Okavango: Un paraíso en pleno desierto africano
Por el corresponsal de ¡Despertad! en África del Sur
EL CÍRCULO de luz producido por la lámpara de gasolina no nos servía de mucho cuando notamos que una manada de elefantes se desplazaba tranquilamente en la oscuridad cerca de nosotros. Sus fuertes exhalaciones y el crujido de las ramas revelaban su presencia. Mientras caía la oscura y silenciosa noche africana, sabíamos que más de un par de ojos nos observaban.
El desierto
Nuestro vehículo se había quedado atascado en el delta del río Okavango, un singular humedal que empieza tan repentinamente como acaba, en las vastas arenas del desierto de Kalahari, en el norte de Botsuana. Aunque ese delta tiene una extensión como la de Irlanda del Norte, casi pasa desapercibido en los 260.000 kilómetros cuadrados del desierto de Kalahari, donde no hay ni caminos ni señales de vida humana. Tras cruzar la frontera de África del Sur, habíamos recorrido unos 600 kilómetros a través de arbustos espinosos, prados y salinas a una velocidad continua de 20 kilómetros por hora. Lo único que veíamos en el horizonte era un espejismo trémulo que relucía engañosamente.
Al cuarto día vimos algo que nos animó. El cielo empezó a adoptar un brillante color azul verdoso. En algún lugar delante de nosotros había grandes cantidades de agua. Se trata de una marisma que se abre como los dedos de una mano gigantesca para convertir un desierto reseco en un verde jardín. El río Okavango nace en la región montañosa del centro de Angola y serpentea a lo largo de 1.600 kilómetros de territorio africano en busca de un océano en el que desembocar. Pero no lo encuentra, y muere en la vacía extensión del Kalahari. Sin embargo, antes de desaparecer por completo, el caduco río da origen a un singular ecosistema.
El delta
El agua se desborda desordenadamente por el suelo arenoso hasta formar canales entrelazados, lagos en forma de media luna y vías navegables flanqueadas de papiros. Una gran variedad de árboles y plantas de diferentes formas y colores captan nuestra atención. Bordean el delta palmeras del género Hyphaene, higueras Ficus natalensis, ébanos y árboles de las salchichas. Los altos tallos del zacate de Guinea, los nenúfares y el color magenta de las flores caídas hacían más difusa aún la luz filtrada de aquella mañana invernal. No obstante, seguimos estando en África, y en seguida se nota el sofocante calor del día. Se encuentra un poco de alivio en el rústico mosaico de luz creado por los bosques de mopani (Copaifera mopane), unos árboles muy altos y de madera dura. Son precisamente estos árboles los que hacen posible atravesar este desierto, pues los oscilantes y crujientes puentes de troncos de mopani son todo lo que nos comunica con el mundo exterior.
Los habitantes del delta
La inmensa variedad de formas de vida que habitan en el delta nos induce a seguir adelante. Tras dejar atrás el estéril desierto, parece que aquí reina en el aire un espíritu despreocupado y que todas las criaturas retozan y se revuelcan sin pensar en el mañana. Gordos debido a la buena vida que se dan, treinta hipopótamos nos miran con ojos de sueño. Sus breves y fuertes resoplidos nos advierten que no nos entrometamos en su estilo sibarita de vida. Una manada de más de un centenar de elefantes acaba de levantar tanto polvo, que los trémulos rayos de luz provocan ilusiones ópticas.
En el delta del Okavango vive una asombrosa cantidad de animales. Unos veinte mil búfalos —en manadas de hasta doscientas cabezas— pastan tranquilamente por los herbosos márgenes. De vez en cuando perturban la paz algunos predadores, como el león, el leopardo, la hiena y el licaón, pero suele ser por poco tiempo, pues el único indicio que hay a primeras horas de la mañana de que durante la noche anterior se cazase algún animal es la columna de buitres que se ciernen en espiral sobre la pieza.
Las grandes colonias de termitas amontonan la tierra del delta para formar sus termiteros, que aumentan continuamente de tamaño. Cuando las aguas del río Okavango suben, estos termiteros se convierten en fértiles islas. Una gran variedad de antílopes encuentran un remanso de pacífica seguridad en estas diseminadas islas del delta: el topi, el ñu, el kudú, el antílope de Lechwe, el antílope ruano y el poco corriente sitatunga. Este último es un tímido antílope que vive recluido entre los juncos y raras veces sale al descubierto. Ante la más mínima señal de peligro, se sumerge por completo en el agua, dejando únicamente la nariz fuera para respirar.
