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¡Despertad! 1991
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Cuidar de los mayores. Un problema creciente

SE CUENTA de una niñita que le preguntó a su madre: “¿Por qué come la abuelita en el cuenco de madera y nosotros en estos platos tan bonitos?”. Su madre le explicó: “Como a la abuelita le tiemblan las manos, se le podría caer la vajilla buena y rompérsele, por eso utiliza el cuenco de madera”. Después de pensar por unos instantes, la niñita preguntó: “Entonces, ¿me guardarás el cuenco de madera para que cuando sea mayor lo tenga para ti?”. Es posible que esta previsión para el futuro sorprendiera a la madre y hasta la hiciera estremecerse un poco. Sin embargo, al reflexionar, puede que el comentario de su hijita también la tranquilizase, pues denotaba que pensaba cuidar de ella.

Las perspectivas de muchas personas mayores posiblemente no sean tan buenas, pues en muchas partes del mundo se han convertido en el sector de la población que aumenta más deprisa. La revista World Press Review de agosto de 1987 informó que unos seiscientos millones de personas —el 12% de la población mundial en aquel entonces— tenían más de sesenta años.

En Estados Unidos, por primera vez en la historia los mayores están dejando atrás a la población adolescente. En la sección de ciencia de un periódico de la ciudad de Nueva York, un escritor decía: “En la actualidad, treinta millones de americanos tienen sesenta y cinco años o más —uno de cada ocho de nosotros, una proporción jamás vista— y el número de personas mayores aumenta dos veces más deprisa que el del resto de la población. [...] En 1786 la esperanza media de vida para los americanos era de treinta y cinco años mientras que para un niño americano que haya nacido en 1989 es de setenta y cinco años”.

En Canadá se espera que para finales de este siglo la cantidad de personas mayores —de ochenta y cinco años o más— aumente a más del triple.

Hace un siglo, tan solo el 1% de la población europea era de edad avanzada. Hoy día esa cifra se eleva hasta un 17%.

Un informe sobre “La vejez en el Tercer Mundo” publicado por la oficina de empadronamiento de Estados Unidos decía: “Cuatro quintas partes del incremento de personas mayores se produce en el Tercer Mundo”.

Hace cuatro décadas, la esperanza de vida de los chinos era de unos treinta y cinco años. Para 1982 había aumentado a sesenta y ocho años. Hoy día hay más de 90 millones de chinos considerados de edad avanzada y se calcula que para finales de siglo la cifra aumentará a 130 millones, lo que equivaldrá al 11% de la población.

Cuidar de los suyos: un gran esfuerzo

Con el rápido aumento en la cantidad de personas de edad avanzada por todo el mundo, la complicada cuestión de cómo atenderlas se hace cada vez más acuciante. Sin embargo, en tiempos bíblicos no era un problema difícil de resolver pues en aquella época las familias solían ser extensas y los hijos, padres y abuelos vivían juntos. La convivencia entre nietos y abuelos era beneficiosa para ambas partes y los padres podían atender las necesidades materiales de la familia y a la vez encargarse de que los mayores recibiesen los cuidados especiales que pudiesen necesitar. Ese tipo de familia extensa que atiende a los mayores sigue siendo común hoy día en algunos países. (En el recuadro de la página 8 se incluyen algunos ejemplos.) Pero no sucede así en las naciones más acaudaladas donde el círculo de la familia está limitado a padres e hijos. Cuando los hijos crecen, se casan y tienen sus propios hijos, con frecuencia se encaran al problema de cuidar de sus padres, para entonces ya mayores, débiles y muchas veces con enfermedades crónicas.

Sin duda, cumplir con esta responsabilidad en el sistema de cosas actual puede representar un gran problema pues, por poco grato que resulte, las condiciones económicas actuales quizás hagan necesario que ambos padres trabajen. El alimento es caro, los alquileres elevados y las facturas numerosas, por lo que hasta dos sueldos pueden diluirse con rapidez. Y si la esposa no trabaja fuera del hogar, posiblemente esté atareada con los hijos, la compra y la limpieza del hogar, actividades que ocupan todo el tiempo. Con ello no se quiere decir que a los padres mayores no se los debería cuidar en casa, sino que puede ser una responsabilidad muy difícil de llevar a cabo. Además, los mayores tienen sus achaques y es comprensible que a veces se quejen y tengan sus rarezas, que no siempre sean sociables ni de carácter alegre. Pero nada de todo esto debería impedir que se hiciera un esfuerzo intenso por atender en casa a los padres cuando se hacen mayores.

