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¡Despertad! 1992
g92 8/12 pág. 3

Resueltos a ayudar a los niños

AYER murieron 40.000 niños menores de cinco años en los países en vías de desarrollo. Hoy morirán otros 40.000. Mañana, 40.000 más. La mayor parte de estas muertes podría evitarse.

Durante años, esta situación ha sido denominada la “emergencia silenciosa” o la “catástrofe muda”, en el sentido de que ha pasado casi inadvertida por el mundo en general. “Si cada día muriesen 40.000 cárabos occidentales, se armaría un escándalo. Pero cada día mueren 40.000 niños, y casi nadie lo nota”, se lamentó Peter Teeley, portavoz estadounidense en la Cumbre Mundial en favor de la Infancia, convocada por la ONU, que tuvo lugar en 1990 en la sede de las Naciones Unidas, ubicada en Nueva York.

Hay quienes opinan que, con el tiempo, la mencionada cumbre podrá cambiar la situación. A ella asistieron grandes dignatarios de 159 países, entre ellos 71 jefes de Estado. En conjunto, todos ellos representaban al 99% de la población mundial. Mijail Gorbachov resumió así el sentir de los presentes: “La humanidad ya no puede tolerar más el hecho de que cada año mueran millones de niños”.

En los días previos a la cumbre, el mundo manifestó su apoyo a esa causa. Naciones y colectividades mantuvieron centenares de encuentros, seminarios, talleres y debates, que se centraron en los sufrimientos de los niños. Más de un millón de personas de 80 países diferentes encendieron velas en señal de su esperanza de que, a pesar de los inminentes problemas y peligros, el mundo se convirtiera en un lugar mejor.

El UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) aclamó el último día de la cumbre como “quizás el día más trascendental en la vida de los niños de todo el mundo”. ¿A qué obedecía semejante entusiasmo? A que los dirigentes mundiales habían adoptado un “Plan de Acción” específico para reducir el sufrimiento y las muertes de niños y jóvenes por toda la Tierra.

Es cierto que en la historia de la diplomacia de las conferencias es muy corriente que se rompan las promesas, pero en esta cumbre muchos percibieron un nuevo espíritu de sinceridad y cooperación por el hecho de haber concluido la guerra fría. James Grant, director ejecutivo del UNICEF, dijo con gran entusiasmo: “En realidad, los jefes de Estado y de Gobierno dieron el primer paso para conseguir que el bienestar de todas las personas —tanto de ‘niños crecidos’ como de niños⁠— sea el principal objetivo en el desarrollo de un nuevo orden mundial”.

Un año después de la cumbre la mayoría de las naciones ya había elaborado planes para aplicar las resoluciones adoptadas en ella. Esto impulsó al mencionado director, el señor Grant, a decir: “Ahora vemos posibilidades muy realistas de que para el año 2000 se consiga que todos los niños gocen de salud”.

Pero ¿en qué consisten exactamente los sufrimientos de los niños —ese vergonzoso secreto de familia del mundo⁠—, que han sacado a relucir los medios informativos internacionales? ¿Existen ahora, en la atmósfera de cooperación internacional de la posguerra fría, razones sólidas para creer que las Naciones Unidas darán origen a un maravilloso nuevo orden mundial? Siendo realistas, ¿podemos esperar que nuestros niños tengan un futuro brillante? Estas preguntas se considerarán en los dos siguientes artículos.

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