Las cataratas del Niágara: antiquísima joya de las Américas
Por el corresponsal de ¡Despertad! en Canadá
“¡ES UNA de las vistas más sorprendentes, bellas y maravillosas que las fuerzas de la naturaleza jamás han forjado!”, exclamó Lord Dufferin, gobernador general de Canadá, en un discurso dirigido a la Sociedad de Artistas de Ontario, en Toronto. Corría el año 1878, y el gobernador se hallaba ocupado en promover la creación de un parque público para la protección y conservación de las “imponentes peculiaridades” de las cataratas del Niágara.
La majestuosa presencia de esta maravilla natural roza lo inefable. ¡Es un soberbio espectáculo! Su contemplación atrae a personas de todo el mundo.
La historia nos muestra que la primera vez que los europeos supieron de este “trueno del agua”, las cataratas del Niágara, fue hace más de tres siglos. En 1644, el médico francés Le Sieur Gendron escribió sobre este bello espectáculo a sus amigos de Francia. Posteriormente, misioneros, comerciantes y exploradores alimentaron la imaginación y el interés de otras personas con sus informes sobre una estruendosa caída de aguas entre los lagos Erie y Ontario.
Con el nombre “cataratas del Niágara” se alude a dos cataratas, situadas ambas en la frontera que separa Canadá de Estados Unidos: la canadiense, conocida por el nombre de Herradura, y la oriental, o catarata estadounidense. Para poder ver esta antiquísima joya de América, los primeros visitantes tuvieron que abrirse paso por barrancos pantanosos y senderos escarpados abiertos por los indios en el abrupto cañón que el río había ido tallando desde tiempos inmemoriales.
Una preocupación justificada
Después comenzaron a llegar los comerciantes, cuyo interés era promover una gran diversidad de atracciones turísticas. Sin embargo, la idea de dejar aquella maravilla natural en manos del mercantilismo indiscriminado disgustó a muchos. Se interesaron en tomar medidas para la conservación de la preciada gema del Niágara. El paisajista F. E. Church opinaba que la actividad comercial restaba protagonismo a las cataratas y era inaceptable. En 1847, un visitante expresó su pesar en estos términos: “El entorno de esta gran maravilla se halla saturado de un hongo abominable: la proliferación de un mercantilismo de muy mal gusto”.
En 1832, E. T. Coke no pudo por menos que escribir: “¡Qué pena que este lugar no haya sido considerado sagrado a perpetuidad, que no se haya dejado que el bosque creciera con toda su exuberancia y agreste belleza en estos parajes donde las obras del hombre siempre parecerán insignificantes!”. Sí, personas reflexivas han anticipado que el mercantilismo egoísta podía arraigarse y destruir la encantadora belleza natural de este prodigio de la creación de Jehová.
Gracias al esfuerzo de Lord Dufferin y de otras personas de miras amplias, hermosos parques flanquean hoy las aguas del Niágara desde las cataratas hasta los rápidos remolinos que hay más abajo. De ese modo se ha protegido del ciego mercantilismo toda la belleza escénica de este portento de la creación. El emporio turístico se ha ubicado a buena distancia de las cataratas, en las calles de las poblaciones fronterizas. Pero una preocupación más reciente de los ambientalistas es la acción implacable de la erosión, que podría oscurecer el brillo de esta joya de América. (Véase el recuadro sobre la erosión.)
La exploración de esta antiquísima joya
Descubrimos que la espectacularidad de este fenómeno natural puede estudiarse sin obstáculo desde casi todos los ángulos. Por ejemplo, se puede contemplar una impresionante vista de las cataratas desde una de las altas torres de observación o desde un helicóptero en vuelo horizontal directamente sobre la caída de aguas. No obstante, puede resultar más agradable contemplarlas desde el paseo del Parque Niágara. A poca distancia de las cataratas se forman los rápidos remolinos del río, que bien valen la pena una visita.
