“Lo quiero ¡YA!” La era de la gratificación inmediata
La postura de Juanito quiere indicar que está sufriendo mucho, pero resulta difícil no reírse. Los hombros caídos, las rodillas parece que no le aguantan, camina con paso lento y pesado. El rostro es una caricatura de dolor: ceño fruncido, ojos suplicantes y un gesto de angustia en los labios. Solo piensa en una cosa: el postre.
“Pero mamá...”, lloriquea. Eso es todo lo que consigue decir. Su madre se gira hacia él, sin soltar el bol y la cuchara. “¡Por última vez, Juanito, te he dicho que NO! —dice la madre con firmeza—. Si te comes el postre ahora no tendrás hambre para cenar, y en realidad solo faltan quince minutos para la cena.”
“¡Pero yo quiero un poco AHORA!”, se lamenta. Su madre deja de remover con la cuchara y le lanza una mirada de enfado. Él conoce esa mirada, así que opta por retirarse y sufrir en silencio en otra habitación. Pronto se distrae y, para cuando la cena está lista, ya se ha olvidado del postre.
A VECES los niños parecen estar esclavizados al momento. Cuando quieren algo, lo quieren al instante y les cuesta mucho captar el concepto de esperar para recibir una recompensa mejor o de negarse un placer porque puede perjudicarles más tarde. Con todo, es algo que los niños y todos nosotros necesitamos aprender.
Recientemente un grupo de científicos de la universidad de Columbia (E.U.A.) realizó un estudio para examinar la habilidad que tienen los niños de corta edad de posponer una gratificación para conseguir una recompensa que desean. Los niños podían escoger entre dos regalos, uno de ellos un poco más atractivo que el otro. Por ejemplo, una galleta o dos. Si esperaban hasta que regresara el profesor recibirían el regalo mejor, pero podían poner fin a la espera en cualquier momento haciendo sonar una campana, con lo que recibirían el regalo inferior y perderían el otro. Los científicos registraron el comportamiento de los niños y diez años después comprobaron sus tendencias.
La revista Science explica que a los niños que prefirieron posponer su gratificación les fue mejor durante la adolescencia, eran más competentes en su entorno social y escolar y podían hacer frente mejor al estrés y la frustración. Está claro que el saber posponer la gratificación —aplazar el conseguir lo que deseamos— es una habilidad esencial en la vida, que también beneficia a los adultos.
Todos los días nos sentimos presionados a escoger la gratificación inmediata o la postergada. Algunas decisiones parecen triviales: ‘¿Debería comerme ese pedazo de pastel o vigilar las calorías?’ ‘¿Debería ver la televisión o hacer algo más productivo ahora?’ ‘¿Debería hacer saber lo que pienso de ese comentario o me muerdo la lengua?’. En cada caso tenemos que sopesar la tentación de la gratificación inmediata y los efectos a más largo plazo, aunque hay que reconocer que estas quizás no sean cuestiones de gran importancia.
Las decisiones morales a las que a veces nos enfrentamos son más trascendentales: ‘¿Debería mentir para salir de la situación o buscar una salida honrada y discreta?’ ‘¿Debería corresponder a ese flirteo y ver lo que pasa o proteger mi matrimonio?’ ‘¿Debería fumar marihuana como hacen otros u obedecer la ley y proteger mi cuerpo?’. Como sin duda habrá observado, el proceder de la gratificación inmediata puede destrozar en poco tiempo la vida de una persona.
Como lo expresó la revista Science, “para tener éxito, las personas deben posponer a voluntad la gratificación inmediata y persistir en la consecución de los objetivos que les conduzcan a resultados posteriores”. De modo que probablemente no viviremos mejor si tenemos que gratificar al instante cada uno de nuestros impulsos.
El problema es que vivimos en un mundo obsesionado con la gratificación inmediata, que parece dirigido por innumerables millares de versiones adultas de Juanito, personas empeñadas en conseguir lo que quieren al momento, sin pensar en las consecuencias. Esa actitud ha moldeado nuestro mundo moderno, y no para mejor.