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¡Despertad! 1989
g89 22/9 págs. 2-7

Marea negra. Aquí nunca sucederá

“¿UNA MAREA NEGRA en el golfo del Príncipe Guillermo? Jamás. Nunca sucederá. El paso es muy ancho y profundo, así que no supone ningún peligro para la navegación.”

Eso es lo que se hizo creer a la gente. Pero, lamentablemente, cuatro minutos después de la medianoche del viernes 24 de marzo, el Exxon Valdez, un superpetrolero que transportaba 200 millones de litros de crudo, se desvió unos dos kilómetros de su ruta y encalló en las dentadas rocas del arrecife de Bligh. Como consecuencia, se le abrieron enormes agujeros en el casco y más de cuarenta millones de litros de crudo se vertieron en las limpias aguas del golfo del Príncipe Guillermo, un lugar de inmensa belleza situado al sur de Valdez (Alaska).

En el momento en que ocurrió la catástrofe, un tercer oficial no cualificado estaba al mando y el servicio de guardacostas que debería haber dirigido el trayecto del Exxon Valdez mediante radar no pudo hacerlo. Además, cuando se produjo la fuga, ni la compañía Alyeska Pipeline Service ni la compañía Exxon pudieron cumplir con su plan de emergencia para controlar fugas de petróleo.

Se llamó a submarinistas especializados para que inspeccionaran en el lugar del siniestro los daños sufridos por el Exxon Valdez. Uno de ellos informa:

“Cuando nos dirigíamos al petrolero, vimos que el manto de petróleo ya tenía varios centímetros de espesor, y ni siquiera podíamos ver el agua en la estela que dejaba nuestra barca. Una vez en el superpetrolero, la primera preocupación era la seguridad. ¿Era estable la posición del barco, o volcaría encima de nosotros? Estaba encallado en el arrecife de Bligh, cerca de un lugar donde el fondo marino sufre un desnivel de unos cien metros. Si la marea ascendente lo desplazaba, iría a parar al fondo, y es posible que el casco se acabara de resquebrajar y dejara salir el resto del petróleo: 160 millones de litros.

”Inspeccionamos casi cada metro cuadrado del barco: el casco, el interior de los depósitos y la estructura. El petróleo no dejaba de salir a chorros. No se mezclaba con el agua, sino que rápidamente subía a la superficie. Cuando entramos en los depósitos, nuestras burbujas de aire alteraron las bolsas de petróleo, obligándolo a salir, lo que ocasionó que se arremolinara alrededor de nuestras máscaras. No estábamos allí para hacer reparaciones, solo para determinar los daños.”

La compañía Alyeska había prometido acudir al lugar del siniestro con barreras de contención y skimmers (sistemas de almacenamiento con vertederos) en el plazo de cinco horas, pero no se hizo nada antes de diez horas y muy poco durante los siguientes tres días. Ya no hacía el buen tiempo de los días anteriores, cuando las barreras de contención y los skimmers podían haber limitado los daños. El lunes soplaron vientos de 110 kilómetros por hora a través del golfo del Príncipe Guillermo, y batieron la superficie hasta convertirla en una mezcla espumosa de petróleo y agua llamada mousse (espuma).

Entonces todos empezaron a echarse la culpa unos a otros. Los funcionarios de Alaska, los habitantes de Valdez y el servicio de guardacostas culparon a las compañías Alyeska y Exxon por haber perdido el tiempo y haber dejado pasar los primeros tres días, cuando las condiciones climáticas eran favorables. Algunos culparon al servicio de guardacostas por su reducción de gastos, que resultó en “que se reemplazase el radar ubicado en Valdez por una unidad más débil que no pudo advertir al desafortunado petrolero de que se dirigía a un arrecife”. La compañía Exxon culpó al estado y al servicio de guardacostas por no conceder permiso para utilizar dispersantes químicos a fin de descomponer el manto de crudo.

En dos meses la marea negra avanzó unos 800 kilómetros desde el arrecife Bligh, contaminó 1.600 kilómetros de litoral y cubrió con una capa de petróleo 2.600 kilómetros cuadrados de las hermosas aguas del golfo del Príncipe Guillermo. No se detuvo hasta que pasó el Parque Nacional Kenai Fjords, rodeó el extremo de la península de Kenai y se adentró en la ensenada de Cook. También se desplazó hacia el sur, donde contaminó el Parque Nacional de Katmai y la isla de Kodiak.

Se contrató a miles de personas para limpiar las playas. Cuando se le entrevistó, uno de esos trabajadores dijo lo siguiente sobre el método utilizado y los resultados conseguidos:

“Se empieza a trabajar con mangueras de alta presión a las 4.30 de la mañana y se continúa hasta las 10.00 de la noche. Algunas echaban agua fría del mar y otras, vapor caliente mezclado con agua del mar. Se lanza el agua a presión contra la grava de las playas, haciendo que penetre hacia abajo. El petróleo que se encuentra entre medio metro y un metro bajo tierra sale a la superficie. Entonces el agua de las mangueras lo arrastra hacia el mar, donde barreras de contención impedirán que se extienda hasta que acudan los skimmers y lo absorban. En una sección de playa de 200 metros de ancho se recogen diariamente entre doscientos y cuatrocientos barriles (30.000 a 60.000 litros).

