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  • g92 8/6 págs. 5-8
  • El amargo precio del juego

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  • El amargo precio del juego
  • ¡Despertad! 1992
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  • Información relacionada
  • Cuando el juego gobierna la vida
  • El lazo sutil de la superstición
  • Por el amor al dinero
  • Adolescentes y amas de casa adictos al juego
  • Sueños que se convierten en pesadillas
  • Los jugadores compulsivos siempre llevan las de perder
    ¡Despertad! 1995
  • Cómo afecta a la gente el juego de azar
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
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    ¡Despertad! 1994
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    ¡Despertad! 1995
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¡Despertad! 1992
g92 8/6 págs. 5-8

El amargo precio del juego

Bobby, un joven de solo veintitrés años, fue encontrado muerto en el interior de un automóvil aparcado en una calle del sector norte de Londres. Se había suicidado.

El anciano llevaba ya tiempo durmiendo en las calles cuando se presentó en un centro de asistencia social. Estaba muy débil, pues no había comido nada en los últimos cuatro días ni se había tomado los medicamentos que le habían recetado para el corazón.

Emilio, padre de cinco hijos, estaba destrozado. Su mujer y sus hijos le habían abandonado y ya ni siquiera le hablaban.

UN SUICIDA, un vagabundo y un padre rechazado: tres lamentables casos sin relación aparente entre sí, pero bastante comunes en la sociedad actual. No obstante, estas tres tragedias tenían un factor común: la adicción al juego.

Muchos jugadores compulsivos se niegan a reconocer su problema, y con frecuencia los familiares los encubren para evitar el estigma social que representa tener un jugador en la familia. Pero esta devastadora adicción provoca diariamente angustia y desesperación a millones de familias de todo el mundo.

No se sabe cuántos jugadores compulsivos existen. En cuanto a Estados Unidos, la cifra de diez millones se considera un cálculo conservador. Las cifras son alarmantes y por todas partes van en aumento a medida que las oportunidades de participar en juegos de azar se multiplican en un país tras otro. Se ha descrito el juego compulsivo como “la adicción que más deprisa aumenta”.

Muchos de los nuevos adictos al juego empezaron siendo jugadores ocasionales que querían “probar suerte” y finalmente se vieron arrastrados hacia la pesadilla de la adicción al juego.

Cuando el juego gobierna la vida

¿Qué hace que un jugador ocasional se convierta en un jugador compulsivo? Las causas varían, pero de una forma u otra los jugadores llegan a un punto en su vida en el que sienten que no pueden vivir sin el juego. (Véase el recuadro de la página 7.) Algunos descubren en el juego una excitación que no sienten en ninguna otra actividad. Una jugadora explicó: “En realidad no me importa perder o ganar. Cuando hago una apuesta, en especial si la cantidad es mayor que la de las personas que me rodean, me siento la persona más importante del mundo. La gente me respeta. ¡Y siento una excitación!”.

Otros recurren al juego para superar su soledad o depresión. Ester, madre de cuatro hijos, estaba casada con un militar que muchas veces se encontraba lejos de casa. Ella se sentía sola y empezó a jugar a las máquinas tragaperras en centros recreativos. No mucho después ya jugaba varias horas al día. Empezó a quedarse sin dinero para la compra, y los problemas iban en aumento. Procuraba ocultar a su marido las pérdidas que había tenido, a la vez que intentaba con desespero conseguir préstamos de bancos o de otras personas a fin de poder mantener una adicción que le costaba 200 dólares (E.U.A.) diarios.

En el caso de otros jugadores, la obsesión por el juego nació a raíz de haberles tocado un gran premio. Robert Custer, autoridad en el campo del juego compulsivo, explica: “Por lo general, los que se convierten en jugadores compulsivos son los que ganan varias veces seguidas al principio”. A partir de entonces, el deseo de seguir ganando se hace irresistible.

El lazo sutil de la superstición

Muchos jugadores se dejan llevar por presentimientos en lugar de por la lógica. Un simple cálculo de probabilidades disuadiría a un posible jugador si este se rigiese tan solo por la razón. Para ilustrarlo, en Estados Unidos las probabilidades de morir alcanzado por un rayo son de aproximadamente 1 en 1.700.000, mientras que las de ganar un premio en una de las loterías estatales son por lo menos dos veces más remotas.

