos.”

Esta es la narración que el fotógrafo Bertil Pettersson, especializado en temas de la naturaleza, hace de uno de sus encuentros con los osos pardos.

“Es mi tema fotográfico favorito”, dice él, y añade: “Tropezarse con este hermoso y sobrecogedor animal en los densos bosques de Suecia es una experiencia sumamente singular. Son pocas las personas que, siquiera por un momento, han podido ver alguno, y muchas menos las que han logrado fotografiarlo”.

Un animal cauteloso

“Olvídese por completo de la idea de que el oso es un enorme y jovial simplón de pocos reflejos —explica Bertil—. Es despierto y cauteloso, y en el bosque puede burlar fácilmente al hombre. Podría atacar y luchar, pero no en posición erecta, como cuentan algunas historias. De vez en cuando se levanta sobre las dos patas traseras para inspeccionar la situación, pero, por lo general, se retira o se agazapa en la espesura hasta que pasa el peligro. Mediante sus aguzados sentidos del oído y el olfato, puede detectar su presencia mucho antes de que usted tenga la menor noción de que está ahí.”

“¿Qué debería hacer si llegara a encontrarme con uno en el bosque?”, pregunté. “Para empezar, no se deje llevar por el pánico. Un oso raras veces ataca a menos que se le provoque. Retírese con cautela. Si gruñe, apresúrese, porque ese es su modo de decirle que su presencia no es bien recibida.

”Nunca lleve un perro sin correa por el bosque, pues podría ladrar a un oso, molestarle y luego, asustado, correr con él pegado a los talones... ¡hacia usted! El resto se lo puede imaginar.”

Un verdadero “durmiente”

“¿Cómo pasa el invierno su tema fotográfico?”, le pregunto.

“En su guarida subterránea”, responde Bertil.

“Ah, claro, hibernando”, añado. “No, simplemente duerme —explica—. Solo necesita dar una patada a un oso que está dormido para convencerse de que no está hibernando. Probablemente se despertará igual que lo haría una persona y en seguida estará activo. Ha habido casos de osos que han sido despertados por el ruido de sierras mecánicas que talaban árboles y han huido de la zona a toda velocidad.”

“El oso debe conocer bien las estaciones”, continúo.

“Sí —asiente Bertil—; cuando está bien alimentado, a finales de octubre, prepara su guarida cubriendo el suelo con ramitas y musgo. Como es un animal cuidadoso y astuto, para entrar definitivamente en la guarida, prefiere esperar hasta un día que nieve, pues así sus pisadas se borran en seguida. Sale a mediados de abril. Entonces, suele arrastrar afuera su cama, frente a la entrada, y allí permanece un tiempo antes de empezar por fin sus andanzas primaverales.”

Mientras me enseña unas fotos de dos encantadores oseznos, Bertil explica: “Las crías de los osos nacen en la guarida a finales de enero. Para entonces, son del tamaño de una rata, pero crecen deprisa, y cuando salen en primavera, están lo suficientemente crecidos como para revolcarse, pelear y jugar cerca de su madre”.

Cuidado con los cachorros que invitan a que se les abrace

“Cualquiera que viese a esas encantadoras bolitas blandas en un claro del bosque probablemente querría jugar con ellas y hasta abrazarlas”, mencioné.

“¡Mucho cuidado! —advierte Bertil—. La madre ni siquiera le dejará acercarse a ver a sus cachorros. Esta es la razón por la que resulta sumamente difícil fotografiar a una osa con sus cachorros. Durante un período de cuatro años, varias veces había intentado fotografiar a una familia de osos desde un escondite en el bosque, pero todo había sido en vano. Entonces, un día de mayo, a la puesta del Sol, sucedió esto:

”Me dirigía a mi escondite, situado a sesenta metros de donde estaba, cuando vi un enorme bulto cerca de la carroña que había colocado en el centro de la ciénaga. Era un oso. Al poco tiempo, dos oseznos de tamaño mediano que habían nacido el pasado año aparecieron en el borde de la ciénaga. Tenía el viento a mi favor, pues soplaba hacia mí. Con las cámaras colgadas del cuello, me deslicé veinte metros hacia el borde de la ciénaga y me agazapé detrás de un pino, a solo un tiro de piedra de los osos. Cuando los oseznos llegaron a donde estaba su madre, miraron con curiosidad cómo enterraba la carroña. Mientras tanto, saqué varias buenas fotografías.

”Al ponerse el Sol, antes de que cayese el telón y pusiese fin a aquel espectáculo, vi lo que pocas personas han podido ver jamás. Cuando la madre terminó de cavar, los cachorros empezaron a aferrarse a ella; le daban golpecitos en el costado y emitían unos gruñidos monótonos. Súbitamente ella se sentó y empezó a amamantar a los cachorros. Al rato se tumbó de espaldas y levantó la cabeza, mirándolos amorosamente mientras los cachorros terminaban su cena. Cuando se quedaron satisfechos, se acurrucaron junto a ella para dormir.

”Me marché despacio a fin de no interrumpir aquella idílica escena. Después de vivir una experiencia tan emocionante, me sentí humildemente agradecido al generoso Dios que ha creado estos maravillosos animales.”

[Fotografías en la página 26]

Olfateando el aire del bosque

¡Cuidado! Una osa con sus cachorros

[Ilustración de la página 24 (completa)]

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