”Este proceso se repite una y otra vez durante dos semanas, y siempre se consigue la misma cantidad de petróleo. También hay personas que se sientan en la playa con trapos absorbentes y limpian las rocas una a una. La playa parece limpia, pero si uno mete la mano entre las rocas y la introduce en la arena unos nueve centímetros, la saca cubierta de una sustancia negra pegajosa, y eso después de haber pasado dos semanas limpiando. Se vuelve al cabo de tres días, y el petróleo ha subido entre ocho y dieciséis centímetros más. La siguiente marea lo devolverá al mar.”

¿Un esfuerzo inútil? Quizás, pero el trabajo está bien remunerado. Un trabajador que gana 250 dólares diarios declara: “Calculo que es fácil que saque de esto unos diez mil dólares”. Otro trabajador ganó casi 2.000 dólares por una semana de trabajo de doce horas diarias durante siete días. “Hoy limpiamos dos playas —dijo—, pero estoy seguro de que mañana, después de que entre la marea, estarán igual.” Algunas playas del golfo del Príncipe Guillermo están enterradas bajo un metro de lodo aceitoso.

Una vez que se abrieron los boquetes en el casco del Exxon Valdez y se produjo el vertido de 40 millones de litros de petróleo en las aguas del golfo del Príncipe Guillermo, ¿qué habría ayudado a hacer frente al desastre? Es posible que una rápida intervención con barreras de contención y skimmers durante los primeros tres días, cuando el mar estaba en calma, hubiera contenido la marea negra lo suficiente como para mantenerla dentro del golfo del Príncipe Guillermo sin que se extendiese hacia el golfo de Alaska.

¿Habría ayudado el uso de dispersantes químicos? Parece que no. Los dispersantes no surten efecto en aguas calmadas. El mar tiene que estar agitado para poder mezclarlos y distribuirlos de modo que hagan su trabajo. Durante los primeros tres días de calma, habrían sido inútiles, y el cuarto día, cuando quizás hubieran servido de ayuda, ya que las aguas estaban agitadas, los fuertes vendavales impidieron el despegue de los aviones que tenían que pulverizar dichas sustancias químicas sobre el agua. De todas formas, su uso es controvertido. Un artículo del Anchorage Daily News explica:

“Los dispersantes funcionan de modo parecido a los detergentes. Cuando se les pulveriza sobre la superficie de una capa de petróleo y el mar los agita, dividen el crudo en minúsculas gotas y hacen que se esparzan por el agua. A los defensores del medio ambiente no les gustan los dispersantes, porque, según dicen, las sustancias químicas simplemente esparcen el crudo a través de todas las capas de agua, con lo que presentan una amenaza para las diferentes formas de vida que encuentran desde la superficie hasta el fondo.” De todas formas, los dispersantes químicos son menos eficaces en agua fría, “apenas surten efecto con el crudo de Prudhoe Bay” y “son casi inútiles más de un día después de la fuga”.

Además, los dispersantes mismos son tóxicos. Se afirma que los que se utilizaron para controlar la gigantesca marea negra producida por la fuga del superpetrolero Torrey Canyon que alcanzó la costa francesa en 1967 causaron más efectos tóxicos que el propio petróleo. “Se aniquiló la flora y la fauna.”

Pete Wuerpel, director del Servicio de Comunicaciones de Emergencia de Alaska, confirma la declaración ya citada de uno de los contratados para limpiar las playas. Dice: “El petróleo no se quedará estancado y tampoco desaparecerá. Hasta el que ahora se encuentra en algunas de las playas será arrastrado a otras playas por la acción de las olas y las mareas. Es un desastre continuo. Cuando se considera la profundidad a la que ha penetrado el petróleo, el trabajo de limpiar las playas resulta imponente. Es posible limpiar la superficie, pero la acción de las olas y las mareas hará que el petróleo que hay debajo siga filtrándose hacia la superficie. ¿En qué punto se reconoce lo ineficaz de los esfuerzos humanos?”.

Wuerpel concluye que la tecnología del hombre todavía no puede hacer frente a las mareas negras, y dice que en esos casos hay que dejar el trabajo a la naturaleza. Otros concuerdan con él. La bióloga marina Karen Coburn declaró: “La realidad es que incluso en las mejores circunstancias, no tenemos la capacidad de recuperar más de aproximadamente el diez por ciento del petróleo vertido en una gran fuga”. Otro informe comenta que según científicos que estudian las mareas negras, “a la naturaleza le podría costar una década, o quizás más tiempo, eliminar de las aguas del golfo del Príncipe Guillermo los últimos vestigios de la mayor marea negra de América del Norte”.