Muchas veces tal responsabilidad recae sobre las hijas. Estudios sucesivos han revelado que aunque el varón quizás aporte ayuda económica, es principalmente la mujer la que se encarga del cuidado personal y directo de los padres envejecidos. Son ellas las que les preparan la comida —muchas veces dándoles de comer con cuchara—, los bañan y los visten, los cambian, los llevan al médico o al hospital y se encargan de que tengan sus medicamentos. Muchas veces las hijas se convierten en los ojos, los oídos y la mente de sus padres ancianos. Hacen una labor impresionante, y la buena disposición que manifiestan al cuidar de sus padres a pesar de las dificultades que eso supone es verdaderamente encomiable y agradable a los ojos de Jehová Dios.

La opinión de que la mayoría de los hijos adultos envían a sus padres a pasar sus últimos años de vida a un asilo o residencia de ancianos sencillamente no es cierta, afirma Carl Eisdorfer, doctor en Medicina, doctor en Filosofía y director del Center on Adult Development and Aging, un centro especializado que pertenece a la universidad de Miami (Florida, E.U.A.). Él afirmó: “Los estudios han indicado que son las propias familias las que proporcionan la mayor parte de los cuidados a las personas mayores”.

Los datos confirman esta afirmación. Por ejemplo, en Estados Unidos el 75% de los encuestados dijo que si sus padres ya no pudiesen vivir solos, su deseo sería que viviesen con ellos. “Esto confirma que las familias sí quieren cuidar de los suyos”, dijo el doctor Eisdorfer. Asimismo, un informe publicado en la revista Ms. decía: “En cualquier momento dado, solo el 5% de los mayores de sesenta y cinco años se encuentra en residencias de ancianos, y la razón es que tanto los mayores como sus parientes prefieren que los cuide la familia y no una institución”.

El siguiente ejemplo muestra el esfuerzo que algunos hacen para cuidar de un padre o una madre ancianos. Un ministro viajante de los testigos de Jehová que visita congregaciones por diferentes partes de Estados Unidos explica que su esposa y él decidieron cuidar personalmente de su suegra, de ochenta y tres años, en lugar de internarla en una residencia de ancianos. Él comentó: “Recordé el dicho de que una madre podía cuidar de once hijos, pero que once hijos no podían cuidar de una madre. Pues bien, los dos estábamos determinados a cuidar de una madre anciana. Aunque mi suegra había empezado a manifestar la enfermedad de Alzheimer, viajaba con nosotros en la caravana.

”Al principio nos acompañaba cuando predicábamos el mensaje del Reino de puerta en puerta. Después la tuvimos que llevar en una silla de ruedas. Parecía que los amos de casa apreciaban la forma en que nos ocupábamos de ella. Es cierto que a veces decía cosas que no estaban bien, pero nunca la abochornábamos corrigiéndola. Y a pesar de su situación, todavía conservaba su sentido del humor. Cuando le avisaba para que no tropezase diciéndole: ‘Watch your step, Mother [Cuidado con tropezar, madre]’, ella hacía un juego de palabras uniendo step y Mother y respondía: ‘I don’t have a stepmother [Yo no tengo ninguna madrastra]’. La cuidamos hasta el día de su muerte, a los noventa años de edad.”

Cuando se necesita una residencia de ancianos

En Estados Unidos casi dos millones de personas mayores viven en residencias de ancianos. Pero en la mayoría de los casos, su internamiento no puede calificarse de “insensible almacenaje de mayores”, como algunos han dicho. Al contrario, muchas veces esa es la única alternativa para que reciban asistencia adecuada. Es muy frecuente que los hijos no estén en situación de cuidar de sus padres ancianos, sobre todo cuando estos se encuentran en una fase avanzada de la enfermedad de Alzheimer o postrados en cama por alguna enfermedad invalidante que requiera cuidados especiales las veinticuatro horas del día. En tales casos las residencias asistidas (para ancianos con enfermedades crónicas e invalidantes) quizás sean los únicos lugares que puedan cubrir estas necesidades.

