Ayuda para los que padecen trastornos del apetito
MILLONES de familias de todo el mundo han tenido que hacer frente al problema de ver a un familiar padecer algún trastorno del apetito. La bulimia (apetito insaciable seguido de inducción al vómito o de uso de laxantes), la anorexia nerviosa (inapetencia prolongada o negativa a comer) y el apetito desordenado e impulsivo (consumo irreprimible de alimento) se han convertido en verdaderas epidemias en algunas zonas.
Como más del 90% de los afectados por estos trastornos son mujeres, de cualquier condición —solteras o casadas— o edad —niñas, adolescentes, adultas e incluso abuelas—,a usaremos el femenino para referirnos a ellos.
Seguro que si una persona a la que usted aprecia padece un trastorno del apetito, querrá ayudarla. Ahora bien, pedir a una bulímica que no se exceda con la comida y que después no trate de librarse de las calorías mediante la inducción al vómito y el uso de laxantes es como pedir que deje de toser a una persona que ha contraído pulmonía. Antes de poder ayudar de verdad a alguien que padece un trastorno del apetito, hay que identificar y tratar los profundos desórdenes emocionales que suelen constituir la raíz del problema. Las buenas intenciones no bastan, hay que saber tratar la situación. El problema subyacente a veces se deriva de abusos sexuales que la persona sufrió en su infancia. Cuando se da esa circunstancia, por lo general habrá que recurrir a la ayuda especializada de un consejero competente.b
Trate el problema
No siempre es fácil descubrir que su hija, su cónyuge o su amiga padecen un trastorno del apetito, pues es posible que lo oculten. (Véase el recuadro adjunto.) De todas formas, un trastorno del apetito no suele desaparecer por sí solo. Cuanto antes se aborde y se ayude a la persona que lo padece, más posibilidades habrá de recuperación.
No obstante, antes de hablar con una persona de la que se sospecha que padece uno de esos trastornos, piense con mucho cuidado qué va a decirle y cuándo es el mejor momento de hacerlo. Debe escoger un momento en que usted se encuentre calmado y no haya posibilidades de interrupción. Un mal enfoque —por ejemplo: amenazándola— solo conseguirá obstaculizar la comunicación y tal vez hasta empeorar la situación.
Cuando por fin hable con ella, no se precipite a juzgarla y sea específico. Quizás podría decirle: “Has perdido mucho peso. La ropa te queda grande. ¿Te ocurre algo?”. O: “Te oí vomitar en el cuarto de baño. Sé que no es agradable hablar de ello, pero quiero ayudarte. ¿Puedes ser franca conmigo? Yo también lo seré contigo”. Aunque ella se enfade o lo niegue, si usted se mantiene en calma, podrá persuadirla para que hable del asunto. (Proverbios 16:21.) Esta podría ser una meta realista para la primera conversación: conseguir que la enferma se sincere.
Si los miembros de la familia están excesivamente pendientes de su figura y se alaba a los hijos sobre todo por su apariencia o sus logros, existe el peligro de que se presenten trastornos del apetito. Por consiguiente, cuando en una familia haya alguien que padezca un trastorno del apetito, los demás familiares puede que tengan que volver a evaluar sus actitudes y prioridades. Es posible que todos deban hacer cambios a fin de solucionar el problema. Lo cierto es que una de las cosas que más contribuirán a la recuperación de la persona afectada es los esfuerzos de toda la familia.
Evite luchar para ver quién gana
Los padres de una joven anoréxica estaban tan exasperados, que literalmente trataron de meterle la comida por la fuerza, pero ella se resistió, y se alegró cuando vio que había logrado frustrar los esfuerzos de sus padres. Hay que reconocer que no se puede obligar a nadie a comer o a dejar de excederse con la comida. Cuanto más trate de obligarla, más obstinada se volverá.
“La situación empeoraba cada vez que insistía en que comiera —admitió Joe, cuya hija, Lee, estuvo a punto de morir de anorexia—. Tuve que dejar totalmente a un lado el tema de la comida.” Ann, su esposa, explicó lo que por fin benefició a su hija: “La ayudamos a darse cuenta de que era capaz de controlar su vida sin tener que recurrir a tales extremos, y de ese modo salvó la vida”. Con prudencia, haga que el tema de la comida deje de ser la cuestión principal. Ayude a la enferma a comprender que no come por el bien de usted, sino por el suyo.
Ayúdela a adquirir confianza en sí misma
La mayoría de las personas que padecen trastornos del apetito son perfeccionistas. Muchas apenas han experimentado fracasos en su vida. A veces son los padres quienes, con la mejor de las intenciones, han contribuido al problema. ¿Cómo? Siendo demasiado protectores, tratando de resguardar a su hija de cualquier adversidad.
