Se nos hizo para disfrutarlos
LA MAYORÍA de nosotros experimentamos paz y satisfacción internas cuando nos alejamos del ajetreo de la ciudad y disfrutamos de la belleza de algún paraje natural. El difunto John Muir, conocido naturalista y partidario de la conservación de los recursos naturales, comentó: “Los parques y reservas de montaña no solo son útiles como fuentes de madera y de ríos que riegan el terreno, sino también como fuentes de vida”.
Por eso no debería sorprendernos que el hogar que nuestro Creador dio a la primera pareja humana fuese un hermoso parque ajardinado. Aquel parque ocupaba una zona de la región llamada Edén, de ahí su nombre: “el jardín de Edén”. En vista de que el río que lo regaba se dividía y formaba las cabeceras de cuatro importantes ríos, y de que en él había “todo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento”, se desprende que era un parque muy grande. (Génesis 2:8-10, 15.)
Hasta este siglo, la mayoría de las personas vivían en lugares donde podían obtener refrigerio de esas “fuentes de vida”. Pero entonces se empezaron a apiñar en grandes ciudades y a estropear, e incluso arruinar, los parajes vírgenes, de ahí que acotar ciertas zonas como parques nacionales se haya considerado correctamente “una magnífica idea”. ¿Cuándo y cómo nació esta idea?
Los primeros parques nacionales
Su origen podría remontarse a 1870. Cierta noche los componentes de la expedición que había explorado la región estadounidense de Yellowstone estaban reunidos alrededor de la hoguera del campamento repasando las sobresalientes vistas que habían contemplado. Uno de ellos, Cornelius Hedges, más tarde gobernador del Territorio de Montana, propuso que se preservase esa región como un parque nacional para el beneficio de las generaciones futuras. Los demás concordaron con entusiasmo. Dos años más tarde se aprobó el proyecto, y en 1872 el presidente Ulysses S. Grant firmó el decreto que convirtió Yellowstone en el primer parque nacional del mundo.
Algún tiempo más tarde, siguiendo el ejemplo de Yellowstone, se creó un santuario natural en Nueva Gales del Sur (Australia), al que hoy se conoce como Royal National Park, y solo trece años después de inaugurarse Yellowstone, se creó el tercer parque nacional del mundo, esta vez en Alberta (Canadá). Es interesante saber cómo ocurrió.
Por aquel entonces, Canadá era un joven país dedicado a la construcción de un enlace ferroviario que cruzaría las montañas Rocosas y llegaría hasta la costa del Pacífico. Un día de noviembre de 1883 tres trabajadores del ferrocarril que exploraban el desierto cerca de Fort Calgary encontraron aguas minerales termales que borbotaban del suelo. Al percatarse del valor de aquellos manantiales, se pelearon batallas legales para establecer los derechos de propiedad.
Sin embargo, pronto intervino el gobierno canadiense, que vio que aquella zona podía atraer el turismo, y no se mostró dispuesto a conceder los derechos a ningún particular. Así que en 1885 promulgó un decreto que permitía acotar aquella zona para “el beneficio sanitario del público” y ‘reservarla sin ser vendida, poblada u ocupada ilegalmente’. El paraje original, de 26 kilómetros cuadrados, ha sido agrandado hasta formar parte de una reserva de 6.641 kilómetros cuadrados llamada Parque Nacional de Banff.
Hoy en día Canadá cuenta con unos treinta parques en todo el país, con una superficie de terreno equivalente a la de Inglaterra. Estados Unidos tiene más de trescientas reservas en su Sistema de Parques Nacionales, con una extensión total más de dos veces mayor que la de Inglaterra. La “magnífica idea” de tener parques nacionales se ha hecho tan popular en todo el mundo, que ya existen en total más de dos mil zonas protegidas en unos ciento veinte diferentes países.
Se pone el énfasis en otro aspecto
En un principio la región de Banff era, en realidad, un balneario para unos pocos privilegiados. “Como no podemos exportar el paisaje —dijo uno de los primeros promotores—, tendremos que importar turistas.” Y bien de turistas que acudieron. De hecho, algunos parques nacionales reciben tantas visitas que se encuentran increíblemente atestados y congestionados. “Nos desanimó ver tantísima gente —dijo una familia después de visitar Yellowstone—, era como andar por Manhattan [un barrio de Nueva York].” Los guardas de algunos parques han tenido que recibir adiestramiento en técnicas policiales y control de narcóticos.
Sin embargo, recientemente se han hecho mayores esfuerzos encaminados a preservar la condición natural de los parques. Por ejemplo: en Yosemite, un famoso parque de California (E.U.A.), se ha debatido mucho sobre la posibilidad de eliminar algunas instalaciones: el taller comercial de reparación de automóviles, tiendas de regalos, pistas de patinaje sobre hielo, campos de golf, pistas de tenis y piscinas. El objetivo de los administradores de los parques es dotarlos de instalaciones recreativas compatibles con la protección a largo alcance de los recursos naturales.
Esto es especialmente cierto en Canadá, como lo evidencia una normativa de 1979 llamada Parks Canada Policy, en la que se declara que los parques nacionales se han concebido ‘con el fin de proteger de modo permanente regiones naturales representativas y dejarlas intactas para las generaciones futuras’.
Una de las principales funciones de muchos parques es proteger a los animales. El Parque Nacional italiano Gran Paradiso, creado en 1922, protege a la cabra montés, animal en el pasado muy codiciado por los cazadores y que llegó a estar al borde de la extinción. El Santuario Fáunico de Gir, creado en 1965 en la India, protege a los últimos ejemplares de leones asiáticos, que una vez abundaron en el país. Según una estimación aproximada, en un tiempo hubo en América del Norte unos sesenta millones de bisontes norteamericanos, pero para el año 1900 este animal estaba en peligro de extinción. En la actualidad, como resultado de medidas protectoras, muchos miles de bisontes se encuentran en lugares como el gran Parque Nacional de Wood Buffalo.
En efecto, visitar parques nacionales, ir de excursión por zonas vírgenes y ver animales en su hábitat natural es un refrigerio para el espíritu, es, por decirlo así, una fuente de vida. No obstante, hay que darse cuenta de que existen algunos riesgos.