Las cataratas del Iguazú. Gemas que engalanan un dosel de verdor
Por el corresponsal de ¡Despertad! en Brasil
“UNA de las maravillas naturales más extraordinarias de América del Sur”, así es como una enciclopedia empieza su descripción de estas sobresalientes cataratas situadas junto a la confluencia de las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay. Lo que las hace especialmente atractivas es su decorado natural: una selva tropical virgen. Son en verdad gemas de gran belleza que resaltan sobre un fondo de verdor. Por eso, no es de extrañar que constituyan una de las visitas imprescindibles para los turistas que visitan América del Sur.
En el idioma guaraní, “Iguazú” significa “agua grande”. Y bien grandes son las estruendosas cataratas, pues pueden oírse a 30 kilómetros de distancia. Según la estación del año pueden contarse casi trescientas cascadas que se precipitan por un inmenso despeñadero. Algunas lo hacen de un solo salto mientras que otras caen primero sobre un saliente y luego dan otro salto hasta el fondo del desfiladero. Se calcula que durante la estación lluviosa caen por esas cataratas unos 10.000 metros cúbicos de agua en un segundo. Este hecho hace que de la enorme caldera del fondo se levante una espesa neblina y nubes de agua pulverizada que en los días soleados permiten ver una serie de coloridos arcos iris durante todo el día.
La parte principal de este hermoso conjunto de cascadas es la famosa Garganta do Diabo (Garganta o desfiladero del Diablo), que según un folleto turístico es “lo más majestuoso de toda la escena, un círculo de catorce cascadas que se precipitan por encima de peñascos de casi 90 metros”.
Con toda probabilidad, la mejor manera de contemplar las cataratas es en helicóptero. Al bajar del aparato, un turista dijo: “Nuestro piloto parecía darse cuenta de lo mucho que apreciábamos el bello panorama que teníamos debajo y en lugar de ir muy lejos como acostumbra a hacer, sobrevoló varias veces todo el cañón en una y otra dirección. Las cámaras fotográficas y de vídeo registraron en todo momento esta muestra maravillosa de la creación de Jehová”.
A otros visitantes les basta con solo pasear por los innumerables senderos e itinerarios preparados. Desde el lado brasileño se obtiene una vista panorámica completa de las cataratas, mientras que desde la parte argentina es posible ir andando junto a las diferentes cascadas y en algunos lugares cruzarlas pasando de una isla a otra por caminos de hormigón. La mayoría de los turistas las contemplan desde ambos lados, regalándose la vista y fotografiando el maravilloso espectáculo que ofrecen las cataratas enmarcadas por el lujuriante verdor de la inmensa pluviselva que se extiende hacia la lejanía.
Los que están alertas verán cómo las golondrinas entran y salen a toda velocidad de las nubes de agua pulverizada para luego subir a las copas de los árboles y volver a lanzarse desde allí. O verán las bandadas de cotorras de color verde que, graznando, se introducen en las cascadas cerca de la cima donde la capa de agua no es muy profunda para solo agarrarse de la pared del peñasco y volver a salir volando hasta las copas de los árboles, donde se componen las plumas. Y si se fijan bien, verán los grandes nidos colgantes de una ruidosa ave tejedora, Cacicus haemorrhous. Es un pájaro que vive en colonias, y sus nidos, hechos de largas fibras vegetales, cuelgan de las ramas bajas de los árboles. Junto a toda esta fauna avícola, las numerosas variedades de mariposas dan un toque de colorido a la visita.
No cabe duda de que para apreciar plenamente la grandeza de las cataratas del Iguazú hay que verlas y oírlas. Todos los años miles de turistas visitan el Parque Nacional de Iguazú, declarado como tal en 1939 y escenario de este maravilloso despliegue de belleza natural. Ellos no quedan decepcionados, ni usted tampoco lo quedará si las visita cuando viaje a América del Sur.
[Fotografías/Mapas en las páginas 24, 25]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
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Cataratas del Iguazú