Los padres han de ayudar a su hija a darse cuenta de que los errores que ella comete son parte de la vida y no constituyen un factor determinante en lo que vale como persona. “Puede que el justo caiga hasta siete veces —dice Proverbios 24:16—, y ciertamente se levantará.” Si a una niña se le enseña que las derrotas son normales y transitorias y pueden superarse, no se sentirá abrumada por la adversidad.
Los padres también deben aceptar y reconocer que cada hijo es diferente. Aunque los padres cristianos intentan criar a sus hijos en la “regulación mental de Jehová”, deben permitir que desarrollen su propia individualidad. (Efesios 6:4.) No trate de hacer que su hija encaje en un molde que usted ha predeterminado. Para vencer un trastorno del apetito, ella debe percibir que se respeta y aprecia su individualidad.
Mantenga abiertas las líneas de comunicación
En muchas de las familias en las que una hija o la esposa padecen un trastorno del apetito, hay poca comunicación. Las personas afectadas suelen tener dificultades para expresar sus verdaderos sentimientos cuando estos difieren de los de sus padres o su cónyuge. Y esa situación se produce sobre todo en los hogares que se rigen por la norma de: “Si no tienes nada agradable que decir, no digas nada”. De modo que la enferma recurre a la comida para evadirse de su frustración interior.
Por ejemplo, Matthew no era capaz de ayudar a su esposa a vencer su apetito desordenado e impulsivo. “Cada vez que se disgusta, llora y luego se pone a comer —se lamentó—. Nunca [...] me dice lo que de verdad le preocupa.” Se les aconsejó que apartasen una hora a la semana para hablar en privado y que expresaran por turno, sin interrumpirse, cualquier queja que tuvieran. “Hacer eso me abrió los ojos —dijo Matthew—. No tenía ni idea de que a Mónica le disgustasen tanto todas aquellas cosas ni de que yo tendiese tanto a justificarme. Pensaba que sabía escuchar, pero me di cuenta de que estaba equivocado.”
Por lo tanto, si quiere ayudar a su cónyuge o a su hija, esté dispuesto a escuchar sus sentimientos negativos y sus motivos de descontento. Las Escrituras dicen que es apropiado escuchar el “clamor quejumbroso del de condición humilde”. (Proverbios 21:13.) Joe y Ann tuvieron que aprender esta lección.
“Tuve que dejar de sacar conclusiones a la ligera y de mostrar mi irritación cuando Lee disentía de mí”, confesó Joe respecto a su hija anoréxica. Su esposa, Ann, añadió: “Escuche lo que su hija quiera decirle. No trate de ponerle las palabras en la boca. Escuche lo que siente de verdad respecto a distintos asuntos”.
Ann lo ilustró así: “Antes, cuando Lee se quejaba de que alguien había herido sus sentimientos, yo le decía que no había pretendido hacerlo. Pero ella se disgustaba aún más. Ahora, en cambio, le digo: ‘Sé que debe haberte dolido. Comprendo por qué te sientes tan mal’. Trato de mostrar empatía en lugar de procurar cambiar su punto de vista en ese preciso momento”. Escuche con atención y no suponga que ya conoce las intenciones o sentimientos de la persona que habla.
Si hay una buena comunicación, la enferma encontrará consuelo en momentos de tensión emocional y no se sentirá presionada a recurrir a desórdenes de alimentación que perjudican la salud. Dawn explicó por qué nunca ha vuelto a ceder a un apetito desordenado e impulsivo ni a la bulimia: “Siempre que me disgusto, puedo hablar con mi marido, pues es comprensivo y me da ánimos”.
Muestre amor abnegado
Un padre acongojado cuya hija bulímica falleció de un paro cardiaco aconsejó lo siguiente: “Ame a sus hijos aún más de lo que crea que es suficiente”. Sí, sea generoso al expresar cariño. Ayude a su hija y a su esposa a percibir que el amor que siente por ellas no depende de su figura ni de sus logros. Ahora bien, amar a alguien esclavizado a un trastorno del apetito no es fácil; por eso, la clave es el amor abnegado, un amor que según la Biblia es amable, paciente y perdonador, que está dispuesto a poner los intereses de otros por encima de los propios. (1 Corintios 13:4-8.)
Cuando cierto matrimonio descubrió que su hija era bulímica, no sabía qué hacer. “Mi opinión era que si no se está muy seguro de lo que se debe hacer, hay que tratar de comportarse con bondad —dijo el padre—. Comprendí que era una niña preciosa que tenía un problema personal muy serio. Lo bondadoso era tranquilizarla y sustentarla emocionalmente.”
