Los tallistas de Kavango
Por el corresponsal de ¡Despertad! en Namibia
¿QUÉ ha pasado? Me incorporo sobresaltado. Algo me ha despertado. Inquieto, me asomo a la oscuridad de la noche africana. Solo veo el brillante titileo de las estrellas a través de las ramas de acacias.
Ahora lo percibo, ¡ya lo oigo! Es el silencio.
Los tambores se han callado. Durante toda la noche el continuo tom-tom-te-tum-tum ha servido de música de fondo para los demás sonidos de la sabana africana, pero ahora están en silencio. Al principio sobrecoge, pero de nuevo comienzan a oírse los ruidos normales de la noche. El chirrido de los grillos, el zumbido de los mosquitos y los ruidos sibilantes de miles de insectos que conforman la diversidad rítmica de la noche tropical. El sueño se me ha ido por completo, pero me quedo echado pensando en esos fascinantes tambores y en cómo vimos fabricarlos.
Mi esposa y yo dormíamos en nuestro remolque a orillas del río Okavango. Visitábamos la congregación de los testigos de Jehová de Rundu, un pueblo comercial de la provincia de Kavango, en la región nordeste de Namibia, que hace frontera con Angola. Al viajar por la sabana nos llamaron la atención los talleres al aire libre donde los trabajadores, silbando, cortan los troncos, los aserran, desbastan, lijan y tallan.
Entre los objetos que tallan hay máscaras de las que utilizan para sus danzas ceremoniales y como “indicadores” colocados fuera de los kraals, o conjuntos de cabañas cuando hay enfermos. Dicen que las máscaras sirven para advertir a los visitantes y ahuyentar a los malos espíritus. Aunque a muchos les resultan atractivas, los cristianos de Kavango reconocen su conexión con los espíritus inicuos y no las tienen en sus casas. Por eso gusta ver que muchas tallas ya no están adornadas con estas máscaras sino con todo tipo de dibujos geométricos.
Utilizan la madera de teca, pero lamentablemente esta hermosa madera empieza a escasear en Kavango. Esperemos que se dé más atención a plantar nuevos árboles, pues han de transcurrir cincuenta años para que maduren. La madera de teca se caracteriza por sus hermosas vetas de tonos claros y oscuros que los artesanos saben aprovechar muy bien en sus tallas. Primero escogen un árbol adecuado, lo cortan o queman por la base y lo arrastran hasta la cabaña que sirve de taller donde lo sierran en bloques redondos o en tablas planas, dependiendo de lo que se vaya a tallar.
¿Un aserradero en la selva?
Mientras contemplaba a los tallistas trabajando en una de las cabañas, vi algunas de estas tablas tan lisas en un rincón. Sentía curiosidad por saber cómo las habían cortado, ya que en la selva no hay aserraderos ni electricidad. Se lo pregunté a Joakim, que estaba desbastando un bloque de madera para hacer un tambor.
“Pues verá usted, Tatekulu [señor mayor] —explicó—, la verdad es que es bastante sencillo. Empujamos el tronco hasta dejarlo atravesado sobre el hoyo. Jonas se mete dentro del hoyo y yo me quedo de pie arriba, sobre el tronco. Jonas tira de la sierra hacia abajo y yo tiro de ella hacia arriba, primero uno y después el otro. De ese modo terminamos en seguida de serrar el árbol y ya tenemos las tablas.”
“Pero seguro que tardarán mucho tiempo y acabarán cansadísimos”, dije yo.
“No, Tatekulu, no mucho. Cuando sale el Sol nos ponemos a trabajar y cuando se pone descansamos. Mañana volverá a salir el Sol, al día siguiente también, y al otro. Hay muchos días, mucho tiempo. Hay tiempo de trabajar y tiempo de descansar.”
Los taxis del río Okavango
¿Taxis en el corazón de la selva africana? Sí, pero no son como los de Occidente ni como los rickshas [pequeño carruaje de dos ruedas tirado por un hombre] de Yangón. La gente que vive junto al río Okavango talla también otras cosas en madera. Los taxis del Okavango son los mawato, o mekoro, como los llaman río abajo y son piraguas hechas de troncos vaciados.
El río Okavango forma la frontera septentrional entre Kavango y Angola y los mawato, o taxis acuáticos, constituyen el mejor medio de transporte río arriba —hacia Owambo—, río abajo —hacia Botsuana— o hacia la otra orilla —a Angola—, prescindiendo de las fronteras establecidas por los hombres.
Pero hay dos residentes del río que los pasajeros del wato (singular de mawato) tienen que tomar en cuenta y tenerles mucho respeto. A pesar de la intrusión humana en su hábitat natural, todavía se ven cocodrilos e hipopótamos —¡y se les teme!—. Cuando en una ocasión un wato volcó cerca de Rundu, un desafortunado ocupante fue demasiado lento para llegar a la orilla y lo mató un cocodrilo.
En cuanto al “dueño del río”, el hipopótamo, tan solo un gruñido de advertencia, aunque venga de lejos, hace que el barquero se dé a la fuga en su taxi acuático hacia la orilla hasta que se asegura de que no hay peligro de cruzar el río. Él sabe que las temibles mandíbulas del hipopótamo pueden triturar un wato con facilidad.