Por un lateral del acantilado se puede bajar a unos túneles que nos llevan “tras bastidores”, detrás de la caída de aguas, desde donde se puede ver el grueso velo de agua que ha hecho tan famosa y atractiva a la Herradura. El ruido es ensordecedor. Para los más fuertes y aventureros, puede resultar inolvidable contemplarlas desde un barco a motor que navega por las turbulentas aguas, cerca de la base misma de la catarata. La caída atronadora de aguas hace ascender una espesa bruma, que con la refracción de la luz crea el bello espectáculo lumínico del arco iris. Cada nuevo conjunto de gotas crea nuevos arcos iris. Desde este lugar tan próximo, paladeamos el agua y sentimos la bruma descender sobre nuestros impermeables.
Según un folleto turístico del Parque Niágara, “ver las cataratas de noche es como estar despiertos en el país de los sueños”. Así que tenemos una buena razón para no perdernos la iluminación nocturna, con su juego de luces lleno de color. Cuando el príncipe de Gales vio las cataratas iluminadas por primera vez en 1860, el corresponsal del periódico londinense The Times, Nicholas A. Woods, describió el espectáculo en estos términos: “En un instante, la gran masa acuosa adquirió un brillo inusitado y, como si el impacto de la luz la hubiese vuelto incandescente, pareció transformarse en plata líquida. El brillo refulgente de la luz que había detrás de la catarata hacía que las aguas pareciesen una lámina de cristal, una cascada de diamantes, emanaciones de cuentas cristalinas que saltaban relucientes y propagaban una luminosidad tal que todo cobraba el aspecto de un río fosforoso”.
Fascinante en invierno
La humedad que respiramos y sentimos en el aire estival contribuye a que las flores, arbustos y árboles del entorno tengan un aspecto fresco y saludable. Pero en invierno, este mismo velo húmedo que la brisa transporta se congela sobre los árboles y las plantas de la ribera, y los cubre con una lámina helada transparente que los hace centellear. En un día soleado se conjugan con el paisaje nevado y enmarcan el imponente esplendor de las cataratas: todo un fascinante baile de reflejos solares.
Con el invierno también llegan a la estrecha garganta del Niágara grandes témpanos de hielo. Hace años, la garganta del río se taponaba con témpanos que procedían del lago Erie. El hielo se rompía en el lago y flotaba río abajo por el Niágara hasta precipitarse espectacularmente por la cascada, para amontonarse en la base de la garganta. Esta acumulación creaba montañas de hielo, que terminaban por formar puentes entre ambas riberas. En años recientes, en el punto donde el río Niágara parte del lago Erie, se ha instalado una barrera de cables de acero y vigas de madera para evitar las grandes acumulaciones de hielo.
La península del Niágara
Además de las cataratas, en el Niágara hay una fértil península, una estrecha faja de tierra entre los lagos Ontario, Erie y la escarpa del Niágara. La densa vegetación y los lagos crean un microclima exclusivo de la península.
Entre la escarpa y los lagos hay corrientes de aire que moderan el clima tanto en invierno como en verano, de tal modo que en esta protegida y pintoresca península se dan sabrosas manzanas, cerezas, peras, ciruelas, melocotones y viñedos de diversos tipos de uva. Hay pueblos pequeños y encantadores en la comarca cuya industria vinatera y producción de jugo de uva añaden singularidad a esta región de Ontario. Todos estos atractivos hacen que la visita a estos parajes sea muy grata, especialmente durante el florecimiento de la primavera y la cosecha de otoño.
Una joya en todas las estaciones
Esta afamada joya de América es un regalo espléndido de Dios (Compárese con el Salmo 115:16), una fiesta para los ojos de todos los que se deleitan en su contemplación.
