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  • Los sentidos, dádivas extraordinarias
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¡Despertad! 1989
g89 22/8 pág. 3

Los sentidos, dádivas extraordinarias

EN EL momento en que Lucas ve el helado, le brillan los ojos. Oye que le ofrecen un cucurucho, y cuando alarga el brazo para tomarlo, se le hace la boca agua. Mientras se lo lleva a la boca, percibe su agradable olor, y al chupar por primera vez su suave y refrescante textura, lo paladea con gusto.

En esta agradable experiencia, Lucas ha utilizado los cinco extraordinarios sentidos de su organismo: la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Pero tenemos muchos otros sentidos, y la cantidad depende de cómo se quiera clasificarlos. Por ejemplo: la piel no solo responde al tacto, sino también a la temperatura (caliente y fría) y al dolor; el oído interno, además de ser sensible al sonido, regula nuestro sentido del equilibrio por medio del líquido que hay dentro de los conductos semicirculares, y hay otros receptores en el organismo que controlan diferentes sentidos, como el del hambre y la sed.

Así que por medio de un intrincado sistema de comunicación, nuestro cuerpo responde a diversos estímulos para medir las características físicas y químicas de nuestro entorno. Consideremos unos ejemplos concretos.

El ojo recibe impresiones visuales continuamente. La luz se enfoca en los millones de células receptoras de la retina, la cual reacciona a los rayos luminosos produciendo señales eléctricas. El nervio óptico las transporta al cerebro, donde se las transforma en imágenes visuales.

El oído tiene en su parte interna unos minúsculos cilios que oscilan al ritmo de las ondas sonoras que recogen. Estos transmiten los impulsos eléctricos al cerebro, donde se les transforma en sonido.

El sentido del tacto depende de unos pequeños receptores situados en la piel. Al parecer, hay diferentes células receptoras responsables de las diversas sensaciones de tacto, dolor, frío y calor.

El sentido del gusto se localiza en unas terminaciones nerviosas microscópicas llamadas papilas gustativas. Están situadas principalmente en la lengua y, en menor grado, en otras superficies de la boca, y gracias a ellas disfrutamos de nuestra comida y bebida.

El olfato tiene una estrecha relación con el gusto. La extraordinaria sensibilidad de las células receptoras situadas en la parte superior de las fosas nasales les permite detectar la más mínima molécula de algunas sustancias olorosas en un billón de partes de aire. Sin embargo, los investigadores todavía desconocen cómo detectan los olores y dan origen a señales nerviosas en el cerebro.

No cabe duda de que nuestros sentidos son dádivas extraordinarias. No obstante, ¿qué sucede cuando esa sensibilidad queda disminuida o hasta anulada? ¿Cómo enfrentarse a esa situación? ¿Qué se puede hacer?

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