Los jóvenes preguntan...
“¿Por qué no soy capaz de terminar lo que empiezo?”
“Si la tarea es monótona y aburrida, pierdo la paciencia.”
“Las distracciones, ese es mi problema: la televisión, los amigos.”
“A veces me siento agobiado con demasiadas cosas que hacer.”
“Parece que siempre dejo las cosas para el último momento. Y entonces es demasiado tarde.”
“Yo sí termino lo que empiezo. Pero parece que para mis padres nunca lo hago lo suficientemente bien.”
ESTOS adolescentes hablan de un problema común durante la juventud: no terminar lo que se empieza. No queremos decir que todos los jóvenes sean perezosos o tengan una mala actitud hacia las tareas. De hecho, cuando se preguntó a un grupo de jóvenes qué trabajos pensaban que deberían hacer los adolescentes en casa, la mayoría mencionó cosas como mantener ordenada su habitación, hacer la cama y sacar la basura.
No obstante, a pesar de las buenas intenciones, muchas veces las tareas importantes se dejan sin terminar, lo que resulta en frecuentes quejas de los padres, los maestros y otros. Así que pregúntate: “¿Qué me impide terminar lo que empiezo?”. Una buena ojeada a las causas te permitirá corregir el problema.
Una buena ojeada a las causas
El libro I Hate School—How to Hang In and When to Drop Out (Odio la escuela: Qué hacer para seguir con los estudios y cuándo dejarlos) nos aclara bastante bien qué cosas distraen a muchos jóvenes y les impiden terminar sus tareas escolares. “Ocurre con frecuencia que después de sentarnos a escribir, no paramos de levantarnos para buscar algo de comer o para afilar los lápices. Luego tenemos que telefonear a alguien o quizás ver un programa de televisión que estábamos esperando. Casi en seguida es la hora de dar la comida al gato y no tenemos nada hecho.”
Las investigadoras Claudine G. Wirths y Mary Bowman-Kruhm dijeron que “a muchas personas les resulta casi imposible leer y estudiar activamente después de ver la televisión durante muchas horas. La televisión produce una especie de hipnotismo que deja a uno ‘grogui’ y soñoliento. Sabes por experiencia que a veces terminas pegado a la pantalla del televisor por un par de horas cuando solo pretendías ver un programa”. C. G. Wirths y M. Bowman-Kruhm también descubrieron que algunos estudiantes adoptan hábitos de estudio deficientes durante los primeros años de la escuela, aunque de momento se las arreglan para sacar buenas calificaciones. Sin embargo, “cuando empiezan la enseñanza secundaria, no saben qué hacer para quedarse sentados, ponerse a trabajar y aprender materias difíciles o aburridas”.
Prescindiendo de cuál sea la razón por la que no terminas lo que empiezas, el problema no desaparecerá por sí solo. Si realmente quieres terminar lo que empiezas, asume el control de tu vida de una manera responsable y haz los ajustes necesarios.
Haz planes de antemano
Si eres un joven cristiano, no hay duda de que tienes mucho que hacer. (1 Corintios 15:58.) Puede que a veces te sientas abrumado por las responsabilidades cristianas, las tareas escolares, los quehaceres domésticos y los proyectos personales. Por supuesto, nadie tiene más cosas que hacer que nuestro Creador, y, no obstante, siempre termina sus trabajos. No lo logra simplemente porque es muy superior a nosotros en poder y sabiduría, sino también porque “no es Dios de desorden, sino de paz”. Tú también puedes terminar tus tareas si dejas que “todas las cosas se efectúen decentemente y por arreglo”. (1 Corintios 14:33, 40.)
Jesús dijo en cierta ocasión: “¿Quién de ustedes que quiere edificar una torre no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo suficiente para completarla? De otra manera, pudiera poner el fundamento, pero no poder terminarla, y todos los que miraran pudieran comenzar a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a edificar, pero no pudo terminar’”. (Lucas 14:28-30.)
La lección que aprendemos es que se deben hacer planes de antemano. La doctora Janet G. Woititz escribió: “Las personas que efectúan sus trabajos hasta terminarlos no lo hacen de manera despreocupada. Tienen lo que llamamos un ‘plan de juego’”. De modo que trata de echar una mirada realista a tus tareas a fin de comprender exactamente qué necesitarás para terminarlas. ¿Necesitas determinar paso a paso lo que vas a hacer? ¿Sería útil dividir el trabajo en partes más pequeñas? ¿Cuánto tiempo tardarás en terminarlo?
Algunas personas optan por confeccionar una lista de “cosas que hacer”, y escriben las tareas en orden de importancia. Luego las tachan de la lista según las terminan. Si quieres combatir la tendencia a andar con dilaciones, aprende a controlar tu tiempo. Si tienes trabajos que debes terminar en un plazo determinado, anótalos al principio de la lista por orden de fechas de entrega.
