BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g95 22/2 págs. 20-22
  • “Ahora todo depende de Mia y de Jehová”

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • “Ahora todo depende de Mia y de Jehová”
  • ¡Despertad! 1995
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Tratamiento médico
  • Apoyo afectuoso
  • Presión para que acepte sangre
  • Mi vida pende de un hilo
  • Un momento crucial
  • Los médicos aprendieron de mi inminente muerte
    ¡Despertad! 1995
  • Los testigos de Jehová y la cuestión de la sangre
    Los testigos de Jehová y la cuestión de la sangre
  • Rescatado de la muerte mediante un tratamiento sin sangre
    ¡Despertad! 1992
  • Preservación mediante obedecer la ley de Dios sobre la sangre
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
Ver más
¡Despertad! 1995
g95 22/2 págs. 20-22

“Ahora todo depende de Mia y de Jehová”

PARA mayo de 1991, mi cuerpo ya había dado señales de que algo andaba mal. Cuando recorría una distancia larga a pie o en bicicleta, me dolían mucho los brazos y las piernas, y se me hinchaban las articulaciones. En julio de ese mismo año me puse enferma en la boda de un hermano mío. A partir de entonces, apenas me levantaba de la cama, y me salieron unas manchas rojas extrañas en la cara y el cuerpo.

Mi madre me llevó al médico, quien me envió de urgencia a un hospital que había cerca de casa, en Askim (Noruega). Allí me diagnosticaron insuficiencia renal e hipertensión. Mi nivel de hemoglobina era de solo 7,3 gramos por decilitro, cuando lo normal es de 11,5 a 16 gramos. A los dos días me trasladaron a otro hospital más grande que contaba con una sala para el tratamiento de enfermedades renales. Cuando el médico vio los resultados de los análisis de sangre, concluyó que tenía lupus eritematoso sistémico y que mi sistema inmunológico estaba produciendo anticuerpos que atacaban la sangre y los tejidos del riñón. Me administraron corticosteroides y quimioterapia.

Puesto que tanto la enfermedad como algunos de los medicamentos afectan a la sangre, surgió la cuestión de las transfusiones. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, dije: “Soy Testigo dedicada y bautizada, y no quiero sangre”. (Génesis 9:4; Hechos 15:28, 29.) El médico habló en privado con mi madre, y ella le expresó nuestro deseo de que se empleara un tratamiento alternativo. Él dijo que respetaría mi postura y haría todo lo posible por ayudarme.

El historial médico, del que posteriormente recibimos una copia, decía: “La paciente es mayor de edad, tiene pleno uso de razón y está informada. Por lo tanto, creemos necesario respetar su punto de vista”. También afirmaba: “El equipo que la atiende está resuelto a respetar la decisión de la paciente de no aceptar sangre aun a riesgo de su propia vida”.

Tratamiento médico

En los días posteriores se probaron varias terapias para bajar la presión arterial y así reducir la tensión a la que estaban sometidos los riñones. Mi cuerpo no toleraba la medicación; el único recuerdo que tengo de aquellos días es que vomitaba sin parar. De vez en cuando me deprimía mucho, y mis padres y yo pedíamos ayuda y fortaleza a Jehová. Al mes de estar hospitalizada, me permitieron pasar un fin de semana en casa. Durante un segundo permiso, sufrí un ataque epiléptico fuerte, seguido de cuatro leves. La enfermedad estaba afectando al sistema nervioso central. Me llevaron de inmediato al hospital.

Los médicos decidieron utilizar un tratamiento alternativo. Me extrajeron plasma de la sangre con el fin de eliminar los anticuerpos que estaban atacando las células sanguíneas y los tejidos renales. Luego me pusieron inyecciones de solución de Ringer con albúmina. Ya había hablado de este tratamiento con los médicos y les había dado autorización escrita para que me lo administraran.a Pese a todo, mi estado empeoró. Di permiso también para que me trataran con inmunoglobulinas, pero en ese momento no lo hicieron.b

Sufría insuficiencia renal severa. Mi nivel de creatinina sérica era de 682, cuando los valores normales están entre 55 y 110. Seguía teniendo la presión arterial alta, y la hemoglobina se mantenía entre 5 y 6 gramos por decilitro. Un día el número de plaquetas descendió a 17.000 por milímetro cúbico de sangre (siendo lo normal de 150.000 a 450.000), lo que incrementó considerablemente el riesgo de hemorragias. ¡Menos mal que empezó a subir enseguida! Al día siguiente estaba en 31.000, y continuó aumentando.

Apoyo afectuoso

El personal hospitalario estaba impresionado por todas las flores, cartas, tarjetas y llamadas telefónicas que recibía de hermanos cristianos cariñosos de toda Noruega. Se preguntaban cómo era posible que una joven de 18 años tuviera tantos amigos. Esto nos dio la oportunidad de hablarles de nuestra esperanza cristiana y de la organización amorosa de Jehová. (Juan 5:28, 29; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4.)

Entretanto, el Comité de Enlace con los Hospitales, de los testigos de Jehová, estaba haciendo todo lo posible por obtener más información sobre el tratamiento del lupus. La sucursal noruega de nuestra organización nos envió un artículo publicado en una revista médica; en él se contaban dos casos complicados de mujeres jóvenes con lupus eritematoso sistémico a las que se les había administrado inmunoglobulinas con éxito. En una reunión con los médicos, mis padres les pidieron que leyeran el artículo para ver si la información podía ser de utilidad en mi caso. Hubo opiniones dispares al respecto. A algunos les preocupaba, por ejemplo, la poca información existente sobre los efectos secundarios de dicho tratamiento.