Dos semanas después del accidente, un titular del Anchorage Daily News decía: “La batalla para limpiar la marea negra está perdida. Los equipos ganan pequeñas victorias, pero los expertos aseguran que la recuperación del golfo está en manos de la naturaleza”. Y añadía: “El personal de la Administración Oceánica y Atmosférica Nacional ha dicho desde el principio que era imposible ganar la guerra”. Han controlado toda marea negra importante producida durante la última década, entre las que se halla la fuga de 250 millones de litros del superpetrolero Amoco Cádiz ocurrida frente a la costa francesa en 1978, y su veredicto es: “En ningún caso el esfuerzo del hombre ha podido eliminar gran parte del petróleo”.

[Fotografía en la página 7]

Las playas que se limpian un día aparecen cubiertas de petróleo al día siguiente

[Reconocimiento en la página 2]

Mike Mathers/Fairbanks Daily News-miner

[Reconocimiento en la página 5]

Portada: The Picture Group, Inc./Al Grillo

[Recuadro en las páginas 6, 7]

Superpetrolero, supercontaminador

Imagínese un barco con una longitud equivalente a la altura de un edificio de cien pisos, que surca las olas del océano con una proa que queda casi 500 metros por delante de quien lo dirige, tan grande que hay quienes se han preguntado si la rotación del planeta puede afectar sus movimientos. Se trata del superpetrolero, un barco muy grande acondicionado especialmente para el transporte de petróleo. No, no es obra de la imaginación; muchas de esas embarcaciones y de otras casi tan grandes como ellas surcan los mares. ¿Por qué? Porque vivimos en un mundo sediento de petróleo, y debido a su gran tamaño, los petroleros han resultado un medio económico y lucrativo de transportarlo.

Pero como tristemente han demostrado los sucesos recientes, los grandes petroleros también tienen desventajas. Por un lado, su enorme fuerza también constituye su debilidad. Su impresionante tamaño puede obrar en contra suya, hacer que sea muy difícil maniobrarlos y conducirlos. Cuando el timonel quiere detenerlo o girarlo con rapidez para evitar un peligro, las leyes físicas del movimiento (en particular la que dice que un objeto en movimiento tiende a permanecer en ese estado a menos que reciba la acción de una fuerza exterior) asumen proporciones verdaderamente considerables.

Por ejemplo: cuando un petrolero de entre 240 y 270 metros de eslora está totalmente cargado y surca las aguas a su velocidad normal (el Exxon Valdez, de 300 metros de eslora, transportaba 200 millones de litros de petróleo y navegaba a 19 kilómetros por hora), parar los motores no hace que se detenga de inmediato, sino que se deslizará por unos ocho kilómetros más. Si se ponen los motores en marcha atrás, el barco todavía necesitará unos tres kilómetros para detenerse por completo. Las anclas tampoco ayudarían; en caso de echarlas, se clavarían en el fondo del mar y entonces el ímpetu del petrolero sencillamente las arrancaría de la cubierta del barco. Asimismo, maniobrar un petrolero es un auténtico desafío. Puede ser necesario casi medio minuto para que el timón gire después de haber girado la rueda del timón. Luego el petrolero tal vez necesite unos angustiosos tres minutos para dar pesadamente ese giro.

Como el timón está a unos 300 metros detrás de la proa, a unos 45 metros del costado exterior y a 30 metros por encima del nivel del mar, no sorprende que haya colisiones. Los accidentes, sea que se deban a encallamiento o a colisión, pueden producir enormes mareas negras. Es lamentable, pero los litorales de África, Asia, Europa y América del Norte y del Sur, así como los de cerca de los polos de la Tierra, en su día limpios, han sido ensuciados.

Ahora bien, los petroleros no ensucian los océanos solo debido a sus catastróficos accidentes. Todos los años sueltan en los mares unos dos millones de toneladas de petróleo. Estudios realizados han demostrado que la mayor parte de este petróleo proviene de procedimientos rutinarios, como vaciar sin ningún escrúpulo los residuos de petróleo de los depósitos vacíos cuando se encuentran en alta mar. Como escribió Noël Mostert en su libro Supership, “por bien llevado que esté, todo petrolero suelta algo de su petróleo en el mar de una forma u otra; los mal llevados constituyen una incesante fuente de contaminación, y, al igual que a los caracoles, se les puede seguir con facilidad por el rastro iridiscente que dejan detrás”.

El oceanógrafo Jacques Cousteau hizo un fuerte comentario sobre los drásticos ataques que la humanidad ha infligido al medio ambiente. Dijo: “Tratamos la Tierra con vandalismo. Estamos destruyendo todo lo que hemos heredado”.

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