Este padre le dijo a su hija: “¿Te molestaría que tu madre y yo te preguntáramos regularmente cómo te va el problema?”. Ella agradeció su bondadoso interés, de modo que los padres le preguntaban de vez en cuando cómo le iba.
“A veces aguantaba sin recaer unos días, luego unas semanas y después unos meses —explicó el padre—, pero cuando admitía que había vuelto a sucumbir, tratábamos de animarla y no mostrarnos decepcionados.” La madre añadió: “Hablábamos mucho. Le decía que era obvio que estaba progresando, y le recalcaba: ‘No te des por vencida. Has aguantado dos semanas esta vez. Vamos a ver cuánto aguantas ahora’”.
“Una de las razones por las que no nos dimos cuenta de sus extraños hábitos alimenticios era que raras veces cenábamos juntos —reconoció el padre—. Así que cambié mi horario de trabajo para estar en casa con la familia a la hora de la cena.” Este ajuste de horario para comer juntos, aunado a la atención paciente y amorosa que brindaron a su hija, la ayudó a recuperarse por completo.
Aunque hay que procurar hacer lo que sea mejor para la hija que padece un trastorno del apetito, también es importante administrar la disciplina necesaria, pues esta es una manifestación de amor. (Proverbios 13:24.) No evite que afronte las consecuencias de sus acciones. Si le hace utilizar su propio dinero para reemplazar la comida que ha consumido en uno de sus excesos o le exige que limpie lo que haya ensuciado en el cuarto de baño al provocarse el vómito, probablemente conseguirá que aprenda que debe responder por sus actos. Además, si insiste en que acate las reglas razonables que rigen la familia, le hará ver que confía en que puede controlar su vida apropiadamente. De esta manera puede conseguir rehacer su amor propio, una necesidad común en personas que padecen trastornos del apetito.
Es posible que la enferma hable de forma encolerizada debido a la confusión interior que siente. Si lo hace, trate de ver lo que hay detrás del arrebato de ira. Procure descubrir y tratar la fuente de la “irritación”. (Job 6:2, 3.) Joe y Ann sufrían mucho cuando su hija anoréxica se rebelaba y los maltrataba verbalmente.
“Seguimos tratando de mostrarle amor en lugar de echarla a la calle”, dijo Ann. Su marido añadió: “Continuamos buscando formas de ayudarla, y le decíamos lo mucho que nos interesábamos en ella”. ¿Cuál fue el resultado? La muchacha por fin se dio cuenta de que sus padres la querían mucho, y empezó a abrirse más a ellos.
Cuando la que padece estos trastornos es una hija, los padres, en especial la madre, pasan mucha tensión. De modo que el marido debe dar a su esposa mucho apoyo emocional en esas circunstancias. No sacrifiquen su matrimonio por culpa de la enfermedad de su hija. Acepten sus limitaciones.
Quizás haya casos en que sea necesario buscar ayuda fuera del círculo familiar. Evalúe todos los factores implicados y determine qué clase de ayuda será la mejor. Hará falta firmeza si la persona afectada se muestra reacia. Hágale saber que tomará medidas para proteger su vida si es necesario, pero no diga cosas que no pueda cumplir.
Habrá veces en que se sentirá impotente y la situación parecerá desesperada, pero nunca olvide exponer en oración al Dios de amor tales problemas. ¡Él puede ayudarle! “Nos dimos cuenta de que ya no podíamos hacer nada más —confesó Joe—. Lo más importante que aprendimos fue a cifrar totalmente nuestra confianza en Jehová Dios. Nunca nos falló.”
[Notas a pie de página]
a Véase el artículo “¿Quiénes padecen trastornos del apetito?”, publicado en el número del 22 de diciembre de 1990 de esta misma revista.
b Véase el artículo “Ayuda para las víctimas del incesto”, que apareció en La Atalaya (la revista que se publica junto con ¡Despertad!) del 1 de diciembre de 1991.
[Fotografía en la página 15]
Es vital escuchar con empatía
[Recuadro en la página 13]
ALGUNOS INDICIOS DE TRASTORNOS DEL APETITO
◼ La persona come muy poco, bien porque sigue una dieta severa o porque practica el ayuno
◼ Pierde mucho peso o este fluctúa
◼ Hace cosas raras con la comida, como cortarla en pedacitos pequeños
◼ Le aterroriza engordar aunque esté muy delgada
◼ Se preocupa y habla constantemente de la comida o el peso, y además hace ejercicios intensos regularmente
◼ Cesa la menstruación
◼ Se aísla, da señales de estar ocultando algo y, sobre todo, pasa mucho tiempo en el cuarto de baño
◼ Experimenta cambios emocionales, como depresión e irritabilidad
◼ Come muchísimo cuando se enfada o se pone nerviosa
◼ Abusa de los diuréticos, las pastillas para adelgazar o los laxantes