¡Atrapados en la onda de choque de una bomba terrorista!
AUNQUE uno sea siervo devoto de Dios, no puede suponer que se le va a salvar milagrosamente de accidentes y desastres que ocurren diariamente alrededor del mundo. Tome como ejemplo de esto lo que nos ocurrió a mi hijita y a mí el domingo 29 de julio de 1979.
Mientras mi esposa preparaba una comida, decidí llevar a nuestra hija, Gemma, de cuatro años de edad, a pasear por un parque de Madrid. Pero en el camino ella me pidió que la llevara a la estación del ferrocarril, porque prefería ver los trenes. A ella le encanta observar los trenes, y ya que la distancia era más o menos la misma, concordé.
Cuando llegamos a la estación le compré un helado, y entonces nos pusimos a observar los trenes que llegaban y partían. Paseamos por la estación y luego decidimos marcharnos a casa. Nos habíamos alejado unos 12 metros de la sala principal cuando a mi hija le llamó la atención una cabina de fotografía automática. Llena de curiosidad infantil, ella introdujo la cabeza y los hombros en la cabina para ver más.
¡En ese mismo instante ocurrió una violenta explosión y algo parecido a una descarga de fragmentos de vidrio pasó silbando cerca de mí! Sentí que una fuerza poderosa me separaba de Gemma y me lanzaba contra el suelo a unos metros de ella. Entonces oí gritar: “¡Ha sido una bomba!” Vi salir de la sala de la cual acabábamos de marcharnos una gran nube marrón. Debe haber muchos muertos, pensé, mientras recordaba la muchedumbre que habíamos visto allí.
Luego algo muy especial me hizo saltar del suelo como accionado por un resorte. ¡Mi hija! ¡Mi Gemma! Fui corriendo a su lado. Ella estaba sentada en el suelo al lado de la cabina fotográfica. “¡Ay, papá! ¿Qué ha pasado?” preguntó, asustada. El que ella hubiera estado metida a medias dentro de la cabina la había salvado de la peor parte de la onda de choque y de los fragmentos de cristal. Pensando en llevarla inmediatamente al hospital, la recogí del suelo y corrí hacia el coche o automóvil. ¡Cuando llegué a él, descubrí que había perdido las llaves! Las busqué en vano, mientras la sangre empapaba nuestra ropa.
No había manera de encontrar las llaves, y me estaba desesperando. ¡Precisamente en ese momento se detuvo al lado nuestro un taxi! Entramos sin demora, y le dije al chofer que nos llevara inmediatamente al hospital más cercano. Coloqué a Gemma sobre mis piernas, y cuando empecé a examinarla más detenidamente, noté algo terrible. ¡Mi preciosa Gemma tenía un corte en el ojo! Me miraba fijamente. Traté de consolarme, pensando que, ocurriese lo que ocurriese, Jehová repararía cualquier daño y haría posible que ella disfrutara de perfección en su nuevo orden aquí en la Tierra.—Rev. 21:3, 4.
De hecho, ni Gemma ni yo sufrimos graves consecuencias de aquel ataque terrorista. Después de una breve operación el ojito de ella se restableció y los médicos dicen que no perderá la visión en ese ojo. Pero otras personas no fueron tan afortunadas. Aquel mismo día estallaron tres bombas en diferentes lugares de Madrid. Murieron cinco personas y más de cien quedaron heridas.
Pero, ¿por qué nos habíamos visto envueltos en aquello nosotros? Como claramente dice la Biblia: “El tiempo y el acaso salen al encuentro de todos.” (Ecl. 9:11, Sagrada Biblia, Versión de Nácar-Colunga) Esta experiencia me ha enseñado a acercarme más a Dios y a la esperanza viva de su reino, que es la única solución para las cosas horribles que afligen nuestra bella Tierra y a la gente que reside en ella.—Contribuido.