Nuestras prodigiosas manos
EL JOVEN dio un grito desgarrador, soltó el martillo y se agarró con fuerza el pulgar tratando de mitigar el dolor. En lugar de golpear el clavo, se había dado en el pulgar... otra vez.
En esos momentos, el aprendiz de carpintero probablemente piensa que le iría mejor no tener pulgar. Pero ese pulgar que tantas veces parece “torpe” forma parte de un instrumento muy valioso que todos tenemos: la mano humana.
Como estamos tan familiarizados con nuestras manos —los ágiles dedos, las flexibles articulaciones, los sensibles nervios y demás—, es fácil que no les confiramos la importancia que tienen. Pero no podemos realizar casi ninguna tarea sin usar las manos. “Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismo poder”, instó el sabio rey Salomón. (Eclesiastés 9:10.) Él escogió una palabra muy descriptiva cuando utilizó “mano” como símbolo de las actividades humanas, pues, desde luego, la mano es un incomparable instrumento de precisión.
Maravillosamente hechas
Nuestros dedos pueden volar sobre el teclado de una máquina de escribir a una velocidad de más de cien palabras por minuto. Pueden bailar sobre las 88 teclas de un piano de cola y convertir una página de notas musicales en espléndida música. Pero ¿qué puede decirse del pulgar en sí? Trate de hacer lo siguiente: Extienda la mano con la palma hacia usted y los dedos rectos hacia arriba. Doble uno por uno los dedos, empezando con el meñique. ¿Se da cuenta de lo difícil que es evitar que los otros dedos también se muevan? Ahora doble el pulgar, súbalo, bájelo y describa con él un círculo. Puede hacerlo sin apenas mover los otros dedos. Esta singular independencia del pulgar —la cual es posible gracias a la flexible articulación en silla de montar que tiene en su base y también gracias a que posee su propio juego de músculos— le confiere muchas aptitudes especiales.
Una de estas aptitudes es que, por ser oponible, puede tocar todos los demás dedos o agarrar algo con cualquiera de ellos. ¿Un detalle insignificante? Trate de recoger una moneda sin usar el pulgar, o abrir un bote, o girar el pomo de una puerta. Hasta nuestro amigo el carpintero necesita esos “torpes” pulgares para sostener en su lugar un clavo o para blandir un martillo. De hecho, algunas naciones de la antigüedad incapacitaban a los soldados enemigos cautivos mediante la cruel práctica de amputarles los pulgares. (Jueces 1:6, 7.)
Los dedos, por otra parte, disponen de muy pocos músculos, teniendo en cuenta todo el trabajo que pueden llevar a cabo. Esto pudiera parecer una desventaja, pues cuantos más músculos, mayor fuerza se puede ejercer. Pero hay que recordar que cuando un músculo se utiliza mucho, tiende a crecer. ¿Qué sucedería si nuestros dedos estuviesen dotados de poderosos músculos? En vista de la gran cantidad de trabajo que realizan, nuestras manos pronto parecerían gruesas paletas y sería prácticamente imposible ejecutar con ellas trabajos delicados. ¡Qué agradecidos podemos estar de que, con gran sabiduría, nuestro Creador colocase la mayor parte de los músculos en los antebrazos, uniéndolos a los dedos mediante fuertes tendones!
Un guante que ajusta a la perfección
La piel del dorso de la mano es más que solo una cobertura. Pellízquela y verá que es movible y holgada, lo cual permite cerrar el puño. Pero ¿y la palma de la mano? La piel de esa zona cuesta mucho más de pellizcar. Y menos mal, porque imagínese lo difícil que sería agarrar algo con fuerza si la piel de la palma se desplazase de un lado a otro. Para reforzar el agarre, la palma también está dotada de unas almohadillas. Estos depósitos grasos son más gruesos justo en la base de los dedos y en la raíz de la mano, los lugares que normalmente reciben presión cuando agarramos o presionamos algo.
Si se mira de cerca la palma de la mano, notará que la piel no es totalmente lisa. Aparte de las rayas más prominentes, la palma está cubierta de diminutas líneas paralelas y sinuosidades en forma de presilla que reciben el nombre de crestas papilares. De modo semejante a las estrías de la suela de ciertos zapatos, estas crestas papilares proporcionan mayor tracción y mejoran el agarre.
En la parte superior de las crestas están las aberturas para las minúsculas glándulas sudoríparas que humedecen la palma. Seguro que habrá visto a algún obrero frotarse las manos con fuerza antes de emprender un trabajo pesado. No se trata de un simple manerismo. La frotación genera calor, el cual estimula el funcionamiento de las glándulas sudoríparas. La humedad aumenta la fricción y mejora el agarre. ¿Qué hace usted cuando le cuesta pasar las páginas de un libro de papel muy fino? Probablemente lo mismo: se frota la yema de los dedos contra el pulgar para facilitar el paso de las hojas.
