¿Legado de vida o beso mortal?
“¿Cuántas personas tienen que morir? ¿Cuántas muertes necesitan ustedes? Dígannos la cantidad mínima de muertes que necesitan para confirmar este hecho.”
DON FRANCIS, representante del Centro para el Control de la Enfermedad de Estados Unidos (CDC) dio un puñetazo sobre la mesa mientras gritaba esas palabras en una reunión con los más altos representantes de la industria de los bancos de sangre. El CDC intentaba convencer a los bancos de sangre de que el sida se estaba propagando a través del suministro de sangre de la nación.
No obstante, los bancos de sangre se mostraron escépticos. Dijeron que la prueba era poco convincente —solo un reducido número de casos— y decidieron no aumentar la cantidad de análisis o pruebas que hacían a la sangre. Eso sucedía el 4 de enero de 1983. Seis meses después el presidente de la Asociación Americana de Bancos de Sangre declaró: “El público en general no corre prácticamente ningún peligro”.
Para muchos expertos, ya existía suficiente prueba para justificar que se tomase acción. Desde entonces, aquel “reducido número de casos” originales había aumentado de forma alarmante. Antes de 1985, es posible que unas veinticuatro mil personas recibieran transfusiones de sangre contaminada con el VIH (virus de inmunodeficiencia humana), el virus del sida.
La sangre contaminada constituye una manera terriblemente eficiente de diseminar el virus del sida. Según la revista The New England Journal of Medicine (14 de diciembre de 1989) una sola unidad de sangre puede contener suficiente cantidad de virus como para causar hasta 1,75 millones de infecciones. El CDC dijo a ¡Despertad! que en junio de 1990, tan solo en Estados Unidos, ya existían 3.263 casos de sida como consecuencia de transfusiones de sangre, componentes sanguíneos y trasplantes de tejidos.
De todas formas, no son más que cifras y no pueden expresar las inmensurables tragedias que han vivido esas personas. Por ejemplo, considere el lamentable caso de Frances Borchelt, mujer de setenta y un años. A pesar de haber expresado tajantemente a los médicos su deseo de que no le administrasen una transfusión de sangre, se la pusieron. Tras una penosa agonía, murió de sida ante la mirada impotente de su familia.
O piense en la triste historia de una muchacha de diecisiete años que tenía hemorragias menstruales y le pusieron dos unidades de sangre tan solo para combatir la anemia. A los diecinueve años, estando embarazada, descubrió que la transfusión le había transmitido el virus del sida. A los veintidós años se le manifestó la enfermedad. Además de saber que pronto iba a morir, se quedó con la incertidumbre de si había pasado la enfermedad a su bebé. La lista de tragedias aumenta sin cesar por todo el mundo y abarca desde bebés hasta personas de edad avanzada.
En 1987 el libro Autologous and Directed Blood Programs, publicado por una asociación de bancos de sangre, lamentaba: “Casi tan pronto como los grupos de riesgo originales quedaron definidos ocurrió lo impensable: la demostración de que esta enfermedad potencialmente letal [el sida] podía transmitirse, y se estaba transmitiendo, a través del suministro de sangre procedente de donantes voluntarios. Esta fue la más amarga de todas las ironías médicas: la sangre, ese precioso regalo dador de vida, podía convertirse en un instrumento de muerte”.
Hasta medicamentos derivados del plasma ayudaban a propagarla por todo el mundo. Los hemofílicos, que en su mayoría utilizan un agente coagulante derivado del plasma como tratamiento, quedaron diezmados. En Estados Unidos entre el 60 y el 90% de los hemofílicos contrajeron la enfermedad antes de que se instaurase un método de tratamiento térmico del fármaco para librarlo del VIH.
Pero hasta el día de hoy, la sangre todavía no está libre de sida. Y el sida no es ni mucho menos el único peligro que se deriva de las transfusiones de sangre.
