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¡Despertad! 1992
g92 8/1 págs. 9-13

Sobrevivimos a una bomba asesina

LA MAÑANA del domingo 21 de julio de 1985 prometía un día claro de invierno cuando los testigos de Jehová y otras personas interesadas empezaban a llenar el Salón del Reino de Casula, en un barrio de la zona occidental de Sydney (Australia). A las 9.35 de la mañana, David Winder, el orador invitado, empezó su discurso sobre la lealtad cristiana. Unos minutos después de las 10.00 todos estábamos con la cabeza agachada siguiendo la lectura en nuestras Biblias del texto de Juan 6:68, que él leía en voz alta.

No pudo terminar la lectura. Una enorme explosión debajo de la plataforma lo lanzó al suelo, donde quedó gravemente herido y se retorcía moribundo. Un amigo nuestro, Graham Wykes, casado y con hijos, murió al instante. Muchos otros resultaron heridos, algunos muy graves. Tal brutalidad no provocada y contra un lugar de culto conmocionó incluso a un mundo endurecido. Cuando se transmitió la noticia por radio y televisión, los australianos no daban crédito a lo que veían u oían.

Reacciones inmediatas

Inmediatamente después de la explosión, hubo un silencio momentáneo. La mayoría de nosotros estábamos aturdidos y desconcertados, mirando con temor a nuestro alrededor, incapaces de hablar y aceptar la incongruencia de lo que había sucedido. El polvo podía mascarse en el ambiente. La escena parecía extraída de un campo de batalla. Los niños empezaron a llorar, y algunos comenzaron a gritar en estado de choque. Más tarde, un taxista que fue testigo presencial del atentado vio que subían a una ambulancia a “una chica no identificada que probablemente tenía una cara bonita, pero que había perdido la mitad del rostro”.a Esa chica no identificada era mi esposa, Sue.

Sue quedó inconsciente debido al golpe que le dio en la cara algo que salió volando de la plataforma. Mis tímpanos estallaron al instante. La sensación que tuve tras la explosión fue como si alguien me hubiera insuflado aire comprimido dentro de la cabeza: no oí ningún ruido, solo un siseo repentino e intolerable, y todo me parecía de color gris. Nosotros estábamos sentados en la segunda fila, pero el orador estaba de pie prácticamente encima de la bomba, que había sido escondida debajo de la plataforma de madera.

Me cubrí instintivamente la cabeza con las manos para protegerme de lo que pudiera caer de arriba. Los siguientes segundos se me hicieron minutos. Me di cuenta entonces de que nuestro Salón había sido objeto de un atentado, y supuse lo peor cuando vi que Sue había desaparecido entre los escombros y el polvo. Grité “¡Susie, Susie!”, no sabiendo qué pensar: “¿Habría muerto? ¿Cómo estarían David y todos los demás? ¿Estaba yo herido?”.

El suelo había quedado cubierto de paneles del techo, sillas de plástico, tablas de madera, bolsos y también Biblias y revistas destrozadas. Pronto emergieron de entre los escombros rostros aturdidos, muchos sangrando, otros, con astillas clavadas en la cara. La mayoría de los que estaban sentados en la parte posterior del Salón no sufrieron daño, salvo lesiones en los tímpanos.

La pesadilla de mi esposa

Localicé a Sue cuando divisé sus botas que salían de debajo de un gran panel del techo, que afortunadamente no pesaba mucho. No estaba preparado para lo que encontré cuando lo retiré. Su labio superior había sido cercenado y le colgaba cerca de la barbilla. Tenía la nariz partida y se le habían roto los dientes. Cuando vi las lesiones que tenía en los ojos, temí por su vista. El pelo era una masa desaliñada de sangre, polvo y astillas, y la parte superior de su brazo izquierdo parecía seriamente dañada. Me tranquilizó, sin embargo, no ver ninguna hemorragia importante, aunque luego supe que estaba equivocado. Momentos después de levantarle la cabeza y los hombros de los escombros, ella pronunció débilmente mi nombre. Traté de calmarla, pensando erróneamente que se daba cuenta de lo que había sucedido. Sue dijo más tarde: “Pensaba que estaba en casa durmiendo y que tenía una pesadilla, y le pedía con ansia a Peter que me despertara”. No quería dejarla porque parecía que perdía y recobraba el conocimiento, pero tenía que buscar ayuda.

