‘Ensanché’ mi corazón para ayudar a otros
CUANDO en 1973 ocurrió todo aquello, yo era un joven saludable de veintidós años que disfrutaba plenamente de la vida. Hacía deporte y me gustaba el trabajo físico. Durante las vacaciones practicaba el surf, y también me gustaba conducir. Pero un absurdo e impulsivo arranque de mal genio acabó de repente con todo eso.
Mi esposa Gemma y yo estábamos visitando a unos parientes y nos encontrábamos de pie en el balcón cuando vimos a unos muchachos que se acercaban por la carretera mientras rompían pedazos de la valla del jardín. Cuando alcanzaron a vernos, se pusieron a arrojar trozos de madera al jardín y también a nuestro balcón. Un trozo le dio a Pippa, mi hija de cuatro años. En un arrebato de ira, me giré para tomar ímpetu y lancé contra aquellos gamberros el vaso de cristal que tenía en la mano. Pero algo pasó que perdí el equilibrio y me caí del balcón, que estaba a casi cuatro metros del suelo, dándome de lleno en la cabeza. Con el golpe me disloqué y fracturé varias vértebras cervicales.
Tendido en la cama de un hospital por casi un año, tuve tiempo para reflexionar sobre mi condición. El hombre que estaba a mi lado se suicidó y otros que conocí allí hicieron lo mismo algún tiempo después. La desesperación y la frustración que se sienten son indescriptibles. Me angustiaba la idea de ser una carga para otros y el saber que mi estado no podía mejorar. Admito que yo también pensé muchas veces en quitarme la vida, y hasta le pedí a mi esposa que me ayudara a hacerlo consiguiéndome algunas pastillas. Pero ella me dijo que estaba loco y no me escuchó. ¡Qué agradecidos estamos los dos de que no me hiciese caso!
Las cosas comenzaron a cambiar cuando Gemma empezó a estudiar la Biblia con su tía, que había sido testigo de Jehová por muchos años. La situación empezó a tener sentido para Gemma, pero yo, en vista de lo que había oído decir por televisión a los clérigos, nunca me había interesado en la religión. De todos modos, aunque no era muy estudioso, cuando Gemma comenzó a hablarme de la fe que acababa de hallar, hubo dos cosas que me atrajeron en seguida.
La primera fue saber que la Biblia concuerda con una de las materias que más me atraía cuando iba a la escuela: la historia. Aquello me dejó asombrado, pues nunca se me hubiese ocurrido que existiese esa relación. Y la segunda fue la justicia de Dios, una cualidad que me atrajo a Su persona. Siempre había pensado que las injusticias de la vida nunca podrían repararse, pero a medida que conocía del propósito de Jehová y de Su Reino, empecé a ver que la justicia prevalecerá. (Deuteronomio 32:4; Lucas 18:7, 8.)
Razones para vivir
Entonces, comencé a progresar rápidamente en mi estudio de la Biblia. Había encontrado motivos para vivir, a pesar de que estaba incapacitado físicamente y de que lo seguiría estando. Comprendí que tenía muchas razones para sentirme agradecido. Y pronto, a medida que me daba cuenta de lo mucho que podía hacer para ayudar a otros con el conocimiento que estaba adquiriendo, mi punto de vista se fue haciendo más amplio.
¿Qué tenía que hacer para progresar? Esa pregunta me consumía. Gemma y yo nos bautizamos juntos, y con la ayuda de varios buenos instructores, estudié intensamente con el objeto de desarrollar mi espiritualidad. Sin embargo, un momento decisivo en mi vida llegó cuando leí un artículo acerca de un Testigo del Líbano.a Tenía cuarenta y seis años, de los que llevaba dieciocho postrado en cama, y sin embargo, por imposible que me pareciese, ¡servía de anciano en la congregación cristiana! Hasta aquella fecha, había ayudado a dieciséis personas a llegar a ser siervos dedicados de Jehová y conducía siete estudios bíblicos cada mes. La lectura de aquella experiencia me infundió ánimo.
Las autoridades locales encargadas de la vivienda nos concedieron una casa de planta baja, completamente equipada con aparatos mecánicos que me ayudan a moverme por ella. Estoy recibiendo toda la ayuda física que necesito. Además, nuestras respectivas familias se pusieron de acuerdo para comprar una furgoneta donde acomodar fácilmente mi silla de ruedas, lo que nos permite ir juntos como familia a las reuniones que se celebran en el Salón del Reino. Por otra parte, la congregación local ha hecho la provisión amorosa de que un Estudio de Libro de Congregación se conduzca en nuestra casa.
Deseaba testificar de casa en casa, y gracias a que diferentes hermanos de la congregación se ofrecieron a empujar mi silla de ruedas, he podido satisfacer ese deseo. Aunque hablo a los amos de casa, como no puedo usar los brazos y las manos, me es imposible manejar la Biblia. De modo que cito los versículos bíblicos y mi compañero se los muestra al amo de casa con su Biblia y también le ofrece las ayudas para el estudio de la Biblia que yo menciono.
Por supuesto, muchas personas me vienen a visitar a casa y de esta forma puedo conducir estudios bíblicos. También he aprendido el arte de escribir cartas sosteniendo una estilográfica con la boca, método que me permite mantenerme activo en la predicación a cualquier hora del día. Y hasta he podido servir regularmente de precursor auxiliar por tres años.
Califico como maestro
A su debido tiempo llegué a estar cualificado para ser siervo ministerial, pero ¿cómo podría alguna vez enseñar desde la plataforma? Durante mis estudios había aprendido a pasar las páginas de la Biblia utilizando un palito sostenido entre los dientes. Aunque es un método útil, el problema es que tenía que dejar de hablar mientras recogía el palito y lo volvía a dejar. Pronto me di cuenta de que la solución sería pasar las páginas de la Biblia con... la lengua. Y así es como lo hago ahora.
Esta técnica poco corriente me ayudó a desarrollar mi oratoria, y las asignaciones que entonces tuve en la Escuela del Ministerio Teocrático me permitieron aprender mucho más. ¡Imagínense el gozo que sentí cuando en 1984 me nombraron para servir como anciano de congregación!
El siguiente paso fue dar un discurso público de cuarenta y cinco minutos. Para esos discursos se requiere una preparación meticulosa y, aunque físicamente siempre me resultan agotadores, no me doy por vencido. Ahora tengo el privilegio adicional de visitar de vez en cuando congregaciones cercanas para pronunciar discursos. Cuando los niños me ven pasar las páginas de la Biblia con la lengua, se quedan intrigados y a veces tratan de imitarme, pero pronto se dan por vencidos. Se requiere mucha práctica para hacerlo bien.
Cuando miro al pasado, recuerdo claramente la amargura que sentí al salir del hospital. Sabía que las esposas de muchos imposibilitados como yo habían dejado a sus maridos. Si Gemma me hubiese abandonado, lo habría entendido. Pero ella ha sido una compañera amorosa y se ha quedado a mi lado, con el apoyo de nuestra hija Pippa. Gracias a la ayuda de ambas y de la congregación, he podido ‘ensanchar’ mi corazón y ayudar a otros. (2 Corintios 6:13.)—Según lo relató Tony Wood.
[Nota a pie de página]
a Véase el artículo “De la desesperanza al gozo”, según lo relató Estefan Kalajian, publicado en La Atalaya del 15 de octubre de 1981.
[Fotografías en la página 25]
Con mi esposa y mi hija: Gemma y Pippa
Pasando las páginas con la lengua