Organizar bien el tiempo es muy importante. Por una parte, querrás fijar límites al tiempo que dedicas a actividades menos importantes, como ver la televisión. Pero por otra, debes tener cuidado de no reducir el tiempo que pasas en actividades esenciales, como dormir lo suficiente. El libro I Hate School dice que la gente “varía en la cantidad de horas de sueño que necesita, pero la mayoría no puede pasar con cuatro o cinco horas por noche. [...] Cuesta mucho concentrarse en ideas difíciles si se tiene sueño y se está cansado”. A lo largo de los años segarás los beneficios de aprender a usar el tiempo sabiamente.
Sigue buscando la ventaja de los demás
Sin embargo, algunos jóvenes alegarán que controlar bien el tiempo y organizarse no sirven de mucho cuando las tareas que hay que hacer son monótonas y aburridas. Aplicar el consejo bíblico registrado en 1 Corintios 10:24 te ayudará a llegar a tener la motivación necesaria. Allí dice: “Que cada uno siga buscando, no su propia ventaja, sino la de la otra persona”. Puede que muy pocos de los quehaceres domésticos sean por sí solos interesantes o satisfacientes, pero cuando los haces para ayudar o agradar a un ser querido, hay un sentido de logro y un deseo de efectuar un trabajo bien hecho. Así que la próxima vez que te veas a punto de abandonar un trabajo antes de terminarlo, piensa en aquellos que se benefician de lo que haces y enorgullécete de hacer un trabajo de calidad.
Muchas veces eres tú mismo quien se beneficia de tareas que parecen desagradables. Por ejemplo, piensa en algo que acostumbras a dejar a medias. ¿Fregar los platos? ¿Limpiar tu habitación? Ahora pregúntate: “¿De quién son los platos?”. ¿No son tuyos también? ¿No es tu habitación y tu casa? Tu buena disposición a la hora de aceptar estas tareas y el que las dejes terminadas también te beneficiará en el futuro. El libro Simply Organized! (¡Basta con ser organizados!) dice a los padres: “Si no enseñamos a nuestros hijos a ser administradores del hogar, cuando se marchen de casa tendrán serias desventajas”.
Comunícate
Ahora bien, ¿qué ocurre si te esfuerzas mucho por terminar una tarea, pero tus padres todavía se quejan de que no la has terminado del todo? Con frecuencia subyace un problema de falta de comunicación. Por ejemplo, digamos que te encargan sacar la basura. Aunque parece una tarea sencilla, es mejor que te den instrucciones específicas. Asegúrate de que sabes cómo, cuándo y dónde debes sacarla. ¿Esperan que dejes un tipo de basura en un lugar y otro tipo en otro? ¿Debes enjuagar también los cubos de la basura?
La buena comunicación también ayudará a tus padres a comprender cómo te sientes. ¿Piensas que el reparto de las tareas es injusto? ¿Te sientes abrumado por lo mucho que esperan de ti tus padres? En ese caso, busca un momento apropiado y diles cómo te sientes.
Algunos padres invitan a sus hijos a participar en la toma de decisiones relacionadas con el reparto de los quehaceres domésticos. Los doctores Jeffrey y Carol Rubin, autores del libro When Families Fight (Cuando las familias se pelean), aconsejan a los padres que hablen abiertamente acerca de las tareas de la familia, que dividan los trabajos y dejen que los hijos escojan las tareas que van a desempeñar. Si te gusta esta forma de hacerlo, ¿por qué no se lo sugieres a tus padres?
Una fuente de información recomienda que te sientes con tus padres y “elabores con ellos un plan que te permita hacer las tareas escolares a una hora en la que puedas rendir al máximo. Todo el mundo tiene un momento durante el día o la noche en el que se concentra mejor. [...] Haz saber a los demás cuál es el momento en tu caso y que no deberían interrumpirte. Si no utilizas ese tiempo para ver la televisión o hablar por teléfono, los demás se darán cuenta de que lo dices en serio”. Si hablas de ello calmadamente con tus padres sin acusar a nadie, puede que consigas un reparto de los trabajos que sea del gusto de todos.
Pero recuerda que, en el fondo, es tu deseo de agradar al Creador, Jehová Dios, lo que te producirá felicidad y te hará ganar una buena reputación. La Biblia dice: “Cualquier cosa que estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Jehová, y no para los hombres, porque ustedes saben que es de Jehová de quien recibirán el debido galardón”. (Colosenses 3:23, 24.) Sigue este consejo y gánate la reputación de ser un trabajador diligente y responsable que siempre termina lo que empieza.
[Fotografía en la página 24]
Una cosa es empezar un trabajo, y otra muy distinta, terminarlo