¿Quién piensa que va a ser alcanzado por un rayo? Solo un pesimista rematado lo pensaría. Sin embargo, casi todos los que compran un boleto de lotería sueñan que su número salga premiado. Es cierto que la perspectiva de que le toque a uno la lotería es más atrayente que la de ser alcanzado por un rayo, pero la razón por la cual muchos esperan algo casi imposible, es la superstición. El hecho de haber escogido sus “números de la suerte” favoritos les convence de que tienen muchas posibilidades de ganar. (Véase el recuadro de la página 8.)

El matemático español Claudio Alsina dijo que si los casinos y las loterías empezasen a utilizar letras en lugar de números en los juegos de azar, las probabilidades de ganar seguirían siendo exactamente las mismas, pero el embrujo —y posiblemente una parte considerable de la recaudación⁠— desaparecería. La fascinación que ejercen ciertos números es extraordinaria. Los números 9, 7, 6 y 0 son los favoritos de algunos, mientras que otros escogen su “número de la suerte” entre fechas de cumpleaños o interpretaciones del horóscopo. Y también hay quien se guía por algún suceso extraño.

Un día, un hombre que se dirigía al casino de Montecarlo se llevó una desagradable sorpresa cuando una paloma que volaba sobre él le manchó el sombrero. Ese día ganó 15.000 dólares (E.U.A.). Convencido de que el excremento de paloma fue un buen presagio, no volvió a entrar nunca en el casino sin primero dar vueltas por fuera en espera de recibir “otra señal del cielo”. La superstición, efectivamente, engaña a muchos jugadores haciéndoles pensar que nunca se les acabará la racha de buena suerte. Sin embargo, esta convicción con frecuencia va aunada a una obsesión que los persigue despiadadamente, los controla y finalmente puede llegar a consumirlos.

Por el amor al dinero

La gente juega para ganar dinero, mucho dinero si es posible. Pero en el caso del jugador compulsivo, el dinero que gana adquiere una magia especial. A sus ojos, como explica Robert Custer, “el dinero es importancia. [...] Es amistad. [...] Es medicina”. ¿Por qué significa el dinero tanto para él?

En el mundo del juego, la gente admira al gran ganador o al que invierte mucho. Quieren estar cerca de él. Por eso, el dinero ganado le hace creer al jugador que es alguien, que es inteligente. También le hace olvidar sus problemas, le ayuda a relajarse y le levanta el ánimo. El investigador Jay Livingston dice que los jugadores compulsivos “se lo juegan todo a una sola carta en sentido emocional”, es decir, que confían en que el juego satisfará todas sus necesidades emocionales. Pero ese es un trágico error.

Cuando el sueño termina y el jugador empieza a perder una y otra vez, el dinero se hace aún más importante. Ahora anhela desesperadamente recuperar lo que ha perdido. ¿Cómo puede reunir suficiente dinero para pagar a sus acreedores y recuperar aquella racha de buena suerte que tuvo? En poco tiempo su vida degenera hasta convertirse en una constante búsqueda de dinero.

Esa deplorable situación es una realidad de la vida para millones de jugadores, prescindiendo de su sexo, edad o posición social. Y cualquier persona es vulnerable a ello, como se desprende de la reciente oleada de casos de adicción al juego entre los adolescentes y las amas de casa.

Adolescentes y amas de casa adictos al juego

Los jóvenes son presa fácil para las fascinantes máquinas tragaperras u otros juegos de azar que les ofrecen ganar mucho dinero en poco tiempo. Una encuesta llevada a cabo en una ciudad inglesa reveló que cuatro de cada cinco jóvenes de catorce años jugaban regularmente a las máquinas tragaperras, y que la mayoría de ellos habían empezado a hacerlo a los nueve años. Algunos faltaban a clase para jugar a las máquinas. Una encuesta realizada entre estudiantes estadounidenses de enseñanza secundaria reveló que el 6% de ellos “manifestaban síntomas de probable juego patológico”.

Manuel Melgarejo, presidente de una asociación de ayuda mutua constituida en Madrid (España) y compuesta de jugadores en rehabilitación, explicó a ¡Despertad! que un joven impresionable puede engancharse al juego con solo ganar un buen premio en una máquina tragaperras. De la noche a la mañana, el juego deja de ser un pasatiempo y se convierte en una pasión. Al poco tiempo el joven adicto puede encontrarse vendiendo las joyas de la familia, robando a sus familiares y hasta recurriendo a la ratería o la prostitución para financiar su adicción.

Los expertos también observan un significativo aumento en el número de amas de casa que son jugadoras compulsivas. Por ejemplo, en Estados Unidos las mujeres representan actualmente alrededor del 30% de todos los jugadores compulsivos, y se calcula que para el año 2000 constituirán el 50%.

