Tragedia y amor cristiano en Chile
Por el corresponsal de ¡Despertad! en Chile
EL NORTE de Chile es famoso por el árido desierto de Atacama, con sus grandes extensiones despobladas que se pierden en la lejanía. La lluvia es tan escasa que los habitantes de este yermo, encajado entre el Pacífico y los Andes, suelen aplicar ese nombre a una mera neblina. Por ello, las casas no suelen estar preparadas para la lluvia, y cuando esta se produce (quizás una vez cada cinco años), pocos se preocupan de revisar las goteras hasta que empieza a llover. Este descuido probablemente salvó la vida de muchos de los 250.000 vecinos de la ciudad de Antofagasta.
La noche del lunes 17 de junio de 1991 comenzó a llover con intensidad cuando los antofagastinos se iban a dormir, de modo que en vez de ir a la cama, se pusieron a arreglar las goteras y a tratar de reducir los daños, sin sospechar que se avecinaba algo mucho peor.
Muy de mañana, tres enormes avalanchas de barro, que transportaban millones de toneladas de tierra a una velocidad de 30 kilómetros por hora, causaron la muerte de unas ochenta y cinco personas, hirieron a unas setecientas y destruyeron o causaron desperfectos en las viviendas de más de treinta mil vecinos.
Un angustioso mar de lodo
Como en Antofagasta hay más de mil cuatrocientos testigos de Jehová en diez congregaciones, sus hermanos estaban muy preocupados por su estado. Les alegró mucho saber que ninguno había muerto, si bien una hermana quedó malherida debido a que el lodo la arrastró unos 3 kilómetros (dos millas). Los equipos de rescate la dieron por muerta cuando la localizaron, hasta que una enfermera notó que respiraba y al acercarse la oyó decir: “Jehová, Jehová”. Había tragado mucho barro, por lo que la trasladaron sin dilación al hospital para que le trataran una posible infección.
Alrededor del 70% de las familias de la congregación Oriente se quedó sin vivienda o con ella en mal estado. Los hogares de otras familias de las congregaciones Costanera y Corvallis también quedaron en muy mal estado al llegar el barro a los tejados o inundar las habitaciones hasta un metro y medio de altura. En una casa, la madre y sus dos hijos quedaron flotando en un mar de lodo que los iba elevando hacia el techo; se les rescató cuando el padre de la señora logró abrir un agujero en el tejado. Otros que se hallaban en lugares relativamente seguros creyeron que el fin se acercaba cuando oyeron el fragor de la avalancha que arrastraba todo a su paso y los gritos distantes en medio de la oscuridad de la noche.
Más valioso que los bienes materiales
Los Testigos han mostrado un notable buen espíritu a pesar de que han perdido buena parte de sus bienes. Una Testigo dijo que sus amistades y compañeros de trabajo se sorprendieron al ver lo contenta que estaba pese a haber perdido muchas de sus pertenencias. Ella les explicó que si tuviera que asignar una letra del alfabeto a las posesiones materiales de acuerdo con su importancia, les pondría la última, la z. Estaba contenta porque tanto ella como toda su familia habían sobrevivido.
Una mujer a la que la avalancha separó de sus hijas, a dos de las cuales estuvo a punto de perder, además de casi perder la vida, dijo en una ferviente oración a Jehová que si resucitaba pronto, le gustaría cocinar para los que reconstruyeran la Tierra. Logró sobrevivir, y ¿se imagina dónde le pidieron que trabajara en los días que siguieron a las avalanchas? ¡En una cocina que instalaron los Testigos con el fin de preparar comidas para cientos de hermanos y vecinos que se habían quedado sin casa!
Amor cristiano en acción
Los amorosos Testigos de Calama e Iquique se encargaron de enviar a Antofagasta pan, agua, ropa y otros artículos de primera necesidad. La sucursal de la Sociedad Watch Tower también los socorrió con ropa, mantas, camas, equipo de cocina y otros objetos. Era conmovedor ver que muchos artículos donados no eran usados ni sobrantes, sino comprados nuevos. Dos camiones de la Sociedad y otro procedente de Rancagua se hallaban poco después en camino a Antofagasta, situada a unos 1.400 kilómetros al norte, con 14 toneladas de provisiones. Aunque se informó que no hacían falta más donaciones, siguieron recibiéndose, de modo que hubo que alquilar otro camión para llevar 16 toneladas más, que se compartieron generosamente con vecinos que no eran Testigos.
La casa de unos Testigos que estaba en una de las zonas más afectadas quedó en buen estado a pesar de todo, de modo que mostraron su amor al prójimo acogiendo en la casa a nueve familias de Testigos y a otros 70 vecinos que no compartían su fe, muchos de ellos enlodados y sin ropa. Los Testigos les dejaron toda la ropa y mantas que tenían.
Muchos han ayudado dando su tiempo, recursos y fuerzas. Aunque ha sido una gran tragedia para Chile, el pueblo de Jehová ha vuelto a demostrar su unidad e interés fraternal, llegándose a recibir donativos de lugares tan lejanos como Texas (Estados Unidos). Un testigo de la campaña de socorro que duró dos semanas la resume de este modo: “Nunca habíamos tenido una asamblea de trece días, con tantos dramas reales, con tantas muestras de cariño ni con tanta entrega, como la que ha habido en los pasados días”.