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  • g92 8/10 págs. 20-21
  • Luché por la vida bajo presión

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  • Luché por la vida bajo presión
  • ¡Despertad! 1992
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¡Despertad! 1992
g92 8/10 págs. 20-21

Luché por la vida bajo presión

“¡PROCURE que se le destapen los oídos! ¡Es importante que se le destapen!” Estas fueron las primeras palabras que oí después de mi operación de resección de colon. Pensé: “Qué extraño, si me han operado del estómago, ¿qué tienen que ver los oídos?”.

Pero poco a poco fui percatándome de que no me encontraba en una sala de hospital corriente. Era un recinto largo y estrecho en forma de torpedo: una cámara hiperbárica.

Complicaciones durante la operación

Me enteré de que mi operación había sido más complicada de lo esperado. El cáncer se había extendido hasta el hígado, y yo había sufrido una abundante hemorragia interna. Para cuando salí del quirófano, mi nivel de hemoglobina había bajado a 3,6. (El nivel normal de hemoglobina en un adulto es de unos 15 gramos por cada 100 mililitros de sangre.) Los médicos se alarmaron y llamaron a mi padre para que acudiera al hospital. Él también es testigo de Jehová, así que se negó a anular mi decisión de no recibir transfusiones de sangre. (Hechos 15:20, 29.)

El cirujano pidió permiso urgentemente para utilizar la cámara hiperbárica del complejo de submarinismo en aguas profundas ubicado en Dyce, cerca de Aberdeen (Escocia). Aquello podía ayudar a que circulara oxígeno por la pequeña cantidad de sangre que me quedaba en el cuerpo. Se concedió el permiso, así que me llevaron en ambulancia a toda prisa desde Aberdeen hasta Dyce, a unos 8 kilómetros de distancia. Una vez en la cámara hiperbárica, me sometieron a una presión equivalente a la de 15 metros debajo del nivel del mar.

Esta fue una experiencia nueva para todos los implicados, pues la cámara normalmente se utilizaba para la descompresión de los submarinistas que trabajaban en las plataformas petrolíferas del mar del Norte. Como entonces iba a utilizarse en un tratamiento postoperatorio, dos enfermeras y un técnico, los tres con edades comprendidas entre los veinte y los treinta años, me acompañaron al interior de la unidad hiperbárica, donde tuvieron que permanecer hasta que se alcanzara la descompresión total. En el exterior de la cámara unos especialistas manipulaban los complejos controles.

Bajo presión

A medida que bombeaban aire dentro de la cámara, la presión del interior aumentaba. La respiración a través de una máscara a dos veces y media la presión atmosférica normal llenaba mis pulmones con una cantidad de oxígeno dos veces y media superior a lo normal. La presión obligaba al oxígeno a mezclarse con el componente fluido de mi sangre (que había sido reforzado con expansores no sanguíneos), y así se compensó el bajo nivel de hemoglobina.a

Los siguientes días fueron muy difíciles. Solo aquellos visitantes que pasaban con éxito una serie de rigurosas pruebas médicas podían entrar en la sección contigua a la mía, donde se podía disminuir la presión. Una pequeña mirilla en el extremo delantero del torpedo hacía posible que las visitas me vieran, ¡pero yo solo veía un ojo!

Mi hermano, que también es Testigo, vino a visitarme unos instantes a la cámara hiperbárica. Su visita me levantó mucho el ánimo, al igual que todas las tarjetas que con tanta bondad me enviaron mis muchas amistades, en las que me expresaban su amor e incluían algunos pensamientos bíblicos. Parecía que todos aquellos mensajes llegaban en los momentos en que más débil me sentía.

Al quinto día de estar en la cámara, el doctor encargado de la unidad me abordó. Con el rostro preocupado, me explicó: “Ahora hay demasiado oxígeno en su sangre”. Debido a ello, parecía que la médula espinal había dejado de funcionar. Dijo que mi sangre había adquirido cualidades hemofílicas, y se temía que perdiera la poca sangre que me quedaba por algún fallo de los mecanismos de coagulación. (Para entonces mi nivel de hemoglobina era tan bajo que los instrumentos no lo podían medir. Era de aproximadamente 2,6.)

Las enfermeras rompieron a llorar. Hice todo lo que pude por tranquilizarlas y dejé mi vida en las manos de Jehová.

La descompresión fue un éxito

Por orden del médico, se empezó de inmediato el proceso de descompresión. Las enfermeras empezaron a manifestar los efectos adversos de haber estado bajo presión por tanto tiempo; hasta entonces el período máximo de permanencia en una cámara hiperbárica había sido de tres días, ¡pero aquel ya era el quinto día para todos nosotros! Entonces teníamos que esperar otros dos días para que la presión disminuyera gradualmente.

Cuando el doctor volvió a entrar, la expresión facial de su rostro era mucho más feliz, y me dijo: “Por alguna razón desconocida, su nivel de hemoglobina ha aumentado ligeramente”. Creía que la médula espinal había empezado a funcionar de nuevo. No cabía en mí de alegría.

Una semana después de la operación salí por fin de la cámara, con un nivel de hemoglobima de 4,6. Me trasladaron a la sala adyacente para esperar la ambulancia que me llevaría a la unidad de cuidados intensivos de Aberdeen. Mientras me encontraba allí, vino a verme una de mis compañeras de creencia. Llevaba las revistas que había recibido en el Salón del Reino la noche anterior. El artículo de portada, “Las decisiones sobre tratamiento médico: ¿Quién las debe tomar?” (¡Despertad! del 8 de julio de 1984), llegó justo en el momento preciso. Lo utilicé para mostrar por qué había adoptado aquella posición.

Cuando mi nivel de hemoglobina fue subiendo gradualmente hasta sobrepasar la cifra de 5, dejaron de contarme entre los enfermos en estado crítico. Aparte de una alimentación sana y equilibrada, no me estaban administrando ningún tratamiento. Mi organismo estaba efectuando por sí solo un extraordinario trabajo. Al día siguiente de alcanzar el nivel de hemoglobina de 7,8 me dieron de alta.

En vista del tiempo que normalmente se necesita para recuperarse de una operación como la mía, en el lugar de empleo me concedieron un permiso de tres meses para recuperar las fuerzas. En ese tiempo la hemoglobina subió a 15,3 y recuperé nueve kilogramos y medio de peso.

Qué contenta me he sentido estos últimos años de haber podido utilizar esta prórroga de mi vida para seguir compartiendo mi fe con otras personas. Doy mis más sinceras gracias a Jehová, el Sostenedor de la vida, y también al bondadoso personal médico que me aplicó con tanto éxito un tratamiento tan poco tradicional.⁠—Relatado por Doreen Strachan.

[Nota a pie de página]

a En teoría, la administración de soluciones salinas, dextrosa o dextrán para reemplazar los fluidos corporales, junto con el oxígeno hiperbárico, constituye un buen tratamiento inmediato de emergencia en caso de una anemia aguda provocada por una pérdida sustancial de sangre. No obstante, como con cualquier otro tratamiento médico, pueden surgir complicaciones, y el buen funcionamiento de la unidad hiperbárica requiere una gran habilidad y mucho cuidado. Véase el artículo titulado “Un nuevo tratamiento salvavidas”, que apareció en la revista ¡Despertad! del 22 de septiembre de 1979.

[Fotografía en la página 21]

Doreen, una semana después de ser dada de alta del hospital

[Reconocimiento en la página 20]

Cortesía del Grampian Health Board

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