María, madre de dos hijas perteneciente a la clase trabajadora, es un caso típico de las muchas amas de casa que se han convertido en jugadoras compulsivas. En los últimos siete años se ha gastado en el bingo y las máquinas tragaperras 3.500.000 pesetas (35.000 dólares [E.U.A.]), principalmente de los fondos de la familia. “El dinero se ha ido para siempre —dice suspirando⁠—. Solo anhelo que llegue el día en que pueda entrar en un café con 5.000 pesetas (50 dólares [E.U.A.]) en el bolso y tenga la fuerza moral necesaria para gastar el dinero en mis hijas [y no en las máquinas tragaperras].”

Sueños que se convierten en pesadillas

El juego se basa en sueños. Para algunos jugadores, los sueños de riqueza son transitorios, pero para los jugadores compulsivos, aquellos se convierten en su obsesión, una obsesión que persiguen sin cejar hasta quedarse en la ruina, ir a prisión o incluso perder la vida.

Los juegos de azar prometen satisfacer necesidades que en sí son legítimas —un pasatiempo agradable, un poco de emoción, algo de dinero adicional o una vía de escape de las preocupaciones cotidianas⁠—; pero, como han descubierto los jugadores compulsivos con gran pesar, el precio puede ser exorbitante. ¿Pueden satisfacerse dichas necesidades de otra forma?

[Recuadro en la página 7]

Prototipo del jugador compulsivo

EL JUGADOR sigue jugando prescindiendo de cuánto pierda. Si por fin gana, usa el dinero para seguir jugando. Aunque quizás afirme que puede dejar de jugar en cuanto lo desee, el jugador compulsivo que tiene dinero en el bolsillo solo resiste unos cuantos días sin apostar en algo. Siente un impulso patológico hacia el juego.

Contrae una deuda tras otra. Cuando no puede pagar a sus acreedores, pide desesperadamente más dinero prestado para pagar las deudas más apremiantes y seguir jugando. Tarde o temprano, deja de ser honrado. Puede que pierda en el juego hasta el dinero de su patrón. Por lo general, termina siendo despedido del trabajo.

Todo queda subordinado al juego, hasta su esposa y sus hijos. Su adicción al juego provoca inevitablemente problemas maritales que pueden desembocar en separación o divorcio.

Los intensos sentimientos de culpa que experimenta le vuelven cada vez más introvertido. Le cuesta relacionarse con otras personas. Con el tiempo desarrolla una depresión grave y posiblemente hasta trate de suicidarse; no ve otra vía de escape para su lamentable situación.

[Recuadro en la página 8]

El hombre que hizo saltar la banca en Montecarlo

CHARLES WELLS fue un inglés que entró en el casino de Montecarlo en julio de 1891 con diez mil francos y en tan solo unos días los convirtió en un millón. Por asombroso que parezca, cuatro meses después repitió la misma hazaña. Muchos jugadores trataron de descubrir el “sistema” que utilizó, pero sus esfuerzos fueron en vano. Wells insistía en que jamás se había basado en sistema alguno. De hecho, al año siguiente perdió todo su dinero, y finalmente murió en la miseria. Lo irónico es que fue tanta la publicidad que recibió el casino con aquello, que alcanzó fama internacional y desde entonces nunca la ha perdido.

La “falacia de Montecarlo”

Muchos jugadores creen que las máquinas tragaperras o las ruletas tienen memoria. Así, el que juega a la ruleta quizás suponga que si hasta entonces ha salido cierta secuencia de números, la rueda probablemente continuará favoreciendo los números que corresponden con esa secuencia. De manera similar, algunos de los que juegan a las máquinas tragaperras dan por sentado que si una máquina en particular lleva cierto tiempo sin conceder un premio gordo, tardará poco en hacerlo. A estas suposiciones equivocadas se las denomina “falacia de Montecarlo”.

Tanto la rueda de la ruleta como el mecanismo que hace que la máquina tragaperras conceda un premio gordo dependen enteramente del azar. Por eso, lo que haya sucedido antes es irrelevante. En estos juegos de azar, como indica The New Encyclopædia Britannica, “cada vez que se juega existen las mismas probabilidades de que se produzca un determinado resultado”. De modo que las probabilidades de no ganar son siempre exactamente iguales. La “falacia de Montecarlo”, no obstante, ha arruinado a muchos jugadores a la vez que ha llenado las arcas de los casinos.

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