Otra Testigo, en estado de choque, sin duda fuera de sí debido a cómo estaba mi esposa, hablaba irracionalmente mientras se acercaba a nosotros. Con mi brazo libre le indiqué que se inclinara para que pudiera hablarle al oído. Mirando a Sue, se inclinó y me dio la mano. Entonces hicimos juntos una breve oración, rogando a Jehová que nos diera sabiduría y fuerzas para enfrentarnos a aquella situación. Cuando dijimos amén, todavía tenía los ojos llorosos, pero había recobrado completamente la compostura. Le pedí que me consiguiera algo que poner debajo de la cabeza de Sue.

Supervivencias asombrosas

En el momento de la explosión, un joven llamado Paul Hahn estaba sentado enfrente de mí y a unos dos metros del piano. La onda de choque hizo saltar por los aires el piano, gran parte del cual cayó encima de Paul y le arrancó la carne del muslo. También perdió los dientes, que tenía bien alineados gracias a una reciente ortodoncia. Joy Wykes, cuyo esposo había muerto en la explosión, yacía cerca, con una grave herida en la cabeza y contusiones en otras partes del cuerpo. Dos de sus hijas también resultaron heridas.

El superviviente más notable de los heridos graves fue el orador, David Winder. La bomba lo lanzó junto con un montón de escombros por el espacio abierto donde momentos antes reposaba el tejado. Cayó casi en el mismo lugar donde había estado de pie. Todavía estaba consciente, pero en un estado de choque profundo. Como se le habían destrozado los pies y la parte inferior de las piernas, algunos pensaron que no podría volver a andar, pero en la actualidad camina razonablemente bien. Parte de su ropa se halló después en un eucalipto cercano. El atril del orador se encontró más tarde en el patio de un vecino tres casas más allá. El estado de David era crítico debido a la gran pérdida de sangre. Lo llevaron en helicóptero al hospital.

Llegan los equipos de salvamento

Los oficiales de la policía y el personal sanitario fueron muy eficientes y llegaron en seguida. Mientras el personal sanitario atendía a los heridos, la policía se ocupó en organizar su enorme tarea. Como la explosión se había oído en otros barrios, cientos de observadores curiosos colapsaron las calles que llevaban al Salón del Reino, y las cámaras de televisión intentaban ser las primeras en recoger la noticia. Algunos de nuestros amables vecinos se pusieron totalmente a nuestra disposición.

Las ambulancias llegaron en seguida y empezaron a llevar a los heridos a los hospitales de la zona. El personal hospitalario se horrorizó al ver lo que había sucedido. Muchos Testigos del lugar acudieron a los hospitales para ofrecer consuelo y ayuda. A David Winder y a Sue los llevaron a un hospital especializado en traumatología. Aquella noche los médicos del Hospital Liverpool me quitaron las astillas que tenía incrustadas en el brazo mientras estaba bajo anestesia general. Al día siguiente estaba ansioso por ver a mi esposa. Con alguna reticencia, el hospital me permitió visitar a Sue aquella tarde.

Surge la cuestión de la sangre

Estaba en la unidad de cuidados intensivos. Cuando la vi desde los pies de la cama, me eché a llorar. Me saludó un rostro lívido, hinchado y desfigurado, prácticamente irreconocible. Grupos de puntos, a modo de pequeñas cremalleras negras, le mantenían la cara unida.

Sue no podía ver porque tenía los ojos, e incluso las pestañas, cubiertos por la hinchazón. Se habían roto los huesos faciales de la nariz, la mandíbula superior, la mejilla y los orbitales. El verdadero peligro, sin embargo, radicaba en que una parte del cráneo, justo sobre el puente de la nariz, había retrocedido y perforado una arteria. La sangre se había acumulado invisiblemente en el estómago mientras permaneció inconsciente y enterrada en los escombros. Su nivel de hemoglobina descendió a seis. (El nivel medio de la mujer es aproximadamente de catorce.)

