Controle la televisión antes de que ella le controle a usted
LA TELEVISIÓN tiene un potencial asombroso. Cuando la industria de la televisión estadounidense intentó persuadir a las naciones en vías de desarrollo para que la adoptasen, la presentó como una televisión utópica. Países enteros se convertirían en aulas, y hasta las zonas más remotas sintonizarían programas educativos sobre temas tan importantes como técnicas agropecuarias, conservación del suelo y planificación familiar. Los niños podrían aprender física y química y beneficiarse de un intercambio cultural que ampliaría sus horizontes.
Por supuesto, cuando la televisión comercial se hizo realidad, estos sueños se desvanecieron considerablemente, aunque no del todo. Hasta Newton Minow, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones y que llamó a la televisión “un vasto erial”, reconoció en el mismo discurso pronunciado en 1961 que la televisión tenía en su haber algunos logros importantes y espectáculos muy agradables.
Este hecho sigue siendo cierto hoy. Los noticiarios nos informan de los acontecimientos mundiales. Los programas sobre la Naturaleza nos permiten vislumbrar cosas que de otra forma quizás nunca llegaríamos a ver: la gran elegancia de un colibrí filmado a cámara lenta, dando la sensación de que nada en el aire; o la extraña danza de un lecho de flores fotografiadas con cadencia lenta de toma de imágenes, saliendo del suelo en un alarde de color. Luego están los programas culturales como ballet, sinfonías y óperas. También hay obras de teatro, películas y otros programas, algunos profundos y agudos, y otros que podrían clasificarse simplemente como distracción sana.
También hay programas educativos para niños. El Instituto Nacional de Salud Mental dice que tal como los niños pueden aprender a ser agresivos por la violencia que ven en la televisión, también pueden aprender de los buenos ejemplos que ven en ella a ser altruistas, amigables y a tener autodominio. Programas sobre cómo actuar en momentos de emergencia incluso han salvado la vida a algunos niños. Por eso, en su obra Our Endangered Children (Nuestros hijos corren peligro), Vance Packard escribe: “La reacción de los padres hastiados o agobiados que guardan el televisor en el trastero probablemente es exagerada, a menos que la situación de sus hijos esté fuera de control”.
Asuma el control
Sin duda, tanto en los adultos como en los niños, la clave es precisamente el control. ¿Controlamos la televisión, o es ella la que nos controla? Como indica el señor Packard, para algunos la única manera de controlar la televisión es deshaciéndose de ella. Pero otras muchas personas han encontrado maneras de controlarla sin desaprovechar sus ventajas. Veamos algunas sugerencias.
✔ Durante una o dos semanas, haga un registro meticuloso del tiempo que su familia dedica a ver la televisión. Al final de ese plazo, sume las horas y pregúntese si los programas de televisión realmente valen el tiempo que consumen.
✔ Vea programas de televisión, no simplemente la televisión. Consulte la programación para ver si hay algo que merezca la pena.
✔ Reserve y proteja algunos períodos de tiempo para que la familia esté junta y converse.
✔ Algunos expertos aconsejan que a los niños o jovencitos no se les permita tener un televisor en su cuarto, pues a los padres les sería más difícil controlar lo que ven sus hijos.
✔ Si su presupuesto se lo permite, un vídeo puede ser útil. Si alquila buenas videocintas o graba programas de calidad para verlos en un momento conveniente puede controlar lo que ofrece su televisor y en qué horas estará conectado. Pero, ¡cuidado! Si no se controla, el vídeo puede incrementar el tiempo que pase ante el televisor o abrir el camino para que vea videocintas inmorales.
¿Quién es su maestro?
El ser humano es una verdadera máquina de asimilar. Nuestros sentidos están constantemente absorbiendo información y enviando al cerebro más de 100.000.000 de bits —unidades de información— por segundo. Pero cada uno puede variar hasta cierto grado el contenido de ese caudal de información mediante decidir con qué alimentará sus sentidos. La historia de la televisión ilustra muy bien que nuestra mente y espíritu pueden contaminarse con lo que vemos tal como nuestro cuerpo puede contaminarse con lo que comemos o bebemos.
¿Cómo aprenderemos acerca del mundo que nos rodea? ¿Qué fuentes de información escogeremos? ¿Quién o qué será nuestro maestro? Las palabras de Jesucristo nos ofrecen un criterio sensato al respecto: “No es el discípulo más que el maestro. Bien que, todo el que está perfectamente instruido, es igual que su maestro”. (Lucas 6:40, Franquesa-Solé.) Si pasamos demasiado tiempo viendo la televisión, esta se convertirá en nuestra maestra y quizás empecemos a imitar lo que vemos, a adoptar los valores y normas que pone de relieve. Proverbios 13:20 dice: “El que está andando con personas sabias se hará sabio, pero al que está teniendo tratos con los estúpidos le irá mal”.
Aun cuando la televisión no introduzca en nuestro hogar personajes insensatos o inmorales, todavía carece de algo decisivo. Muy poco de lo que emite siquiera aborda una necesidad que todo ser humano tiene: la espiritualidad. La televisión puede mostrarnos la lamentable situación en la que se encuentra el mundo, pero ¿nos dice por qué el hombre no puede gobernarse a sí mismo? Puede mostrarnos las bellezas de la creación, pero ¿nos acerca a nuestro Creador? Quizás nos transporte a los cuatro extremos del orbe, pero ¿puede decirnos si el hombre vivirá algún día en paz en la Tierra?
Ninguna “ventana al mundo” está completa sin responder estas preguntas espirituales de carácter vital. Y eso precisamente es lo que hace que la Biblia sea tan valiosa: ofrece una “ventana al mundo” desde la perspectiva de nuestro Creador. Ha sido diseñada para ayudarnos a comprender nuestro propósito en la vida y para darnos una esperanza sólida respecto al futuro. En ella se pueden encontrar fácilmente respuestas satisfactorias a las preguntas más inquietantes de la vida, respuestas que están aguardando a que las leamos en las fascinantes páginas de la Biblia.
Pero si no controlamos la televisión, ¿de dónde sacaremos el tiempo para leerlas?