“¡Recuerden Pearl Harbor!”
HACÍA una hermosa mañana aquel domingo en la isla de Oahu. Adeline, una niña de once años de ascendencia japonesa y hawaiana, estaba en el jardín de su casa en el centro de Honolulú. Vio volar unos aviones y observó que subía humo de la zona de Pearl Harbor. ¿Se trataba de otra maniobra militar?
Los habitantes de Oahu estaban tan acostumbrados a las maniobras militares y a los simulacros de fuego de artillería, que hasta el vicealmirante de la Armada estadounidense destacada en el Pacífico, William S. Pye, miró por la ventana y dijo a su esposa: “Qué raro que el ejército haga prácticas de tiro un domingo por la mañana”. Aquel domingo por la mañana era el 7 de diciembre de 1941.
Cuando oyó los aviones que se acercaban, un muchacho de trece años se asomó a la ventana. “Papá —le dijo a su padre, el comandante de la base aeronaval de Kaneohe—, esos aviones llevan pintados unos círculos rojos.” Aquellos discos rojos —el sol naciente— pintados en los aviones de la Armada Imperial japonesa bastaban para explicar lo que estaba sucediendo: ¡un ataque por sorpresa!
El almirante H. E. Kimmel, comandante de la Armada estadounidense destacada en el Pacífico con base en Pearl Harbor, recibió por teléfono un comunicado del ataque. Se quedó “blanco como el uniforme que llevaba” al mirar, perplejo, cómo los aviones enemigos zumbaban como avispas mientras bombardeaban su flota. “En seguida supe que pasaba algo terrible —declaró—, que aquello no era una incursión sin trascendencia de unos pocos aviones aislados. El cielo estaba lleno de aviones enemigos.”
“Tora, Tora, Tora”
Unos minutos antes de que los torpedos y las bombas rompiesen la serenidad de Pearl Harbor, un oficial que iba a bordo de un avión japonés de bombardeo en picado vio aparecer la isla de Oahu y pensó: “Esta isla es demasiado pacífica para atacarla”.
Pero aquel claro en las nubes afectó de manera completamente distinta al comandante Mitsuo Fuchida, quien encabezaba las fuerzas de ataque. “Dios tiene que estar con nosotros —pensó—. Tiene que haber sido su mano la que ha abierto las nubes justo encima de Pearl Harbor.”
A las 7.49 de la mañana, Fuchida dio la señal de ataque: “To, To, To”, que en japonés significa: “¡Ataquen!”. Confiado de que se había sorprendido totalmente a las fuerzas americanas, dio la orden de transmitir en morse el mensaje de que se había producido el ataque por sorpresa, para lo que utilizó las famosas palabras en clave “Tora, Tora, Tora” (“Tigre, Tigre, Tigre”).
Consiguen atacar por sorpresa
¿Cómo pudo una agrupación de fuerzas grande que incluía seis portaaviones acercarse a solo 370 kilómetros de Oahu sin que nadie se diese cuenta, y lanzar como primera oleada de ataque 183 aviones, que eludieron los radares y asestaron a la Armada estadounidense destacada en el Pacífico un golpe tan devastador? Por un lado, la agrupación de fuerzas japonesa tomó una ruta septentrional a pesar de las agitadas aguas invernales, y las patrullas estadounidenses estaban menos reforzadas al norte de Pearl Harbor. Además, los portaaviones japoneses no enviaron absolutamente ningún mensaje por radio.
Sin embargo, los radares vigilaban la estratégica isla para detectar cualquier avión que se acercase. Alrededor de las siete de aquella decisiva mañana, dos soldados rasos del ejército que estaban de servicio en la Estación de Radar Móvil de Opana, en la isla de Oahu, notaron señales extraordinariamente grandes en el osciloscopio, que “probablemente [representaban] más de cincuenta” aviones. Pero cuando avisaron al Centro de Información, se les dijo que no se preocuparan por ello. El oficial del Centro de Información supuso que se trataba de una escuadrilla de bombarderos americanos B-17 que se esperaba que llegase de Estados Unidos.
Pero, ¿no sospechaba el gobierno de Estados Unidos que esto iba a ocurrir? El gobierno japonés había hecho llegar a sus enviados en Washington, D.C., un mensaje de catorce partes que debían entregar a Cordell Hull, el secretario de estado, exactamente a las 13.00 horas —hora oficial del este de Estados Unidos— del 7 de diciembre de 1941, que correspondería con la mañana del 7 de diciembre en Pearl Harbor. El mensaje contenía la declaración de que Japón rompería las negociaciones con Estados Unidos sobre cuestiones políticas cruciales. El gobierno estadounidense interceptó el mensaje y se dio cuenta de la gravedad de la situación. La noche antes del día trascendental, Franklin D. Roosevelt, el entonces presidente de Estados Unidos, había recibido las primeras trece partes del documento interceptado. Cuando terminó de leerlo, dijo en esencia: “Esto significa la guerra”.