Presión para que acepte sangre

Para entonces ya llevaba hospitalizada casi ocho semanas. Una noche sentí un dolor intenso en el estómago, y evacué heces mezcladas con sangre procedente de hemorragias internas. Se llamó a un cirujano, quien dijo que, si no me operaban de inmediato y me ponían sangre, moriría en cuestión de horas. También le dijo a mi hermana, que estaba sentada a mi lado, que si no me convencía para que aceptara sangre, sería responsable de mi muerte. Esto me indignó, porque la decisión de rechazar las transfusiones de sangre había sido mía.

Los médicos quisieron hablar conmigo a solas para asegurarse de que había tomado la decisión por mí misma y de que era plenamente consciente de cuáles podían ser, en su opinión, las consecuencias de mi negativa. A los quince minutos se convencieron de que no iba a cambiar de parecer. En lugar de operarme, me dieron antibióticos para combatir la infección.

El 30 de septiembre, un día después de la discusión con los médicos, mi nivel de hemoglobina bajó de 6,5 a 3,5. Me trasladaron a la unidad de cuidados intensivos. Estaba tan débil que tuvieron que ponerme una mascarilla de oxígeno. Si bien estuve más o menos consciente durante toda esta fase crítica, no recuerdo nada. Mi familia y dos ancianos cristianos me contaron más tarde lo que ocurrió en los días siguientes.

Mi vida pende de un hilo

En ese punto los médicos accedieron a ponerme inyecciones intravenosas de inmunoglobulinas. Del 9 al 11 de octubre me dieron dosis diarias de 6 gramos. Era incapaz de controlar la orina y las defecaciones, de modo que las enfermeras tenían que cambiar la ropa de cama constantemente. La concentración de hemoglobina siguió descendiendo. El historial médico dice: “La medición más baja de hemoglobina fue de 1,4, después de la cual volvió a presentar melena [excrementos mezclados con sangre], y se decidió no efectuar más recuentos sanguíneos. En esos momentos estaba prácticamente agonizando”.

Los médicos ya no abrigaban ninguna esperanza de que me recuperara. Dijeron que en caso de que lograra sobrevivir, quedaría con daño cerebral y tal vez parcialmente paralizada. Estaban tan seguros de que ya no se podía hacer nada más, que el 12 de octubre decidieron suspender todo tratamiento activo y administrarme solo fluidos. Mi padre, que me animó continuamente a seguir luchando, estaba sentado junto a mi lecho y decía: “Ahora todo depende de Mia y de Jehová”.

Siempre hubo algún miembro de la congregación a mi lado con mi familia durante este período crítico. Uno de ellos contó: “El sábado 12 de octubre por la tarde, nadie confiaba en que Mia pasara de aquella noche. Pero el domingo por la mañana seguía viva. Por la tarde su respiración se volvió dificultosa, y todos creímos que había llegado su fin. La familia completa se reunió alrededor de la cama. Mia inhaló profundamente y, después de lo que nos pareció una eternidad, exhaló el aire. Sus padres estaban sufriendo el dolor más grande que puede haber para unos padres: ver a un hijo amado morir lentamente. Su padre sugirió que todos oráramos a Jehová. Luego nos pusimos a hablar en voz baja, con la esperanza de que Mia no tuviera que sufrir mucho.

”Pero Mia no murió. Los médicos y las enfermeras no habían visto jamás a nadie sobrevivir con un recuento sanguíneo tan bajo. Cesaron las hemorragias, así que su condición se estabilizó. Pasó el domingo, y Mia seguía con vida.”

Un momento crucial

El lunes 14 de octubre por la mañana uno de los médicos vino a verme. Yo estaba medio dormida y no recuerdo el episodio. Se detuvo junto a la cama, y mi madre me dijo: “El doctor ha venido para darte los buenos días”. Mi reacción fue decir un “hola” muy audible que lo tomó por sorpresa y lo conmovió.

No había sufrido daño cerebral ni estaba paralizada. Se reanudó la terapia. Me administraron eritropoyetina y dextrán-hierro por vía intravenosa, así como dos dosis diarias de inmunoglobulinas. La enfermedad iba remitiendo lentamente. El 16 de octubre tenía el nivel de hemoglobina en 2,6, y el 17 en 3,0. Seguí mejorando, y el 12 de noviembre me dieron de alta del hospital con una concentración de hemoglobina de 8,0.

No sabemos con seguridad qué detuvo la destrucción de los glóbulos rojos ni por qué aumentó tan deprisa el recuento sanguíneo. Las inyecciones de inmunoglobulinas, eritropoyetina y dextrán-hierro sin duda desempeñaron un papel importante. A principios de mayo de 1992 tenía una concentración normal de hemoglobina de 12,3, y desde entonces se ha mantenido en niveles normales.

Ahora sigo un tratamiento que controla la enfermedad, así que me siento bien. El 28 de noviembre de 1992 contraje matrimonio con un compañero cristiano, y ambos servimos a Jehová juntos. Mi enfermedad, así como la obediencia a la ley de Jehová sobre la sangre, me han unido más a Él. Mi deseo actual es servirle con todas mis fuerzas por toda la eternidad.—Relatado por Mia Bjørndal.

[Notas a pie de página]

a En esta técnica, conocida como plasmaféresis, la sangre circula por vía externa. Cada persona debe guiarse por su conciencia para decidir si lo acepta o no, como se mostró en La Atalaya del 1 de marzo de 1989, páginas 30 y 31.

b La decisión de usar inmunoglobulinas, que contienen una fracción mínima de sangre, debe tomarla cada persona basándose en su conciencia, como se mostró en La Atalaya del 1 de junio de 1990, páginas 30 y 31.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir