“¡Basta de Hiroshimas!”
AUNQUE los japoneses estaban entusiasmados por la victoria de Pearl Harbor y la recordaban mientras iban ganando, aquella fecha quedó en el olvido en Japón cuando perdieron la guerra. Hace poco se preguntó al gobierno japonés por qué no se habían disculpado por el ataque, a lo que el secretario principal del gabinete respondió: “Hablando desde una óptica estratégica y en términos generales, me da la sensación de que el ataque a Pearl Harbor no fue nada encomiable. No obstante, las cuestiones de la guerra entre Estados Unidos y Japón quedaron zanjadas con el Tratado de Paz de San Francisco”.
Sus palabras reflejan lo que algunos japoneses sienten respecto al ataque por sorpresa que desencadenó la guerra del Pacífico. Según el periódico Mainichi Shimbun, todos los años visitan Hawai más de un millón de japoneses, pero solo un número relativamente pequeño visita el monumento al barco U.S.S. Arizona, que conmemora el ataque a Pearl Harbor.
Mientras que la consigna “¡Recuerden Pearl Harbor!” trae a la memoria de algunos americanos recuerdos amargos, los japoneses evocan sus sufrimientos con la exclamación “¡Basta de Hiroshimas!”. Las bombas atómicas que cayeron sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 tuvieron un efecto traumático no solo en las víctimas directas, sino también en toda la nación.
Las experiencias que narran algunos supervivientes nos ayudan a comprender sus sentimientos. Veamos, por ejemplo, el caso de Itoko, que acababa de dejar la escuela y trabajaba de secretaria en la institución naval de Hiroshima. Aunque se encontraba en el interior del edificio donde trabajaba, notó el destello de la bomba atómica y le dio la sensación de que esa luz la sacudía. “Trabajé con los soldados para limpiar la ciudad de cadáveres —cuenta Itoko—. En un río, los soldados bajaban una red de pescar desde un barco y cada vez que la subían sacaban más de cincuenta cadáveres. Los llevábamos a la orilla, los amontonábamos de cinco en cinco y luego los quemábamos. La mayoría de los cuerpos estaban desnudos, y no podía distinguirse si eran hombres o mujeres; además, tenían los labios tan hinchados, que parecían picos de patos.” Los japoneses no pueden olvidar los horrores causados por las dos bombas atómicas.
Por qué se utilizó el arma de destrucción en masa
El profesor de la universidad de Nagasaki, Shigetoshi Iwamatsu, que fue víctima de la bomba atómica, escribió a la prensa occidental hace más de veinte años acerca de la difícil situación en la que se encontraban las víctimas. El periódico Asahi Evening News dice que “le dejó pasmado lo que le contestaron. La mitad de las cartas que recibió en respuesta decían que habían sido las bombas atómicas lo que había detenido la agresión japonesa y que era absurdo que las víctimas de las bombas hiciesen un llamamiento a la paz”.
En The Encyclopedia Americana se explica por qué razón se utilizó el arma de destrucción en masa: “Él [Harry S. Truman] decidió utilizar bombas atómicas contra Japón porque creía que con ello se pondría fin a la guerra rápidamente y se salvarían vidas”. Kenkichi Tomioka, un periodista japonés que informó de las caóticas condiciones existentes después de la guerra, aunque no era insensible a los sentimientos de las víctimas de las bombas atómicas, admitió: “Al recordar el período comprendido entre marzo/abril y agosto de 1945, cuando las operaciones para acabar con la guerra alcanzaron un punto culminante que puso en peligro el futuro de la nación, no podemos pasar por alto el papel que desempeñaron las dos dosis de medicina correctiva [las bombas atómicas], específica para moderar el estado febril, que se administraron a los militaristas que pedían a voces una confrontación para defender la patria. Una confrontación habría significado el gyokusai (atacar hasta morir antes que rendirse) de la entera población de 100 millones de habitantes”.
No obstante, los que perdieron a seres queridos por culpa de las bombas atómicas y los que sufren enfermedades provocadas por las radiaciones emitidas por dichas bombas descubren que no es posible calmar su dolor con palabras que justifiquen el lanzamiento de las pikadon, o “destello y explosión”, como llamaban los supervivientes a las bombas atómicas. Aunque durante mucho tiempo se han visto como las víctimas inocentes, algunos supervivientes de las bombas atómicas ahora se dan cuenta de que como japoneses deben reconocer los “crímenes que cometieron al atacar a otros países en la región asiática del Pacífico”, según añadió el profesor Iwamatsu. En 1990, con ocasión de la manifestación anual antibomba de Hiroshima, una víctima de las bombas atómicas pidió disculpas ante los delegados extranjeros por los crímenes de guerra cometidos por Japón.
¿Tenían verdaderas razones para matar?
En el corazón de muchos de los supervivientes y testigos oculares de lo que sucedió en Pearl Harbor, Hiroshima y Nagasaki, existe una fuerte aversión a la guerra. Algunos miran atrás y se preguntan si su país tuvo razones válidas para exigir el sacrificio de sus seres queridos.
Ambos bandos también se lanzaron ataques verbales con el fin de avivar el fervor belicista y justificar la matanza. Los americanos llamaban a los japoneses “sneaky Japs” (japoneses rastreros), y les fue fácil avivar las llamas del odio y la venganza con las palabras “¡Recuerden Pearl Harbor!”. En Japón se enseñaba a la gente que los angloamericanos eran kichiku, que significa “bestias demoniacas”. A muchas personas de Okinawa hasta se las instó a suicidarse antes que caer en las manos de “bestias”. Del mismo modo, cuando las fuerzas invasoras americanas desembarcaron en un puerto cercano tras la rendición japonesa, el comandante de la joven Itoko, mencionada antes, le entregó dos dosis venenosas de cianuro potásico y le ordenó: “No permita que los soldados extranjeros la conviertan en su juguete”.
Sin embargo, gracias a sus amistades de ascendencia japonesa y hawaiana, Itoko fue ampliando sus miras poco a poco y llegó a darse cuenta de que tanto los americanos como los británicos podían ser amigables, corteses y amables. Conoció a George, un irlandés nacido en Singapur cuyo padre había muerto a manos de los japoneses, y con el tiempo se casaron. Son solo un ejemplo de los muchos que descubrieron que sus ex enemigos eran personas amigables. Si todos hubiesen visto a los “enemigos” con sus propios ojos imparciales y no a través de cristales empañados por la guerra, los habrían colmado de amor y no de bombas.
En efecto, para que haya paz mundial, es esencial que reine entre las personas una paz basada en la comprensión mutua. Ahora bien, en vista de las muchas guerras que ha habido desde 1945, es patente que el hombre no ha aprendido las lecciones de Pearl Harbor e Hiroshima. Además, la paz entre las personas no sería suficiente para conseguir la paz mundial. ¿Qué se necesita entonces? Se explicará en el siguiente artículo.
[Comentario en la página 7]
Mientras que la consigna “¡Recuerden Pearl Harbor!” trae a la memoria de algunos americanos recuerdos amargos, los japoneses evocan sus sufrimientos con la exclamación “¡Basta de Hiroshimas!”
[Comentario en la página 8]
Para que haya paz mundial, es esencial que reine entre las personas una paz basada en la comprensión mutua
[Fotografía en la página 7]
Lloyd Barry y Adrian Thompson, misioneros de la Sociedad Watch Tower, frente al Monumento de la Paz de Hiroshima en 1950
[Fotografía en la página 8]
Hiroshima en ruinas tras la explosión de la bomba atómica
[Reconocimiento]
U.S. Army/Cortesía de The Japan Peace Museum