Los visitantes pueden venir y admirar en cualquier época del año la artística variedad de esta obra creativa de Jehová: respirar el aroma de la floración primaveral de la huerta, saborear la variedad de sus jugosas frutas y contemplar la fina pincelada de rico y vibrante color que nuestro Creador ha puesto en la ingente cantidad de flores estivales, regadas por las grandiosas cataratas. O pueden ver la brillante coloración otoñal de la hoja del arce rojo entre las tonalidades doradas y anaranjadas de muchos de los otros árboles autóctonos de la región meridional de Ontario.
Hay quienes disfrutarán de la vista invernal de las cataratas: montañas de hielo y nieve acumuladas al pie de la caída de aguas, y árboles y arbustos engalanados de límpida nieve o cubiertos de hielo brillante, como fino cristal, a la luz solar del invierno.
La península del Niágara y las imponentes cataratas nos muestran lo mejor de las cuatro estaciones del año, y acrecientan nuestra gratitud a Jehová, quien hace milenios prometió: “Durante todos los días que continúe la tierra, nunca cesarán siembra y cosecha, y frío y calor, y verano e invierno, y día y noche”. (Génesis 8:22.)
[Fotografías en las páginas 16, 17]
Sentir el estruendo de la catarata de la Herradura desde un barco (al fondo) es una experiencia inolvidable
La imponente belleza de las cataratas estadounidense (abajo) y de la Herradura (arriba)
El brillante destello del hielo y la nieve rodea las cataratas en invierno
Pintura con arco iris, de Frederic Church, 1857
[Reconocimientos]
Niagara Parks Commission
Frederic Edwin Church: NIAGARA/Corcoran Gallery of Art, Museum Purchase, 76-15
[Recuadro en la página 16]
¿Cómo se controla la erosión de las cataratas?
Con el paso del tiempo, la erosión amenaza la pervivencia de las cataratas. En años recientes se ha logrado reducir la erosión a una media de 8 centímetros anuales en la catarata de la Herradura y a 2,5 en la estadounidense. Dos importantes medidas han logrado este resultado: 1) el ahondamiento del lecho del río y el distanciamiento del caudal de agua del canal central, y 2) la desviación de un gran caudal de agua para alimentar turbinas hidroeléctricas, con lo que se ha disminuido el volumen de agua que vierten las cataratas. Estas aguas son controladas por una represa de dieciocho compuertas que está más arriba de la caída del caudal. En la actualidad, solo se deja pasar todo el caudal del río hacia las cataratas en la temporada turística alta.
Se calcula que la catarata de la Herradura tiene 53 metros de altura y 792 de longitud, mientras que la estadounidense es de 55 metros de altura y 305 de longitud. El volumen aproximado de agua que derraman ambas cataratas se estima en 7,6 millones de litros por segundo.
[Recuadro/Fotografía en la página 18]
Funambulistas y hombres arriesgados
Los dos funambulistas más renombrados que cruzaron repetidas veces sobre la cuerda floja la garganta del Niágara fueron Blondin y Farini.
La hazaña más espectacular de Blondin consistió en llevar consigo sobre la cuerda floja un infiernillo, encenderlo antes de terminar su recorrido y preparar una tortilla. Luego la cortó en trozos pequeños y la bajó con una cuerda a los pasajeros del Maid of the Mist (“Doncella de la Bruma”), un barco a motor para turistas que esperaba abajo.
Farini no quiso ser eclipsado, de modo que subió a la cuerda floja con una lavadora, la colocó arriba, tomó agua del río con un cubo y lavó varios pañuelos de mujer. Una vez lavados los puso a secar en el tendedero de la propia máquina y regresó con ellos ondeando al viento.
Ha habido hombres arriesgados que han desafiado la caída de aguas de la Herradura, dejándose caer por la cascada en barriles, grandes bolas y otros recipientes. Aunque algunos sobrevivieron con heridas, muchos han muerto de asfixia, ahogados o al golpearse contra los cantos rocosos en la base de la cascada. Estas hazañas temerarias ya no están permitidas.
[Reconocimiento]
H. Armstrong Roberts