Un misionero de la Sociedad Watch Tower en Sierra Leona (África) comentó acerca de lo que sufrió su madre cuando tuvo que internar a su propia madre en una de esas residencias asistidas: “Recientemente mi madre, que vive en Florida (E.U.A.), internó a su madre, Helen, en una residencia asistida. Fue una decisión muy difícil para ella, porque la había cuidado durante cuatro años, pero ahora Helen necesitaba una enfermera de continuo. Los amigos y familiares de mi madre, así como varios asistentes sociales y médicos apoyaron la decisión de internar a Helen, pero aun así, a mi madre le costó mucho tomar la decisión. Ella creía que ya que su madre la había cuidado de niña, ahora era justo que ella cuidase de su madre envejecida. Lo veía como la ‘debida compensación’ de la que el apóstol Pablo había hablado. Pero lo cierto es que Helen estuvo mejor atendida en la residencia de lo que pudiera haberlo estado en la casa de mi madre”. (1 Timoteo 5:4.)

Otro Testigo, que trabaja en la central de los testigos de Jehová, habló de la lucha de su padre contra el cáncer. “Papá fue un Testigo celoso por más de treinta años, pero los últimos nueve años de su vida estuvo enfermo de cáncer. Mi esposa y yo pasábamos nuestras vacaciones con él y tomábamos largos permisos de nuestro trabajo para estar con él y ayudarle. Otros parientes también le ayudaron de diferentes maneras. Pero la mayor parte del tiempo quienes lo cuidaban eran su esposa y una hija casada que vivía al lado. Diferentes miembros de la congregación de Testigos a la que asistía también lo visitaban. Pasó los últimos dos años entrando y saliendo del hospital, y los últimos cinco meses estuvo ingresado en un centro para enfermos crónicos donde pudo recibir el cuidado especializado que necesitaba.

”La decisión de trasladarle de casa a ese centro especializado la tomó toda la familia, y también fue decisión suya. Él expresó que a la familia ya le resultaba demasiado difícil, hasta imposible, cuidarlo en casa. ‘Esto los va a matar a todos —exclamó—. Ya es tiempo de ir a este centro. Será mejor para ustedes y para mí.’

”De modo que se le ingresó. Durante la mayor parte de nueve años, la familia había cuidado de él, y solo como último recurso fue ingresado en un centro para enfermos crónicos donde pudiera recibir el cuidado especializado que necesitaba durante las veinticuatro horas del día.”

Cuando, en última instancia, se necesita recurrir a una residencia asistida para que la persona mayor reciba los cuidados adecuados, la familia debería buscar una residencia limpia y con un personal amable y competente. Si es posible, procure que cada día tenga alguna visita —un familiar, alguien de la congregación o por lo menos una llamada telefónica— para que no se sienta abandonada, totalmente sola y piense que nadie se interesa en ella. Puede ser muy descorazonador ver que otros internos reciben visitas y uno no. De modo que procure ver a su ser querido con regularidad. Hable con él, escúchele, ore con él. Esto último es muy importante. Aunque parezca que está en coma, ore de todas formas, pues nunca se sabe hasta qué grado oye algo.

Cuando tome decisiones sobre sus padres, trate de hacerlo con ellos en lugar de para ellos. Deje que vean que todavía pueden controlar su vida. Ofrezca la ayuda necesaria con todo el amor, la paciencia y la comprensión posible. Ese es el tiempo de pagar, como dijo el apóstol Pablo, lo que debemos a nuestros padres y abuelos.

“Todo el deber del hombre”

En el ajetreo del mundo moderno es fácil arrinconar a los mayores. En especial los jóvenes, que acaban de empezar y corren para triunfar en la vida, tienden a pensar que los mayores se interponen en su camino, que ya no son útiles. Quizás todos deberíamos detenernos y reflexionar: ¿Qué hace que una vida pueda calificarse de útil? Para los jóvenes resulta fácil devaluar la vida de las personas mayores y conceder un valor excesivo a la suya propia.