Los dibujos que forman las crestas en las yemas de los dedos tienen otro uso: componen su huella digital característica. Por increíble que parezca, dentro del pequeño espacio que abarca la yema del dedo hay un patrón de líneas que no se repite en ninguno de los más de cincuenta mil millones de dedos de las manos que existen. Aunque unos gemelos parezcan idénticos, sus huellas digitales les distinguen. Es digno de mención que en tiempos tan remotos como el siglo III a. E.C., los comerciantes chinos identificaban a sus clientes por sus huellas digitales, que eran tan confiables como una firma. De hecho, aunque un dedo sufra heridas, la huella digital no se altera. Siempre y cuando el daño no sea demasiado profundo, volverán a formarse las mismas líneas en idéntica disposición que antes.
Miles de nervios
Aunque nuestras manos no pueden ver, oír ni oler, son, sin embargo, uno de nuestros principales medios de percibir el mundo que nos rodea. ¿Qué hace usted, por ejemplo, cuando se encuentra en una habitación totalmente oscura? Estira los brazos, extiende los dedos y anda a tientas por la habitación. Sí, nuestras manos no solo son instrumentos de precisión, sino también delicados sensores. Nos suministran un continuo flujo de información: la estufa está caliente, la toalla está mojada, el vestido es sedoso, la piel del gato es suave y un sinfín de detalles más. Nuestro quinto sentido, el del tacto, comienza con las manos.
La razón de que las yemas de nuestros dedos sean tan sensibles es que poseen una elevada concentración de receptores sensitivos: unos mil cuatrocientos por centímetro cuadrado. Si usted se toca el rostro con dos alfileres que estén separados entre sí 6 milímetros, le parecerá un solo pinchazo. Pero tóquese con los mismos alfileres la yema del dedo y la gran concentración de nervios le dirá al instante que nota dos alfileres. Esto es lo que hace posible que un ciego lea braille. ¿Quién dice que las manos no pueden ver?
La única parte de la mano desprovista de nervios son las uñas. Pero eso no significa que no sirvan para nada. Al contrario, las uñas proporcionan soporte y protección a las sensibles pero frágiles yemas de los dedos. También resultan prácticas para pelar una naranja, raspar una pequeña mancha o recoger objetos minúsculos. ¿Se ha preguntado alguna vez lo deprisa que crecen las uñas? Depende de varios factores. Las uñas crecen más deprisa en verano que en invierno. La del pulgar es la que tiene un crecimiento más rápido, y la del meñique, el más lento. También crecen más deprisa las de la mano dominante. Pero, en conjunto, se calcula que crecen una décima de milímetro por día.
Nos delatan
Nuestras manos dicen mucho de nosotros. Un afectuoso apretón de manos, una suave caricia, un puño apretado, un dedo acusador, todos estos gestos revelan algo de nosotros. De hecho, a la mayoría de nosotros nos costaría hablar sin adornar nuestras palabras con algún tipo de ademán enfático o descriptivo. Para los sordos, esta forma de expresión es indispensable. Cuando falla la palabra hablada, la mano puede sustituirla con lenguaje mímico. Los indios americanos, los hawaianos y los bosquimanos africanos tienen su propia y curiosa forma de lenguaje mímico.
No obstante, nuestras manos no solo hablan de nosotros, también nos dicen algo a nosotros mismos. “Las manos del hombre son singulares por el modo en que pueden comunicar no solo palabras, sino también emociones e ideas”, escribe John Napier en su libro Hands. Aunque las “manos” de muchos animales parecen básicamente iguales a las nuestras, la singular estructura de la mano humana, así como sus posibilidades, no pueden minimizarse atribuyéndolas a una ciega evolución. Más bien, su ingenioso diseño demuestra claramente la sabiduría de su Diseñador, el Diseñador y Creador de todas las cosas: Jehová Dios. (Revelación 4:11.)
Así, cuando nuestro joven carpintero, martillo en mano, coloque una vez más el clavo entre su pulgar y su dedo índice, posiblemente sienta un mayor respeto por su precioso par de manos. Verdaderamente puede decirse que estamos bien equipados para hacer todo lo que nuestra mano halle que hacer.
[Fotografía en la página 20]
Hay más de cincuenta mil millones de dedos; pero no se han encontrado dos con las mismas huellas digitales