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  • El anteojo de Galileo no fue más que el principio
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g92 22/3 págs. 3-4

El anteojo de Galileo no fue más que el principio

CUANDO Galileo dirigió hacia el cielo su anteojo, artefacto de reciente invención, se encontró con una vista totalmente nueva. Divisó diez veces más estrellas de las que hombre alguno había contemplado jamás. La Vía Láctea dejó de parecer una masa nebulosa y se convirtió en un calidoscopio de incontables estrellas, grandes y pequeñas. La superficie de la Luna, que hasta entonces se había considerado una pieza de porcelana lustrosa, se transformó ante sus ojos en un mosaico de montañas, cráteres y mares sin agua.

Unos meses después Galileo divisó cuatro de las lunas de Júpiter. Luego vio los hermosos anillos de Saturno. Y cuando dirigió su anteojo hacia Venus, observó ciertas fases de ese planeta, unos sutiles cambios en la iluminación y la apariencia. Estas fases solo podrían explicarse si el planeta se moviese alrededor del Sol. Llegó a la conclusión de que si un planeta se movía alrededor del Sol, los otros —incluida la Tierra⁠— también debían moverse. Y tenía razón. Así que en el año 1609 la Tierra, el supuesto centro del universo, fue depuesta de su reverenciado pedestal.

No obstante, no se abandonaron con facilidad las creencias abrigadas hasta entonces. La Iglesia católica decretó que “la opinión de que la Tierra no es el centro del universo y que hasta tiene un movimiento de rotación diario es [...] al menos errónea”. Galileo fue conducido ante el Tribunal de la Inquisición y pasó los últimos años de su vida recluido en su casa. Sin embargo, el dogmatismo religioso no pudo reprimir la curiosidad que había despertado la invención del anteojo. La posibilidad de desvelar los secretos del universo atraía a una cantidad de científicos cada vez mayor.

Hoy día, tras casi cuatrocientos años de intenso escrutinio, el conocimiento del universo ha aumentado en gran manera. Se han identificado diferentes tipos de estrellas, como las gigantes rojas, las enanas blancas y los púlsares. Hace poco se detectaron quásares —objetos enigmáticos que emiten cantidades prodigiosas de energía⁠— en las regiones más lejanas del espacio exterior. Y ahora se cree que en muchas galaxias se esconden invisibles y misteriosos agujeros negros, que parecen ser remolinos cósmicos de poder inimaginable.

Gracias a los potentes telescopios ópticos, los astrónomos pueden escudriñar puntos lejanos del espacio y, por decirlo así, viajar miles de millones de años hacia el pasado, hasta los mismos límites del universo visible. Se ha descubierto una vasta serie de estrellas y galaxias, algunas tan distantes que se calcula que su luz ha tardado más de quince mil millones de años en llegar a nosotros.a

Aunque las estrellas por lo general son radiofuentes débiles, otros objetos celestes, como los púlsares y los quásares, se han descubierto principalmente gracias a los radiotelescopios. Como su nombre indica, estos telescopios detectan radiofrecuencias en lugar de longitudes de onda ópticas. Desde 1961 se han detectado centenares de quásares, muchos de ellos en las regiones más lejanas del universo conocido.

La tarea de trazar mapas del universo era mayor de lo que Galileo pudo haberse imaginado. Ha sido en este siglo cuando el hombre ha empezado a comprender la enormidad del cosmos, los miles de millones de galaxias que lo componen y las inmensas distancias que separan dichas galaxias.

Con el fin de que nos hagamos una idea de lo que son estas distancias cósmicas, el físico Robert Jastrow sugiere la siguiente comparación. Imagínese el Sol reducido al tamaño de una naranja. En esa escala, la Tierra sería un simple grano de arena que daría vueltas en órbita alrededor del Sol a una distancia de 9 metros. Júpiter sería un hueso de cereza que giraría alrededor de la naranja a una distancia semejante a la de una manzana (cuadra) de casas de una ciudad, y Plutón sería otro grano de arena a una distancia como de diez manzanas del Sol, nuestra naranja imaginaria. En esa misma escala, la estrella más próxima al Sol —Alfa Centauro⁠— estaría a 2.100 kilómetros de distancia y la entera Vía Láctea se vería como un cúmulo abierto de naranjas esparcidas a una distancia de 3.200 kilómetros una de otra y con un diámetro total de 30 millones de kilómetros. Puede verse que las cifras pronto se nos escapan de las manos hasta reduciéndolas proporcionalmente.

No obstante, las distancias no son lo único imponente. A medida que los científicos han ido desvelando los secretos del universo, han salido a la luz fenómenos peculiares. Hay estrellas de neutrones cuya materia es tan densa, que una simple cucharadita de café de dicha materia pesa tanto como 200 millones de elefantes. Existen estrellas diminutas llamadas púlsares, una de las cuales titila unas 600 veces por segundo. Y, por supuesto, están los fascinantes agujeros negros, sobre los que tanto especulan los científicos. No es posible verlos, pero su insaciable apetito de luz y materia puede traicionar su enigmática presencia.

Por supuesto, muchos detalles siguen siendo un misterio, un misterio velado por inmensas distancias y eones de tiempo. Pero, ¿qué han descubierto hasta ahora los científicos acerca del universo? ¿Arroja su conocimiento alguna luz sobre cómo y por qué existe?

[Nota a pie de página]

a A fin de manejar distancias tan enormes, se han creado nuevas unidades de longitud, como el año luz. Un año luz es el espacio que recorre la luz en un año: casi 10 billones de kilómetros. Un automóvil que viajase a una velocidad constante de 100 Km/h tardaría en recorrer esa distancia ¡casi once millones de años!

[Fotografía en la página 4]

El radiotelescopio de Jodrell Bank, construido en Inglaterra en el año 1957, fue el primero totalmente orientable

[Reconocimiento]

Cortesía de Jodrell Bank Radio Telescope

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