¡Agua, la vivificante agua! El delta del Okavango no es ni mucho menos una región pantanosa templada. David Livingstone, un explorador, médico y misionero que estuvo en esta región en 1849, exclamó: “Llegamos a un gran río [...]. Pregunté de dónde venía. ‘Ah, de una tierra llena de ríos [...].’ Encontramos el agua tan clara, fría y blanda [...] que nos hizo pensar en nieve derretida”. En las aguas abunda la tilapia y el pez tigre, dos peces que sirven de alimento para los habitantes de este delta africano.
Poco ha cambiado con el paso de los años, y parece que la mosca tsé-tsé y el mosquito han conseguido impedir que la mano del hombre moderno cause estragos en este paraíso fáunico. En un principio, los verdaderos dueños del Okavango eran los bosquimanos del río, pero con el tiempo se les unieron los baYei. Hoy día, con un poco de suerte todavía se puede ver al atardecer a estos expertos barqueros impeliendo sus mekoro (canoas) con una pértiga. Tienen un viejo proverbio que dice: “Quien clava demasiado su pértiga se queda donde está ella”. Y por lo visto lo tienen muy presente, pues al momento desaparecen de la vista por unos recónditos canales abiertos entre los juncos.
El Okavango también es un paraíso para los amantes de las aves. Centenares de especies viven en el delta durante por lo menos parte del año. Por la noche, un grito agudo puede indicar la presencia de la lechuza pescadora, un ave poco común que pesca de noche. Durante el día, el penetrante chillido del águila pescadora se mezcla con el monótono reclamo de los cálaos. También hay gansos africanos, garzas goliat, ibis sagrados y jacanas, unas aves de hermoso plumaje. La variedad es interminable. Desde algún lugar alto, los marabús —de apariencia santurrona y con un plumaje que recuerda el traje de un empresario de pompas fúnebres— parecen mirar con desaprobación todos estos frívolos tejemanejes.
Cuando se pone el Sol, las aguas parecen transformarse en fuego líquido, y poco a poco concluye otro día en este paraíso del desierto. En la brisa flota la melodiosa música de un kalimba (piano de mano africano) procedente de algún lugar de las lagunas. A estas horas acuden al agua cebras, jirafas y elefantes para aplacar su sed juntos.
¿Cuánto durará?
El sudor mezclado con polvo nos corría por el cuerpo como chorrillos de barro mientras tratábamos de cambiar el eje de nuestro Land-Rover. Se nos había partido cuando las ruedas se hundieron en la arena —fina como polvos de talco— hasta las mismas llantas. Cuando escuchamos el esperado “clic”, supimos que el nuevo eje había quedado colocado en su sitio.
Hicimos el trabajo tan deprisa, que los elefantes que había en derredor nuestro no nos molestaron ni parecían estar asustados. Aquello nos hizo pensar en lo hermoso que será cuando el hombre y los animales vuelvan a vivir en perfecta armonía. (Génesis 2:19; Isaías 11:6-9.) Lo único que lamentábamos era que pronto tendríamos que comenzar el largo y polvoriento camino a casa.
Sin embargo, al igual que sucede con otros lugares hermosos de la Tierra, cada vez hay más preocupación por el impacto que producen el hombre y sus modernos métodos de caza. “Todos los años —escribe Creina Bond en el libro Okavango—Sea of Land, Land of Water (Okavango: mar de tierra, tierra de agua)—, mil trescientos cazadores nativos y doscientos cazadores por deporte matan ocho mil animales en el delta.” Además, otros sueñan con desviar las aguas del Okavango para usarlas en beneficio del hombre.
Hagan lo que hagan, estamos seguros de que el Creador de esta maravilla cumplirá su propósito de transformar toda la Tierra en un paraíso. Entonces su atractivo será aún mayor, pues “la llanura desértica estará gozosa, y florecerá como el azafrán. Y el suelo abrasado por el calor se habrá puesto como un estanque lleno de cañas; y el suelo sediento, como manantiales de agua”. (Isaías 35:1, 7.)
[Fotografías/Mapa en las páginas 24, 25]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
ANGOLA
ZAMBIA
ZIMBABUE
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ÁFRICA DEL SUR
OCÉANO ATLÁNTICO
OCÉANO ÍNDICO