Pronto saltaron a la palestra las transfusiones de sangre, y el cirujano acabó desentendiéndose de nuestro caso. Le dijo a Sue que su negativa a aceptar una transfusión de sangre, de ser esta necesaria, le ataría las manos. Sue le aseguró que ambos nos dábamos cuenta de ello y que ‘aceptaríamos cualquier procedimiento alternativo razonable, pero que nuestra petición de “abstenernos de sangre” no era negociable’. (Hechos 15:28, 29.) El médico no estuvo dispuesto a respetar nuestra posición.

Comenzó una continua presión psicológica. Se le preguntó a Sue si tenía hijos, y cuando contestó que no, se le dijo: “Bien, porque hubieran tenido una madre fea”. También le habló de la posibilidad de que me divorciara de ella debido a cómo le quedaría el rostro. ¿Cuál fue la reacción de Sue? “Esto me hizo mucho daño. Aunque el cirujano quería, a su manera, que mi aspecto fuera el mejor posible, me resolví a no permitir que forzara mi conciencia.” Su insistente acoso en cuanto a la transfusión de sangre solo aumentó la tensión e hizo que se desperdiciara un tiempo valioso. La presión que recibimos durante aquellos días traumáticos contrastó con la atención compasiva y cariñosa que dispensaron a Sue todas las enfermeras. Se ganaron nuestro respeto.

Habían pasado once días desde la explosión. Se acercaba el momento crítico en que los huesos faciales de Sue iban a empezar a soldarse, pero no en su debido lugar. Necesitaba con urgencia la intervención quirúrgica. En su siguiente visita, el médico, en un último arranque de cólera, exclamó: “Me desentiendo de ella”, y se marchó. Estos fueron los momentos de mayor ansiedad de nuestra vida. Sin embargo, cuando miramos al pasado, nos damos cuenta de que resultó ser una bendición el que el cirujano abandonara a Sue.

Un cirujano compasivo

Un médico Testigo habló en favor nuestro a un cirujano plástico, que concordó en operar a Sue utilizando una técnica alternativa. Aunque no era el método que los médicos preferían, eliminó la cuestión de la transfusión de sangre. Este cirujano fue considerado y amable. Se ganó nuestro respeto, pues estuvo dispuesto a hacer todo lo posible sin utilizar sangre.

Introdujeron agujas de acero roscadas de unos 8 centímetros de largo en los huesos faciales rotos de Sue. Unos puentes de acero sujetaban las agujas en su lugar a fin de que los huesos asentaran correctamente. “Con la cara llena de agujas durante unas seis semanas, dormir no era precisamente un placer”, confesó Sue. Se ató la mandíbula superior rota a la inferior para asegurar que se soldara bien. Fue imposible que recuperara el olfato.

Sue tiene un buen sentido del humor y, lo que es más importante, supo reírse de sí misma, como cuando dijo que se parecía a una ‘antena de televisión andante’. No obstante, iba a necesitar más que solo un buen sentido del humor, pues se la iba a someter a intervenciones quirúrgicas durante los siguientes dos años y medio. También se le practicaron injertos de tímpano y ortodoncias.

Lecciones aprendidas

Los dos aprendimos muchas lecciones, como el poder de la oración y que Jehová nunca permite que suframos más de lo que podemos soportar. Cuando tuvo que enfrentarse al primer cirujano debido a la cuestión de la sangre, Sue confesó: “Estaba muy nerviosa y triste por tal enfrentamiento. Oraba a Jehová en toda ocasión, y el sentimiento de calma completa que me invadía era muy tranquilizador. Había leído sobre otros Testigos que habían pasado por circunstancias similares, pero entonces lo viví en mi propia piel”. En la actualidad confiamos más en que podremos aguantar posibles pruebas futuras, pues hemos visto que Jehová ayuda en situaciones que antes nos hubieran parecido desalentadoras.