Pero esos taxis no se utilizan exclusivamente para el transporte fluvial. Cuando un wato, o mokoro, se hace viejo y se le abren grietas grandes y peligrosas, se le retira del río y se convierte en un trineo o remolque terrestre. Hemos visto muchas piraguas viejas —cargadas hasta los topes de madera o mercancías de alguna tienda general cercana— enganchadas a bueyes o asnos deslizándose lentamente por las blandas arenas de Kavango.
Estos taxis del Okavango, equipados ahora con la confiable tracción de “un asno de potencia” pueden transportar mercancías y provisiones por un terreno arenoso donde los vehículos modernos de varios caballos de potencia se quedan atascados. ¿Arcaico? Quizás. ¿Tedioso? Posiblemente. ¿Lento? Sí, según lo que algunos consideran lentitud. Pero en África el tiempo no cuenta. Como dijo el tallista Joakim: ‘Mañana volverá a salir el Sol. Hay muchos días’.
Estos son pues los tallistas de Kavango. ¡Qué agradable es compartir con ellos el mensaje de paz que proporciona el Reino de Dios! (Mateo 24:14.) En muchas tribus abundan las supersticiones, pero las semillas de la verdad de la Biblia han arraigado.
Hace tres años había 23 Testigos bautizados en la congregación de Rundu que se reunían en un pequeño Salón del Reino con paredes de madera y un techo bajo de hierro ondulado. “Apretados, podían caber 40 personas —recuerda Christo, un superintendente viajante de los testigos de Jehová—, pero para el discurso público acudieron 56 personas. En esta región tropical de África hace mucho calor y el grado de humedad es muy elevado. Mientras discursaba tenía la camisa empapada de sudor, y eso que no llevaba chaqueta, pues en aquel pequeño y atestado Salón del Reino era demasiado agobiante llevarla puesta.”
A pesar de las incomodidades, la cantidad de personas interesadas que asistían a las reuniones siguió aumentando. De modo que urgía planear la construcción de un Salón más grande y adecuado. Un Testigo de la localidad bondadosamente donó terreno para hacerlo.
Testigos de otras partes de Namibia y África del Sur respondieron a la llamada y acudieron a esta región remota para ayudar en la construcción del Salón, pagándose ellos mismos los gastos. También hubo personas de la localidad que se interesaron en el proyecto. Por ejemplo, unos jóvenes llamados Ambiri y Willem, aunque no eran Testigos, se ofrecieron para ayudar. Poco después, ambos empezaron a estudiar la Biblia y a asistir a las reuniones. Ahora también son Testigos bautizados.
Otra persona interesada que ayudó con la obra de construcción fue un refugiado angoleño llamado Pedro. Era un católico acérrimo y en cierta ocasión estuvo discutiendo de religión con unos Testigos de su lugar de empleo. Pero después pensó: “¿Cómo es posible que los testigos de Jehová conozcan tan bien la Biblia?”. Así que tramó un plan: pediría un estudio bíblico a los Testigos y, tan pronto como hubiese adquirido suficiente conocimiento, dejaría de estudiar y utilizaría la Biblia para probar que los Testigos están equivocados. ¿Le salió bien el plan? “Después de tres estudios —recuerda Pedro— fui a casa y dije a mi madre: ‘Mamá, de hoy en adelante ya no soy miembro de la Iglesia católica’.” Aunque su familia se le opuso, Pedro progresó en poco tiempo y en seguida renunció de la Iglesia católica. En diciembre de 1989, se bautizó en la asamblea “Devoción Piadosa” que los testigos de Jehová celebraron en Windhoek (Namibia).
Otras personas interesadas también ayudaron a construir el Salón del Reino. “Recuerdo algo que sucedió mientras colocábamos los fundamentos —dice Christo, el superintendente viajante—. Éramos unos cuarenta haciendo aquel trabajo. Observé a un joven que parecía un tanto reservado, así que me presenté y le pregunté: ‘¿Quién estudia la Biblia contigo?’. Mateus respondió: ‘Tiene que hablar con estas personas porque no quieren estudiar la Biblia conmigo. Les he pedido muchas veces que me ayuden pero no han hecho nada’. La razón era que los Testigos locales conducían ya tantos estudios bíblicos que habían anotado a Mateus en la lista de espera. No obstante, conseguí que le hiciesen un estudio bíblico y hoy Mateus es un Testigo bautizado.”
En julio de 1989 la congregación de Rundu dedicó su nuevo Salón del Reino. Desde que empezaron a utilizarlo se han bautizado 10 personas nuevas, con lo que el número total de Testigos bautizados ha aumentado a 33. Pero hay muchos más que están progresando con miras al bautismo y durante la última visita del superintendente viajante 118 personas asistieron al discurso público.
Esperamos que le haya gustado este breve viaje a Kavango, con su importante río, hermosos bosques, tallistas diestros, taxis de madera y... donde el mensaje del Reino de Jehová encuentra oídos que escuchan y corazones que responden.
[Fotografías en las páginas 16, 17]
De izquierda a derecha:
▪ Publicadores delante del antiguo Salón del Reino
▪ Nuevo Salón del Reino en Rundu
▪ Cocodrilo e hipopótamo en el río Okavango
▪ Diversas máscaras y tallas