Pero no son los mayores y los débiles los que quizás contribuyan poco o nada a lo que parece tener valor. En el libro de Eclesiastés, el rey Salomón hizo numerosas referencias a las actividades de la gente en general, calificándolas de vanidad. Habló de los jóvenes y de su vitalidad, y mostró los estragos que el paso de los años haría en su cuerpo como ya había hecho con otros millones de personas. Todos acaban convirtiéndose en polvo y merecen el siguiente juicio: “¡La mayor de las vanidades! Todo es vanidad”. (Eclesiastés 12:8.)

Sin embargo, Salomón alabó las palabras de los sabios y resumió así sus observaciones sobre la vida: “La conclusión del asunto, habiéndose oído todo, es: Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber del hombre”. (Eclesiastés 12:13.) Esa es la fórmula para tener una vida útil, y no lo joven o viejo que uno sea o la huella que uno deje en este viejo mundo materialista que está desapareciendo.

Para gobernar nuestras relaciones humanas, Jesús pronunció el principio rector que ha llegado a conocerse como la regla áurea: “Haced siempre con los demás como queréis que ellos hagan con vosotros”. (Mateo 7:12, El Nuevo Testamento [Dios habla al hombre].) Si queremos aplicar esa regla debemos tratar de ponernos en el lugar de la otra persona, ver qué nos gustaría que hiciesen con nosotros si estuviésemos en su lugar. Si fuésemos ya mayores, nos faltaran las fuerzas y necesitásemos ayuda ¿cómo nos gustaría que nuestros hijos nos tratasen? ¿Pagaremos a nuestros padres los veinte años de cuidado y manutención que nos prodigaron cuando éramos niños desvalidos mediante cuidar de ellos ahora que en su vejez están indefensos?

El ver cómo nuestros padres envejecidos necesitan ayuda puede hacernos revivir nuestra infancia y recordar todo lo que hicieron por nosotros cuando éramos bebés, durante nuestra infancia, cómo nos atendían cuando estábamos enfermos, nos alimentaban y vestían, y nos llevaban de paseo para que disfrutáramos. Por lo tanto, mostremos interés amoroso en su bienestar y busquemos lo mejor para ellos.

Una manera de hacerlo sería dar los pasos necesarios para tenerlos en casa si es del todo posible. O puede que lo mejor para todos, incluyendo los padres mayores, sea internarlos en un centro especializado para enfermos crónicos o una residencia asistida. Sea cual sea la decisión que se tome, los demás deberían respetarla. Como se nos dice en la Biblia: “¿Por qué juzgas a tu hermano? ¿O por qué también menosprecias a tu hermano?”. Y en otro texto: “¿Quién eres, para que estés juzgando a tu prójimo?”. (Romanos 14:10; Santiago 4:12.)

Tanto si se decide que los padres mayores vivan con sus hijos como que se les interne en una residencia, si tienen sus facultades mentales intactas, todavía pueden llevar una vida significativa. Pueden aprender acerca del propósito de Jehová para toda la humanidad obediente de vivir para siempre con salud en una Tierra paradisiaca y así encontrar un nuevo enfoque de la vida que les produzca gozo y satisfacción, el de servir a su Creador, Jehová Dios. Ese tiempo se convierte entonces en la época más feliz y provechosa de su vida. Algunas personas, en su vejez, cuando otros ya han renunciado a la vida, han llegado a conocer las promesas de Jehová de una vida eterna en un nuevo mundo de justicia sin fin y han encontrado una nueva satisfacción al hablar a otros acerca de esa esperanza.

Concluyamos con un ejemplo apropiado al caso. Una mujer de California (E.U.A.) llegó a conocer a la edad de cien años estas prometidas bendiciones por boca de una enfermera de la residencia de ancianos. A la edad madura de ciento dos años se bautizó como testigo de Jehová. Terminó sus días, no empeñada en la búsqueda de ‘las vanidades’ humanas, sino cumpliendo con ‘todo su deber en la vida’, a saber: ‘Temer al Dios verdadero y guardar sus mandamientos’.

[Comentario en la página 6]

Se ha dicho que hace años una madre podía cuidar de once hijos; ahora, once hijos no pueden cuidar de una madre

[Fotografía en la página 7]

Visitar a los mayores: un tiempo bien invertido

[Recuadro en la página 8]

Cuidar de los mayores es una forma de mostrarles honra. Comentarios de diferentes partes del mundo

“En África hay poca o ninguna ayuda gubernamental para las personas de edad avanzada: no hay residencias de ancianos ni subsidios de la Seguridad Social ni pensiones. Son los hijos los que atienden a sus envejecidos padres.