Algunos nos han preguntado por qué permitió Jehová que un Salón del Reino sufriera un atentado y que un hermano muriera. El pueblo de Dios ha sido objeto de muchas brutalidades durante toda la historia, y también en nuestro tiempo. Si Jehová hubiera puesto un cerco protector alrededor de su pueblo, como Satanás alegó en el caso de Job, se podría poner en tela de juicio los motivos de su servicio a Dios. No tenemos ninguna base para pensar que no podemos sufrir daño, que Dios siempre nos protegerá, incluso de los ‘sucesos imprevistos’. El que aceptemos el sufrimiento, e incluso estemos dispuestos a perder la vida por nuestras creencias, demuestra que nuestra adoración es auténtica y altruista, no oportunista. (Eclesiastés 9:11; Job, capítulos 1 y 2; Mateo 10:39.)

Hermandad en acción

Nuestros compañeros espirituales se ‘apegaron más que un hermano’ durante todo ese tiempo de angustia. (Proverbios 18:24.) Sue explica: “Algunos familiares volaron 4.000 kilómetros para estar con nosotros durante las dos críticas primeras semanas. Me consoló mucho que la familia y los amigos estuvieran a mi lado, pues tenía frecuentes pesadillas”. También hubo un flujo interminable de postales, cartas, telegramas y flores de hermanos atentos tanto del país como del extranjero. Agradecemos mucho estas “manzanas de oro en entalladuras de plata”. (Proverbios 25:11.) Todo ello resultó en un excelente testimonio. En realidad fue ver a la hermandad en acción.

Sue añade: “También recibimos ayuda práctica. Amigos Testigos allegados nos prepararon zumos de fruta y verduras particularmente ricos en hierro. Pensábamos que como estábamos pidiendo a los médicos que respetaran nuestros deseos, teníamos la obligación de colaborar con ellos, lo que en mi caso significaba enriquecer la sangre. También tomé un suplemento de hierro”. Muchos de nosotros nos hicimos expertos en licuar una comida completa, y hay que decir en favor de Sue que también aprendió a bebérselo todo. (¿Ha intentado alguna vez comerse un asado a través de una caña?) “El resultado de todo esto fue que mi nivel de hemoglobina subió tres puntos antes de la operación, lo que complació mucho a mi nuevo cirujano”, dice Sue.

La paciencia, el amor, la oración, la ayuda del espíritu de Dios y simplemente el paso del tiempo, así como una dieta cuidada, han contribuido a la recuperación de Sue. Algunas heridas han dejado una huella que solo la gobernación del Reino de Dios podrá eliminar a su debido tiempo. Los que conocían bien a Sue se dan cuenta de que su rostro es un poco distinto, pero debe reconocerse que los cirujanos han realizado un trabajo excelente. Yo todavía considero que Sue es muy bonita.

Sí, nuestra esperanza como testigos de Jehová es algo especial. Puede ayudarnos a superar cualquier prueba. Además, más bien que debilitar espiritualmente a la congregación, este sufrimiento estrechó nuestros lazos de unión. Una persona interesada que estaba presente el día del atentado admite con una sonrisa que ‘entró en la verdad por implosión’. El haber sido un testigo presencial de este brutal atentado contra familias amantes de la paz le reafirmó en su determinación de seguir estudiando la Biblia.

Hasta la fecha no se ha acusado a nadie por el atentado, pero la policía tiene a un principal sospechoso, un asesino vengativo que odia a los Testigos. Sin embargo, no dispone de pruebas para acusarle. Este hombre ha estado implicado en varios otros delitos.

Ahora, después de seis años, Sue y yo seguimos disfrutando del privilegio de servir en la sucursal de la Sociedad Watch Tower de Australia. Un placer especial para nosotros fue la dedicación de nuestro nuevo Salón del Reino de construcción rápida, que se edificó los días 22 a 24 de junio de 1990 cerca de donde estuvo ubicado el antiguo. El amor cristiano ha vencido al odio ciego de un hombre. Según lo relataron Peter y Sue Schulz.

[Nota a pie de página]

a The Sydney Morning Herald, 27 de julio de 1985.

[Fotografía en la página 13]

El nuevo Salón del Reino, mayor que el anterior

[Fotografías en la página 10]

Fotografía reciente de Peter y Sue Schulz

Sue Schulz con las agujas que le sujetaban el rostro para su reconstrucción

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