Riesgos que empequeñecen al sida
“Es la sustancia más peligrosa empleada en medicina”, afirma el doctor Charles Huggins respecto a la sangre. Su opinión es autorizada, pues es el director del servicio de transfusiones de sangre en un hospital de Massachusetts (E.U.A.). Muchos piensan que para hacer una transfusión tan solo hay que encontrar a alguien con un tipo de sangre compatible. Pero aparte de las pruebas cruzadas rutinarias para determinar los tipos ABO y el factor Rh, quizás haya unas cuatrocientas diferencias más para las que no se hacen pruebas. Como indica el cirujano cardiovascular Denton Cooley: “Una transfusión sanguínea es un trasplante de un órgano. [...] Creo que existe cierto grado de incompatibilidad en casi todas las transfusiones”.
No sorprende que la transfusión de una sustancia tan compleja —según lo expresó cierto cirujano— pudiera “confundir” al sistema inmunológico del cuerpo. De hecho, puede entorpecer el proceso inmunológico hasta por un año, algo que en opinión de algunos constituye el aspecto más amenazante de las transfusiones.
A este hecho hay que añadir las enfermedades infecciosas. Tienen nombres exóticos —como la enfermedad de Chagas y el citomegalovirus— y sus efectos van desde fiebre y escalofríos hasta la misma muerte. El doctor Joseph Feldschuh de la universidad Cornell de Medicina dice que existe una posibilidad entre diez de contraer algún tipo de infección por causa de una transfusión. Es como jugar a la ruleta rusa con un revólver de 10 cartuchos. Estudios recientes también han mostrado que las transfusiones de sangre administradas durante operaciones de cáncer pueden incrementar el riesgo de que la enfermedad reaparezca.
No es raro, pues, que un programa de noticias televisadas afirmara que una transfusión sanguínea pudiera ser el mayor obstáculo para recuperarse de una operación quirúrgica. La hepatitis infecta a centenares de miles de personas y mata a muchos más receptores de transfusiones que el sida, pero recibe poca publicidad. Aunque nadie sabe la cantidad de vidas que siega, el economista Ross Eckert dice que pudiera equivaler al número de víctimas mortales que se producirían si un avión DC-10 lleno de pasajeros se estrellara cada mes.
El riesgo y los bancos de sangre
¿Cómo han respondido los bancos de sangre ante el descubrimiento de que su producto encierra todos esos riesgos? Según los críticos, mal. En 1988 un informe titulado Report of the Presidential Commission on the Human Immunodeficiency Virus Epidemic (Informe de la comisión presidencial sobre la epidemia del virus de inmunodeficiencia humana) acusaba a esa industria de ser “innecesariamente lenta” en reaccionar a la amenaza del sida. Se había instado a los bancos de sangre para que desanimasen de donar sangre a los grupos de alto riesgo y también a que analizaran la sangre donada para saber si procedía de donantes que perteneciesen a estos grupos. Sin embargo, los bancos de sangre no actuaron con rapidez y desdeñaron los riesgos, tachándolos de mera histeria. ¿Por qué?
En su libro And the Band Played On (Y la banda seguía tocando) Randy Shilts formula la acusación de que algunos bancos de sangre se negaron a hacer pruebas adicionales “casi únicamente por razones económicas. Aunque la industria de la sangre está dirigida principalmente por organizaciones no lucrativas como la Cruz Roja, dicho comercio proporcionaba grandes cantidades de dinero, con ingresos anuales de mil millones de dólares (E.U.A.). Su negocio de suministrar la sangre para tres millones y medio de transfusiones al año se veía amenazado”.
Además, en vista de que los bancos de sangre no comerciales dependen tanto de donantes voluntarios, no se atrevían a ofender a ninguno por excluir a ciertos grupos de alto riesgo, en particular a los homosexuales. Los defensores de los derechos de los homosexuales les advirtieron que si les prohibían donar sangre, violarían sus derechos civiles y manifestarían una mentalidad semejante a la que reinaba en los campos de concentración del pasado.