”Una razón fundamental por la que la gente de los países en vías de desarrollo considera tan importante tener hijos es que saben que estos los cuidarán en el futuro. Hasta los pobres procuran tener muchos hijos, pues razonan que cuantos más tengan, más posibilidades hay de que algunos sobrevivan y puedan cuidarlos.

”Aunque en África las circunstancias están cambiando, la mayoría de las familias toman en serio la responsabilidad de cuidar de sus mayores, y si no hay hijos otros miembros de la familia lo harán. Además, aunque con frecuencia la posición económica de los que suministran los cuidados es bastante precaria, comparten lo que tienen.

”Otra forma que tienen los hijos de cuidar de sus padres es dejándoles a sus propios hijos, por lo que muchas veces son los nietos los que atienden la casa.

”En los países desarrollados la gente vive más tiempo debido a los avances en la medicina, pero no ocurre lo mismo en el mundo en vías de desarrollo. Los pobres mueren porque no pueden pagar ni siquiera la limitada ayuda médica disponible. En Sierra Leona hay un proverbio que dice: ‘Ningún pobre está enfermo’. Es decir, como los pobres no tienen dinero para pagar un tratamiento médico, o están sanos o están muertos.”—Robert Landis, misionero en África.

“En México la gente respeta mucho a los padres de edad avanzada. Cuando los hijos se casan, los padres se quedan solos en su domicilio, pero cuando envejecen y se encuentran en necesidad, los hijos se los llevan a su propia casa y los cuidan. Lo consideran su obligación.

”Es común que en un mismo hogar vivan los abuelos, los hijos y los nietos. Los nietos aman y respetan a sus abuelos. La familia está muy unida.

”En México hay pocas residencias para ancianos pues sus hijos cuidan de ellos. Si hay varios hijos, a veces el último en contraer matrimonio es el que se queda en casa y vive con los padres.”—Isha Aleman, de México.

“En Corea se nos enseña, tanto en casa como en la escuela, a honrar a los mayores. Se supone que el hijo mayor de la familia sea quien cuide de sus padres de edad avanzada, pero si no puede mantenerlos otro hijo o hija lo hará. Muchos matrimonios viven bajo el mismo techo con sus padres envejecidos y los cuidan. Los padres esperan vivir con sus hijos y les gusta enseñar a sus nietos y cuidarlos. Se considera vergonzoso que un matrimonio joven envíe a sus padres envejecidos a una residencia de ancianos.

”Mi padre era el primogénito y nosotros vivíamos en la misma casa con nuestros abuelos. Cuando salíamos siempre les decíamos adónde íbamos y cuándo regresaríamos. Cuando volvíamos a casa pasábamos por su habitación y los saludábamos con la cabeza inclinada como muestra de que habíamos regresado, pues ellos se preocupaban por el bienestar de toda la familia.

”Cuando les dábamos algo, sosteníamos el objeto con las dos manos. Es de mala educación pasar algo con una sola mano a personas a las que se respeta, sean padres, abuelos, maestros o funcionarios públicos de alto rango. Si teníamos alguna comida especial, siempre servíamos primero a nuestros abuelos.

”Esta honra no se limita solo a los miembros de la familia sino que se extiende a todos los mayores. Desde que un niño empieza en la escuela hasta que termina asiste a clases de ética donde, mediante cuentos o conferencias, se le enseña a respetar y honrar a los mayores.

”Cuando una persona mayor entra en una habitación, se espera que los jóvenes se pongan en pie. Si un joven está sentado en un autobús y una persona de edad no tiene asiento, la costumbre es que el joven le ceda el suyo. Si un anciano lleva un paquete que parece muy pesado, uno se detiene y le pregunta si necesita ayuda. Si dice que sí, le lleva el paquete a su destino.

”La Biblia profetizó que en estos últimos días del sistema de cosas las normas morales se deteriorarían de día en día, y Corea no es una excepción. Sin embargo, esta actitud respetuosa para con los mayores sigue arraigada en el corazón de muchos coreanos.” (2 Timoteo 3:1-5.)—Kay Kim, de Corea.

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