Si bien las autoridades estadounidenses percibían que era inminente una acción hostil japonesa, “no tenían ninguna idea de cuándo o dónde ocurriría”, dice The New Encyclopædia Britannica. La mayoría creía que se produciría en algún lugar del Lejano Oriente, quizás en Tailandia.
La cita concertada para las 13.00 horas tuvo que postergarse debido a la lentitud de los secretarios de la embajada japonesa en mecanografiar el mensaje en inglés. Cuando el embajador japonés le entregó el documento a Hull, eran ya las 14.20 horas en Washington. En ese momento Pearl Harbor estaba bajo el fuego del enemigo y le amenazaba la segunda oleada de ataque. Como a Hull ya le habían llegado noticias de la incursión, ni siquiera ofreció una silla a los enviados; leyó el documento y, con frialdad, les señaló la puerta con la cabeza para que se marchasen.
La demora en la entrega del ultimátum que se iba a enviar intensificó la furia americana contra Japón. Hasta algunos japoneses pensaban que esta circunstancia convirtió en un ataque solapado lo que iba a ser un estratégico ataque por sorpresa. “La frase ‘RECUERDEN PEARL HARBOR’ se convirtió en un juramento que avivaba el espíritu de lucha del pueblo americano”, escribió Mitsuo Fuchida, el comandante de vuelo de la primera oleada de ataque. Reconoció: “El ataque le trajo a Japón una deshonra que no desapareció ni siquiera después de su derrota en la guerra”.
Franklin D. Roosevelt llamó al 7 de diciembre “una fecha que vivirá en infamia”. Ese día, en Pearl Harbor fueron hundidos o dañados gravemente ocho acorazados y otros diez navíos, y fueron destruidos más de ciento cuarenta aviones. Los japoneses perdieron veintinueve aviones de los aproximadamente trescientos sesenta cazas y bombarderos que atacaron en dos oleadas, además de los cinco minisubmarinos. Murieron más de dos mil trescientos treinta americanos y mil ciento cuarenta resultaron heridos.
Ante el llamamiento “¡Recuerden Pearl Harbor!”, la opinión pública americana se unió contra Japón. “Con solo un voto en contra en la Cámara —dice el libro Pearl Harbor as History—Japanese-American Relations 1931-1941 (Pearl Harbor pasa a la historia. Las relaciones entre japoneses y americanos de 1931 a 1941)—, el Congreso, al igual que el pueblo americano en general, se unió tras el presidente Roosevelt en la determinación de derrotar al enemigo.” Procurar vengarse de la incursión era una razón más que suficiente para que comenzaran las hostilidades con el Imperio del Sol Naciente.
¿Un ataque por sorpresa en favor de la paz mundial?
¿Cómo justificaron los gobernantes japoneses sus acciones hostiles? Por increíble que pueda parecer, dijeron que lo habían hecho para establecer la paz mundial mediante la unión de ‘todo el mundo en una gran familia’, o hakkō ichiu. Esta se convirtió en la consigna que incitaba a los japoneses a derramar sangre. “El principal objetivo de la política nacional japonesa —declaró el gabinete japonés en 1940— radica en la consecución firme de la paz mundial de acuerdo con el elevado espíritu de hakkō ichiu en el que se fundó el país, así como en la construcción, como primer paso, de un nuevo orden en la Gran Asia Oriental.”
Además de la consigna hakkō ichiu, la liberación de Asia de las potencias de Occidente llegó a ser otro importante objetivo del esfuerzo bélico japonés. Se estimaba que ambas causas eran la voluntad del emperador. A fin de conseguir esta conquista del mundo, los militaristas condujeron a la nación a la guerra contra China y luego contra las potencias occidentales, entre ellas, Estados Unidos.
Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la flota combinada de Japón, llegó a la realista conclusión de que no había manera de que las fuerzas japonesas pudiesen vencer a Estados Unidos. Solo vio una posibilidad de mantener la dominación japonesa en Asia. Razonó que la Marina Imperial debería “atacar ferozmente y destruir la principal flota estadounidense en el mismo principio de la guerra, a fin de que el estado de ánimo de la Marina estadounidense y su gente se debilitase hasta el grado de ser incapaz de recuperarse”. Así nació la idea de un ataque por sorpresa a Pearl Harbor.
[Fotografía en la página 4]
Pearl Harbor bajo ataque
[Reconocimiento]
U.S. Navy/Fotografía de U.S. National Archives