La pérdida de donantes y la adición de nuevas pruebas también costaría más dinero. En la primavera de 1983, el banco de sangre de la universidad de Stanford (California, E.U.A.) fue el primero en utilizar un análisis especial de sangre que podía indicar si procedía de donantes que perteneciesen a un grupo de alto riesgo. Otros bancos de sangre criticaron la medida diciendo que era una estratagema comercial para atraer a más pacientes. Es cierto que las pruebas aumentan los precios, pero según lo expresó un matrimonio a cuyo bebé se le transfundió sangre sin ellos saberlo, “habríamos pagado con gusto otros 5 dólares (E.U.A.) por medio litro” para que se hubiesen hecho esas pruebas. Su bebé murió de sida.
El instinto de conservación
Según algunos expertos, los bancos de sangre responden con lentitud a los peligros de la sangre porque no tienen que rendir cuentas por las consecuencias de sus fracasos. Por ejemplo, según el informe publicado en The Philadelphia Inquirer, la FDA (Administración para los Fármacos y los Alimentos de Estados Unidos) es responsable de hacer que los bancos de sangre satisfagan los requisitos, pero la estipulación de esos requisitos mínimos la deja en gran medida en manos de los bancos de sangre. Además algunos funcionarios de la FDA son ex altos cargos de la industria de la sangre. Por consiguiente, en los bancos de sangre disminuyó la frecuencia de las inspecciones a medida que se desarrollaba la crisis del sida.
Los bancos de sangre de Estados Unidos también han luchado a favor de una legislación que les proteja de pleitos. En casi todos los estados, la ley ahora dictamina que la sangre es un servicio, no un producto. Eso significa que para demandar a un banco de sangre se tiene que demostrar que ha habido negligencia, un obstáculo legal difícil de superar. Puede ser que estas leyes protejan a los bancos de sangre de los pleitos, pero no hacen que la sangre sea más segura para los pacientes.
Como razona el economista Ross Eckert, si a los bancos de sangre se les hiciese responsables ante la ley de la sangre con la que comercian, se preocuparían más de asegurarse de su calidad. Aaron Kellner, gerente ya jubilado de un banco de sangre, concuerda diciendo: “Con un poco de alquimia legal, la sangre se convirtió en un servicio. Todo el mundo estaba protegido, bueno, todo el mundo a excepción de la víctima inocente: el paciente”. Y añade: “Por lo menos podríamos haber señalado la falta de equidad, pero no lo hicimos. Estábamos tan preocupados por el peligro que nosotros corríamos que ¿dónde estaba nuestro interés por el paciente?”.
La conclusión resulta ineludible. La industria de los bancos de sangre está mucho más interesada en protegerse a sí misma económicamente que en proteger a la gente de los peligros de su producto. “Pero, ¿importan realmente todos esos peligros —alguien pudiera razonar— si la sangre es el único tratamiento posible para salvar una vida? ¿No superan los beneficios a los riesgos?” Sin duda son buenas preguntas. ¿Hasta qué grado son necesarias las transfusiones?
[Comentario en la página 9]
Los médicos hacen grandes esfuerzos por protegerse de la sangre de sus pacientes, pero ¿están los pacientes lo bastante protegidos de la sangre que se les transfunde?
[Ilustración en la página 10]
Que la sangre sea un remedio que salva vidas es discutible, pero lo que es indudable es que mata a las personas
[Recuadro en la página 11]
Las transfusiones de sangre y el cáncer
Los científicos se están dando cuenta que la sangre transfundida puede entorpecer el sistema inmunológico y como consecuencia afectar adversamente el índice de supervivencia de los operados de cáncer. En su número del 15 de febrero de 1987 la revista Cancer comentaba sobre un estudio informativo llevado a cabo en los Países Bajos. “En los pacientes con cáncer de colon —decía la revista— se observó que las transfusiones tenían un efecto muy adverso en la supervivencia a largo plazo. En este grupo la supervivencia global al cabo de cinco años era de un 48% para los pacientes que recibieron transfusiones y de un 74% para los que no las recibieron.”
