“El árbol invertido”
ESE es un apelativo que se da al baobab africano. Cuando está cubierto de hojas y flores es un árbol precioso, pero en invierno, las ramas cortas y desnudas sobresalen del grueso tronco como si fueran las raíces de un árbol invertido.
El explorador y artista del siglo XIX Thomas Baines pintó un grupo de baobabs al norte de Botsuana llamado las Siete Hermanas. Entre la pintura de Baines, hecha hace más de un siglo, y esos mismos árboles en la actualidad se observan muy pocas diferencias.
Este hecho nos ayuda a ver la longevidad de los baobabs, pues se calcula que los más grandes han vivido miles de años. El baobab medra en las regiones cálidas y secas de África y tiene muchas propiedades útiles para la vida. Los frutos son cápsulas que contienen unas semillas blancas como la tiza y de un sabor ácido parecido al crémor tártaro. A los elefantes les gusta comer la corteza así como la madera blanda y esponjosa, con un alto grado de humedad. De hecho, a veces se encuentran depósitos de agua de lluvia en las conexiones huecas de las ramas y en las cavidades que se forman en el interior del árbol.
Otro rasgo impresionante acerca del baobab es su enorme circunferencia. El mayor de estos gigantes tiene 28 metros de diámetro y se encuentra en las laderas del monte Kilimanjaro, en Tanzania. Un baobab hueco de Zimbabue se utilizó como parada de autobuses y podía albergar a más de treinta personas.
Parece paradójico que la vida del hombre, un ser inteligente, sea tan solo de unos setenta años mientras que “el árbol invertido” puede vivir miles de años. Afortunadamente, tenemos la plena seguridad de que el Creador de todas las cosas vivas cumplirá a cabalidad su promesa de que los días de su pueblo serán “como los días de un árbol”. (Isaías 65:22; Salmo 90:10.)