Un grupo de médicos de la universidad de Southern California también descubrió que de los pacientes operados de cáncer, había muchos más casos de recurrencia de la enfermedad entre los que habían recibido una transfusión. La revista Annals of Otology, Rhinology & Laryngology de marzo de 1989 informó lo siguiente en un estudio de seguimiento que estos mismos médicos efectuaron a cien pacientes: “El índice de recurrencia de todos los cánceres de laringe fue de un 14% para los que no recibieron sangre y de un 65% para los que sí recibieron. Para los casos de cáncer de la cavidad oral, faringe y nariz o senos paranasales, el índice de recurrencia fue de un 71% con transfusiones y de un 31% sin ellas”.
En su artículo Blood Transfusions and Surgery for Cancer (Las transfusiones de sangre y las operaciones de cáncer) el doctor John S. Spratt concluyó: “El cirujano de cáncer puede que necesite convertirse en un cirujano sin sangre”. (The American Journal of Surgery, septiembre de 1986.)
[Recuadro/Ilustración en las páginas 8, 9]
¿Está hoy la sangre libre del sida?
“SON buenas noticias sanguíneas” rezaba un titular del periódico Daily News de Nueva York el 5 de octubre de 1989. El artículo decía que las posibilidades de contraer el sida como consecuencia de una transfusión de sangre son de 1 por cada 28.000. Explicaba que la efectividad del proceso para mantener el virus fuera del suministro sanguíneo es actualmente de un 99,9%.
En la industria de los bancos de sangre impera un optimismo similar. Afirman que ‘el suministro de sangre es más seguro que nunca’. El presidente de la Asociación Americana de Bancos de Sangre dijo que el riesgo de contraer sida a través de la sangre había sido “prácticamente eliminado”. Pero si la sangre no encierra peligro ¿por qué la han tachado tribunales y médicos de “tóxica” y “sin duda peligrosa”? ¿A qué se debe que algunos médicos operen vestidos con lo que parece un traje espacial, cubriéndose la cara con una máscara y calzando botas altas e impermeables para evitar todo contacto con la sangre? ¿Por qué piden tantos hospitales a sus pacientes que firmen un formulario de consentimiento exonerando de responsabilidad al hospital por los efectos perjudiciales de las transfusiones de sangre? ¿Está la sangre verdaderamente libre de enfermedades como el sida?
Depende de las dos medidas que se adoptan para proteger la sangre: la selección de los donantes y los análisis a los que se somete la sangre donada. Estudios recientes han demostrado que a pesar de todos los esfuerzos por no aceptar a los donantes cuyo estilo de vida les coloque entre los grupos de alto riesgo, todavía hay algunos que se escabullen de la selección. No dan respuestas verídicas a las preguntas del cuestionario y donan sangre. Hay quienes solo lo hacen porque quieren descubrir discretamente si están infectados.
En 1985 los bancos de sangre empezaron a someter la sangre a la prueba del sida, un sistema de diagnóstico capaz de detectar la presencia de anticuerpos producidos por el organismo para luchar contra el virus. El problema de esa prueba es que desde que un individuo es infectado hasta que desarrolla anticuerpos suele haber un período de latencia, un lapso de tiempo decisivo llamado período de ventana.
La idea de que solo hay 1 posibilidad entre 28.000 de contraer sida como consecuencia de una transfusión sanguínea proviene de un estudio publicado en la revista The New England Journal of Medicine. Esta revista estableció que el período de ventana más probable abarca como promedio ocho semanas. Sin embargo, tan solo unos meses antes, en junio de 1989, la misma revista publicó un estudio que concluía que el período de ventana puede ser mucho más largo: tres años o más. Este primer estudio indicaba que unos períodos de ventana tan largos pueden ser más comunes de lo que en un tiempo se pensaba, y especulaba que, peor aún, algunas personas infectadas quizás nunca desarrollen anticuerpos contra el virus. Estos hallazgos no estaban incluidos en el estudio más optimista, pues decían que “no se comprendían del todo”.
No es de extrañar que el doctor Cory SerVass, de la Comisión Presidencial sobre el Sida, dijera: “Los bancos de sangre pueden seguir diciendo al público que el suministro de sangre es lo más seguro que puede ser, pero la gente ya no se lo cree porque percibe que no es verdad”.
[Reconocimiento]
CDC, Atlanta, Ga.